¿PORQUÉ
SEGUIMOS TRABAJANDO?
El antiguo testamento es probablemente el conjunto de
libros más influyente en la historia de la humanidad. Judaísmo, cristianismo e
islam lo consideran un texto fundamental en su historia y su credo. En su
primer libro, Génesis, se da una descripción del porqué trabajamos que nos ha acompañado desde la infancia a todos los educados
bajo alguna de estas religiones: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”
(Génesis, 3, 19)
Adán y Eva, los primeros humanos, habitaban
felizmente en un paraíso donde los ríos manaban leche y miel y la vida era
fácil hasta que por un desgraciado incidente perdieron la confianza de Dios. Y
su castigo fue expulsarlos del paraíso y la obligación de tener que
trabajar para vivir. “Un castigo de Dios por
nuestros pecados” es, para miles de millones de personas en todo el mundo, la
primera y más fiel descripción de lo que será su vida laboral.
Mantenemos una relación compleja con el trabajo que
le hace tan imprescindible como odiado. Y la introducción de
la tecnología no hace sino acrecentar
esta complejidad al crear diferencias entre trabajadores: los “cualificados”,
aquellos que saben utilizar la tecnología a su favor y los “no cualificados”,
aquellos a los que la tecnología vuelve cada vez menos importantes y más
prescindibles.
Esta división aparentemente moderna ya la encontramos
en épocas tan tempranas como durante construcción de las pirámides de Egipto,
donde convivían trabajadores poco cualificados, los 100.000 esclavos de los que
hablaba Heródoto junto con un grupo mucho más pequeño de trabajadores especializados que
tenían conocimientos en técnicas de construcción y eran sumamente respetados
como demuestra que fueran enterrados cerca de las pirámides junto al manjar que
seguimos considerando nuestro mejor aliado: la cerveza.
La revolución industrial y el ludismo
Sin embargo, el momento de la historia en el que la
tecnología cambia de manera radical el cómo los trabajadores logran su sustento
es la revolución industrial, fenómeno que
surge en Inglaterra a finales del S. XVIII y que en pocas décadas transforma el
panorama laboral en el mundo. Visto con contexto, la revolución industrial y
el nacimiento del capitalismo moderno han
tenido efectos indudablemente positivos.
Ha permitido un crecimiento exponencial de la
población mundial (lo cual hace surgir otros problemas medioambientales), de
nuestra esperanza de vida y de la renta per cápita disponible. Pese a ello la
mecanización no siempre ha sido percibida tan benévolamente por sus principales
afectados: los trabajadores.
Una de las primeras resistencias organizada a la
expansión de las máquinas es la de los “luditas”, grupo de obreros que, percibiendo la
amenaza que hacia su puesto de trabajo suponía la incipiente mecanización se
organizaron para sabotearlas. El movimiento nació en Inglaterra pero se
extendió a la par que la mecanización por otros lugares, incluyendo
España, particularmente Alcoy, durante el reinado de Fernando VII.
En protesta por la mecanización que sustituía el
trabajo que los campesinos realizaban en sus propios domicilios de cardado de
lana, y que reducía sus ingresos, se produjo una destrucción de maquinaria a
plena luz del día. En casi todos los casos fue la intervención del ejército y
un fuerte castigo sobre los asaltantes lo que logró devolver el orden.
Este movimiento y otros anteriores ya son mencionados
por Karl Marx en su obra “El Capital”: De ahí que al aparecer la maquinaria estalle, por primera
vez, la revuelta brutal del trabajador contra el medio de trabajo.
Como consecuencia del triunfo de la revolución
industrial se produjo un incremento constante de la productividad a lo largo de los años. El escenario que cabe
esperarse es un futuro en donde el trabajo humano sea apenas necesario. Una
predicción defendida por otro influyente economista: John Maynard
Keynes, que en su ensayo “Las posibilidades económicas para nuestros nietos”
defendía que para nuestra época los problemas de subsistencia estarían
resueltos y podría reducirse la jornada laboral a 15 horas semanales.
Respecto a este escenario, solo cabía preguntarse si
los trabajadores disfrutarán de este nuevo panorama, liberándose de la
maldición bíblica del trabajo y empleando su tiempo en otro tipo de actividades
(un retorno al jardín del Edén), o bien no son partícipes del progreso y se ven
condenados a una vida de miseria al no poder acceder a un puesto de trabajo.
Una maldición aún mayor que la de tener que ganarse el sustento con el sudor de
su frente: no poder hacerlo. Sin embargo, más de dos siglos después del
comienzo de la revolución industrial el panorama que nos encontramos no es de
ningún modo el que predijo Keynes. Seguimos trabajando.
Pese a las máquinas, los ordenadores, pese a
Internet, pese a todas las tecnologías que podrían privarnos de hacerlo cada
mañana un ejército mundial de trabajadores se levanta para acudir a su trabajo,
y la minoría que desea hacerlo pero no puede se esfuerza en encontrar uno
cuanto antes.
Más aún, en su artículo: "The Overworked American: The Unexpected Decline of
Leisure", de Juliet B. Schor el autor compara la jornada
laboral de un campesino medieval con la jornada laboral media actual, con la
sorpresa de que, contra lo que marca la intuición, trabajamos más
que ellos.
Horas anuales
trabajadas a lo largo de la historia
Siglo XIII Campesino
medieval adulto en Reino Unido 1620
horas
Siglo XIV Trabajador
inglés 1440
horas
1850 Trabajador
industrial en Estados Unidos 3150-3560
horas
2013 Jornada
media anual en México 2237
horas
2013 Jornada
media anual en Estados Unidos 1788
horas
2013 Jornada
media anual en España 1699
horas
¿Qué opinan los expertos?
¿A qué se debe que la mecanización no nos haya
liberado (para bien o para mal) de la maldición del trabajo, sino que haya
contribuido a afianzarlo aún más? Numerosos economistas y pensadores de todo el
mundo han tratado este fenómeno, aunque yo me quedaré con dos explicaciones: la
del antropólogo David Graeber y la del filósofo Byung-Chul
Han.
David
Graeber, (antropólogo, profesor, escritor, anarquista,
activista social de larga trayectoria) plantea en su conocido artículo “On the
phenomenon of Bullshit jobs” el porqué seguimos trabajando. Su
respuesta es inquietante. No hay una razón económica, sino política: Una
conspiración de las élites para evitar que podamos emplear nuestro tiempo en
”perseguir nuestros propios proyectos, ideas, placeres o visiones”.
Nos vemos obligados a malgastar nuestras vidas en
trabajos sin sentido (los “bullshit
jobs”), pues eso nos convierte en manejables y sumisos.
Estos “bullshit jobs” son trabajos perfectamente prescindibles, que no aportan
nada a la sociedad (habla de servicios financieros, asesores legales, marketing,
recursos humanos, relaciones públicas…, y sobre todo burocracia) pero que nos
mantienen ocupados y dóciles.
¿Cómo distinguir un “bullshit
job” de un trabajo real y necesario?: en el momento de
la huelga. Hay profesiones que si se ponen en huelga lo notamos desde el primer
momento: conductores de metro, bomberos, médicos, profesores, controladores
aéreos... En otros casos el efecto no es inmediato, pero sigue siendo grave:
artistas, filósofos, escritores. Estos son los “trabajos reales”
Pero muchas otras ocupaciones podrían declararse en
huelga indefinidamente sin que nuestra sociedad lo notase (o incluso las cosas
marcharían mejor). Aquí hablamos de comerciales de telemárqueting, asesores de
comunicación, consultores y burócratas de todo pelaje y condición. Estos son
los “bullshit jobs”.
En su “timeline” de Twitter (aparte de
interesantísimas reflexiones sobre política exterior, en especial sobre Turquía
y el Kurdistán) se pueden encontrar comentarios tales como “he estado de
vacaciones tres semanas. Nadie me ha sustituido. Nada ha pasado. Efectivamente,
el mío es un “bullshit job”.
En cambio, la tesis de Byung-Chul Han, expresadas en su libro “La sociedad del cansancio” defienden que es el
propio individuo quien fuerza esta relación insana con el trabajo. Hemos
abandonado una sociedad disciplinaria (la de las cárceles y las fábricas) para
entrar en una “sociedad del rendimiento” donde
en el ámbito individual buscamos el rendimiento máximo, somos “emprendedores de
nosotros mismos” que nos autoexplotamos y cuyo resultado suele ser la depresión
y el hartazgo.
Un buen ejemplo de esta línea de pensamiento se puso
de manifiesto con la publicación de un tuit en la cuenta del World Economic
Forum titulado “14 cosas que la gente exitosa hace antes de desayunar”
que alguien se tomó la molestia en medir y les llevaría cerca de 4 horas (sin
haber desayunado aun). Línea de pensamiento en el que la obligación surge de
uno mismo con metas tan disparatadas como entrenarse para correr un maratón.
Ya sea por una conspiración de las élites o por
autocastigo lo cierto es que el escenario actual donde la tecnología que nos
podría liberar es la que nos somete no es intuitivo.
Trabajador cualificado Vs trabajador no cualificado
Retomando esa división entre trabajadores no
cualificados y trabajadores cualificados que ya encontrábamos en el antiguo
Egipto, encontramos también algunas paradojas
Respecto al trabajador no cualificado que viene de
otros países, si en momentos históricos fueron acogidos con
los brazos abiertos siempre y cuando fuesen aptos para el trabajo y libre de
enfermedades infecciosas, en 2015 es considerado una de las mayores amenazas a nuestro modo de vida y
un tema central en las campañas electorales.
Cada vez hay más muros entre países ricos y pobres para
defendernos de esta invasión. Invasión de personas que abandonan su país para
intentar trabajar en el nuestro en condiciones previsiblemente miserables.
Muros electrificados y con cuchillas, perros, policías antidisturbios para que
no entren, internamientos sin juicio y expulsiones para los que logran pasar
aunque no hayan cometido ningún delito, porque el delito es simplemente
intentar trabajar en nuestro país. Que alguien sea capaz de dejar su país para
trabajar por un sueldo miserable es un crimen que como en el Far West no
necesita de juicios ni jueces para que la sentencia se cumpla.
Para los trabajadores no cualificados que viven
dentro de las fronteras de estos países la situación, aunque mucho mejor que la
de los inmigrantes no es precisamente un camino de rosas.
La creencia tradicional de que tener un trabajo te
permite una vida humilde pero digna, donde tus necesidades básicas están
cubiertas ya no es tan claro. En Estados Unidos, cuna y faro del capitalismo
moderno, trabajadores en empresas tan conocidas como McDonalds o Walmart reciben un salario
tan bajo que deben recurrir a la ayuda social (los famosos
“cupones de comida” ) para poder subsistir.
También empieza a aparecer el fenómeno de gente con trabajo (incluso con dos trabajos) obligados a vivir en
refugios para indigentes por no poder permitirse un alquiler (lejos de ser una
anécdota, en este caso se trata de una de cada 4 familias que vive en refugios
en Nueva York). Nada sorprendente si analizamos las cifras de Cáritas en España, que indican que
la mitad de las familias que acuden a ellos en busca de ayuda tienen al menos a
uno de sus miembros con trabajo.
Pero, ¿y los ganadores de esta carrera entre capacitación
personal y tecnología?. ¿Qué vida llevan aquellos trabajadores cualificados que
saben emplear la tecnología a su favor? Hay una serie de trabajadores bien
formados y bien conectados cuyo dominio de la tecnología les permite
beneficiarse de este entorno cambiante.
El Camelot que reúne a los trabajadores cualificados
por excelencia es Silicon Valley, nombre que recibe la zona sur
del área de la Bahía de San Francisco y cuna de las empresas más innovadoras de
las últimas décadas: Apple, Google, Amazon, Facebook, HP, Tesla,
Paypal, etc, etc. Pese a su escaso tamaño reune tanta
riqueza que si fuese un país sería el 6º más rico del mundo en términos de
producto interior bruto.
Solo los mejores de los mejores llegan a trabajar
allí (por cierto, de cualquier parte del mundo, llegando en avión en primera
clase sin tener que saltar ningún muro). Los salarios, aunque muy variables, es raro
que bajen de los 150.000 euros anuales aunque lo más interesante son los
complementos en forma de bonos y stock options que en el caso de que la start up crezca haga
millonario al trabajador.
El esfuerzo que hacen las empresas para retener y
hacer sentirse cómodos a sus trabajadores es enorme: restaurantes gratuitos,
gimnasios, peluqueros, masajistas.., todo para que el empleado no deba
abandonar su puesto de trabajo. Y ahí está uno de los problemas: Silicon Valley
no parece ser un lugar donde trabajar 40 horas de lunes a viernes.
Jornadas laborales interminables, la tiranía de estar “siempre disponible” o
una competitividad extrema e insana son la norma, como reveló NYT en su artículo sobre Amazon. Dicho artículo
ha sido desmentido tan tajantemente por Amazon, como confirmado por otros
trabajadores de la empresa.
Este problema de conciliación de la vida personal y
profesional en Silicon Valley es particularmente complicado en las mujeres.
Aparte de estar claramente infrarepresentada en puestos directivos y técnicos,
la solución que les ofrecen empresas como Facebook y Apple es pagarles la
congelación de sus óvulos para que puedan aplazar su maternidad y dedicarse con
más intensidad a su carrera profesional.
Otra caracteristicas de estos “trabajadores
privilegiados” es la elevadísima rotación laboral. En el caso de
Google la media de permanencia de un empleado es de un solo año. En esta
cultura, permanecer demasiado en la empresa puede ser señal de mediocridad y
estancamiento laboral: te quedas porque no eres capaz de encontrar nada mejor,
o simplemente eres un conformista sin ambición.
Por otro lado, la llegada de tantos trabajadores bien
pagados al área de San Francisco ha tenido un efecto perverso tanto para ellos
como para los habitantes más antiguos de la zona, conocido como
“gentrificación” El precio de los alojamientos en el área se ha elevado tanto
que lleva a situaciones absurdas: empleados de Google que viven en una camioneta en
el parking del campus para ahorrarse el desorbitado alquiler.
Nada descabellado teniendo en cuenta que alquilar una tienda de campaña en el jardín de
una casa de Silicon Valley (con derecho a ducha) cuesta 899 dólares al mes. A
día de hoy es más barato vivir en un castillo Francés en la
Aquitania que en un apartamento en algunas zonas de San
Francisco. Por ello, pese a los elevadísimos salarios que cobran estos
trabajadores el alojamiento se convierte en un problema como para cualquiera de
nosotros.
Conclusión: Cada trabajador es protagonista de una carrera entre
capacitación personal y desarrollo tecnológico basada en reglas inciertas de la
que es fácil quedar descolgado. Hay incertidumbre respecto al futuro. Los
puestos más cotizados dentro de diez años no existen hoy. Miles de años después
del antiguo testamento seguimos sudando , ya sea por el esfuerzo físico o por
el estrés. El árbol de la ciencia nos permitiría volver a abrir las puertas del
edén (al menos a una parte del mundo) sin embargo seguimos corriendo en la
dirección contraria.
Jose
Antonio Gallego
Director
de Singular People Tools,
experto en innovación y nuevas tecnologías
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