REFLEXIONES ESTRATÉGICAS PARA TIEMPOS DE COLAPSO CIVILIZATORIO
En estos momentos de cumbres climáticas y periodos
electorales es necesario no solo mirar la táctica, los pasos cortos, sino
también la estrategia, la mirada larga. Este texto pretende ser una
contribución a lo segundo.
Vivimos las primeras etapas de un cambio civilizatorio de
grandes proporciones. Dos de sus características básicas son una reducción de
la energía y de los materiales disponibles. Esto va a suponer una mayor
simplificación social (menos personas, interconexiones y especialización
social). Esta simplificación se plasmará en la quiebra del capitalismo global,
el fin de la hegemonía estadounidense, el alza de los conflictos por el control
de los recursos, la fuerte reconfiguración del Estado con una merma de
capacidad de acción, la pérdida masiva de información y el descenso
demográfico.
Este colapso no es una opción, es inevitable. Lo que no está
escrito es qué velocidad tendrá, qué profundidad alcanzará o cómo se
reconfigurarán los ecosistemas y las sociedades humanas. No voy a justificar
este escenario, lo que hemos hecho en otra parte [1], sino que parto de él para tener espacio para las
reflexiones estratégicas.
El colapso del sistema industrial brindará oportunidades
para la eclosión de nuevas sociedades más justas, solidarias e,
inevitablemente, sostenibles. Pero estas oportunidades serán más cuanta menor
degradación social[2] y ambiental se
produzca. Es decir, que cuanto
peor, peor: a menor
capacidad colectiva de navegar a través del colapso, mayores probabilidades de
que eclosionen nuevos autoritarismos o fascismos. La segunda idea fuerza es la
imprescindible creación de alternativas, de nuevas instituciones [3]. A partir de ahí, comparto algunas reflexiones
estratégicas.
Estado de
emergencia
Necesitamos entender que tenemos que poner en marcha medidas
de estado de emergencia, de estado de
excepción o de periodo
especial, como
dirían en Cuba. Esto no es solo aplicable a las instituciones, sino también a
las actividades del conjunto del cuerpo social y, por supuesto, de los
movimientos que surgen en y de él.
Este estado de
emergencia debería dar la vuelta a las prioridades sociales
claramente mayoritarias desde la Revolución Industrial. No es el momento de
poner delante las luchas por mejorar la calidad de vida de los seres humanos
frente a la conservación de ecosistemas equilibrados. Es el tiempo de priorizar
los temas ambientales frente a los sociales, porque en ellos están los
elementos básicos para la supervivencia de la mayoría de la población.
De este modo, hay cuatro desafíos que deben ser centrales:
i)
Transición energética hacia un modelo basado en las
renovables. Este modelo podrá ser en una primera y breve fase de renovables
basadas en altas tecnologías (como las actuales), pero a medio plazo tendrá que
evolucionar hacia renovables más sencillas. Esto implicará sociedades en las
que el consumo será mucho menor y más dependiente de los flujos naturales [4].
ii)
Pasar de una economía de la extracción a una economía de la
producción. Es decir, de una economía basada en la extracción de materiales no
renovables del subsuelo, a una economía en la que, gracias a su integración con
el resto de los ecosistemas, se puedan cerrar los ciclos. Esto significa, entre
otras cosas, que el metabolismo tendrá que evolucionar de industrial a agrario [5].
iii)
Evitar que se activen los bucles de realimentación positivos
del cambio climático. Es decir, conseguir que no se pongan en marcha los
procesos por los cuales el clima evolucionaría hacia un nuevo equilibrio 4-6ºC
superior al actual, independientemente de lo que hagan ya las sociedades
humanas [6].
iv)
Frenar la pérdida de biodiversidad, el desequilibrio de los
ecosistemas, y con ello la pérdida de funciones ecosistémicas de las que dependemos.
Pero priorizar los temas ambientales no quiere decir
descuidar los sociales. Si esto ocurriese, lo que surgirían serían sociedades
de corte eco-autoritario o eco-fascista. A la vez que afrontamos estos desafíos
hay que redistribuir la riqueza y el poder. Es más, sin sociedades justas y
democráticas no habrá sociedades sostenibles, pues la dominación entre los
seres humanos y sobre el resto de los seres vivos están interrelacionadas [7].
Dicho con ejemplos, no es el momento de luchar por
los puestos de trabajo en las minas, sino de invertir fuertemente en
renovables; no es el tiempo de perseguir una mejor retribución para el
campesinado que es parte del sistema agroindustrial, sino de apostar fuerte por
la agroecología; no toca invertir en transporte y comunicación, sino de hacerlo
en autonomía local; no hay que recalificar a urbanizable más territorio, sino
iniciar el desmontaje ordenado de las metrópolis.
La concepción social e institucional de que vivimos un estado de emergencia es lo que podrá
hacer concebible lo impensable. Es lo único capaz de centrar las fuerzas
colectivas en lo importante y no en asuntos secundarios o contraproducentes.
Hay precedentes históricos que muestran la fuerza de esta percepción. Por
ejemplo, durante la II Guerra Mundial esto sucedió en Reino Unido y EEUU, lo
que permitió que las personas redujesen voluntariamente su consumo, floreciese
la creación de huertos urbanos o se apostase por fuentes energéticas
alternativas. En general, las sociedades y las instituciones trabajaron en el
mismo sentido (una pena que fuese el bélico).
Pero estamos lejos de que exista esta percepción,
tanto en las sociedades como en las instituciones, ¿cómo puede suceder?
Sensibilización por
los hechos
El intento de que se conciba este estado de emergencia (aunque sea en versiones suaves) ha sido uno de los ejes
principales del trabajo del movimiento ecologista. Creo que es el momento de
asumir nuestro fracaso histórico. No hemos conseguido evitar el colapso
civilizatorio ni ecosistémico. De este modo, esta sensibilización probablemente
va a llegar por los hechos, es decir, conforme la quiebra del orden
socioeconómico y ambiental se haga cada vez más patente.
Tal vez esa labor de sensibilización que tantos esfuerzos
nos ha supuesto no sea el momento de continuarla. No porque no sea importante,
sino porque igual no es muy eficaz y, sobre todo, porque hay otras tareas más
urgentes a las que tenemos que dedicar atención.
Esto no es en absoluto una buena noticia, pues la sensibilización por los hechos generará desesperación social y la desesperación es muy mala
compañera para cambios sociales de carácter emancipador. Frente a la
desesperación, un elemento fundamental será ayudar a dar seguridad a la
población. Hay tres elementos que podrían ayudar a este fin.
En primer lugar, sentimos más seguridad si, aunque no
podamos controlar lo que ocurre, por lo menos lo entendemos. De este modo, es
fundamental ayudar a que las personas construyan marcos explicativos holísticos
de la crisis sistémica. El análisis y explicación de lo que sucede es mucho más
que un acto intelectual, es un mecanismo de seguridad.
La segunda idea es que necesitamos emociones que nos
sirvan de pértiga para saltar sobre la desesperación. Una fundamental es la
esperanza. Eso es justo lo que estuvo detrás del éxito de lemas como “sí se
puede” u “otro mundo es posible”, que fueron capaces de retirar la losa del “no
hay alternativa” impuesta por el neoliberalismo.
La esperanza no se construye sobre la nada, sino que
requiere de razones sobre las que sostenerse. Y las hay:
i)
La historia está plagada de ejemplos en los que ha surgido
lo improbable. Lo improbable entendido estadísticamente y también como lo que
el ser humano considera como difícil que ocurra, pero que tiene sólidas bases
por debajo [8].
ii)
El ser humano es un potente agente generador y creador que
es capaz de realizar grandes cosas. Además, es tremendamente plástico,
adaptable. Es como una célula madre que, igual que puede convertirse en un
tumor, también puede transformarse en un corazón.
iii)
A pesar de que la historia de la humanidad reciente está llena de
actos brutales y de la promoción de valores bélicos y dominadores, el ser
humano, incluso en los periodos más desfavorables a la cooperación y el
altruismo, ha mostrado estos comportamientos. Es más, la base de la
reproducción social está en esas labores de cuidados que tienen mucho más que
ver con el amor que con el odio. Como poco, una parte profunda del ser humano
anhela y busca la bondad y la relación armónica con el resto de la especie y
del entorno.
iv)
Las crisis, además de dolor, también traen esperanza.
Implican una catarsis rápida, personal y social. Los procesos que se ven
lejanos, ajenos y complicados se entienden y sienten de golpe. El cambio cobra
sentido. Además, las crisis provocan que las viejas formas de hacer las cosas
dejen de funcionar y de tener credibilidad, y dan oportunidades a otras ideas
nuevas.
v)
En el colapso que estamos empezando a vivir, un elemento
básico de supervivencia será el trabajo en colectivo. Lo colectivo no es
necesariamente emancipador (puede ser a costa de otros grupos), pero puede
serlo, entre otras cosas porque requiere del desarrollo de la empatía.
vi)
El formato social al que se encamina la humanidad será de
dimensión más reducida, y lo pequeño cambia más rápido y es potencialmente más
democrático. Lo mismo se podría decir de sociedades con menos energía
disponible y basadas en renovables. Y de aquellas en las que la tecnología será
más sencilla y de acceso más universal. Además, habrá más diversidad de
organizaciones sociales, lo que dará oportunidad a que, al menos algunas de
ellas, consigan superar las relaciones de dominación y se conviertan en
referencias más fácilmente reproducibles.
Pero lo que más seguridad proporciona a las personas es que
tengan formas de mantener un mínimo de vida digna. En este sentido, será
fundamental el sostenimiento de los servicios sociales hasta donde sea posible
en un Estado que tendrá cada vez menos recursos fruto de la crisis profunda [9]. Pero, por encima de ello, en la medida que el
Estado y el mercado irán siendo cada vez más incapaces de proveer servicios
básicos, será imprescindible la creación de nuevas instituciones, de
alternativas para que las personas puedan tener una vida digna.
Construcción de economías
y sociedades viables en un escenario de colapso
Una primera cuestión está en qué se puede esperar de
las instituciones del Estado y de las nuevas instituciones no estatales creadas
por movimientos sociales en los escenarios por venir. La propuesta sería que el
papel de las instituciones estatales sería el de facilitar o, por lo menos,
dejar hacer, mientras que el de las nuevas instituciones sería hacer. Veamos
por qué.
El entorno y los valores forman un marco de juego que los
movimientos sociales y las élites son capaces de cambiar a través de actos
concretos que respondan a las necesidades humanas generando emociones que
potencien dicho cambio. Si se conjugan todos los factores, los actos tendrán
sentido. Solo cuando surge este sentido se integra el sistema de valores con
las emociones, los actos con el pensamiento, se pasa de hacer las cosas porque se deben hacer a realizarlas
porque se quiere.
Lo que tiene sentido es lo que pone más en marcha y lo hace
de forma más continuada en el tiempo [10]. De este modo, la creación de nuevos contextos de
vida no es solo un requisito para tener una existencia digna en medio del
colapso civilizatorio, sino que es un elemento necesario para que cambien las
personas.
Sin participación directa, sin vivencia de nuevas formas de
relación social, no habrá cambios sociales. Los cambios no vendrán desde arriba
(mediante políticas que partan de las instituciones), sino que tendrán que
partir de la autoorganización social desde abajo. Las sociedades son los
motores del cambio, mientras las instituciones actuales podrán ser los
catalizadores.
La segunda razón es que la creación de nuevas instituciones,
de alternativas, tiene lógicas distintas que intentar construir a partir de las
existentes que, en mayor o menor medida, están basadas en relaciones de poder [11]. La gestión de un Estado necesita de la creación de
mayorías y requiere, por tanto, de cuerpos sociales más o menos homogéneos. En
contraposición, la creación de instituciones puede no ser estatocéntrica. No
necesitan convencer al grueso del cuerpo social de que haga lo mismo, no tiene
que marcar una hegemonía, simplemente puede funcionar, si tiene la fuerza
suficiente, desde la autonomía, conviviendo de forma más fácil con otras formas
de organizar la sociedad.
Por supuesto, esto con claros límites en un mundo
económicamente globalizado, con unas desigualdades de poder nunca antes
conocidas y marcado por elementos como el cambio climático, que tienen una
influencia planetaria. Desde ahí, toma todo el sentido aprender de los
zapatistas, que construyen su autonomía económica, educativa, política o
sanitaria conviviendo con otras comunidades que no son zapatistas. Las ciudades
en transición sería una iniciativa a este lado del Atlántico que tiene algunas
lógicas parecidas.
Por último, la apuesta por retomar y dispersar el
poder (crear nuevas instituciones) frente a tomarlo tiene como base ontológica
la confianza en el ser humano, el considerar que somos capaces de convivir de
otra forma por voluntad propia, no por imposición (lo que no quita que las
instituciones no puedan ser catalizadores de estos cambios). Esta confianza en
que el ser humano es capaz de convivir en armonía con sus congéneres y con el
entorno (lo que no obvia que no haya conflictos, por supuesto) es
imprescindible para que haya cambios sociales emancipadores. Es más, no habrá
sociedades democráticas si no se han construido con métodos democráticos.
De este modo, la creación de nuevas instituciones, de
alternativas, es imperiosa. Para que esto sea posible hacen falta una serie de
requisitos. Entramos en algunos de ellos en el plano económico.
Un primer requisito es que estas alternativas tendrán que
ser autónomas, solo así podrán sobrevivir [12]. En este aspecto, el mundo laboral es fundamental, pues
en el capitalismo la salarización ha permitido atar a gran parte a las
personas. Si el principal argumento que hemos tenido que sufrir el mundo
ecologista ha sido el de la pérdida (o creación según el caso) de empleos es
porque es un argumento muy real. En contraposición, los movimientos campesinos
han tenido una mayor capacidad de resistencia, entre otras cosas porque han
tenido una mayor autonomía del mundo del salario cuando han poseído la tierra y
las herramientas. Desde ese prisma, el nuevo cooperativismo cumple un papel
central.
Una empresa necesita un conjunto de factores para
funcionar: trabajo, recursos naturales (energía, materiales) y financieros,
tecnología, una organización y un mínimo de cooperación interna (de sentimiento
de pertenencia de quienes trabajan en ella). Además, habría que añadir las
labores de cuidados de las personas y del medio físico. La economía neoclásica
defendió que los factores son intercambiables y, en concreto, el capital (los
recursos financieros) es el elemento clave que puede sustituir cualquier otro.
Esto no es cierto: no se puede producir sin materia o
energía, ni generar riqueza sin recurrir al trabajo de las personas (incluido
el de cuidados). Sin embargo, sí es posible una sustitución parcial. Esta será
una de las claves que permitan el crecimiento de empresas solidarias, en las
que fuertes dosis de cooperación entre sus integrantes y con otros entes
sociales (empezando por la economía doméstica) permitan suplir la carencia
financiera, material, energética y tecnológica que va a ser característica de
esta etapa.
Por ejemplo, la agrupación organizada de
trabajadoras/es permitirá crear mecanismos de crédito propios (monedas
sociales, mutualidades, cooperativas de crédito), movilizar energía humana que
sustituya a la fósil, ahorrar y reciclar los recursos por entenderlos como un
bien común, y generar tecnologías basadas en materiales biológicos y de bajo
consumo energético. La cooperación tendrá un papel fundamental, porque es la
que permitirá un trabajo más eficiente gracias a dotarlo de sentido.
Otra reflexión sobre las alternativas es que, en
tiempos de fuertes cambios que no sabemos hacia donde puedan evolucionar, una
estrategia inteligente (la misma que usa la naturaleza para conseguir
seguridad) es maximizar la diversidad. Crear la mayor cantidad de alternativas
que podamos para tener más probabilidades de que alguna pueda tener éxito. No
solo tenemos que crear muchas, sino que también tenemos que dar saltos de
escala.
Los grupos de consumo son iniciativas muy
interesantes, pero no permiten abastecer a grandes colectividades, ni sirven
para la restauración colectiva. Estos saltos de escala, que ya se están dando
en varios campos, surgirán de la agregación de experiencias pequeñas que junten
la masa crítica para estos cambios cualitativos. Tendrán que crear mecanismos
que generen confianza, como etiquetas ecosociales y auditorías; ser capaces de
aglutinar cantidades apreciables de ahorro colectivo; crear economías de
escala, aunque sea pequeña; o articular monedas sociales.
También tendrán que tomar decisiones colectivas en
ámbitos, al menos, de nivel medio, algo que las opciones autoritarias
solucionan de forma más expeditiva. Además, será necesaria la
desmercantilización de las relaciones sociales, siguiendo el ejemplo del
movimiento obrero, que alcanzó victorias gracias a que sacó del mercado los
servicios públicos (en parte) y consiguió que la negociación del salario
también fuese (parcialmente) algo ajeno al mercadeo gracias a la negociación
colectiva.
Que el crecimiento de la economía solidaria se lleve
a cabo no es ni mucho menos inevitable: las empresas solidarias podrán no
superar un alto nivel de precariedad (no generar recursos para mantenerse y
sobrevivir con aportes externos continuados) o de subsistencia (se mantendrían
sin crecer). Todo dependerá de la correlación de fuerzas, de los imaginarios
colectivos que se articulen, pero también del buen o mal hacer de los
proyectos. Estas empresas tendrán que ser eficientes. Si no lo consiguen, no
serían una alternativa a la empresa capitalista y no tendrían los recursos
físicos, energéticos, humanos, de conocimiento y financieros que requieren.
Sin embargo, la eficiencia no es maximizar el
beneficio, sino la satisfacción de las necesidades de todas las personas que
participan en la actividad económica, así como la perpetuación de la empresa. Pero
el colapso no es un hecho súbito, sino un proceso, por lo que la construcción
de alternativas requiere facilitar los contextos para que puedan suceder.
Parar la degradación
socio-ambiental
Como dijimos, desde el punto de vista social, cuanto peor, peor. Esto requiere
actuar sobre asuntos que son del siglo XX, pero que no serán del siglo XXI. Por
ponerlo con un ejemplo, probablemente en unas décadas no tendrá sentido luchar
contra la firma de tratados de libre comercio, entre otras cosas porque el
transporte será caro, lo que cortocircuitará el intercambio global. Pero hoy sí
es fundamental esa lucha para frenar la degradación socio-ambiental. Es decir,
que tendremos que seguir muchas de las campañas típicas de nuestra actividad en
el siglo pasado.
Pero seguir esas campañas no implica hacerlo con las
mismas estrategias. Nuestras formas de actuar deben ser las del siglo XXI.
Debemos aprender de los éxitos de experiencias como la PAH que, partiendo de
problemas muy significativos, han sabido conjugar identidades abiertas, con la
creación de una fuerte legitimidad social hacia sus acciones, y un cambio en
los paradigmas sociales y personales poniendo en cuestión (parcialmente)
elementos como la devolución de las deudas.
Además, nuestras miradas tendrán que ser las del siglo XXI,
las de un colapso que se va profundizando. Una implicación de esto es que las
campañas deberán estar atravesadas por la urgencia de la creación de los nuevos
sistemas socio-económicos ya nombrados. Una segunda es que en este caso
probablemente el tiempo corra a nuestro favor. En el siglo XX, luchas que se
alargaban mucho producían un fuerte desgaste que, en bastantes ocasiones, era
un elemento central de las derrotas. Pero en el siglo XXI, cuanto más se
alarguen las luchas del siglo
XX, más
oportunidades habrá de ganarlas, pues los proyectos irán teniendo menos sentido
en un contexto de quiebra del capitalismo global.
No violencia
En un entorno de fuertes tensiones y de cultura militarista,
las tentaciones de adoptar una estrategia violenta serán muchas, pero la opción
por la no violencia es fundamental. Por un lado, “la violencia no trae más que
sufrimientos e insensibiliza ante el dolor ajeno, impone la dialéctica
amigo-enemigo, deshumaniza al adversario político, termina militarizando la
rebeldía, cierra puertas, destruye puentes que tienen que volver a construirse,
desvía objetivos, condiciona la práctica del conjunto de la disidencia,
facilita la violencia del Estado, obstaculiza la participación social y lleva a
la inmovilidad de la mayoría” [13].
Las estrategias basadas en la violencia dificultan el
camino hacia la justicia en la medida en que van creando nuevas situaciones de
injusticia y, sobre todo, cambian la psicología tanto de quien la ejerce como
de quien la sufre, estructurando relaciones de dominación. La lógica de la
dominación es coherente entre fines y medios y eso le da una gran fortaleza. El
éxito de nuestras luchas provendrá de esa misma coherencia: los medios
justifican los fines, ya que no es posible distinguir con nitidez unos de
otros, pues los fines se convierten en medios para otros fines. Además, cuanto
mayor sea la distancia entre ellos, más fácil será que los objetivos se
corrompan. En resumen, la estrategia violenta fracasa cuando triunfa y cuando
fracasa. La no violencia fracasa solo cuando no consigue sus objetivos y, aún
en ese caso, mejora el tejido social.
Además, las actuaciones no violentas suelen tener más éxito.
Ante situaciones similares de represión, los movimientos no violentos que
luchan por un cambio de régimen o contra la ocupación tienen más posibilidades
de conseguir sus objetivos que los armados. Las probabilidades de éxito
aumentan cuando se moviliza a un gran número de personas y cuando se innova
táctica y estratégicamente [14].
Este mayor porcentaje de éxito se debe a varios
factores:
i)
En general, las estrategias no violentas consiguen una mayor
legitimidad a nivel estatal e internacional.
ii)
Incentivan una mayor participación en las luchas y un
acrecentado aislamiento de los grupos que ejercen la violencia.
iii)
Es más fácil que las fuerzas armadas desobedezcan las órdenes
de atacar a un grupo pacífico que a uno violento.
iv)
Cuando dos bandos quieren ganar a un tercero, los argumentos
morales resultan determinantes (aunque no únicos), por lo que el pacifismo
tiene ventaja.
v)
Estas opciones consiguen llegar a posiciones de negociación
con más facilidad, ya que la otra parte no siente amenazada su integridad
física ni tiene bajas.
vi)
La no violencia sitúa el campo de lucha en un escenario
distinto, desarma la estrategia violenta que espera la respuesta mimética.
Además, es más capaz de dispersarse y de tener múltiples objetivos.
Pero las opciones no violentas también tienen debilidades,
pues requieren de un apoyo más amplio de la población para tener éxito, tienen
más complicado el control de recursos estratégicos y su eficacia desciende más
rápido que la de las opciones violentas cuanto más se alarga la campaña.
Aunque, a la inversa, cuanto más larga es la lucha mayores son los aprendizajes
y, de tener éxito, más posibilidades hay de una sociedad transformada.
Socialmente cuesta vislumbrar la no violencia como camino
por la fuerza de la cultura dominadora, aun cuando la gran mayoría de los
conflictos en la vida cotidiana, pero también a nivel meso y macro, se
resuelven de forma no violenta. De hecho, los movimientos sociales ya son
alternativas de defensa popular no violenta desde sus prácticas de protección
de elementos centrales para las personas (alimentación, sanidad, educación) [15].
En realidad, no existen dos culturas puras, la violenta y la
no violenta, sino toda una gradación intermedia. Por ello, en la transición
hacia un mundo no violento desde la situación actual una posible opción es ir
rebajando el uso de la violencia, aunque se tenga que emplear por ser el lenguaje común. Se
responderá a la violencia con grados decrecientes de violencia. Así, no es lo
mismo defenderse que atacar, por ejemplo.
La forma de actuar del EZLN encajaría mucho con este tipo de
actuación. Además, ante una agresión también se podrá huir, pedir ayuda o
resistir pacíficamente. Otra opción será cambiar el marco de juego, por ejemplo
moverse por otro lado del territorio o llevar el conflicto a otro plano.
Volviendo al principio, ¿cuanto peor, peor?
Finalmente, se puede poner en duda el presupuesto inicial
con el que comenzaba el texto, porque no está tan claro que la opción de un
colapso rápido y temprano [16] no sea la más
deseable desde una mirada macro. Esto se parecería bastante a cuanto peor, mejor.
Un colapso rápido y temprano permitiría que los ecosistemas
se degradasen menos. Esto es especialmente patente en el cambio climático. Es
ahora cuando todavía hay alguna posibilidad de que no se disparen los bucles de
realimentación positiva y, para que esto ocurra, es imprescindible una
reducción muy fuerte y acelerada de las emisiones de gases de efecto
invernadero. Este colapso rápido y temprano permitiría que los contextos de
vida para el conjunto de los seres vivos, entre los que estamos los seres humanos,
se pareciesen más a los actuales. Sería más sufrimiento a corto plazo pero,
desde una perspectiva histórica, colocaría a la biosfera en mejores
condiciones. En realidad, a nivel ecosistémico los resultados serían más o
menos equivalentes a los que se podrían conseguir si se pusiese en marcha el
“estado de emergencia” nombrado antes [17].
Pero esta equivalencia sería solo a nivel
ecosistémico, ni mucho menos a nivel social. Un colapso rápido y temprano
aumentaría mucho los grados de sufrimiento social y las posibilidades de que
las sociedades que emergiesen se basasen en nuevos autoritarismos o nuevos
fascismos.
Vistas así las cosas, ninguna de estas dos opciones
son deseables desde el punto de vista humano (no así para la mayoría del resto
de los seres vivos, que claramente “preferirían” el colapso rápido y temprano).
Por ello, cobra más relevancia aún que seamos capaces de conseguir que el
“estado de emergencia” sea una realidad.
(Este
artículo es complementario al titulado “Entre la toma de las instituciones y la
creación”. Además, parte del análisis realizado en En la espiral de la energía.)
Notas:
[1] Fernández Durán, R.; González Reyes,
L. (2014): En la espiral de la energía. Libros en Acción y Baladre.
Madrid. Descargar: http://www.ecologistasenaccion.org/article29055.html
[2] Por degradación social me refiero a la pérdida de
tejido social, de lazos de apoyo mutuo, la lucha de todos/as contra todos/as
extendida, la degradación moral que hace que un elemento básico de la humanidad
(la sociabilidad) desaparezca o se diluya.
[3] González Reyes, L.; García Pedraza, N.
(2015): “Entre la toma de las instituciones y la creación”. Libre Pensamiento, nº 82. :http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Entre-la-toma-de-las-instituciones
[4] Las renovables, por múltiples razones
que argumentamos en En la espiral de la energía (apartado 8.2), proporcionarán
menos energía que los combustibles fósiles. Además, el futuro pasará por
formatos tecnológicos más sencillos (apartado 9.9).
[5] En realidad, estos dos primeros
desafíos son transiciones inevitables que van a suceder en cualquier caso en el
colapso que estamos viviendo. No hay energía para sostener el metabolismo
industrial en el tiempo. Pero no será lo mismo que las sociedades sean capaces
de ordenar mínimamente estas transiciones a que sean caóticas y fruto de la
desesperación.
[6] Algunos de estos bucles serían la
liberación del metano contenido en el suelo helado (permafrost) y los lechos
oceánicos, y el deshielo de amplias regiones blancas. Se pueden consultar en En
la espiral de la energía (apartado 8.4).
[8] Por ejemplo, el 15-M surgió porque
había condiciones sociológicas y materiales para ello, aunque no se viese
venir.
[9] Argumentamos esto en En la
espiral de la energía (apartado 9.7) y, de forma más breve, en “Entre la toma de las
instituciones y la creación”.
[12] Razeto Migliaro, L. (2007): Lecciones
de economía solidaria. Realidad, teoría y proyecto.Uvirtual.net. Chile.
[13] Ormazabal, S. (2009): 500
ejemplos de no violencia. Otra forma de contar la historia. Bidea Helburu Taldea, Manu
Robles Arangiz Institua. Bilbao .
[14]
Stephan, M. J.; Chenoweth, E. (2008): “Why Civil Resistance Works: The
Strategic Logic of Nonviolent Conflict”. En International Security, DOI: 10.2307/23141295.
[15] Utopía Contagiosa (2012): Política
noviolenta y lucha social. Alternativa noviolenta a la defensa militar. Libros en Acción. Madrid.
[16] De Castro, C. (2015): “En defensa de
un colapso de nuestra civilización rápido y temprano”. http://www.15-15-15.org/webzine/2015/04/26/en-defensa-de-un-colapso-de-nuestra-civilizacion-rapido-y-temprano/
[17] Solo más o menos pues, por ejemplo,
los agrosistemas se desestabilizarían sin la intervención humana. Para ellos,
un colapso más ordenado sería preferible.
FUENTE:
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