¿QUÉ PASARÍA SI NO HUBIERA NAVIDAD,
NI FIESTAS DE FIN DE AÑO?
En la medida en que se acerca el mes de diciembre, el mundo
occidental, y sus colonias culturales, activan en la humanidad un desenfrenado
deseo de compras-regalos-fiestas-estrenos… La TV, las radios, las iglesias, los
jefes y empleados se desean mutuamente: “felices fiestas”… Se activa una
atmósfera estridente de consumopatía que envuelve e invade a cristianos y no
cristianos.
En los países enriquecidos, las y los comensales inundan los
centros comerciales, tarjetas en mano, para pagar las compras de infinidad de
productos nuevos que jamás utilizarán. Sí. Los días del año, ni la vida
frenética, les da tiempo para utilizar todo lo comprado en estas fiestas. Por
eso, cada cierto tiempo desocupan sus armarios y depósitos para deshacerse de
objetos nuevos para reponerlos con ropa o aparatos de moda. Si no consumen así,
caen en la depresión psicológica.
En los países empobrecidos se pintan igual o peores
estampas. Gente que no tiene para comer en el año, malgasta, derrocha, su poco
dinero en comprar todo lo que la Señora Televisión le ordena consumir entre la
última semana de diciembre y la primera semana de enero. En ese tiempo, las y
los empobrecidos, ninguneados por el sistema, desean y se esfuerzan por “formar
parte” de la ilusoria sociedad “desarrollada”, de donde proviene la mítica
Navidad y Año Nuevo.
En esas dos o tres semanas de consumismo frenético, la
economía de la industria y el comercio mundial vende cerca del 30% de lo que
mueven en todo el año. Pero, de este porcentaje de compras, pasada las fiestas,
se tira a la basura cerca del 70% de los productos. Recargando a la herida
Madre Tierra con más contaminación y destrucción. La FAO dice que, en el mundo,
cada año se tira a la basura el 30% del total de la comida existente, mientras
millones de seres humanos mueren de hambre. ¿No es esto una enfermedad o
un síndrome del hombre desarrollado?
¿Cuántos comensales son conscientes de lo que celebran en
estas fiestas?
Lo más vergonzoso de nuestras espectaculares sociedades
unidimensionales es que casi ningún comensal de estas fiestas sabe explicar el
por qué de los míticos símbolos navideños que los estimulan. ¿Qué significa el
árbol de pino, Papá Noel, las manzanas, o las luces? ¿Desde cuándo se arman los
pesebres? ¿Por qué las imágenes de los miembros de la sagrada familia son de
color blanco?…
La Navidad y el Año Nuevo son aportes del cristianismo al
sistema-mundo-occidental
En el siglo XI, San Francisco de Asís, para motivar a la
feligresía católica, armó la primera performance del nacimiento sagrado en el
pórtico del templo de Asís, intentando reproducir la narración bíblica del
nacimiento divino. Desde entonces, las familias católicas arman los nacimientos
con imágenes que se asemejan físicamente a los europeos. Históricamente Jesús
de Nazaret y sus parientes fueron de color trigueño/cobrizo (hebreos).
Lo de la fecha del 25 de diciembre, es fruto del esfuerzo de
inculturación que el cristianismo realizó históricamente para anunciar y fijar
los mensajes religiosos en el imaginario colectivo de sus creyentes. Es decir,
montar fechas festivas y lugares sagrados cristianos sobre fechas y lugares
precristianas (“paganas”) para que las y los nuevos conversos al cristianismo
no sufriesen demasiado choque cultural. Ocurrió con la Navidad.
En la Roma politeísta, el 25 de diciembre se recordaba el
nacimiento de Apolo (Sol Invictus), una de sus divinidades. Germanos y
escandinavos, el 26 de diciembre, celebraban el nacimiento de su divinidad
Freyr (Señor del sol y de la lluvia). Sobre estas festividades se impuso
(inculturó) la Navidad cristiana.
Además, los pueblos nórdicos, como los celtas, hacían, y aún
realizan, ceremonias espirituales con fuego (luz) en el solsticio de invierno
(21 de diciembre), pidiendo al astro (divinidad) sol para que vuelva a iluminar
y calentar a la Tierra. Es el período más frío del año, y de mayor oscuridad.
Casi toda la vegetación se marchita, menos el árbol de pino. De allí que el
pino, en el imaginario doctrinal cristiano nórdico represente a la vida que se
impone a la muerte. Por eso el mensaje central de la Navidad es: “Dios que nace
en la oscuridad para traer vida al mundo”. En el hemisferio Sur, cósmicamente ocurre
todo lo contrario.
Con las fiestas de Año Nuevo, ocurre otro tanto. Por
ejemplo, las civilizaciones andinas celebramos el año nuevo el 21 de junio
(Natalicio del Tata Inti, solsticio de invierno en el Sur). Los musulmanes
celebran el Año Nuevo dependiendo del inicio de su calendario lunar (el 2014,
celebraron el 25 de octubre). Según el calendario solar maya, el Año Nuevo, en
el 2014, fue el 21 de febrero. Estas y otras fechas son y fueron celebraciones
espirituales-familiares-comunitarios, sin derroche ecocida.
Pero, sobre los universales fijados por los imperios
cristianos, ahora se impuso el imperio del dólar para anexar comercialmente a
todo el planeta. Para este fin capitalizan la imaginación navideña de San
Francisco de Asís. Activan y configuran en cada uno/a de nosotros la nostalgia
del consumo familiar, creando nuevos y múltiples deseos como necesidades.
¿Qué pasaría si dejásemos de consumir y/o celebrar la
Navidad y Año Nuevo? ¿Se enfadaría el Niño Dios navideño, insensible ante tanta
opulencia y derroche de unos pocos (en su nombre) y la inanición de millones?
¿Por qué será que el cristianismo no libera de la responsabilidad a su
divinidad separando o suprimiendo estas fechas festivas que evidencian la mayor
impotencia o complicidad de su Creador?
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