AVISADNOS MEDIA HORA ANTES
DEL COLAPSO
Concejal: —
Envíeles un mensaje a todas las personas de esta lista, comunicando que el
alcalde solicita su presencia en una reunión urgente para abordar la grave situación
en la ciudad el lunes de la próxima semana…
Funcionaria: — ¿Mensaje? ¿Por Whatsgram?
Bueno, da igual, si no puede mandarles mensaje… llámelos entonces. Por orden según aparecen en la lista. Y páseme la llamada cuando los localice.
Funcionaria: — ¿Mensaje? ¿Por Whatsgram?
Bueno, da igual, si no puede mandarles mensaje… llámelos entonces. Por orden según aparecen en la lista. Y páseme la llamada cuando los localice.
Tuuuu… tuuuu… tuuuu… ¡clic!
—¿Profesor Muriel? ¿Pedro Muriel? Ya sabrá a estas alturas que tenemos un
problema importante en la ciudad. El gobierno central nos ha congelado el nuevo
crédito por orden de los interventores de la Troika y tenemos a más de un
tercio de los vecinos reclamando su Renta Básica desde hace cuatro meses.
—Sí, ya sé. Dígame: ¿cómo andan de gasolina?
—Las cinco gasolineras que aún disponen de combustible en la provincia están obligadas a servir a los vehículos municipales y de la diputación con prioridad sobre los privados, pero casi gastamos un tercio de los depósitos en ir a buscar allí la gasolina. Es… ¡es ridículo!
—Sí, por aquí andamos parecido, con restricciones y falta de suministro por todos lados. ¿Por qué me llamaba? ¿Qué quiere de mí ahora?
—Verá: queríamos que nos diera alguna… alguna indicación de qué podíamos hacer… con el tema de la energía, sobre todo. Usted y su grupo habían publicado unos estudios que…
—Las cien recomendaciones.
—Sí, unos estudios con recomendaciones para los ayuntamientos… para que hiciésemos frente a algo así.
—Su ayuntamiento nunca nos recibió. Les enviamos la solicitud de reunión hace más de tres años, si mal no recuerdo. Y también antes de las últimas elecciones.
—Las cinco gasolineras que aún disponen de combustible en la provincia están obligadas a servir a los vehículos municipales y de la diputación con prioridad sobre los privados, pero casi gastamos un tercio de los depósitos en ir a buscar allí la gasolina. Es… ¡es ridículo!
—Sí, por aquí andamos parecido, con restricciones y falta de suministro por todos lados. ¿Por qué me llamaba? ¿Qué quiere de mí ahora?
—Verá: queríamos que nos diera alguna… alguna indicación de qué podíamos hacer… con el tema de la energía, sobre todo. Usted y su grupo habían publicado unos estudios que…
—Las cien recomendaciones.
—Sí, unos estudios con recomendaciones para los ayuntamientos… para que hiciésemos frente a algo así.
—Su ayuntamiento nunca nos recibió. Les enviamos la solicitud de reunión hace más de tres años, si mal no recuerdo. Y también antes de las últimas elecciones.
—Sí, bueno, ya sabe, estos temas… nadie pensaba que… No podíamos arriesgarnos a tomar medidas impopulares en aquellos momentos, nos jugábamos la mayoría… Además cuando detuvieron a su compañero Jordi de Castro… vamos, no era conveniente para nuestra imagen que nos relacionasen con su equipo. Lo que quiero decir es que ahora a la alcaldesa le parece necesario retomar aquellas ideas y…
—Es tarde.
—¿Cómo?
—Que ya es tarde. Aquellas recomendaciones eran para prepararse, para anticiparse y ganar en resiliencia. Ahora ya lo tenemos encima.
—E-entonces… ¿qué nos sugiere hacer?
—Yo poco puedo hacer. Pasado mañana marcho con mis hijas a Uruguay. Nos vamos a vivir con mi hijo, que está allá. Lo siento mucho.
—Pero habrá algo que me pueda decir…
—¿Han intentado contactar con la gente de las Resilience Towns?
—Sí, sí… Nos han dicho que intentarán mandar una técnica en permacultura urbana desde Girona. Pero ya sabe que la comunicación con Cataluña está difícil desde que comenzó la Desobediencia y no sabemos si contar con ella…
—Ya, es una lástima.
—Aquí nadie sabe qué hacer, se… se lo digo con toda franqueza.
—Sí, ya me imagino. Bueno… recuerdo que había un antiguo documento de la Agencia Internacional de la Energía que igual les resulta de alguna utilidad llegados a este punto: How to save oil in a hurry, se titulaba.
—…In a hurry. Vale. Tomo nota y lo busco. Gracias, oiga, y… siento aquella estupidez mía.
—Sí, da igual. Les deseo buena suerte.
—Gracias.
—Ah, ¡espere! Una cosa más.
—¿Sí?
—¿Cómo está el servicio eléctrico por ahí? Quiero decir… ¿tienen cortes prolongados en la provincia?
—¿Por qué lo pregunta?
—Alcantarilla.
—¿El pueblo?
—No, la central nuclear.
—…
—¿Se acuerda de Fukushima?
—¡Joder!, no creerá que…
—No es que lo crea. Simplemente, si pueden hacer algo, lo que sea, asegúrense de que no se corta la corriente a la central más tiempo del que pueda durarles el combustible del generador auxiliar.
—Comprendo. …Se lo agradezco. Que tengan buen viaje.
—Adiós.
Tuuuu… tuuuu… tuuuu… tuuuu… tuuuu… tuuuu… ¡clic!
—¿Begoña del Río?
—Sí, ¿quién es?
—Soy Barahona, del ayuntamiento.
—Ah, sí, de Sabemos Ganar. Te recuerdo de una reunión en el parlamento hace años. ¿Cómo estás?
—Bien, bueno, ya sabes cómo va todo por aquí.
—Sí, ya me han contado. Yo no estoy muy al tanto, vivo bastante retirada.
—Sí, me había comentado algún amigo, pero… ¿sigues metida en el tema del Peak Oil y el Decrecimiento y..?
—Bueno, “metida” no sé. Ahora mismo donde estoy metida es en la zanja de la huerta. Me pillas en plena faena. Hay que sembrar las berzas, que es el momento.
—Ya… oye: yo te llamaba por aquel documento que nos habíais presentado con propuestas para adaptar la región al Peak Oil.
—Ah, sí, un documento muy currado, ¿verdad? Lo hicimos con mucha ilusión entre toda la gente de la asociación Resilencia & Soberanía. Pero poco caso le hicisteis, no me lo negarás. Mucha gente se quemó con vosotros. Era como golpear una y otra vez contra un muro. Te lo digo en confianza, ya sabes…
—Sí, bueno. Pero, verás… quería ir al grano. Aquellas medidas… ¿tú crees que se podrían aplicar aquí y ahora?
—¿En el ayuntamiento, quieres decir? ¿Para lo que está pasando?
—Sí, eso es. He estado repasando el documento y me parece que algunas cosas aún las podríamos hacer a nuestra escala, aunque otras…
—Sí, ya sé lo que me vas a decir: había que haberlas hecho cuando aún había pasta.
—Sí, bueno… nosotros o el gobierno autonómico, no sé.
—…Donde, por cierto, también estabais vosotros gobernando.
—Bueno, era un tripartito, no lo olvides.
—Claro, y con eso ya teníais disculpa. En fin, vosotros los políticos siempre con lo mismo. Y ahora que le habéis visto por fin las orejas al lobo acudís a nosotras.
—Bueno, más vale tarde que nunca, ¿verdad? Yo creo que es necesario por el bien de la gente de la ciudad que ahora todos tengamos un poco de humildad y…
—Pero ¡qué morro tenéis, Barahona!
—Begoña, nosotros…
—Que sí, que vale. Pero yo ahora estoy alejada de todo eso, quizás fuese mejor que hablases con alguien de un perfil más técnico y que haya aguantado en primera línea. ¿Has hablado con Muriel? Creo que sigue dando charlas.
—No. Ya he hablado con él y no puede. Se marcha del país.
—Vaya. Él era la mejor opción. Pues no sé… déjame que llame a alguna de mis compañeras en la asociación, igual todavía andan con esto, aunque por lo que sé cada una está haciendo la guerra en su zona. Ya sabes que Óscar Herrero se fue a vivir a una ecoaldea a Galicia… Quizás Juana, aunque creo que también había dejado la universidad. Yo aquí estoy muy desconectada, ya te digo. Estamos solos mi hijo, la burra y yo.
—Te agradecería enormemente si te pudieses acercar a una reunión de emergencia que ha convocado la alcaldesa. Te puedo asegurar que ahora está más que dispuesta a escucharos.
—¡Nos ha jodido!
—Te esperamos, ¿vale? Tú mira a ver a quién más puedes traer, ¿de acuerdo? Juana… o sea, la profesora Hirierdía sería ideal.
—Oye, una cosa. Tenéis problemas para pagar la Renta Básica que implantasteis en la anterior legislatura, tengo entendido.
—Sí, así es. Eso es ahora mismo lo que más nos preocupa. Todavía llega bastante comida hasta algunos de los supermercados, pero la gente no tiene dinero para comprarla.
—Dime. ¿Llegasteis a implantar lo de la moneda local que os proponíamos?
—No, nos parecía demasiado complejo de poner en marcha y que la gente no iba a aceptarla. Había otras prioridades, ya sabes.
—Sí, vale. Dime otra cosa: ¿cómo están las imprentas de la ciudad? Quiero decir… ¿cómo andarían de suministros de papel y tinta para lanzar una emisión importante de billetes?
—Pues no lo sé, lo preguntaré. No llevo el área de comercio. Pero me parece que las imprentas han cerrado todas menos una.
—Y ¿dónde está la que aún funciona?
—Es una cooperativa, creo. Está en el barrio del Zoquito.
—Zona de la comuna, ¿verdad?
—Sí.
—Vale. Hablamos cuando vaya a la reunión. Mándame un mensaje cuando sepas el lugar y la hora.
—¿Un correo electrónico o un whatsgram?
—No, un SMS de los de antes. Ya no tengo Internet.
—De acuerdo. Quedamos así, entonces. Me alegrará verte de nuevo, Begoña. Muchas gracias.
—Vale. Hasta luego.
—Sí, ¿quién es?
—Soy Barahona, del ayuntamiento.
—Ah, sí, de Sabemos Ganar. Te recuerdo de una reunión en el parlamento hace años. ¿Cómo estás?
—Bien, bueno, ya sabes cómo va todo por aquí.
—Sí, ya me han contado. Yo no estoy muy al tanto, vivo bastante retirada.
—Sí, me había comentado algún amigo, pero… ¿sigues metida en el tema del Peak Oil y el Decrecimiento y..?
—Bueno, “metida” no sé. Ahora mismo donde estoy metida es en la zanja de la huerta. Me pillas en plena faena. Hay que sembrar las berzas, que es el momento.
—Ya… oye: yo te llamaba por aquel documento que nos habíais presentado con propuestas para adaptar la región al Peak Oil.
—Ah, sí, un documento muy currado, ¿verdad? Lo hicimos con mucha ilusión entre toda la gente de la asociación Resilencia & Soberanía. Pero poco caso le hicisteis, no me lo negarás. Mucha gente se quemó con vosotros. Era como golpear una y otra vez contra un muro. Te lo digo en confianza, ya sabes…
—Sí, bueno. Pero, verás… quería ir al grano. Aquellas medidas… ¿tú crees que se podrían aplicar aquí y ahora?
—¿En el ayuntamiento, quieres decir? ¿Para lo que está pasando?
—Sí, eso es. He estado repasando el documento y me parece que algunas cosas aún las podríamos hacer a nuestra escala, aunque otras…
—Sí, ya sé lo que me vas a decir: había que haberlas hecho cuando aún había pasta.
—Sí, bueno… nosotros o el gobierno autonómico, no sé.
—…Donde, por cierto, también estabais vosotros gobernando.
—Bueno, era un tripartito, no lo olvides.
—Claro, y con eso ya teníais disculpa. En fin, vosotros los políticos siempre con lo mismo. Y ahora que le habéis visto por fin las orejas al lobo acudís a nosotras.
—Bueno, más vale tarde que nunca, ¿verdad? Yo creo que es necesario por el bien de la gente de la ciudad que ahora todos tengamos un poco de humildad y…
—Pero ¡qué morro tenéis, Barahona!
—Begoña, nosotros…
—Que sí, que vale. Pero yo ahora estoy alejada de todo eso, quizás fuese mejor que hablases con alguien de un perfil más técnico y que haya aguantado en primera línea. ¿Has hablado con Muriel? Creo que sigue dando charlas.
—No. Ya he hablado con él y no puede. Se marcha del país.
—Vaya. Él era la mejor opción. Pues no sé… déjame que llame a alguna de mis compañeras en la asociación, igual todavía andan con esto, aunque por lo que sé cada una está haciendo la guerra en su zona. Ya sabes que Óscar Herrero se fue a vivir a una ecoaldea a Galicia… Quizás Juana, aunque creo que también había dejado la universidad. Yo aquí estoy muy desconectada, ya te digo. Estamos solos mi hijo, la burra y yo.
—Te agradecería enormemente si te pudieses acercar a una reunión de emergencia que ha convocado la alcaldesa. Te puedo asegurar que ahora está más que dispuesta a escucharos.
—¡Nos ha jodido!
—Te esperamos, ¿vale? Tú mira a ver a quién más puedes traer, ¿de acuerdo? Juana… o sea, la profesora Hirierdía sería ideal.
—Oye, una cosa. Tenéis problemas para pagar la Renta Básica que implantasteis en la anterior legislatura, tengo entendido.
—Sí, así es. Eso es ahora mismo lo que más nos preocupa. Todavía llega bastante comida hasta algunos de los supermercados, pero la gente no tiene dinero para comprarla.
—Dime. ¿Llegasteis a implantar lo de la moneda local que os proponíamos?
—No, nos parecía demasiado complejo de poner en marcha y que la gente no iba a aceptarla. Había otras prioridades, ya sabes.
—Sí, vale. Dime otra cosa: ¿cómo están las imprentas de la ciudad? Quiero decir… ¿cómo andarían de suministros de papel y tinta para lanzar una emisión importante de billetes?
—Pues no lo sé, lo preguntaré. No llevo el área de comercio. Pero me parece que las imprentas han cerrado todas menos una.
—Y ¿dónde está la que aún funciona?
—Es una cooperativa, creo. Está en el barrio del Zoquito.
—Zona de la comuna, ¿verdad?
—Sí.
—Vale. Hablamos cuando vaya a la reunión. Mándame un mensaje cuando sepas el lugar y la hora.
—¿Un correo electrónico o un whatsgram?
—No, un SMS de los de antes. Ya no tengo Internet.
—De acuerdo. Quedamos así, entonces. Me alegrará verte de nuevo, Begoña. Muchas gracias.
—Vale. Hasta luego.
Tuuuu… tuuuu… tuuuu… ¡clic!
—¿Carlos Armermann?
—Sí, ¿quién es?
—No te habré pillado en clase… Disculpa que te llame así… soy Barahona, de Sabemos, del rizoma del norte. Nos conocimos en el primer congreso.
—Ah, sí… creo que ya recuerdo. ¿Eres el amigo de Marcela, verdad? ¿El de los pelos a lo punki?
—Sí, ese.
—No te preocupes: ya no doy clases. Me acogí al último ERE de la universidad. Estaba algo cansado.
—Sí, supongo. Es duro ser funcionario cuando desvalijan el Estado ante tus narices.
—Esa frase del calvo siempre me gustó. Lástima que el resto de su política acabase siendo una repetición de lo mismo que criticaba.
—Ya. Me dijeron que te habías dado de baja del partido.
—Sí. Lo intenté desde dentro, ya lo sabes: con todas mis fuerzas. Pero hay ciertas cosas con las que no puedo.
—La ética siempre fue lo tuyo. Yo en el fondo… estaba contigo.
—¡No me digas que tú fuiste uno de aquellos que me aplaudieron en mi último discurso en el Congreso de Torrehita!
—No… la verdad es que no. Yo… me quedé dentro. Ahora soy concejal.
—¡Anda! Entonces ahora estás en primera línea… recogiendo lo que sembró el calvo.
—Sí. Podría decirse. Por eso te llamo.
—¿En serio? Cuéntame.
—Queríamos saber si… bueno, si tú podrías ayudarnos… ayudarnos aquí, con los problemas… ya sabes: lo del agua, la luz, la gasolina… sobre todo la comida.
—¿Por qué piensas que puedo ayudaros?
—No sé. Tú escribiste aquel libro… ¿cómo se titulaba?
—Tú sabrás. Escribí muchos. Ahora mismo estoy con otro… aunque sé que ya nadie me lo va a publicar.
—Pues perdona, pero ahora no recuerdo el título, trataba sobre…
—Bueno, da igual. Todos decían lo mismo, más o menos. Si lo que quieres es saber qué medidas prácticas tomar en tiempos desesperados, creo que no soy tu hombre. Lo siento.
—…Había que haberlo preparado antes, ¿verdad?
—Sí. Sabes que había un programa de gobierno alternativo: Ecosocialismo Radical ante el Reto Civilizatorio.
—Sí.
—…Y que el comité lo echó para atrás y salió finalmente el del calvo.
—Sí.
—Y ahora estamos todos como estamos. Primero fue Grecia, luego Portugal y ahora nosotros.
—Bueno, pero el partido no tiene la culpa, Carlos. Hemos hecho lo que nos han dejado.
—No toda la culpa de lo que ha pasado, pero sí buena parte de culpa de lo que no ha pasado. Y podía haber pasado, si hubiera habido conciencia y voluntad. Nos podíamos haber preparado.
—Aún podemos hacer algo, ¿no?
—Sí, supongo. Pero será muy jodido, a estas alturas.
—Lo sé, pero te aseguro que Marcela está dispuesta a hacer lo que le digáis.
—¿Lo que le digamos? ¿Quiénes?
—Está convocando una reunión con expertos, con activistas del Decrecimiento y del Peak Oil: lo hemos intentado con Muriel, con Del Río, con Hirierdía…
—¿Van a ir los comunalistas a esa reunión?
—¿Las comunas de los barrios, dices? No, no creo… Vamos, Marcela no me ha dicho que llamase a…
—Bueno, pues cuando vayan los chavales de las comunas, me avisas. Y me acercaré a ver qué puedo aportar. Si no, no tiene sentido.
—Bueno, Carlos, gracias. Se lo diré a la alcaldesa, pero lo veo difícil, ya sabes.
—Sí. Gracias por llamar, Barahona. Espero que tengáis mucha suerte. Tenme informado de cómo va todo por ahí.
—Lo haré. Un abrazo, Carlos.
—Otro para ti y para Marcela.
—Sí, ¿quién es?
—No te habré pillado en clase… Disculpa que te llame así… soy Barahona, de Sabemos, del rizoma del norte. Nos conocimos en el primer congreso.
—Ah, sí… creo que ya recuerdo. ¿Eres el amigo de Marcela, verdad? ¿El de los pelos a lo punki?
—Sí, ese.
—No te preocupes: ya no doy clases. Me acogí al último ERE de la universidad. Estaba algo cansado.
—Sí, supongo. Es duro ser funcionario cuando desvalijan el Estado ante tus narices.
—Esa frase del calvo siempre me gustó. Lástima que el resto de su política acabase siendo una repetición de lo mismo que criticaba.
—Ya. Me dijeron que te habías dado de baja del partido.
—Sí. Lo intenté desde dentro, ya lo sabes: con todas mis fuerzas. Pero hay ciertas cosas con las que no puedo.
—La ética siempre fue lo tuyo. Yo en el fondo… estaba contigo.
—¡No me digas que tú fuiste uno de aquellos que me aplaudieron en mi último discurso en el Congreso de Torrehita!
—No… la verdad es que no. Yo… me quedé dentro. Ahora soy concejal.
—¡Anda! Entonces ahora estás en primera línea… recogiendo lo que sembró el calvo.
—Sí. Podría decirse. Por eso te llamo.
—¿En serio? Cuéntame.
—Queríamos saber si… bueno, si tú podrías ayudarnos… ayudarnos aquí, con los problemas… ya sabes: lo del agua, la luz, la gasolina… sobre todo la comida.
—¿Por qué piensas que puedo ayudaros?
—No sé. Tú escribiste aquel libro… ¿cómo se titulaba?
—Tú sabrás. Escribí muchos. Ahora mismo estoy con otro… aunque sé que ya nadie me lo va a publicar.
—Pues perdona, pero ahora no recuerdo el título, trataba sobre…
—Bueno, da igual. Todos decían lo mismo, más o menos. Si lo que quieres es saber qué medidas prácticas tomar en tiempos desesperados, creo que no soy tu hombre. Lo siento.
—…Había que haberlo preparado antes, ¿verdad?
—Sí. Sabes que había un programa de gobierno alternativo: Ecosocialismo Radical ante el Reto Civilizatorio.
—Sí.
—…Y que el comité lo echó para atrás y salió finalmente el del calvo.
—Sí.
—Y ahora estamos todos como estamos. Primero fue Grecia, luego Portugal y ahora nosotros.
—Bueno, pero el partido no tiene la culpa, Carlos. Hemos hecho lo que nos han dejado.
—No toda la culpa de lo que ha pasado, pero sí buena parte de culpa de lo que no ha pasado. Y podía haber pasado, si hubiera habido conciencia y voluntad. Nos podíamos haber preparado.
—Aún podemos hacer algo, ¿no?
—Sí, supongo. Pero será muy jodido, a estas alturas.
—Lo sé, pero te aseguro que Marcela está dispuesta a hacer lo que le digáis.
—¿Lo que le digamos? ¿Quiénes?
—Está convocando una reunión con expertos, con activistas del Decrecimiento y del Peak Oil: lo hemos intentado con Muriel, con Del Río, con Hirierdía…
—¿Van a ir los comunalistas a esa reunión?
—¿Las comunas de los barrios, dices? No, no creo… Vamos, Marcela no me ha dicho que llamase a…
—Bueno, pues cuando vayan los chavales de las comunas, me avisas. Y me acercaré a ver qué puedo aportar. Si no, no tiene sentido.
—Bueno, Carlos, gracias. Se lo diré a la alcaldesa, pero lo veo difícil, ya sabes.
—Sí. Gracias por llamar, Barahona. Espero que tengáis mucha suerte. Tenme informado de cómo va todo por ahí.
—Lo haré. Un abrazo, Carlos.
—Otro para ti y para Marcela.
Pipipí… pipipí… pipipí… ¡clic!
—¿Sí? ¿Quién..?
—Soy María Gómez, del Consejo de Comunas de Barrio. Llevo toda la mañana intentando localizarle.
—Sí, bueno, he estado ocupado. Trabajamos las 24 horas del día para resolver la situación. Se puede imaginar.
—Sí, me imagino perfectamente. Por eso le he llamado.
—¿Pues? ¿Qué quieren de nosotros las comunas? Le aseguro que ahora mismo no podemos hacer frente a más ayudas. Hemos agotado todos los recursos y hasta que no recibamos los suministros que nos ha prometido la diputación no podremos enviar a los barrios más…
—No le llamo para pedirle nada.
—¿..? ¿Entonces?
—Le llamo para ofrecerles nuestra ayuda.
—…
—Nuestro Consejo votó ayer por la noche ofrecerles ayuda a la vista de la situación en otros barrios de la ciudad. Yo he sido la encargada de hablar con ustedes y, la verdad, el suyo era el único teléfono que tenía…
—Comprendo. Pero ¿cómo piensan que pueden ayudar? No se me ocurre…
—Podemos suministrarles comida y algún combustible. ¿Tienen furgonetas diesel que puedan andar con aceite?
—Sí, bueno… la verdad es que no sé, tendría que hablarlo con la gente de transportes. Pero ¿de cuánta comida hablamos?
—Podemos abastecer de verdura al mercado de abastos. Dos o tres toneladas al día. Al menos por ahora, hasta que llegue el frío.
—Pero, ¿de dónde la van a sacar? No queremos tener nada que ver con el mercado negro.
—La producimos nosotros.
—¿En los barrios?
—Sí, pero no sólo. Tenemos gente en la contorna. Veo que seguís sin enteraros de lo que estamos construyendo aquí, ¿verdad?
—Sí, bueno, puede ser… Yo por lo menos no estaba al tanto. Tres toneladas diarias es una buena producción. Quizás dé para sustituir a la Renta Básica de parte de la gente… —Pero ¿cómo os lo pagaríamos?
—No tenéis que pagarnos nada. Simplemente tenéis que aceptarle a la gente que pague los impuestos municipales con nuestra moneda.
—¿El panchito?
—Sí, que el ayuntamiento comience a aceptar panchitos. Al 100%, en paridad con el euro. Para todos los impuestos. Luego vosotros podéis usarlos para pagarnos la comida o, mejor aún, para la Renta Básica y que así la gente pague con ellos la comida y se cierre el ciclo.
—Bueno, Gómez, con todos los respetos… eso es mucho pedirnos. Recuerdo que en las elecciones nos habíais sugerido aceptarlo para solo algunas de las tasas.
—Sí, pero ahora nuestras condiciones son las que te he trasmitido. No veo ninguna razón para que os neguéis. No tiene ningún coste para el ayuntamiento. Ah, y también queremos que retiréis las patrullas de municipales de nuestros barrios. Así ahorraréis de paso un poco de gasolina.
—Pero entonces, ¿quién se encargará de la seguridad en esos barrios?
—Nosotros. Pero solo nosotros. No queremos más movidas con vuestra policía como las de hace dos meses.
—Ya. Entiendo. Pero sabes que no es cosa nuestra. Nos presionan desde el Ministerio del Interior para que colaboremos para evitar más atentados de Resistencia Verde, ellos ya no pueden llegar a todas partes. Pero, bueno… Yo se lo voy a comentar a la alcaldesa, Gómez. Otra cosa de momento no puedo prometeros.
—Vale. Dile que también tenemos algún personal médico y de enfermería. Que nos puede mandar gente que no quiera hacer cola en el ambulatorio.
—Se lo diré. Gracias.
—De acuerdo.
—Oye, una pregunta, María…
—Dime.
—¿Entre los médicos tenéis alguna matrona? Verás: mi sobrina está embarazada, tiene algunos problemas y lleva semanas esperando para ver a la matrona.
—Sí, dile que me llame.
—Muchas gracias, María, de verdad. Haré lo que pueda para que el ayuntamiento llegue a un acuerdo con vosotros por el bien de todos.
—De eso se trata, Barahona. Hablamos.
—Soy María Gómez, del Consejo de Comunas de Barrio. Llevo toda la mañana intentando localizarle.
—Sí, bueno, he estado ocupado. Trabajamos las 24 horas del día para resolver la situación. Se puede imaginar.
—Sí, me imagino perfectamente. Por eso le he llamado.
—¿Pues? ¿Qué quieren de nosotros las comunas? Le aseguro que ahora mismo no podemos hacer frente a más ayudas. Hemos agotado todos los recursos y hasta que no recibamos los suministros que nos ha prometido la diputación no podremos enviar a los barrios más…
—No le llamo para pedirle nada.
—¿..? ¿Entonces?
—Le llamo para ofrecerles nuestra ayuda.
—…
—Nuestro Consejo votó ayer por la noche ofrecerles ayuda a la vista de la situación en otros barrios de la ciudad. Yo he sido la encargada de hablar con ustedes y, la verdad, el suyo era el único teléfono que tenía…
—Comprendo. Pero ¿cómo piensan que pueden ayudar? No se me ocurre…
—Podemos suministrarles comida y algún combustible. ¿Tienen furgonetas diesel que puedan andar con aceite?
—Sí, bueno… la verdad es que no sé, tendría que hablarlo con la gente de transportes. Pero ¿de cuánta comida hablamos?
—Podemos abastecer de verdura al mercado de abastos. Dos o tres toneladas al día. Al menos por ahora, hasta que llegue el frío.
—Pero, ¿de dónde la van a sacar? No queremos tener nada que ver con el mercado negro.
—La producimos nosotros.
—¿En los barrios?
—Sí, pero no sólo. Tenemos gente en la contorna. Veo que seguís sin enteraros de lo que estamos construyendo aquí, ¿verdad?
—Sí, bueno, puede ser… Yo por lo menos no estaba al tanto. Tres toneladas diarias es una buena producción. Quizás dé para sustituir a la Renta Básica de parte de la gente… —Pero ¿cómo os lo pagaríamos?
—No tenéis que pagarnos nada. Simplemente tenéis que aceptarle a la gente que pague los impuestos municipales con nuestra moneda.
—¿El panchito?
—Sí, que el ayuntamiento comience a aceptar panchitos. Al 100%, en paridad con el euro. Para todos los impuestos. Luego vosotros podéis usarlos para pagarnos la comida o, mejor aún, para la Renta Básica y que así la gente pague con ellos la comida y se cierre el ciclo.
—Bueno, Gómez, con todos los respetos… eso es mucho pedirnos. Recuerdo que en las elecciones nos habíais sugerido aceptarlo para solo algunas de las tasas.
—Sí, pero ahora nuestras condiciones son las que te he trasmitido. No veo ninguna razón para que os neguéis. No tiene ningún coste para el ayuntamiento. Ah, y también queremos que retiréis las patrullas de municipales de nuestros barrios. Así ahorraréis de paso un poco de gasolina.
—Pero entonces, ¿quién se encargará de la seguridad en esos barrios?
—Nosotros. Pero solo nosotros. No queremos más movidas con vuestra policía como las de hace dos meses.
—Ya. Entiendo. Pero sabes que no es cosa nuestra. Nos presionan desde el Ministerio del Interior para que colaboremos para evitar más atentados de Resistencia Verde, ellos ya no pueden llegar a todas partes. Pero, bueno… Yo se lo voy a comentar a la alcaldesa, Gómez. Otra cosa de momento no puedo prometeros.
—Vale. Dile que también tenemos algún personal médico y de enfermería. Que nos puede mandar gente que no quiera hacer cola en el ambulatorio.
—Se lo diré. Gracias.
—De acuerdo.
—Oye, una pregunta, María…
—Dime.
—¿Entre los médicos tenéis alguna matrona? Verás: mi sobrina está embarazada, tiene algunos problemas y lleva semanas esperando para ver a la matrona.
—Sí, dile que me llame.
—Muchas gracias, María, de verdad. Haré lo que pueda para que el ayuntamiento llegue a un acuerdo con vosotros por el bien de todos.
—De eso se trata, Barahona. Hablamos.
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