CUENTO DE NAVIDAD
Mi nombre probablemente no os diga nada, digamos que me llamo Ignasi, que no es sino el nombre del monje guerrero de Loyola, pero en catalán. Vivo en un pequeño pueblo de la provincia de Girona, a la vora del mar, cuyo nombre no mencionaré porque me haría muy localizable. Allí nos conocemos todos.
Dos
temas marcan mi vida. Uno la lucha por la libertad de mi país, que ciertamente
no es España, que no es un país sino una estructura política anacrónica al
servicio de algunas familias de aristócratas que nos pastorean desde que
entraron los visigodos en la península. El segundo tema al que me dedico es más
intelectual: el estudio de la inviabilidad del mundo postcenital y sus posibles
desenlaces a corto y medio plazo, los términos que me interesan, los que presumo
me serán accesibles.
Tengo
treinta y cinco años, y soy economista de profesión. Me ocurrió algo extraño.
Durante mis cursos en la facultad nunca entendí, a pesar de cursar estudios
superiores, que era y que buscaba en realidad la teoría económica que, con
razón o sin ella, viene a denominarse neoliberalismo.
En la facultad preferíamos llamarlos “monetaristas”. Y fue cuando empecé a
interesarme, por pura casualidad, por el tema del pico de producción de
petróleo y sus consecuencias económicas cuando se me hizo la luz. Es clar,esta gente ya sabía que iba a
llegar el momento en que los recursos energéticos iban a ser escasos, y
callaba…
Cualquier
persona, incluso profana en materia económica, puede entender que si el estado
gasta, tira de la actividad económica y genera un crecimiento del que finalmente
termina beneficiándose porque cobra más impuestos, recuperando de esta manera
la totalidad o parte de su inversión primitiva, de forma que el ciclo vuelve a
comenzar. A esto se denomina “cebar la bomba”. Todo muy simple, muy efectivo.
Parecería locura oponerse a este juego que produce constante crecimiento y
riqueza. Es magia. Y sin embargo surgió aquella gente de la Escuela de Chicago.
Me costó darme cuenta de que no solo no andaban escasos de razón, si no que nos
sacaban a todos una cabeza, porque tenían en mente un hecho incontestable, los límites físicos del planeta.
Como en el fondo seguía siendo un ingenuo, y no solo en materia económica, me
pregunté porque mantenían en secreto tales arcanos. ¿Por qué no hablaban
claramente de las verdaderas razones de la teoría económica que defendían?
Decidí
hacer como nos aconsejaba un profesor de “micro” de la facultad, que era muy
riguroso en el refuerzo deductivo. Pon el punto de partida y empieza a extraer
las consecuencias, primero las más evidentes y luego las ocultas. Se me hizo la
luz. No se podía hablar. Si un busto parlante saliera en televisión a
explicarnos que la partida había terminado, que tocaba decrecer,
que ocurriría… Claro. La bolsa, los mercados, el sistema crediticio,
los servicios esenciales, la administración pública,… todo se vendría abajo.
Entendí, por fin, lejos de las aulas universitarias y sus sofismas académicos,
que vivimos sobre un castillo de naipes, que nuestras bases económicas y
sociales son mucho más endebles de lo que imaginamos.
Recordé
aquél célebre discurso de Carter sobre nuestra dependencia petrolera, las
consecuencias estratégicas de la estabilidad del próximo oriente y la necesidad
de iniciar el cambio del sistema económico. También entendí porque lo jubilaron
a paso ligero, y porqué surgió entonces con fuerza el monetarismo, la guerra de
la Malvinas, la doctrina del shock, Margaret Thatcher, el TINA (There is no
alternative), el acorralamiento de los sindicatos, el desmantelamiento de los
servicios públicos,… También entendí la necesidad que tenían de destrozar el
potencial de crecimiento de América Latina, y especialmente de los dos países
que presentan mayor similitud con los estados centrales, por clima,
idiosincrasia y población: Argentina y
Chile. La deuda externa, las dictaduras militares, la obsesión de Churchill con
la caída de Perón, la represión brutal, el desembarco de los Chicago Boys,…
Todo adquiría tanto sentido que me recuerdo, la primera vez que pensé en estas
cosas, en la soledad de mi habitación, en el estado de los iluminados que
reciben su inspiración suprema, arrodillado junto a la ventana, con las manos
en el suelo, sin fuerza siquiera para decir algo coherente. Fills de puta!…
Pero
no todo iban a ser buenas noticias. Cuando por fin empezaron a cuadrarme los
fundamentales de lo que estaba ocurriendo, ya en tiempos más cercanos, las
verdaderas razones de la guerra inacabable contra el evanescente terrorismo, la
obsesión con Irak de
sucesivas administraciones americanas, la crisis sin final que empezó en
realidad el 2007, el cuasicolapso financiero del año siguiente, los rescates
astronómicos de los too big to
fall, Libia, Ucrania, Siria…
comprendí que había jugado muy mal mis cartas. Después de varios empleos en la
administración, como interino y eventual, y también en diversas empresas de
servicios que acabaron por ir a la quiebra, entendí que yo mismo era uno de
esos excluidos que el sistema necesita para seguir adelante con su carrera
hacia el abismo. Però com havia pogut ser tan ruc… En
lugar de asegurarme con un empleo estable, aunque fuera subalterno, me había
juramentado en no trabajar sino “de lo mío” fiando que llegarían tiempos
mejores, que estaba claro que nunca iban a llegar, al menos en la variable económica y
financiera, dentro de la dinámica de depredación que requiere la acumulación de
capital en manos de unos pocos.
Aún
no os he hablado d’en Bernat. Todos en vuestra vida habéis
conocido a alguien que os ha inspirado en los momentos difíciles, que ha sido
vuestro apoyo con sus consejos, con su seguridad, con su conocimiento profundo
de la vida, que siempre es igual y siempre diferente,… Bernat era
todo eso y algo más. Como os lo diría. El halo de misterio. Bernat no era pariente, ni siquiera
propiamente un amigo. Sencillamente ibas al Carrer del Mig, el
bar del pueblo de toda la vida, y siempre estaba allí. No se le conocía
profesión, oficio ni beneficio. Su pasado era un misterio, y su futuro no le
importaba. Se decía que había sido agente de inteligencia, montonero,
contrabandista, que había combatido en la primera guerra de Irak, que era
carbonario, o masón… Lo cierto es que, aunque casi siempre lo encontrabas
ocupando su sillón preferido, delante de un ron negro con limón, había
temporadas que no aparecía, y que nadie sabía nada de él durante meses, pero de
pronto regresaba, una mañana, y
te saludaba como si te hubiera visto la noche anterior, como si nada hubiera
ocurrido. Para acabar de enmarañar la madeja, unos parientes de un amigo de Palafrugell, amantes de los
viajes de riesgo y aventura, me contaron que se lo habían encontrado nada menos
que en Argelia, y ¡vestido de beduino!… Cuando le preguntabas torcía el gesto,
como queriendo negar sin hacerlo, y volvía sus ojos glaucos al techo esquivando
la mirada. Seria algú que se m'assemblava…
Bernat
era rubio ceniza, con generosas entradas, la cabeza muy cuadrada y los labios
finos. Aparentaba unos cincuenta años, aunque probablemente tendría alguno más.
No se le conocía vida familiar, vivía solo en una buhardilla alquilada junto al
paseo marítimo, aunque en una ocasión me presentó a dos adolescentes, un noi i una noia molt eixerits, como
sus hijos. Nunca hablaba en castellano, ni siquiera con los magrebíes y
subsaharianos que residían en el pueblo. Aquél hombre, no solo habitaba en las
regiones inaccesibles del arcano, sino también en la República Independiente de
Cataluña, que como en el anuncio, al menos de momento, comenzaba en el felpudo
de su casa. Fue él, años atrás, quien me puso sobre la pista de la importancia
del petróleo en la
economía y la geopolítica, un día que hablábamos de un tema económico, que en
principio no tenía relación, creo que era la evolución del empleo y las
perspectivas de quiebra de la seguridad social, por la carga de las pensiones.
Cogió el diario que manoseábamos, lo abrió en una página diferente, puso su
dedo en un mapa, y dijo simplemente: aquesta és la resposta.Señalaba
la silueta de una torre de extracción, y un oleoducto, que figuraban la
posición de un campo petrolífero. Fue entonces cuando empecé a investigar.
Que li passa al meu ocellet?, me
dijo de pronto aquella mañana de noviembre cuando recalé en el Carrer del Mig para
desayunar. A aquél hombre no se le escapaba nada. Bueno, que seguía sin
trabajo. Me habían cogido para un plan de empleo en al ayuntamiento de tal,
seis meses, y resulta que era para candidatos que no cobraban subsidio. Yo
estaba seguro de que reunía las condiciones, había agotado la prestación y
pensaba que no tenía derecho a nada más. Pero no me di cuenta de que este
infausto gobierno se ha sacado de la manga un subsidio, con vistas a las
elecciones, para parados sin cargas familiares. Total que han visto que
cobraba, y he tenido que renunciar. Estoy de Rajoy hasta más arriba del cuero
cabelludo. Te fastidia hasta cuando te regala tres mil euros para que le votes.
Luego dicen que preferimos las ayudas a trabajar.
Pero Bernat insiste. Hay algo más. Creo que me
pongo colorado hasta el tuétano. Sí, es una mujer. Claro, sonríe Bernat moviendo convulsivamente la cabeza
y enseñando un diente de oro entre varios amarillos. Siempre es la misma
historia, y para un viejo el mundo entero tiene el pecho de cristal. M’ho explicaràs? La
verdad es que me daba un poco de vergüenza.
Había
conocido a Maricel en aquel absurdo curso del Servei d’Ocupació sobre
marketing directo, en el que confiaba tanto como herramienta para encontrar
empleo como en que un día le dieran de cambio una moneda de tres euros. Creo
que lo hacía porque me permitía desplazarme tres días al mes a Barcelona, y así
rompía la rutina. Ella era muy joven y muy guapa, no debía tener ni 25 años,
rubia de rostro fino, ojos color de cielo, cabello liso hasta casi la cintura,
no muy alta, pero de exquisita presencia y gestos acompasados. Su tono de voz
era inconfundible, bien timbrado, con un ligero toque melancólico. Además,
siempre olía a rosas. Pero había algo más. Cuando la mirabas al fondo de los
ojos, hablabas con ella, trabajabas a su lado, te dabas cuenta de que era una
persona de gran profundidad, que no creía en las apariencias y prefería llegar
al fondo de las cosas, que “siempre son muy distintas de lo que imaginamos”, eran
sus propias palabras.
El
caso es que había tomado café con ella varias veces, a la salida del curso,
pero con otros compañeros, y no sabía cómo seguir adelante. Yo era un pobre
diablo de pueblo, parado, independentista y algo sentimental. Ella era una senyoreta de la capital, llesta i polida, con
un gran futuro por delante si se daba cuenta de la inutilidad de hacer, como
dicen los franceses, castillos en España, esto es, de concebir una teoría
económica desligada de la energía y los recursos, para así elegir una vía
laboral que tuviera algún futuro en los difíciles tiempos de la economía de
guerra postcenital. No había color. Poco se podía hacer. Además había observado
que otro estudiante, algo más joven que yo y que debía ser de su barrio, la
rondaba.
Em vols fer cas? No sé
qué me querría proponer Bernat.
Pensé que serían los consejos vacuos habituales sobre la necesidad de creer en
mí mismo, de no mostrar inseguridad, de actuar con resolución, bla, bla, bla,…
Que va, que va. Nada de eso. Como si se tratara de una campaña militar me
desgranó un plan minucioso de comportamiento y acción, un tanto absurdo, pero
nada complicado de ejecutar. Aunque no veía claro que todo aquello tuviera,
como se dice en catalán, cara y ojos, era tanta mi fe en aquél hombre que le
prometí que lo pondría en práctica. Ja em contaràs, noi.
La
cosa era muy sencilla, bueno esto ya lo he dicho. En una primera fase debía
mostrarme muy interesado en hablar conMaricel, estar a su lado, y
mirarla de forma insistente. Ni que decir tiene que esta parte del plan era muy
cómoda y fácil. Claro que también dicen que lo es el descenso a los infiernos.
Me quemaba la duda, y temía que algo fuera a salir mal. El caso es que un día,
mientras asistíamos a una clase aburridísima de maquetación de producto, me
había acostumbrado tanto a mirarla que me quedé embobado y no me fijé que ella
también me miraba sorprendida, e incluso hacía un gesto como diciendo, pero
¿qué pasa? ¿Qué quieres de mí? Comprendí que había llegado el momento previsto
por en Bernat para
pasar a la segunda fase, algo más compleja, aunque igualmente divertida.
En
las siguientes semanas debía actuar como si Maricel no existiese, como si fuera
transparente. Solo debía dirigirle la palabra si ella me hablaba directamente a
mí, respondiendo con aire distraído y frases muy cortas. En lo demás debía
ignorarla hasta para el saludo, salvo que resultara demasiado maleducado omitirlo.
Se podía recurrir, a tal fin, a fórmulas generales, dirigidas a una amplia
concurrencia. La cosa no acababa aquí. Además, debía empezar a mostrar interés
por otra chica del aula, a ser posible de lo más aparatoso, exuberante y vulgar
que pudiera encontrar.
La
elección no fue difícil. Había una morenaza, de nombre Lucía, que por su
físico, maneras y vestuario habitual, llenaba las fantasías de todos los
varones del curso, y reunía los requisitosd'en Bernat. Me las arreglé
para hacerle creer que estaba perdido, y que necesitaba de su ayuda para
entender algo de aquél tedioso curso, de forma que nos veíamos asiduamente
después de las clases. La cosa se torció cuando el novio de Lucía, con la mosca
detrás de la oreja, empezó a aparecer por allí a la hora del refrigerio, pero
para entonces Maricel ya nos había visto, y no una sino
varias veces tomando café y haciéndonos confidencias.
Había
una tercera fase, pero Bernat me dijo que me la rebelaría cuando
hubiera agotado las dos primeras. Llegado el caso le consulté. Ben xato, ahora
toca hacer el ridículo. Com? Llegaba
el final del curso, también las fiestas de Navidad. Así que me acerqué a ella,
como si nada hubiera pasado, y le dije que había pensado que lo mínimo que
podía hacer era desearle que pasara unas buenas fiestas. Yo también había
pensado lo mismo, me dijo mirándome airada, pero no sé si te lo mereces.
No sé si t’ho mereixes. Bernat
se llevó las manos a la cabeza.Això
t’ha dit? A
continuación pensé que me aconsejaría que me olvidara de ella, y que me pediría
disculpas por sus estúpidos consejos, que me habían llevado a aquel callejón
sin salida. En cambio me dio unas cachetadas suaves en la cara, mientras me
felicitaba efusivamente. Aquesta noia es teva, xato. Enhorabona!
Aquel
hombre desvariaba. Una chica no me quiere ni desear Feliz Navidad, y me dice
que bebe los vientos por mí. La gente de tu generación, me dice en Bernat en su catalán oscuro del Ampurdán, no
está correctamente formada. Debido a su ofuscación académica piensan que el
Universo es un inmenso laboratorio, basta con sacar la escuadra y el cartabón,
y ¡zas! pronto todos los secretos de la naturaleza serán nuestros, y solo
tendremos que sentarnos a descansar, y las máquinas lo harán todo por nosotros.
¡Qué aburrido! La realidad es bien distinta.
Con
las despedidas del curso hicimos una cartulina con las dedicatorias de todos, y
nos pasamos los teléfonos. Varias veces había pensado en llamar a Maricel, pero Bernat me decía que no se me ocurriera. Ahora
tocaba estar completamente quieto. Ya había hecho todo lo que tenía que hacer.
El tiempo debía madurar y dar sus frutos. Y aquél viejo brujo volvió a tener
razón, porque cuando ya empezaba a desesperar me llamó ella. Me dijo que si iba
alguna vez a Barcelona antes de las fiestas podíamos vernos, para recordar los
viejos tiempos. Le dije que la semana entrante tenía precisamente que ir al Portal de l'Àngel a hacer algunas compras, lo cual era,
evidentemente, falso de toda falsedad. Nos citamos finalmente en Plaça
Catalunya. Ella
me dijo que había estado un tanto grosera conmigo y que no quería que la
recordase así. Creo que estuvimos hablando más de cinco horas, el tiempo no
pasaba. Iba a perder el tren. Me tenía que ir. Pero, decía ella, te he hecho
perder también la tarde ¿y tus compras de Navidad? Bueno, otro día, hay tantas
Navidades…
El
mundo, decía Bernat, es un misterio, y cuantas más
preguntas contestemos, más se acumularan sin respuesta. Me quedé mirándole con
gesto de incomprensión absoluta, con las manos sueltas boca arriba a la altura
de la barra. Es molt fàcil, pardal. La distancia mes curta entre dos
punts, es la línia corba.
Seguía
sin entender absolutamente nada, aunque aquella última frase de mi interlocutor
había movido algo dentro de mí, como sí tal retruécano absurdo y acientífico
tuviera un sentido que ya conocía, ante el que solo se podía asentir, porque su
sutil razón interna no se pudiera explicar con palabras humanas.
Entretanto Maricel y yo habíamos quedado para cenar
varias veces, Aribau, Travessera, Urquinaona,… y
también nos habíamos besado en silencio, cerca de su casa, otras tantas. Luego
me tenía que quedar en Barcelona porque había perdido otra vez el último tren,
así que me iba a casa de algún amigo, o a una pensión. Una noche me fui andando
hasta un parque al final de la Diagonal, en el entronque de la autovía, y no
dormí una gorda. Y tan feliz.
Yo
también me fijé en ti desde el principio, me había dicho ella. Pensé para mí,
ahora tragarás tierra Bernat, todas tus tonterías no han servido
sino para dificultar lo inevitable. Vete con tus consejas a otra parte, a una
reunión de comadres tal vez.
Pero,
continuaba Maricel, hubo una cosa que me sublevó. Fue
cuando te vi en el café con Lucía. Me dije, ¿pero como puede ser tan idiota?
¿Es que no ve que esa chica no le conviene? Además es una creída y una
aprovechada… Si hasta ese día pensaba en ti a menudo, desde entonces no te
podía apartar de la cabeza. Te hubiera roto encima uno de esos cartapacios
indigestos de gestión de intangibles que nos daban en el curso.
Una
cruda lección de real politik. Baje la cabeza.
- Gràcies en Bernat.
- Què dius?
- No res, que et queden molt bé aquestes arracades
d’ametista. A joc amb els teus ulls...
Al
día siguiente acudí al Carrer del Mig, a
rendir pleitesía a Bernat. Creo que nunca lo había visto tan enfadado. Tenía
una tablet de marca en la mano, y leía uno de los blogs más conocidos en
círculos decrecentistas que yo seguía desde hacía años. Has vist el que diu aquest paio?
¡La
fuerza moral de Occidente! Pero si no hay más que leer los libros de historia.
Somos una plaga. Un sarpullido que le ha salido al planeta. Que tenemos que
andar con tiento, que aún nos queda el honor. Que va. Nunca lo hemos tenido. No
tenga cuidado, amigo, porque nada podemos perder.
Le
indiqué que no se excitase, que no le iba a sentar bien. Se sentó acunando
entre las manos una copa de coñac, del muy bueno. Todo, hijo, acaba saliendo a
la luz, me dijo susurrándome al oído. No hay nada tan secreto que no pueda
saberse, nada del carácter íntimo de una persona, una sociedad o una
civilización que no acabe impregnando todos y cada uno de sus actos y
delatándolos. Sí, añadió con delectación, nuestras penurias energéticas están
consiguiendo que exhibamos nuestras vergüenzas, que mostremos al mundo esa
indigencia intelectual que nos aqueja desde el período que lleva el paradójico
nombre de “Renacimiento”.
Sacó
del bolsillo un libro envejecido, y me pidió que leyera un párrafo. Estaba
escrito en francés traduje algo como esto:
“Si
todavía no hicieran más que complacerse en la afirmación de la superioridad
imaginaria que se atribuyen (los europeos), esa ilusión no les haría daño más
que a ellos mismos; pero lo más terrible, es su furor de proselitismo: ¡en
ellos, el espíritu de conquista se disfraza bajo pretextos «moralistas», y es
en el nombre de la libertad como quieren obligar al mundo entero a imitarles!
Lo más notable es que, en su infatuación, se imaginan de buena fe que tienen
«prestigio» entre todos los demás pueblos; porque se les teme como se teme a
una fuerza brutal, creen que se les admira; el hombre que está amenazado de ser
aplastado por una avalancha, ¿está por eso tocado de respeto y de admiración?”. Volví
las hojas para mirar las tapas. René Guénon, Oriente y Occidente.
¿Sabes
cuándo están escritas estas palabras?, dijo Bernat. En ¡1924! No es profecía. Es
permanente actualidad.
Al
día siguiente tenía una entrevista con un industrial de Barcelona, al que me
había recomendado un amigo, para un posible trabajo en su empresa papelera. No
tenía grandes expectativas, se trataba más bien de un tanteo que de una
entrevista laboral propiamente dicha. Pero a pesar de todo tiré de manual y me
puse mi mejor corbata. Al pie de una mesa marmórea, en un despacho muy desarreglado,
me esperaba mi contacto. Lo llamaremos Sr.
Botarull, no es su apellido
real. Me dio un paseo por las instalaciones, que me parecieron un tanto
avejentadas y obsoletas. Me explicaba mi anfitrión que lo habían pasado mal,
pero que habían aguantado los años de crisis, y se iban a comer el turrón a
punto de llegar a los números negros. Luego empezó a exponerme sus
espectaculares planes de negocio…
Sr.
Botarull, le
interrumpí, ¿debo entender que han capeado el temporal sin asumir más deuda?
Bueno, no exactamente, me dice, renegociamos algo, solo pagábamos parte de los
intereses, los bancos estuvieron muy ariscos largo tiempo, de hecho aún están
algo raritos. Luego hicimos una ampliación de capital, sin mucho éxito, yo
tenía algunos ahorros, se han ido tapando los huecos. Luego vino el expediente
de regulación de empleo… Aquél pobre diablo me estaba empezando a dar algo de
lástima, y creo que se dio cuenta. Pero oiga, me dice, ¿usted no ha oído hablar
de la recuperación? Demasiadas veces, por eso no me la creo. ¿Cuál es su
consejo? Liquide la empresa sin demasiada publicidad, venda los activos que aún
tengan valor, coloque las acciones a quién se las compre, ceda el control a una
multinacional china, yo que sé, quítese de en medio, antes de que sea demasiado
tarde. ¿Es así, me dice como pretende usted que le dé un empleo? Me levanto de
la silla. Poco me duraría en las condiciones que usted me pudiera ofrecer.
El Sr. Botarull está rojo, no sé si por los efectos
del vino blanco que me ha ofrecido, o de ira. Creo que si pudiera, sin
quebrantar las normas de la urbanidad, me abofetearía. Me hace gracia la gente
como usted, dice. Se creen que lo saben todo, no entienden que hemos levantado
este país con nuestras manos. Lo hicieron, le contesto, porque tuvieron la
oportunidad y los medios para hacerlo, pero ahora las reglas del juego han
cambiado. Me coge del brazo. No me extraña que no tenga trabajo, con estos
imperativos no le contratarían ni en una lavandería. Me quedo mirándolo muy
serio. Una cosa es que cuestionen tus opiniones y otra que te falten.
Espero
que me disculpe, me dice por fin. Creo que todos estamos un poco nerviosos. Han
sido años muy duros. Creo que es un hombre de valía. Lo fácil hubiera sido
venir a decirme lo que quería oír. Dígame, ¿qué ocurre? ¿Cree que nos ocultan
algo?Sr. Botarull, no hace
falta ocultar nada a quien no quiere ver. ¿Ha echado un vistazo a las cuentas
públicas? ¿Se han recuperado los ingresos fiscales?, ¿Y las cotizaciones? ¿Son
viables, siquiera a corto plazo, los números de la seguridad social? ¿Ha visto
los datos de empleo? Y digo los de empleo no los de desocupación, que ya
sabemos cuáles son. ¿Sabe cuántos puestos de trabajo se han evaporado desde
2011?, me refiero a los últimos cuatro años, no al momento en que estalló la
crisis… Con sueldos menguantes, pérdida del entramado industrial y comercial,
paro, falta de crédito, activos perdiendo valor y rentas cada vez más cerca del
nivel de subsistencia para gran parte de la población, ¿Quién va a comprarle a
usted una cuartilla? Bueno, tal vez la necesite Rajoy para escribir sus
memorias. No precisará mucho espacio.
Salir
a la calle me hace bien. No sé por qué he hecho lo que he hecho. Ahora me
arrepentía. No por el trabajo, sino porque comprometía a mi recomendante. Pero
estaba harto arrastrarme por el cieno. Al menos, que donde no me veo ni con
cola de contacto me oigan las verdades del barquero. He quedado esta noche con Maricel. Quiere ensañarme unos catálogos.
Además quería consultarme algo de mi nivel de inglés. Nos encontramos en el
portal de su casa, en Comte d’Urgell. Caminamos
sin hablarnos, solo mirándonos, en dirección a Rambla Catalunya,sin dejar, eso
sí, de vigilar los semáforos y los motoristas acróbatas. Maricel, le digo cogiéndole la mano. Sí, me
dice mirándome muy fijamente. Dime, si te dijera que el futuro no va a ser como
dicen, si te dijera que tenemos que estar muy atentos a los acontecimientos, si
te dijera que vamos a vivir tiempos turbulentos,… No me deja seguir, me
interrumpe con un beso, te contestaría que todas estas cosas tan alambicadas
quiero vivirlas contigo,…
Me
llaman al móvil, un número que no me suena. Ignasi, sóc l’Enric, el
hijo de Joan Botarull, director comercial de la empresa.
Escucha, mi padre me ha contado la entrevista contigo. A ver, ya sabes cómo es
la gente de su generación, no le ha gustado que dudaras de su negocio, es su
vida. Pero bueno, lo que le has dicho, es lo que hace tiempo que pienso. Verás,
yo estudié empresariales, ha tiempo que sigo unos blogs sobre el tema de la
energía y los recursos menguantes, no me interesa mucho la parte técnica,
claro, sino la económica. Bueno, pienso que está pasando algo que no nos
explican, y creo que tu línea argumental, ya me entiendes, es realmente
interesante… Es preferible no hablar por teléfono, mejor nos vemos, ¿el lunes?,
no sé si podríamos hacerte lo que se dice un contrato, ¿sabes lo que quiero
decir?, tu labor sería bastante complicada, habría que actuar con discreción,
pero todos tus esfuerzos y tu dedicación, qué duda cabe, serían adecuadamente
remunerados,…
Cuelgo.
Le digo a Maricel, ¿sabes ese restaurante que tanto te gusta del Carrer Escudellers? Pues
quiero que cenemos allí.Estàs
boig?, riu, no ens ho podem permetre. Claro
que sí. Acabo de cobrar la limosna del gobierno. Lo que no saben es que, aun
así, no les voy a votar. Son las tres de la mañana, en un local delcarrer Avinyó tomamos
la última copa, examinando decenas de folios que Maricel ha traído en el bolso, y que
ordena metódicamente sobre la mesa de vidrio, analizando, sopesando, sumando
sus ahorros, y los míos… Es hora de retirarnos. Pasamos el adoquinado de una
calle que da a las Ramblas.Carrer
Ferran. Antes
Fernando VII de España. Qué lugar del planeta tan entrañable es este donde hay
que ser un miserable para tener a tu nombre una vía de primera categoría. Y no
te digo nada de Madrid.
Es
lunes, llamo a primera hora a Enric
Botarull, Enric, bon dia, escolta… creo
que no es necesario que nos veamos. No, no es nada de eso, ya sé que podéis
mejorar la oferta. No tiene nada que ver. Verás, he tomado una decisión, ha
sido un tanto precipitado, el mismo sábado. Ha surgido de improviso. Bueno el caso
es que no podrá ser, ¿por qué?, pues porque me caso, sí ya sé que éste no es
motivo, pero hay algo más, es que me voy con mi novia, que ya será mi esposa, a
vivir a Australia. Gràcies pel teu temps…
Quiero
pasar por el pueblo, antes de coger el avión, para despedirme de Bernat y presentarle a Maricel. Pero una vez allí nos cuentan que hace
casi un mes que no se le ve. Dicen que está en Siria, me explica un parroquiano
al oído. Dejó una nota para ti.
Estimat Ignasi, no
hace falta que me expliques lo que ya sé, y tampoco que te preguntes como lo
sé, siempre te tendré en mi corazón, si te he sido útil, es porque era mi
destino, y si no ha sido así, porque era el tuyo, recuerda siempre que la última
realidad está reservada a los que ven más allá de las apariencias, los que
tienen el valor de mirarla cara a cara sin perder por ello la cordura. Bones noces i que sigueu molt feliços. El teu fidel amic,
Bernat Claravall.
Nota
del autor. Este relato tiene, claro, un punto de ficción, sin embargo está
basado en hechos reales, por lo que, no todo lo narrado es enteramente
imaginario, y puede que exista alguna aproximación a la realidad que no sería,
en absoluto, pura coincidencia.
Feliz
Navidad a todos.
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