LA CIENCIA FICCIÓN
Desafía lo inevitable
y plantea que podríamos hacerlo de otra manera
Su novela Walkaway, publicada
por Capitán Swing, propone un futuro esperanzador por medio de un movimiento, el
de los andantes [walkaways], que ha decidido dar la espalda a una
sociedad marcada por la corrupción e ignorante al cambio climático y la
desigualdad rampante, para ocupar los territorios abandonados del mundo
postindustrial. Al abandonar la sociedad “por defecto”, los personajes de Cory Doctorow
en Walkaway transitan una alegoría sobre el potencial de la
cooperación para imaginar, frente a amenazas y coacciones, un mundo alternativo
al margen de aquello preestablecido como inevitable.
Walkaway se presenta como una novela utópica. Mencionas una serie de figuras como fuentes de inspiración durante el proceso de escritura en lo que respecta a la esperanza, la empatía y el altruismo. Una de ellas es Rebecca Solnit.
Sí, su libro Un paraíso en el infierno es sobre la realidad de las crisis. Ya sabes, hay un tipo de historia sobre las crisis que se repite a menudo en la ciencia ficción y que plantea que, cuando las cosas van mal, las luces se apagan y tus vecinos vienen a por ti a comerte.
Lo que Solnit muestra como historiadora en su libro, que consiste en una investigación minuciosa de fuentes primarias sobre desastres, es que para la mayoría, cuando ocurre uno de esos desastres, se detiene esa queja que todos sentimos, como una especie de zumbido continuo de fondo. Entonces, tenemos una especie de silencio tañido en el que, con cierta claridad, nos damos cuenta de que, sea lo que sea lo que nos pase con nuestros vecinos, estamos encerrados en un sistema de dependencia y obligación mutua, y no es el momento en el que vamos a su casa a comérnoslos. Es el momento en el que tus vecinos vienen con toda la comida del congelador para hacer una gran barbacoa, porque de lo contrario se va a echar todo a perder, ya que las luces se han apagado porque se ha ido la electricidad. Es algo hermoso, pero gran parte de la ciencia ficción, incluidas obras que he escrito, adopta el tipo de enfoque perezoso con la intención de impulsar la trama, en la que, con el desastre, llueve el caos y demás.Yo creo que hay una trama mucho más interesante en una
historia en la que la crisis precipita un esfuerzo de buena fe y buena voluntad
para mejorar las cosas, pero ese esfuerzo se ve obstaculizado no por la
venalidad o la maldad, sino más bien por un legítimo desacuerdo entre personas
que realmente quieren mejorar las cosas, pero no están de acuerdo en cómo debe
hacerse. Es mucho más trágico tener una pelea con la gente que amas, que
termina con un desacuerdo duradero, que tener un desacuerdo con la gente que no
te gusta. ¿Porque a quién le importa no estar de acuerdo con la gente que no le
gusta? Cualquiera que haya vencido en una discusión durante una cena de Navidad
sabe que lo único peor que perder una discusión en Navidad es ganarla, porque
entonces tienes una fractura con la gente que te importa que puede llegar a
durar para siempre.
Otra de esas referencias que mencionas es Thomas Piketty.
En el caso de Piketty se trata de un autor que hace un
estudio muy interesante sobre la desigualdad, que no es sólo injusta, sino
también peligrosa y desestabilizadora. Centra su argumento alrededor de los
programas sociales y los impuestos, al tiempo que expone la voluntad de los
ricos y poderosos en invertir parte de su riqueza y sembrar su influencia en el
resto de nosotros, para que la desigualdad sea percibida como parte de nuestro
propio interés. Piketty muestra que el problema de la acumulación y la avaricia
no es solo que sean cosas injustas, sino que desestabilizan a la sociedad,
porque, ¿para qué defenderías a una sociedad que no te defiende a ti, que no
tiene nada que ofrecerte? ¿Por qué no mejor vestir un chaleco amarillo o hacer
cualquiera de las otras cosas que realmente asustan a los ricos?
Para Piketty, los ricos comprenden que hay una especie de
entendimiento tácito, según el cual pueden o pagar impuestos o gastarse el
dinero en guardias para evitar que la gente construya una guillotina en su
jardín. Y hay un punto en el que realmente es más barato pagar tus impuestos y
dejar que construyan hospitales, que pagar a los guardias para que estén en tu
jardín con ametralladoras. El asunto sobre la tecnología que he sacado del
trabajo de Piketty se refiere a la posibilidad de que la tecnología haga más
barato detener las guillotinas, porque es tan fácil espiar y controlar a la
gente que, si dispones de mucha de esa tecnología, se puede ser mucho más
codicioso sin preocuparte de las guillotinas. Ya no es necesario tranquilizar a
la gente compartiendo, siendo amable y justo. Gracias al trabajo de Piketty me
quedó bastante claro en el momento en que escribí el libro, pero incluso más
ahora, que los ricos, si bien individualmente saben que son incapaces de
disciplinarse a sí mismos de forma colectiva, están encerrados en su propio
dilema del prisionero que hace que el resto estemos inmersos en esta crisis
amenazante.
La tercera influencia que destacas es la de David
Graeber.
Graeber fue un gigante, un gran pensador al que conocí y que
fue mi amigo. Su libro En deuda recorre un largo camino para
explicar qué es el dinero y para qué sirve. Como Graeber demuestra, nunca hubo
un momento en el que el dinero surgiese espontáneamente, para que por ejemplo
los granjeros intercambiaran un pollo y una vaca, sino que fue creado por los
Estados para lubricar y movilizar el capital social con el objetivo de cumplir
sus fines públicos. Y a veces esos fines públicos fueron terribles. La primera
moneda, por ejemplo, fue acuñada por reyes de la Edad de Bronce que
conquistaron otros países y querían obligar a los agricultores a alimentar a
los soldados que los custodiaban. Así que lo que hacían los reyes era pagar a
los soldados en monedas y luego cobraban impuestos a los campesinos también en
monedas, con lo cual, para que los campesinos pagaran sus impuestos tenían que
conseguir monedas de los soldados, y por ello debían vender su comida a estos.
En última instancia, esto indica que la historia que los
conservadores de extrema derecha se cuentan a sí mismos sobre la sociedad, que
emerge espontáneamente a partir de contratos libres entre individuos,
simplemente no es cierta. La sociedad es siempre un esfuerzo colectivo y no una
serie de esfuerzos individuales, y esa es una lección muy importante del libro.
Dedicas el libro a Aaron Swartz y Erik Stewart, que
entiendo que también fueron figuras relevantes para tu trabajo.
Aaron y Erik fueron dos queridos amigos que murieron
demasiado jóvenes. Ambos eran activistas radicales y nunca estuvieron
dispuestos a aceptar la sociedad tal y como era: siempre estuvieron interesados
en exigirle lo que podría ser. Y ese es el proyecto de los andantes.
En definitiva, esas cinco influencias combinadas —Solnit, Piketty, Graeber,
Swartz y Stewart— son las que constituyen la historia de este libro.
La historia se desarrolla en un contexto marcado por el
cambio climático antropogénico y la segregación de clase. ¿Cómo concibes la
relación entre clima y clase en tu obra?
Lo primero que tenemos que entender es que una buena
política para una civilización técnicamente funcional requiere de una relativa
igualdad entre los participantes, por lo que si hay un pequeño número de
personas muy ricas, cuando llega la hora de cuestiones políticas como la forma
en que debemos gestionar nuestro carbono, esas personas simplemente se
presentan y compran su plaza en la cabeza de la fila y el juicio que les es útil
a expensas de todos los demás. Por ello, los más ricos son incompatibles con un
buen futuro climático, ya que este afecta a su posición de privilegio. Si el 1%
es dueño del 99% del capital, cualquier sacrificio necesariamente les afectará.
Esto es algo que Piketty señala a propósito de las guerras
mundiales, ya que, aunque fueron peleadas por gente trabajadora, la destrucción
de capital afectó mayormente a los ricos. El capital de la gente trabajadora no
sumaba casi nada comparado con el capital de los ricos, que poseían casi todo.
Y ahora, cualquier cambio que hiciéramos para evitar la emergencia climática,
afectaría desproporcionadamente a la gente rica, porque ellos tienen todos los
recursos que necesitamos para hacer esos cambios. Ellos controlan los recursos,
por eso creo que los dos asuntos, clima y clase, nunca pueden separarse. Si
hubiéramos tenido una emergencia climática que afectara sobre todo a los ricos,
tal vez no habríamos sufrido la inacción climática que vemos en los ricos. Sin
las enormes ganancias de las compañías petroleras, nunca habríamos dejado que
los problemas climáticos empeoraran tanto año tras año, década tras década,
hasta que estuviéramos al borde de la catástrofe total. Si estas compañías no
dispusieran de las fortunas gigantescas de las que disponen, no habrían sido
capaces de comprar las decisiones y voluntades políticas que les permitieron
amasar una fortuna aún mayor.
Walkaway se sitúa en un mundo de
postabundancia, en el que organizar la escasez conduce a soluciones alternativas.
¿Qué podemos esperar de la actual organización de la escasez en un mundo con
amenazas, declive material y energético, con desigualdades cada vez mayores?
¿Dónde debemos buscar la esperanza?
Es curioso, porque tengo otro libro que saldrá en noviembre llamado The
Lost Cause [La causa perdida], que está en la línea de Walkaway,
pero ambientado durante la crisis, no después de ella. Se trata de un momento
en el que la gente se enfrenta a la crisis, lo que implica proyectos a gran
escala como reubicar las ciudades costeras del mundo veinte kilómetros hacia el
interior. Gran parte del material para llevarlos a cabo se hace aprovechando
oportunidades en las que, cuando el sol brilla, por ejemplo, la fábrica se
enciende sola, pero cuando el sol se oculta detrás de una nube, todo el mundo
recibe un mensaje de texto que dice: “Oye, es hora de irse de fiesta”. Es
decir, tienen un mundo tanto de ocio como de abundancia en medio del mayor
desafío al que la raza humana se haya enfrentado jamás. El libro trata de la contrarreforma,
de lo que sucede cuando los capitalistas y las milicias nacionalistas blancas
deciden hacer añicos este futuro, y que esa utopía sea una distopía.
La idea central hace un guiño a Walkaway y
a lo que han llamado “socialismo de biblioteca”, que se refiere a que, en lugar
de dar a cada uno de todo, incluyendo las cosas que casi nunca se usan, solo
dispondremos de lo suficiente, pero que siempre está a disposición. Se podría
decir que se trata de estocásticos. Por ejemplo, a pesar de que nadie sabe
exactamente dónde hay un taladro, siempre hay un taladro al alcance de la mano
si lo necesitas para hacer un agujero en la pared, pero no tenemos que tener
todos un taladro en su cajón que solo utilizamos dos veces al año. Porque ese
taladro que cada uno de nosotros poseemos es barato y está muy mal hecho,
porque es racional que así sea si solo vamos a hacer dos agujeros al año, pero
es tan malo, tan feo y tan difícil de reparar que es una vergüenza, y el hecho
de tener que renunciar a un cajón entero de nuestra mesa para guardar ese
taladro estúpido para usarlo dos veces nos hace más pobres, no más ricos.
Soy más pobre porque soy dueño de ese taladro, y sería más
rico si hubiera un taladro maravilloso, diseñado para degradarse con elegancia
entre el flujo de materiales, que fuera fácilmente reparable mientras sea
utilizado y dispusiera de un sistema de telemetría, que aprendiera más cada vez
que alguien lo usa y mejorase el siguiente uso que se hiciera de él. De esa
manera, yo sería más rico porque tendría menos.
Se propone que, de este modo, en realidad terminaríamos con
más abundancia material y, en la práctica, una vida mejor, porque en lugar de
poseer cosas, las usaríamos. En ese caso, con una asignación más eficiente de
los bienes, se puede conseguir que cada persona se sienta más rica, incluso a
medida que usamos menos materiales y retraemos nuestro impacto sobre los
límites planetarios. Quizá Walkaway se hace algo más difusa a
ese respecto y The Lost Cause realmente llega mejor ahí.
Ante el choque que se da entre derecho de propiedad y
derechos humanos. El movimiento de los andantes hace hincapié
en que el valor humano debe ligarse a nuestra condición de humanos y no
derivarse de ningún tipo de patrimonio o propiedad. ¿Cómo te aproximas a este
conflicto entre propiedad y derechos en tu trabajo?
Hay algo que los liberales dicen mucho: “No sé lo que
realmente significan la izquierda y la derecha. ¿Acaso significan algo hoy?”.
Dije una vez eso delante de un amigo, un escritor radical de ciencia ficción
llamado Steven Brust, y él me dijo: “No, no lo entiendes. La definición de
izquierda y derecha se estableció durante la Revolución Francesa y nunca ha
cambiado desde la época de la guillotina. Pregúntale a alguien si cree que los
derechos de propiedad son más importantes que los derechos humanos. Si dice que
los derechos de propiedad son derechos humanos estará en la derecha y si dice
lo contrario, estará en la izquierda”. Esta es una de las cosas que distingue a
los liberales de los izquierdistas.
Cualquiera que haya leído o visto Los miserables sabe
lo que significa, porque en ella hay este conflicto entre el derecho a no morir
de hambre y el derecho del panadero a cobrar una barra de pan. La ley francesa
dice que debes morir de hambre en lugar de robar la barra de pan, pero con el
levantamiento se dice que no, porque morir de hambre tiene más importancia que
asegurar que el panadero cobre su barra. Ese es el quid de muchas de nuestras
luchas. Piensa en España, después de la crisis de la vivienda, cuando había
tantos desahucios ejecutados y tantas casas vacías, y, sin embargo, a pesar de
que había tanta gente que necesitaba casa, vimos cómo desde la economía, que es
nominalmente un sistema para hacer que todos estemos mejor, se decía que no
puedes mudarte a una de esas casas, porque deben dejarse vacías incluso si
acaban pudriéndose y llenándose de moho.
Había una hoja de cálculo que decía que la casa tenía que
quedarse así, vacía hasta que se pudriera, condenada a pesar de que todos
sabíamos la razón por la que no debería estarlo. Eso es lo que los andantes tratan
de cambiar. Viven en un mundo donde la emergencia climática ha causado tanta
destrucción, que grandes franjas del planeta están vacías, pero llenas de cosas
que podrían ser utilizadas para vivir. Y, sin embargo, no pueden utilizarse
porque la hoja de cálculo dice que no se puede. Cuando eso sucede, tienes esta
división que es tan antigua como la de Los miserables, y, ante
ella, los andantes dicen: “Vamos a tomar la basura, la tierra
envenenada y construir el paraíso”.
Cuando algún rico extraño se presenta y reclama su tierra
envenenada con su basura, exigiendo que se vayan antes de que surja una
Revolución Francesa, los andantes simplemente dejan que ese rico extraño tenga
su basura y, como disponen de la tecnología que les permite construir algo
diferente dondequiera que estén y no hay escasez de basura y tierras
envenenadas, encuentran otro montón de basura y otra tierra envenenada y
empiezan de nuevo. Así que eso es lo que hacen: se marchan [walk away].
La tecnología puede conducir tanto a la alienación como a
la emancipación. Estamos asistiendo a un creciente debate sobre la inteligencia
artificial. ¿Cómo ves el papel de la tecnología en los conflictos con la
organización social, o en las crisis ecosociales?
No se trata de una predicción, sino de una esperanza, o
quizá incluso de un plan, pero creo que si vamos a sobrevivir, lo haremos
porque reconocemos que tenemos intereses comunes. Es decir, si a ti te preocupa
la emergencia climática y a mí la desigualdad y a otros los monopolios y demás,
en realidad a todos nos preocupa lo mismo: nos preocupa la injusticia que surge
de la desigualdad, la imposibilidad de crear una buena sociedad partiendo de
una tan desigual como la nuestra. Si podemos reconocer que tenemos una causa
común y podemos organizarnos entre nosotros para hacer algo al respecto,
podríamos ser imparables. Porque hay tanta gente que sufre bajo todo tipo de
formas de desigualdad y corrupción, que la única manera en que podremos ser
capaces de hacer una causa común es si disponemos de herramientas de
organización, y esas herramientas de organización van a ser digitales.
Esta es la razón por la que he estado involucrado en los
derechos humanos digitales durante veinte años. No porque crea que la
tecnología digital es más importante que otras luchas, como la igualdad racial,
de género, los derechos laborales o la lucha por el clima, sino porque creo que
el mundo en el que vamos a luchar por esos derechos es el campo de batalla
técnico, es el campo de batalla donde nos encontramos unos a otros, nos
comunicamos unos con otros, nos coordinamos y pasamos a la acción. Así pues, mi
esperanza está depositada en la construcción de tecnologías federadas, que
están surgiendo ahora mientras Twitter se desintegra, y que estarán realmente
centradas en los usuarios, diseñadas alrededor de las necesidades de la gente
que las utiliza, y que posibilitarán ese tipo de causa común que, a su vez,
dará pie al cambio que necesitamos.
¿Cómo entiendes el papel de la escritura de ficción y el
de la literatura de ciencia ficción, ante las crisis ecosociales combinadas con
que convivimos en la actualidad?
Si eres un matón, un dictador o un corrupto, tu arma más
poderosa es ofrecer la sensación de que lo que estás haciendo es inevitable.
Margaret Thatcher decía que “no hay alternativa” [There is no alternative o
TINA], lo que en realidad era solo otra manera de decir que se dejara de pensar
en una alternativa. Déjame que te cuente una historia. Estaba caminando con un
amigo en la conferencia de South by Southwest en Austin cuando miré a un lado e
hice contacto visual con una persona que estaba en un stand. Como
me había oído decir algo acerca de las cadenas de suministro, el tipo del stand
me preguntó si podía hablarme de la empresa que representaba, pero vi la
palabra “blockchain” por ahí y dije que no. Entonces, el tipo me empezó a
explicar que estaban utilizando “blockchains” para ayudar a mejorar la cadena
de suministro de Río Tinto, la compañía multinacional minera, así que le dije
que no quería oír nada de eso y que Río Tinto eran criminales de guerra.
Entonces me dijo: “Bueno, veo que tu chaqueta tiene una
cremallera. ¿De dónde crees que sale el metal para esa cremallera?”. Esa es la
historia de lo inevitable, de que si quieres cremalleras tienes que tener niños
esclavos o, en la versión de Mark Zuckerberg, si quieres hablar con tus amigos,
tienes que ser espiado. Pedir redes sociales sin espionaje es como pedir agua
que no moje. Es como si fuera pedir un imposible. Pero lo que hace la ciencia
ficción es desafiar lo inevitable. No predice, sino que cuestiona. Plantea que
podríamos hacerlo de otra manera. Tal vez no lo hagamos, tal vez no deberíamos,
pero podríamos.
La forma en que hacemos las cosas ahora no es resultado de
que sepamos que es la única manera de hacer las cosas. No bajó ningún profeta
del monte con dos tablas de piedra y dijo: “No debéis hacerlo de otra manera”.
Por el contrario, podríamos hacerlo de otra manera en el futuro. Eso es lo que
hicieron los luditas. Los luditas no estaban enfadados con las máquinas, sino
porque sus jefes tenían máquinas tan fáciles de usar hasta para un niño, que
despidieron a los trabajadores adultos y fueron a los orfanatos de Londres,
secuestraron a los niños cuyos padres habían muerto en las guerras napoleónicas
y los esclavizaron en las fábricas con contratos de diez años, y ahí fueron
mutilados, golpeados y asesinados.
Los jefes dijeron eso: “Bueno, si quieres medias, tienes que
dejarnos asesinar niños”. Pero los luditas pensaron que en realidad se podía
imaginar la producción de medias sin asesinar niños y que, incluso si se hacían
con las máquinas, se tenían que hacer en colaboración con los trabajadores, en
lugar de deshacerse de ellos. Lo importante no es lo que hace esta máquina, es
para quién lo hace. Por eso, la ciencia ficción dice que podríamos tener un
mundo muy diferente al mundo en el que vivimos ahora. No hay nada decidido
sobre los acuerdos sociales a que hemos dado forma nosotros mismos. Podrían ser
diferentes. Y lo que nos va a sacar del cambio climático es la comprensión de
que podría haber algo distinto que esto que tenemos.
Visto en: https://www.elsaltodiario.com/literatura/entrevista-cory-doctorow-autor-novela-walkaway
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