LO PERTINAZ NO ES LA SEQUÍA, ES EL CAPITALISMO
“Esto no es normal” es la frase más recurrente últimamente para referirnos a las altísimas temperaturas que estamos padeciendo esta primavera o para referirnos a la trágica sequía que tiene exhaustos nuestros campos y que ha dejado las reservas hídricas por debajo del 50% de media en todo el país, con cuencas del sur en estado agónico, y todo eso a las puertas de un verano que amenaza con ser catastrófico. “Esto no es normal” decíamos el verano pasado ante la sucesión casi ininterrumpida de crueles olas de calor, “esto no es normal” exclamamos ante la oleada de incendios que padecimos tan temprano como en marzo.
Pues lamento anunciar que es muy probable que estos eventos tan extremos y desasosegantes sí sean lo normal a partir de ahora, que hemos cruzado el umbral de una nueva normalidad climática y lo hemos hecho de un modo irreversible: hagamos ya lo que hagamos no volveremos a tener la climatología amable del pasado, aunque si no hacemos nada por evitarlo las cosas pueden tomar un cariz mucho peor.
Y esto no es un ejercicio de pesimismo sino de realismo
informado que se basa en lo que desde hace decenios se viene estudiando y
advirtiendo por parte de los sectores más solventes de la Ciencia del Clima,
por parte del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) y por parte
de las Ciencias Ambientales que estudian la inmensa complejidad de Gaia. En
nuestros lares, el blog ustednoselocree.com de Ferrán Puig Vilar es, sin duda,
uno de los referentes imprescindibles para entender la dinámica de cambio
abrupto en que hemos entrado.
Como especie poco o nada “sapiens” nos resistimos a pensar y
aceptar los cambios (a peor) y tendemos a proyectar el futuro como una simple
prolongación de las condiciones conocidas del presente. Nos cuesta horrores
asumir y habitar la incertidumbre, somos refractarios a imaginar lo
radicalmente novedoso, lo desconocido. Pues precisamente a nivel climático, que
es la matriz omnipresente en la que se despliega la trama de la vida individual
y colectica, hemos ingresado en un terreno desconocido, hemos pasado de las
condiciones ciertamente estables del Holoceno a la inestabilidad del
Antropoceno o mejor dicho del Capitaloceno, o como explica exhaustivamente
David Wallace-Wells en El Planeta
Inhóspito
Hemos pasado de habitar en un planeta amable que nos acogió
cómodamente desde la última edad de hielo a un planeta hostil. De algún modo
hemos roto el contrato que había entre Gaia y Homo Sapiens al imponer una vía
de “desarrollo” capitalista, prometeica, avasalladora, industrial y de eterno
crecimiento que ha roto los límites físicos, termodinámicos y ecológicos de la
Tierra, y hemos ingresado en “la era de las consecuencias” en la que se nos
están presentando todas las facturas impagadas derivadas de las fracturas
ecosistémicas, climáticas, coloniales, racistas y emocionales perpetradas en
esta breve aventura capitalista de 500 años que ahora llega a su fin.
Volviendo a la ciencia del clima: estábamos advertidos de
que en el planeta había una serie de puntos de inflexión que, de ser rebasados,
desestabilizarían irremediablemente el complejísimo climático de Gaia, de modo
que el crecimiento exponencial de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero
(GEI) hasta alcanzar más de 420 ppm de CO2 (una cota jamás respirada por
nuestra especie en su corta historia) ha desencadenado una ruptura del
equilibrio climático. Y es que los cambios en un sistema tan complejo como el
del clima terráqueo no son lineales, sino que a partir de cierto nivel de
acumulación e intensificación de las perturbaciones se provocan fracturas,
saltos y desestabilizaciones caóticas del sistema hasta que este alcance un
nuevo punto de equilibrio homeostático; por eso, es más preciso hablar de
disrupción climática que de cambio climático y calentamiento global.
Entre esos puntos de inflexión del clima rebasados o
erosionados están el deshielo ártico, el deshielo de los glaciares y el de
Groenlandia y la Antártida, la deforestación de las selvas tropicales (muy
específicamente la Amazonia, las de centro África y las del Sudeste Asiático),
el permafrost siberiano, etc. Cada uno de estos eventos impacta
catastróficamente en los equilibrios del sistema climático planetario en lo que
se denominan cascadas climáticas: la disminución de la superficie helada limita
el efecto albedo por el que una parte de la energía del sol es reflejada y
devuelta al espacio exterior, con lo que el sistema recibe más energía en forma
de calor; el permafrost libera metano que tiene un potente efecto invernadero;
la deforestación libera más carbono a la atmósfera y reduce las precipitaciones
pluviales; el deshielo de Groenlandia modifica la concentración de sal marina
que es el motor de la corriente del golfo que, entre otros muchos efectos,
templa y humedece el clima europeo, y así sucesivamente se disparan bucles de
realimentación positiva que perturban irremediablemente los equilibrios amables
que habitamos en el pasado.
Pese a las advertencias y señales de alarma lanzadas por la
ciencia y los intentos del activismo ecologista, feminista y pacifista de poner
remedio, tenemos que aceptar que ha sido imposible desmontar, parar, o siquiera
frenar la megamáquina global del capitalismo industrial y tecnológico, y esta
ha modificado irreversiblemente el metabolismo de Gaia, con lo que nos estamos
adentrando en un escenario caótico, de gran incertidumbre y probablemente
catastrófico que es ya la “nueva normalidad”, una nueva normalidad en la que
veremos eventos históricos y fenómenos “naturales” insospechados que no serán
de ningún modo una prolongación hacia el futuro de los territorios
existenciales transitados en el pasado, sino territorios radicalmente nuevos y
desasosegantes, en general mucho menos amables con nuestra vida y con seguridad
implacables para con nuestras comodidades burguesas.
Hemos ingresado en una nueva era en que nuestras vidas se
tornarán precarias, arduas y conoceremos retos y amenazas a la supervivencia
individual y colectiva que ya empezamos a deletrear en forma de pandemias,
micro y macro guerras por los recursos vitales, movimientos masivos de refugiados,
megaincendios, subidas del nivel del mar, extinciones masivas, hambrunas,
envenenamientos graduales, crónicos y agudos, ... Es decir que a nuestras
sociedades opulentas occidentales les alcanzará la precariedad y el horror que
nuestro opulento modo de vida lleva provocando durante los últimos cinco siglos
en los territorios lejanos del Sur, vía colonialismo, racismo y extractivismo.
La irreversibilidad de esta mutación histórica contrasta con
la ceguera colectiva que se puede rastrear en ese “negacionismo blando” de la
inmensa mayoría de la población adulta y de la práctica totalidad de los
“adultos de los adultos” (en afortunada expresión de una niña) que debieran ser
los políticos. Los unos miran para otro lado, o como máximo se quejan de que “esto
no es normal” pero no piensan modificar sus comportamientos y sus votos
mientras las estanterías del supermercado estén llenas, haya energía para el
aire acondicionado y salga agua por su grifo; los otros se van a las cumbres
del Clima, y ovacionan a Gustavo Petro cuando habla de la imperiosa necesidad
de actuar ante la emergencia climática, pero celebran el crecimiento del 5% del
PIB y consienten y alientan una subida de las emisiones del 9% anual como hace
el “gobierno más progresista de la historia”. Este sesgo de optimismo
economicista y de apología suicida del crecimiento infinito se puede atisbar
incluso en las páginas de este medio, alguno de cuyos artículos celebró el
crecimiento de la economía por aquello del empleo “über alles” (la expresión nazi:
por encima de todo).
Junto a este negacionismo blando está el negacionismo duro
que oscila entre las posiciones esquizo-regresivas de la extrema derecha y del
supremacismo racista y patriarcal, y las posiciones más naif, escapistas y
conspiranoicas, de cierta “new age” que anda buscando causas sencillas y
culpables fáciles y ajenos, cual chivos expiatorios, para problemas
extremadamente complejos: las estelas de los aviones, la falsa sequía, la
minoría de malvados que usan la geoingeniería para exterminarnos y otros
delirios entre los que reaparece, otra vez ¡maldita sea!, el socorrido racismo
antisemita. Este negacionismo duro, fascista o hippie, constituye una verdadera
psicopatología de masas, una verdadera pandemia moral y espiritual especular y
complementaria a la ceguera también psicopática de las clases medias y altas
occidentales que no tienen intención de salir de su delirio consumista… por las
buenas.
En cierto modo este rechazo a aceptar la realidad de la
mayoría de la sociedad y de la totalidad de los políticos, así como los relatos
fantásticos y alucinados que proliferan por las redes tienen una lógica,
perversa, pero lógica: lo que se nos viene encima es tan tremendo que aterra a
cualquier persona con dos dedos de frente y dos centímetros cúbicos de corazón.
Los escenarios de futuro son tan ominosos, que no resulta nada fácil seguir
viviendo una vez que se vislumbran, sobre todo porque el marco cultural en que
nos desenvolvemos es tremendamente antropocéntrico, egoísta, individualista y
de una pobreza espiritual que nos deja inermes ante la realidad de la
decadencia, el ocaso y la muerte.
Las personas que hemos llegado a algún grado de conciencia
sobre la situación, en general hemos tenido que pasar por una fase de tremenda
depresión en la que experimentamos el duelo por el mundo que estamos perdiendo,
y un agudo e inconsolable sentimiento de culpa por el daño que hemos infligido,
o al menos no hemos conseguido evitar, a las generaciones venideras a las que
legamos un mundo infernal y a las otras especies que estamos masacrando y
empujando a la extinción.
Después de atravesar esa fase de nigredo y oscuridad se
puede uno quedar atrapado en la desesperación y el nihilismo, en una especie de
muerte civil vana que en el fondo es cooperar con la “destrucción mutua
asegurada” que nos prescribe el capitalismo en su fase terminal, pero por el
contrario lo que los ancestros nos piden, lo que nos imploran nuestros
descendientes y lo que nos exige Gaia es aceptar con valentía la situación por
horrible que parezca y pasar a la acción, porque nunca es tarde para hacer algo
aunque nunca hagamos lo suficiente. Y el programa para este activismo social de
supervivencia en el umbral del colapso se puede resumir en algo tan sencillo
como salvar vidas y salvar libertades, y cuando decimos salvar vidas no hacemos
distingos entre humanas y no humanas, porque a estas alturas debería estar
claro que la humana es imposible sin las otras y aunque fuera posible no
merecería la pena.
La delgada vía del sentido común, de la prudencia y de la
conciencia de la interdependencia y ecodependencia tiene la difícil tarea de
transitar entre las locuras del aceleracionismo y el negacionismo climáticos
que hoy por hoy ocupan la inmensa mayoría del tablero político e ideológico, y
el “negocionismo” de un capitalismo catabólico que está dispuesto a hacer (los
últimos) negocios de la destrucción de los bienes comunes, de la guerra civil
darwinista, de la contaminación de suelos, aguas y aires, de la extracción de
los últimos barriles de petróleo, de la tala de los últimos bosques, de la
privatización y erosión de los servicios públicos y la caja de pensiones, etc.
La cuestión no es si se puede hacer algo o no, la cuestión
es cuándo vamos a empezar a movernos porque lo que es seguro es que vamos a
movernos, por las buenas o por las malas, y cuánto antes lo hagamos más vidas y
libertades seremos capaces de salvar. Cuando el colapso del sistema
agroalimentario globalizado e industrial que ya ha comenzado avance vamos a
tener que transformar toda nuestra relación con los alimentos, con la tierra,
con el ganado, vamos a tener que recuperar agronomías menos intensivas en el
uso de agua y energía, vamos a tener que organizarnos para no morir de hambre
y/o envenenamiento. Cuando la sequía se agudice y generalice vamos a tener que
eliminar el consumo suntuario y derrochador de agua, vamos a tener que
organizarnos para repartirla y dedicarla a lo necesario, vamos a comprender que
el agua no es un recurso mercantil sino un milagro, un don de la naturaleza, eso
o matarnos por las últimas gotas.
Cuando los incendios superen las capacidades de extinción de
los recursos estatales vamos a tener que organizarnos para defendernos (de las
llamas pero también de los que las provocan por acción u omisión) o
perecer. Cuando a nuestras tierras lleguen refugiados climáticos del Sur
en masa tendremos que organizar la acogida y la convivencia, eventualmente
nosotras mismas puede que tengamos que huir de nuestros desertizados paisajes y
convertirnos en refugiadas climáticas en territorios ajenos. Cuando la
saturación de los sistemas sanitarios alcance un cénit insoportable tendremos
que cuidarnos comunitariamente con recursos y remedios más locales, menos
mercantilizados. Cuando haya estallidos de violencia y anomia social sólo la
cooperación y la autodefensa comunitaria será capaz de conservar espacios de
civilidad y cuidado social. Cuando la desesperación y la enfermedad mental se
generalicen peligrosamente vamos a tener que alumbrar nuevos mitos, nuevos
relatos, nuevos recursos terapeúticos, filosóficos y espirituales desde los que
contener las tendencias autodestructivas que anidan en el alma de homo sapiens…
Y todo lo tendremos que hacer en común, para el común, y con
el común, y todo habrá que empezar a hacerlo cuanto antes porque el tiempo se
acaba. Mientras llega el momento de la sublevación de masas por la
supervivencia, que damos por seguro que llegará y para ello conspiramos,
seguiremos apoyando y animando las acciones directas de desobediencia civil de
Futuro Vegetal, Extinción Rebelión, de los pueblos okupados, de las redes de
agroecología, etc, etc.
https://www.elsaltodiario.com/cambio-climatico/lo-pertinaz-no-es-sequia-capitalismo
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