LA VIDA BUENA DESDE UN ENFOQUE ECOSOCIAL
La revista «Papeles de relaciones ecosociales y cambio global» recoge un texto firmado por el equipo de FUHEM titulado: Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.
El artículo parte de plantear la pregunta de qué se puede entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que nos encontramos. Así, tras analizar los conceptos de felicidad, bienestar y nivel de vida se detiene a examinar la noción de calidad de vida, que corrige el reduccionismo de visiones anteriores, y la sitúa en el actual contexto de crisis ecosocial para identificar un modo de vida productivista y consumista –el capitalista– que impide el avance en la calidad de vida de forma justa y generalizada tanto de los sistemas naturales como sociales. De aquí se deriva el desarrollo de un enfoque ecosocial de la calidad de vida.
El siglo XX ha sido el siglo de la expansión de la civilización
industrial capitalista. En el trascurso de este periodo, particularmente a
partir de su segunda mitad, se han acelerado los ritmos de extracción de
recursos y de emisión de residuos asociados a la actividad económica, dotando a
las sociedades humanas de una elevada complejidad y una destructividad nunca
vista. Estas circunstancias nos han conducido, ya en el siglo XXI, a un
escenario inédito de extralimitación y desigualdades. Un escenario en el que
converge la creación de escasez relativa que genera el capitalismo con la
escasez absoluta sobrevenida de recursos estratégicos, pérdida irreversible de
biodiversidad y desestabilización abrupta del clima.
La magnitud que ha alcanzado la actividad económica en
relación con la biosfera y el tipo de metabolismo socioeconómico que la
civilización industrial capitalista ha extendido por todo el planeta proyectan
sobre la humanidad una amenaza existencial. En este escenario, con las
restricciones que impone, debemos cuestionar el modo de vida que nos ha
conducido hasta él y preguntarnos: ¿qué cabe entender por
bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto
de crisis ecosocial en el que estamos?
A pesar de haber recibido juicios variables a lo largo de la
historia, la idea amplia de bienestar (de bien y estar)
es algo que ha preocupado al ser humano durante toda su existencia. Se
podría decir que tener acceso a una vida buena es, al fin y al
cabo, el mayor objetivo de los seres humanos. Forma parte de nuestra
naturaleza querer vivir bien; querer tener una vida buena, una vida de calidad,
una vida con bienestar. Es algo que, en el fondo, y como sostenía Aristóteles,
deseamos siempre por encima de cualquier otra cosa: es el fin último de
la actividad humana, el bien perfecto por excelencia.
Sin haber estado nunca sujeto a un enclave epistemológico
determinado, la cuestión de la vida buena ha sido abordada a
lo largo de la historia desde diferentes esferas del conocimiento, siendo
mayoritariamente tratada desde el ámbito de la ética y la moral. Tratar de
comprender qué es lo que nos lleva a tener una vida buena y de calidad ha sido
una de las principales preocupaciones de la filosofía durante la mayor parte de
la historia humana.
¿Qué cabe entender por bienestar, calidad de vida o vida
buena en el contexto de crisis ecosocial en el que estamos?
En los últimos tiempos, sin embargo, este tema ha despertado
un creciente interés en ámbitos como el científico, el social o el político.
Con ello, cada vez más instituciones internacionales, gobiernos nacionales y
entidades locales han venido sugiriendo el empleo de diversas estimaciones de
bienestar y calidad de vida para evaluar el progreso social de sus países y
regiones y mejorar con ello sus políticas públicas
Con el propósito de delimitar y clarificar las diferentes
aproximaciones existentes en torno a la cuestión de la vida buena,
en las líneas que siguen se realizará una breve revisión conceptual y
terminológica concerniente a las principales expresiones existentes al
respecto.
La eudaimonía griega
Durante la antigua Grecia, los debates ético−políticos
solían transcurrir en torno a un término esencial: la eudaimonía (que
vendría a significar “buen espíritu”). A pesar de que hoy en día este término
suele traducirse como “felicidad” sin más, el término “florecimiento humano” ha
sido sugerido como una traducción más exacta. En esta línea, filósofos
como Jorge Riechmann sugieren contemplar a la eudaimonía como vida
lograda, cumplida o en plenitud.
La eudaimonía no era por tanto entendida
por la filosofía de la época como un estado subjetivo y pasajero relacionado
con el disfrute o el placer, sino más bien como un proceso vital: una forma de
vivir que mereciese la pena ser vivida. En esta línea, el pensamiento
grecorromano resaltó enfáticamente la importancia que sobre la eudaimonía tenía
la philía (o amistad), de tal modo que sin unos
vínculos sociales satisfactorios era difícil alcanzar una vida plena. De esta
forma, la esencia misma de la eudaimonía no era algo
estrictamente individual, sino un fundamento que encajaba en un modelo de vivir
en interrelación con los demás: un bien social que florece de la convivencia
entre iguales.
De entre todos los términos existentes relacionados con la
idea de una vida buena, son tres los que han acaparado hasta ahora
el grueso de la atención académica: felicidad, bienestar y calidad de vida. A
continuación repasaremos, uno por uno, el significado de estos tres términos
frecuentemente intercambiables. Comenzaremos por la felicidad.
La felicidad
Según sostiene Francis Heylighen, de la Universidad Libre de
Bruselas, existen dos formas de entender la felicidad: una pasajera y una
duradera. La primera se aproximaría a la noción de alegría (sentimiento
grato), mientras que la segunda lo haría a las nociones de bienestar. Esta
segunda concepción ha sido tradicionalmente abordada desde el mundo académico
para indicar el disfrute subjetivo de la vida en sentido general, siendo
con ello un concepto análogo al de bienestar subjetivo y
pudiendo ser evaluado a través de encuestas que valoran el nivel de
satisfacción que las personas tienen con la forma en que su vida transcurre
(indicadores de satisfacción con la vida, con el tiempo disponible, con las
relaciones personales, con el trabajo, etc.). Con todo, y tal y como sostiene
Ruut Veenhoven, valdría entender la felicidad (o bienestar subjetivo) como la
percepción personal a través de la cual un individuo juzga la calidad global de
su vida de forma favorable; esto es, lo que a uno le gusta la vida que
uno lleva, comparando la vida que tiene con la que le gustaría tener.
Los estudios sobre la felicidad han permitido obtener
información relevante al comparar resultados por nivel socioeconómico dentro de
un país, entre países según su nivel de ingresos per capita o
por periodos de tiempo para cada uno de los países. De esas comparaciones se
detectó una paradoja en relación con la satisfacción con la vida y el nivel de
ingresos: cuando las personas se hacen más prósperas en relación con otras,
aumenta la satisfacción con su propia vida; pero cuando son las sociedades en
su conjunto las que se hacen más ricas, no se vuelven por ello más felices.
Efectivamente, si preguntamos a personas con diferentes niveles de renta sobre
su felicidad se comprueba que aquellas que disponen de mayores ingresos suelen
autoproclamarse más felices que las relativamente más pobres. Hasta aquí nada
nuevo: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida,
que se necesita un auténtico especialista para verificar la diferencia»,
siguiendo la broma de Woody Allen. Ahora bien, las cosas cambian cuando se
establecen comparaciones a lo largo del tiempo y entre países.
Richard Easterlin, en 1974, fue el primer economista en
cuestionar la relación de proporcionalidad existente entre los ingresos y el
bienestar subjetivo. Tras comparar varios países entre sí, Easterlin propuso la
existencia de una zona de saturación monetaria del bienestar humano
subjetivo a partir de la cual el aumento de los ingresos medios de una
sociedad ya no se relacionaba con el aumento de su satisfacción con la vida. De
este modo, la relación entre los ingresos y el bienestar subjetivo se revelaría
proporcional únicamente para el caso de las sociedades menos adineradas, en las
cuales la mayor parte de las rentas familiares son destinadas a cubrir las
necesidades materiales más apremiantes. A partir de un determinado umbral de
renta el aumento de los ingresos apenas contribuía ya a incrementar
significativamente el bienestar subjetivo de las personas.
Este fenómeno, popularizado como la «paradoja de la
felicidad», fue explorado en algunos países concretos a lo largo del tiempo.
Así, tal y como mostraron los trabajos de David G. Myers, a pesar de que en
EEUU el salario medio prácticamente se triplicó entre mediados de los años
cincuenta y 2010, la felicidad declarada por sus ciudadanos durante esos años
permaneció prácticamente constante. Por tanto, cuando se compara el grado de
felicidad que las personas dicen disfrutar a lo largo de un periodo amplio de
varias décadas, en las sociedades opulentas nos encontramos con que el
porcentaje de personas que declaran sentirse felices no ha aumentado (incluso
ha descendido en algunos casos) a pesar de que los ingresos se hayan
incrementado considerablemente en ese mismo período. De todo ello se puede
atisbar que en la felicidad (o bienestar subjetivo) de las personas llega un
momento en el que influyen más otros aspectos (relacionales, culturales y
ambientales) que el nivel de renta absoluto que obtengamos.
El bienestar
El bienestar es un concepto amplio que tiene muchas
definiciones diferentes. Según la Real Academia Española (RAE), el bienestar
tiene que ver con el conjunto de cosas necesarias para vivir una vida buena,
tranquila, estimulante y saludable.
Huppert, Baylis y Keverne definieron el bienestar como el
estado positivo y sostenible que permite a los individuos, a los grupos
sociales o a las naciones prosperar y florecer. Así pues, cabe distinguir
entre el análisis del «bienestar actual» y el análisis de su «sostenibilidad»,
es decir, si el bienestar puede mantenerse en el tiempo.
Un trabajo de 2014 basado en la integración de varios
enfoques sobre la noción de bienestar, como los propuestos por Sen, Doyal
y Gough, y McGregor, sugirió que este tiene que ver básicamente con
tres aspectos: i) las condiciones físicas, sociales y mentales de las personas,
ii) la satisfacción de sus necesidades y capacidades básicas, y iii) las
oportunidades y recursos a los que se tiene acceso.
Sea como fuere, la literatura existente sugiere que el
bienestar debe ser tratado como un asunto multidimensional que captura una
mezcla de circunstancias de la vida de las personas, incluyendo cómo se sienten
y cómo funcionan. Así, la noción de bienestar comprende, a fin de cuentas,
todos los componentes y factores tanto objetivos como subjetivos que son inherentes
al florecimiento positivo de una persona.
El bienestar reducido a la prosperidad material y al
nivel de vida
A pesar de que la idea de bienestar ha evolucionado en los
últimos años, incorporando en su análisis condiciones económicas, sociales y políticas,
lo cierto es que la noción dominante de bienestar sigue estando ligada a día de
hoy al convencimiento de que los ingresos y las propiedades materiales son la
base de una vida buena. Sobre esta presunción se construyó un paradigma que
vinculaba progreso con incremento cuantitativo, esquivando consideraciones
sobre su contenido cualitativo. La noción dominante de bienestar ha quedado así
reducida a la prosperidad material, al aumento de la capacidad de compra y, en
consecuencia, al aumento del consumo.
Sin embargo, el bienestar es un concepto más amplio que el
de «nivel de vida», pues incluye todos aquellos factores que influyen en lo que
valoramos en nuestra existencia más allá de los aspectos adquisitivos.
Reducirlo al nivel de vida es incorrecto por varias razones. Primera, porque
los recursos económicos –bien sea el ingreso o el nivel y la estructura del
consumo mercantil– son medios que se transforman en bienestar de formas
diferentes según las personas; así, individuos que poseen mayor capacidad para
disfrutar o más habilidades para el éxito en ámbitos valiosos de la vida pueden
estar mejor incluso si manejan menos recursos económicos. En segundo
lugar, porque muchos recursos que contribuyen al bienestar no proceden del
mercado, sino de otros ámbitos no mercantiles ni monetarizados. Y finalmente,
porque la mayor parte de los determinantes del bienestar son circunstancias que
no pueden ser reducidas a la tenencia o posesión de rentas o mercancías, sino
que tienen que ver con actividades y relaciones sociales.
Además, las medidas convencionales de esta visión
reduccionista del bienestar suelen ignorar los trabajos domésticos y de
cuidados, individuales o colectivos, que proporcionan una destacada
contribución al bienestar de las comunidades y a la calidad de vida de las
personas. Tampoco logran reflejar las disparidades de riqueza e ingresos dentro
de una sociedad (un aspecto que está negativamente correlacionado con la salud
de esa sociedad) ni capturan ni pueden capturar en modo alguno los muchos
efectos negativos de las actividades económicas, como la contaminación y otros
costes sociales y ambientales.
La calidad de vida
La expresión calidad de vida pretende corregir esa deriva
reduccionista en la que incurrió la visión convencional y economicista del
bienestar. Y lo hace recuperando y abrazando el concepto multidimensional de
bienestar anteriormente mencionado, que depende tanto de factores personales y
sociales como de elementos objetivos y subjetivos. Además, la expresión calidad
de vida incorpora dos consideraciones de especial interés. La primera tiene que
ver con los logros o resultados obtenidos; la segunda con la importancia del
entorno natural como condición prioritaria para el desarrollo de la vida
humana.
Trasladar la atención hacia los logros es relevante porque
una vida buena es, al fin y al cabo, una vida lograda o realizada. Atender, por
ejemplo, a los logros en materia de salud y autonomía permite evaluar un modo
de vida en función de los resultados cosechados. Un modo de vida que impida o
amenace la salud y autonomía de las personas no podrá considerarse en ningún
caso una vida buena.
El término de calidad de vida comenzó a generalizarse en la
década de los setenta en el campo de la medicina y la salud para transmitir la
idea de que hay algo más que la mera cantidad de años de supervivencia: así,
además del tiempo de vida, también es importante atender a la calidad de la
misma. En esta línea se han propuesto indicadores ligados al desarrollo
biológico que proporcionan una información significativa sobre la evolución de
la calidad de vida de una población. La estatura media o la esperanza de vida
saludable, por ejemplo, constituyen indicadores fiables y complejos del
desempeño de la vida en una sociedad al reflejar los factores ambientales sobre
el máximo potencial de crecimiento genético.
Por otro lado, la relevancia de los factores ambientales
(físicos, epidemiológicos y socioeconómicos) exige incorporar la dimensión
ecológica del bienestar –o la ecología en la que se desarrollan nuestras
vidas–. La pandemia ha mostrado cómo la salud de las personas se encuentra
profundamente intrincada con la salud de los ecosistemas y que una vida sana en
un planeta enfermo o en un entorno social tóxico es una contradicción en sus
términos.
Pese a que la dimensión socioambiental ha estado presente en
muchos índices de bienestar, desde los años setenta en adelante diversos
enfoques asociados a la idea de los ecosistemas como límites biogeofísicos de
la acción social vienen planteando con mayor énfasis la preocupación por los
conceptos de bienestar y calidad de vida desde el ámbito de las ciencias
de la sostenibilidad, vinculándose así su noción con el estado de
conservación de los ecosistemas. Este enfoque parte del reconocimiento de
que el buen funcionamiento de la biosfera está en la base del bienestar y de la
subsistencia humana, de modo que no podremos tener vidas de calidad si nuestros
modos de vivir promocionan hábitos insostenibles que alteran la biodiversidad y
los procesos ecológicos. Al fin y al cabo, este marco abraza los principios de
la economía ecológica, situando la esfera económica al servicio de la sociedad
en un panorama de armonía con la naturaleza, en vez de subordinar −como se ha
venido haciendo− tanto la naturaleza como la sociedad a los avatares de la
globalización económica capitalista.
Calidad de vida en el contexto de la crisis ecosocial
Bajo esta perspectiva se vuelve primordial reconocer que la
crisis ecosocial que atraviesa el planeta –y que amenaza con comprometer la
vida de millones de personas, así como cualquier horizonte de vida buena– es,
en el fondo, un hecho social arraigado al modo de vida hoy imperante.
Si pretendemos alcanzar una vida buena y de calidad para toda la humanidad en
un planeta que es finito tendremos que ser capaces de acomodar nuestra noción
de bienestar a los límites ecológicos del planeta. Pasar de la noción
socioeconómica del bienestar que actualmente domina el imaginario colectivo
–basado en prismas mercantilistas y cortoplacistas– a una noción sostenible y
armónica de la vida exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales.
La consideración de la crisis ecosocial en todas sus
dimensiones y manifestaciones exige, en este punto de la historia en que nos
encontramos, definir la vida buena como aquella capaz de desenvolverse en
un equilibrio dinámico con la naturaleza. A este respecto se
ha hecho popular en los últimos años una imagen con la que representar la
posibilidad de congeniar el bienestar social y la sostenibilidad ecológica: la
conocida como economía de la rosquilla. Reconociendo un “suelo
social” que deberíamos garantizar y un “techo ambiental” que tendríamos que
respetar, estaríamos en condiciones de precisar el espacio intermedio de
seguridad en el que resulta posible prosperar conforme a los medios de nuestro
planeta.
La claridad que transmite la imagen de la rosquilla ha hecho
que este marco conceptual esté siendo utilizado con cada vez más asiduidad para
evaluar y comparar el desempeño socioecológico de muchos países y ciudades del
mundo. Eso sí, en el caso concreto de los países se ha comprobado que ningún
país hasta la fecha ha logrado situarse en ese espacio seguro que
permite tener prosperidad social sin trasgredir los límites
biofísicos. Mientras que algunos países deben mejorar significativamente
en ámbitos sociales (aquí encontramos, sobre todo, a países del Sur global),
otros deben hacer enormes esfuerzos ambientales para dejar de sobrepasar los
límites planetarios (fundamentalmente los países más desarrollados del Norte).
La cosmovisión del Buen Vivir y las
prácticas de los Buenos Convivires
En muchas culturas, la idea del florecimiento humano en
armonía dinámica con la naturaleza aún está presente. Las propuestas andinas
del buen vivir (de las culturas kichwa o el de las aymaras)
valoran la plenitud en relación con la comunidad y la naturaleza. Existen
nociones similares en otras culturas: el guaraní, el shuar, el
ashuar, el mapuche, o el de los pueblos kunas de Panamá, así como
muchas otras presentes en pueblos de Asia, África y Oceanía. Se trata de
concepciones holísticas y armoniosas (consigo mismo, con la comunidad y con la
naturaleza) que expresan la misma idea de prosperidad humana en un floreciente
entramado de vida.
El Buen Vivir tiene una potente dimensión cultural y espiritual que la diferencia de otras concepciones del bienestar al situar al ser humano como parte de una realidad vital mayor. También tiene una dimensión económico−productiva a partir de los principios de suficiencia y sustentabilidad. El enfoque del Buen Vivir no propugna una forma de desarrollo alternativo, sino una alternativa a la propia idea de desarrollo –y de progreso– emanada de la modernidad capitalista occidental que conlleva la descolonización de las metodologías y la descolonización del saber.
En
este sentido, demanda una clara diferenciación entre sabidurías y conocimientos
y, como consecuencia, un indispensable diálogo de saberes y aproximaciones
transdisciplinarias. Y de ese diálogo se deriva que no solo hay un único modo
de entender la vida buena, sino una pluralidad de “buenos convivires” que no
son propuestas acabadas sino procesos en construcción permanente a partir de
vivencias, experiencias y prácticas que se trenzan desde abajo.
El Buen Vivir, como alternativa a un desarrollo que en realidad
es “maldesarrollo”, se presenta como una propuesta civilizatoria para orientar
la salida del capitalismo. No significa en ningún caso una apuesta por volver
al pasado, sino más bien, como señala Michael Lövy, del romanticismo
revolucionario, una «vuelta por el pasado en dirección a un futuro emancipador»
para redescubrir la sabiduría aún presente en la mayoría de las
tradiciones culturales y cosmovisiones de los pueblos oprimidos por las
potencias coloniales. «Tampoco reniega de la tecnología ni del saber moderno.
De lo que sí reniega es de la civilización del capital». Es, en suma, la
búsqueda de un nuevo modo de vida alternativo al modo
de vida imperante.
El modo de vida que se encuentra en el origen de la
crisis ecosocial
Indagar en la calidad de vida en el contexto de la crisis
ecosocial exige identificar en nuestra forma de vivir un modo de producción y
consumo –un modo de vida– que combina, como caras de una misma
moneda, la opulencia de las mercancías con la explotación de la fuerza laboral,
el saqueo de los recursos de la naturaleza y la imposición de cargas indeseadas
sobre las mujeres. El capitalismo es un sistema económico que vive de la
explotación de sus colonias y que genera un modo de vida imperial. Como
señalan María Mies y Vandana Shiva, esas colonias son las mujeres, la
naturaleza y los países del Sur global. Su desarrollo histórico ha
conducido a la crisis ecosocial en la que nos encontramos. La dinámica
expansiva capitalista, impulsada por el ánimo de lucro y el individualismo competitivo,
choca con los límites ecológicos del planeta y desbarata los vínculos sociales,
afectando de esa manera a las condiciones materiales que permiten la
reproducción de la vida y de la existencia social.
En el contexto de la actual crisis ecosocial, la definición
de la calidad de vida no es una cuestión meramente técnica, sino que requiere
la adopción de un enfoque normativo capaz de establecer prioridades, visualizar
conflictos y relaciones de poder, e integrar relaciones sociales y valores de
igualdad y justicia. Debe permitir evaluar el modo de vida de la
civilización industrial capitalista y hacer aflorar con claridad cómo las
sociedades capitalistas albergan una contradicción sociorreproductiva
profundamente asentada en la crisis ecosocial, entendida como una crisis
ecológica y de cuidados.
Un enfoque ecosocial de la calidad de vida
Los debates actuales sobre la vida buena comparten
las críticas radicales a las ideas de desarrollo y progreso orientadas
únicamente a incrementar el nivel de ingresos y la riqueza monetaria. Estos
debates advierten de la necesidad de incorporar las dimensiones personales,
sociales y ambientales. La importancia decisiva en la vida de la gente de los
elementos relacionales, culturales, políticos y ecológicos abre la perspectiva
hacia otras formas de organización social ajustadas a las particularidades
históricas y culturales alternativas a la que ofrece en nuestros días el
capitalismo, depredador de la naturaleza, apisonador de las culturas de los
pueblos y empobrecedor de las relaciones sociales.
En nuestro mundo convive la ostentación más despilfarradora
con la necesidad más apremiante. Mientras esto ocurre, el planeta Tierra se
encamina a velocidad de vértigo hacia una degradación de magnitudes
incalculables. El ritmo de deterioro ecológico y social que estamos padeciendo
a escala planetaria exige que nos preguntemos con urgencia qué entendemos
por vida buena, pues no parece que podamos asumir como bueno el
modo de vida imperial que niega a la mayoría un presente y a la humanidad su
futuro. Preguntarse acerca de la vida
buena significa, en la práctica, discernir entre los determinantes que
amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos otros que propician su
florecimiento y calidad.
Bajo la noción de calidad de vida laten distintas dimensiones. Una de ellas se refiere indudablemente al acceso a una determinada cesta de bienes y servicios que garanticen la cobertura de las más elementales necesidades materiales. Pero la calidad de vida es algo más que eso, incluye otros factores que van más allá de este aspecto material y que influyen en lo que valoramos de la vida. A nadie le extraña que en las respuestas a la pregunta acerca de una vida de calidad la gente incorpore habitualmente alusiones a la salud, al disfrute del tiempo libre o a la compañía de sus seres queridos.
Así pues, y como ya hemos mencionado, la calidad de vida es un
concepto multidimensional que incorpora tanto lo que tenemos (dotación de
recursos) como lo que hacemos (actividades), sin olvidar dónde y con quién estamos
(las circunstancias en las que nos movemos). Tener, hacer y estar son
dimensiones siempre presentes en la evaluación de la calidad de vida.
Cada una de estas dimensiones entraña, a su vez, aspectos objetivos y subjetivos. Los aspectos objetivos se refieren a las oportunidades que se nos abren en relación con los recursos a los que podemos acceder, las actividades que podemos desarrollar o las circunstancias –sociales y ambientales– en las que nos toca vivir.
Los aspectos subjetivos tienen que ver con las valoraciones cognitivas y los sentimientos (positivos y negativos) que suscita todo lo anterior. Una vez resaltadas las dimensiones que abarca la calidad de vida, cabe preguntarse por los aspectos que necesitaríamos cultivar para favorecerla y los obstáculos que deberíamos remover para no entorpecerla.
Tal vez pueda ayudar en la respuesta a estos interrogantes la mención de tres
aspectos que se encuentran presentes en todas las cosas que logramos hacer y
que representan elementos constitutivos del estado de una persona, ya sea estar
bien alimentado, gozar de buena salud, evitar enfermedades o participar con
autonomía en la vida comunitaria. Esos elementos son los siguientes: los recursos,
el tiempo y las relaciones.
Recursos, tiempo y relaciones para lograr unos resultados en
salud y autonomía sin menoscabo de las condiciones sociales y ecológicas en que
se desenvuelve la vida. Solo así estaremos ante una vida digna de ser vivida.
Solo así se posibilita el despliegue de las capacidades y libertades en las
personas sin imponer servidumbres y sacrificios sobre otros seres humanos y
especies, preservando la trama de la vida de la que formamos parte.
https://www.economiasolidaria.org/noticias/la-vida-buena-desde-un-enfoque-ecosocial/
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