DESINHIBIR LA RABIA
Aspiramos a tener una vida digna que nos permita ser
personas. Mientras eso se nos niegue siempre habrá quienes estemos dispuestos a
apelar a la rabia.
Hay noticias que arden por dentro, que desean salir de mí como si de una bola de fuego se tratase para arrasar todo el mal que unos pocos provocan a conciencia y con el beneplácito de otros muchos que ansían ser como ellos. Hay noticias que alientan el crecimiento de una ira y una rabia que debo aplacar porque vivo en un sistema que castiga cualquier voz disidente.
Hay
noticias que fuerzan apretones de puño e incluso lágrimas al ver lo injusta que
es la vida con los de siempre. Hay noticias, hechos y relatos capaces de
desquiciarnos, de provocar gritos internos, golpes en la mesa y un malhumor que
dura horas. Pero todo ello ha de volver a su sitio, calmarse con un «ya
pagarán» que pretende convencernos de que, precisamente, quienes deben pagar no
tienen los mismos intereses que sus verdugos, cuando en realidad son la misma
calaña.
Con esa y diferentes premisas nos autoconvencemos de que existe una justicia divina que devolverá las cosas a su sitio y pondrá a cada uno en su lugar. La confianza en el sistema a la que muchos, desde hace años, le decimos: y una mierda! Todo ello sólo son mecanismos que pretenden desactivar cualquier indicio de indignación, rabia y organización.
Porque leer que el precio de la luz en tan sólo un año se ha multiplicado por cinco —eso para quien tiene luz, a diferencia de La Cañada Real— mientras los beneficios de las eléctricas aumentan de forma exponencial también es violencia. Una violencia que no requiere de porras ni pistolas porque parece legítima al entrar en los marcos establecidos de esta democracia liberal. Una violencia que se justifica con el «esfuérzate para cambiarlo» y que pretende hacernos creer que nuestros reclamos de una vida digna son, como poco, ilusiones imposibles completamente alejadas de la realidad.Porque desinhibir la rabia para poder organizarla es el primer paso para luchar contra quienes nos llaman delincuentes por no poder pagar una casa y tener que alquilarla. Para luchar contra quienes entienden la vivienda como un bien de mercado más que como un derecho; contra quienes dicen que no todos pueden disfrutar de una educación pública y contra quienes hacen que miles de personas lleven meses esperando una operación o ser atendidos por el especialista en el hospital.
Nuestros reclamos y exigencias no están al
mismo nivel y no son negociables. Pero para dar rienda suelta a esa rabia,
canalizarla y poder acabar contra quienes nos quieren pobres y sumisos, la
organización es el único camino. Una organización creada a raíz de un dolor
común capaz de unificar todas las luchas, capaz de decir «basta ya» con la
suficiente fuerza que haga temblar los cimientos de un sistema económico,
productivo y social que nos ha esclavizado durante años mediante la palabra,
las ideas y la culpabilidad.
Porque el anhelo de querer hacerlo a través del sistema
político que han impuesto quienes pretenden que nos callemos, se desvaneció con
el 15M. Y porque ahora aspiramos a mucho más: a que nos tengan miedo; miedo de
hacer con ellos lo mismo que hacen con todos nosotros cada día de nuestras
vidas. Aspiramos a acabar con cualquier atisbo de violencia que no permita a
nuestros hijos ir al colegio, a las personas que vienen de otros países acceder
de manera segura al nuestro, a nuestras hijas, hermanas y madres tener las
mismas oportunidades que nosotros. Y todo ello debe hacerse por el simple hecho
de que son personas.
Son muchas las situaciones que se nos vienen a la cabeza
cuando hablamos de desinhibir la rabia y dirigirla contra quienes provocan
nuestra pobreza y miseria: una mujer agredida a la que tachan de exagerada; un
niño que migra al que acusan de delincuente; un padre al que asesinan porque el
empresario no quiso poner medidas de seguridad en el lugar de trabajo. Cientos
de miles de vidas truncadas por personas de carne y hueso, protegidas entre
ellas y por su acumulación de capital que permite, sin ningún filtro, acabar
con quienes pretenden revertir la situación.
No aspiramos a los lujos de los que ahora, altos dirigentes
de empresas, corporaciones y organizaciones varias, gozan. Aspiramos a tener
una vida digna que nos permita ser personas. Mientras eso se nos niegue siempre
habrá quienes estemos dispuestos a apelar a cualquier sentimiento capaz de
desinhibir una rabia que lleva siglos contenida por el miedo a que lo poco que
hemos conseguido se nos vuelva a arrebatar. Un tira y afloja constante que en
estos últimos años nos lleva al borde del precipicio y que acabará con nosotros
en el fondo mientras ellos ríen diciendo que si no queremos escalar es porque
no nos da la gana.
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