UTOPÍA, NOSTALGIA Y ESPERANZA
“Los supervivientes del siglo XX sentimos nostalgia de una
época en la que no éramos nostálgicos. Pero parece ser que no hay vuelta
atrás.” Así finaliza Svetlana Bou su libro El futuro de la nostalgia,
con un diagnóstico que merecería ser un graffiti en las paredes del barrio. La
nostalgia parece haber sustituido a la esperanza como emoción política
proactiva. Las utopías fueron expresión literaria de este afecto por la
posibilidad de un futuro, de otro mundo posible. Las distopías, formas oscuras
de utopía que resaltan en negro las tendencias visibles en el presente, no
niegan la esperanza, más bien la dejan a un lado en favor de la ansiedad e
incluso la ira como emociones movilizadoras.
La nostalgia es otra cosa. Se ha extendido en nuestra cultura como un estado de ánimo que modula todas las expectativas de vida y futuro. Afirma también la autora rusa que esta nueva hegemonía de la nostalgia tiene algo que ver con transformaciones en experiencia contemporánea del espacio y el tiempo: si para Kant el espacio era público y el tiempo privado, en la sociedad actual el espacio se privatiza y el tiempo abandona la esfera de lo íntimo para convertirse en tiempo público, sea de trabajo, sea de exposición de la propia vida en los medios de comunicación y redes (recordemos que el espacio es el orden de lo simultáneo, mientras que el tiempo es el orden de lo sucesivo, es decir, de eventos y acciones).
Algo tiene que ver también con una corriente mucho más
profunda que acerca la nostalgia a una de las modalidades más corrientes de la
distopía contemporánea, la que nace de la sustitución del mito del progreso por
la convicción de que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina. El
sentimiento de la desaparición del futuro y la percepción del tiempo como
presente continuo son características del momento. Estructura de sentimiento de
la cultura contemporánea, manifestaciones, diría Jameson, de la imaginación
dañada, expresiones de una conciencia desgraciada.
Ciertamente, la nostalgia como emoción política es una
consecuencia de cambios asociados a la transformación del capitalismo. Pero
sería superficial pensar que la relación es directa entre el capitalismo
avanzado y la presencia de la nostalgia, al modo en que la crisis de 2008 llevó
inmediatamente a la indignación traducida en movilizaciones. A diferencia de la
indignación, una emoción más estándar, que tiene un patrón de activación y
decaimiento en un tiempo limitado, la nostalgia es, más que una emoción
propiamente dicha, un estado afectivo. Está modelada por la cultura, pero
impregna profundamente los caracteres e identidades y su acción es menos obvia
aunque mucho más efectiva en la experiencia de la historia y en el cambio
social.
Ernst Bloch nos había convencido de que el impulso utópico y
la esperanza estaban ligados necesariamente como expresiones de la aspiración
de trascendencia que tienen toda actividad y experiencia humanas. La esperanza
está dirigida al futuro: entrevé posibilidades y genera un deseo que selecciona
aquellas que el tiempo presente ha abierto, siempre ambiguo entre caminos de
servidumbre o de emancipación. El principio esperanza es un
relato épico de las manifestaciones de este impulso a lo largo de la historia
humana, convirtiéndose así en un largo argumento que cose esta emoción en la
trama de la agencia humana, naturalizando a un tiempo la utopía y la esperanza
como ejercicios de capacidad de intervención en el mundo.
Frente a Bloch, Heidegger construyó las bases metafísicas
que explicarían la profundidad de este cambio. Para Heidegger, la emoción
básica humana es el tedio, una emoción atada al presente continuo que no tiene
otra cura que la conciencia de la muerte, la mirada reflexiva al dasein como
un ser sin futuro cuya única alternativa es la escucha del ser. La
posmodernidad, como etapa cultural del capitalismo tardío, contribuyó a
expandir esta reforma metafísica en versiones variadas con un fondo común: el
neoliberalismo de Margaret Thatcher creó la utopía basada en la nostalgia de
una familia, un hogar sobre un espacio poseído por el trabajo, un no
lugar, u-topos, aislado del tiempo político. Las versiones
progresistas de la deconstrucción, del operaismo heideggeriano,
expandieron la negación del futuro en otros lenguajes, con otros diagnósticos,
todos ellos confluyendo en una revisión de la esperanza y un giro hacia la
nostalgia de una communitas ucrónica.
La proliferación de controversias más o menos ideológicas en
diversas zonas del espectro político, es un signo visible de esta nueva actitud
ante la historia. En el espacio de la izquierda, hemos observado las fricciones
que nacen de la alegada y presunta desorientación que producen las direcciones
diversas de los nuevos y emergentes movimientos sociales, frente a la seguridad
que daba la línea correcta y unificada de una visión de la historia bajo el
horizonte de la lucha de clases; lo que habría producido un abandono de las
tareas tradicionales de sindicatos y partidos, así como la anomia con que se
aceptan las pérdidas de conquistas del acceso a formas de consumo y bienestar
de clases medio-bajas en tiempos pasados. En la zona conservadora, la
intensidad con la que se vive el recuerdo de un pasado imperial en que las
diferencias de lenguas, culturas y políticas estaban subordinadas a una
presencia geoestratégica, muestra también la productividad política de la
nostalgia, y abunda en la otra forma de nostalgia que está en la raíz del
neoliberalismo.
Este cambio telúrico de la estructura de sentimiento, que
tiene su versión metafísica en el sentido de vulnerabilidad y la pérdida de
futuro, es más profundo que las versiones progresistas o reaccionarias de la
nostalgia como emoción política. Quizás las aclamadas reivindicaciones de una
pasada clase media aspiracional, de una clase obrera y unos sindicatos que la defendían,
no sea muy consciente de que tal uso retórico de la memoria es recibido con
alborozo porque ya hay un receptor preparado para entender estos mensajes como
signos del tiempo. En el otro lado, las reivindicaciones parciales del ángel de
la historia de Benjamin como testigo de catástrofes, que tienden a olvidar que
Benjamin no es un filósofo de la nostalgia sino de la redención y el mesianismo
(el mesías es la multitud de perdedores de la historia), son también ejercicios
de una misma metafísica de la imposibilidad como experiencia del mundo.
La esperanza, por su parte, ha quedado olvidada como emoción
política y como constituyente de la agencia. Coincide en ello con el mito de
Prometeo. Como sabemos, Prometeo recordó a su hermano, Epimeteo, que no aceptase
ningún regalo de los dioses, pero este, obnubilado por los encantos de Pandora,
aceptó y abrió su maldita caja que expandió por el mundo todos los males,
dejando en el fondo del recipiente la esperanza, la Elpis, la diosa
hija de Nyx y de la Fama.
Las emociones actúan modelando la percepción y la
epistemología política en cada momento. La melancolía (la forma elitista de la
nostalgia en el alba de la modernidad) fue una emoción resultado de la
percepción de las derrotas sobre las posibilidades que abría la cultura
renacentista, así como de la imposición de nuevas formas de estados
autoritarios. La nostalgia contemporánea es, ciertamente, una forma de defensa
cultural frente a la hegemonía neoliberal, pero produce opacidad, miopía e
incluso ceguera respecto a las posibilidades que ofrece el tiempo presente.
Tiende a producir desprecio o simple subvaloración de todo deseo de cambio que
no se identifique con un pasado imaginado. Y termina por dañar no solo la
imaginación, sino el simple sentido común en el que la esperanza, tanto en lo
colectivo como en lo personal, es un modo de resaltar las trayectorias posibles
que, de otro modo, quedarían perdidas en el ruido.
Fredric Jameson expresa certeramente la manera como esta
transformación metafísica se vuelve intrínsecamente política:
“Lo devastador no es la presencia de un enemigo sino la
creencia universal no sólo de que esta tendencia es irreversible, sino de que
las alternativas históricas al capitalismo se han demostrado inviables e
imposibles, y que ningún otro sistema socioeconómico es concebible, y mucho
menos disponible en la práctica” (Arqueologías del futuro. El deseo llamado
utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, Madrid, Ediciones Akal).
Fernando Broncano - Profesor de Filosofía. Universidad Carlos
III de Madrid
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/utopia-nostalgia-y-esperanza
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