EL SMARTPHONE: Un objeto de dominación religiosa
El filósofo coreano Byung Chul Han es uno de los pocos filósofos actualmente
que alcanza cierto reconocimiento mediático. Todo los libros de Han se
venden en millares en varios idiomas. Y no es poco porque Han es enormemente
prolífico, si bien sus libros en los últimos años suelen ser cortos, tanto en
el número de páginas como en la extensión de sus oraciones. Se trata de
análisis lúcidos, apoyados en una profunda tradición filosófica -desde el
zen hasta Heidegger-, sobre los temas puntuales de nuestra época. Han produce
libros ideales para las redes sociales y la sociedad "cansada" y sin
mucha capacidad de atención que tanto critica: con frases bien digeridas,
neurálgicas y enormemente citables, lo cual habla del secreto de su éxito pero,
en este raro caso, sin demeritar su calidad.
Su pequeña obra más reciente es No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy (Taurus, 2021) Han continúa su reflexión crítica del capitalismo digital, en este caso enfocándose en la naturaleza de los objetos. El capitalismo digital en su manifestación de "economía de la atención" ha llegado a ser sinónimo del dataísmo y de una cada vez menor dependencia en los objetos físicos. Excepto uno: el smartphone, que es el puerto de entrada al universo inmaterial, omnipresente de la información. El objeto que permite abandonar todos los demás objetos.
Han entiende que esta pérdida de los objetos marca una
cuestión preocupante, una desaparición del espacio físico, tanto del trabajo
manual como de las interacciones físicas. Asimismo, una pérdida del valor
a la vez simbólico y carnal de los objetos. Cosas como los libros, los discos,
los muñecos, etc., que podían absorber una especie de propiedad espiritual y
adquirir una cualidad de fetiche que servía para arraigarnos en el mundo
físico. Por supuesto, la pérdida de los objetos es también la pérdida
del soporte de la materialidad: la naturaleza misma, los bosques, ríos,
mares y cielos que no son solamente la base material de la vida son también los
puntos de encuentro con la belleza y la inspiración.
"Ya no vivimos en el cielo y en la tierra", dice
Han, sino "en la nube y en Google Earth". Espacios
virtuales, intangibles, fantasmagóricos y nebulosos en los que no hay materia
palpable, sensual. O la sensualidad es menor, porque, pese a la cada
vez mayor "fidelidad" de la tecnología, la interacción digital no
puede competir con la riqueza sensorial de la presencia (pese a que
esta es la intención de Zuckerberg con su Metaverso).
Haciéndose eco de la intuición fundamental de McLuhan -que
la tecnología amputa a la vez que extiende nuestra percepción-, el filósofo
coreano señala:
Hoy llevamos el smartphone a todas partes y delegamos
nuestras percepciones en el aparato. Percibimos la realidad a través de la
pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información, que luego
registramos. No hay contacto con cosas.
Y no sólo no hay contacto, acrecentamos cada vez más
el potencial de aislamiento y estupor al alimentar incesantemente a las
plataformas digitales con nuestra información. "Las cosas no nos
espían. Por eso tenemos confianza en ellas. El smartphone, en
cambio, no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila
permanentemente a su usuario." Se trata de un mecanismo de control puesto
que las compañías que controlan los datos -Facebook, Google, Amazon, Apple-
pueden emplear la información para moldear nuestro comportamiento y crear
nuevos y más poderosos algoritmos que nos mantienen enganchados en la
"droga digital". "Estamos a merced de ese informante digital,
tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen".
Han ha sido muy crítico de la sociedad capitalista, en la
que todos nos sometemos a nosotros mismos para producir más. Pero
en esta ocasión su lenguaje se radicaliza más y alcanza tonos más
vehementes en contra del uso de la tecnología digital. Utiliza el
lenguaje de la religión y el lenguaje de la opresión política para
describir a los aparatos, las plataformas y los comportamientos de la sociedad
digital. Esta subida de tono hace que este libro no sea el más fino quizá,
pero tal vez sí el más urgente. Responde a la necesidad que
existe simplemente de despertar del proceso ya no sólo de mera alienación y
estupidización sino de autodestrucción que la apuesta monolítica por la
tecnología conlleva.
Desde hace años se había jugado con la idea de que el smartphone era
una especie de gadget religioso, como el monolito de 2001:
Odisea en el espacio. Hoy en día lo que entonces parecía una
interesante pero hiperbólica analogía parece ser una verdad
literal. Aunque, por supuesto, las personas, embebidas en esta realidad
estilo Philip K. Dick, no lo notan. El oscuro genio de la
tecnología capitalista es que el despliegue de su poder coincide con la
ilusión de la libertad y del poder del consumidor (o ciudadano). "En
un sistema que explota la libertad, no se crea ninguna resistencia. La
dominación se consuma en el momento en que concuerda con la libertad."
Viene a mente la frase de Huxley de que el control
ocurriría a través del entretenimiento y la proliferación de información
irrelevante, de una especie de libertinaje sin brújula, más que de un
contundente estado de represión. La manera en la que opera el control es
fomentando la sensación de libertad -de libertad de ser y ejercer las cosas que
realmente no importan-. Libres de elegir entre partidos políticos, cuyas
diferencias son solamente fachadas, de siempre poder solicitar más
entretenimiento, más artículos de consumo al instante, más
información y todo cada vez más complaciente, más hecho a nuestra medida, según
el decreto divino del "me gusta".
Olvidamos que la libertad no es sólo el ejercicio del
libre albedrío en bruto, es la capacidad de elegir conscientemente, de saber
qué es bueno. La libertad requiere del conocimiento y no sólo de la
información. Hace unos años se promovía la idea de que las redes sociales
permitían que los pueblos se liberaran de regímenes totalitarios o que equipar
a los niños de África con laptops produciría libertad, bienestar y
conocimiento. Lo opuesto parece ocurrir puesto que la naturaleza de la
información digital es hacerse pasar por el conocimiento y por lo
tanto es una mera simulación de la libertad.
En No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy,
Han sugiere que el smartphone es una especie de rosario u
objeto de dominación religiosa:
Estabilizan la dominación al hacerla habitual y anclarla
en el cuerpo. Ser devoto es ser sumiso. El smartphone se ha establecido como
devocionario del régimen neoliberal. Como aparato de sumisión, se asemeja al
rosario, que es tan móvil y manejable como el gadget digital. El like es el
amén digital. Cuando damos al botón de “Me gusta”, nos sometemos al aparato de
la dominación.
Una de las cuestiones decisivas de nuestra época es que
cosas como el entretenimiento, la política, la ciencia o la tecnología absorben
comportamientos, pasiones y modos de control similares a los que se
encontraban en la religión. No somos capaces de llenar el abismo de la
"muerte de Dios" y de crear nuestros propios valores y obtener
sentido sin un centro trascendente. Esta es la historia definitiva del ser
humano moderno (o posmoderno, como se quiera llamarle), que se crea nuevos
ídolos y se adhiere a nuevos dogmas y termina más esclavizado que nunca.
Y más lejos de la libertad puesto que asume que está en un constante
"progreso" de libertad, riqueza, justicia y demás aspiraciones. Y por
lo tanto está más lejos del reconocimiento de su ignorancia y de
su propio fanatismo religioso, pues asume ser parte de una sociedad
científica, racional, libre de toda superstición y creencia, en proceso
indetenible a conquistar el misterio del universo, el cual ha reducido a
átomos, genes, ceros y unos.
El modelo tecnocrático se convierte en una religión para las
masas en la que el individuo se adhiere a las cosas que le proveen
seguridad y confort al instante. Elimina todo misterio y toda
incertidumbre a través de datos y opiniones y continúa su vida con cada
menos conciencia de lo que ocurre en realidad, fuera de la "cámara de
ecos", de la "burbuja de los filtros". Han sugiere que
el smartphone se ha convertido en una válvula de escape hacia
nuestro propio espacio seguro. Un espacio egoísta, amurallado por los
señores feudales del Big Tech.
Cuenta una anécdota. Según algunos dentistas, empieza a ser
común que los pacientes en los momentos de máximo dolor -o expectativa de
dolor- se aferren a su smartphone, como buscando alivio. Han nota
que lo mismo ocurría antes, pero uno se aferraba a la mano o al
pecho de alguien. Este es el patrón cuando se enfrenta alguna
dificultad, alguna verdadera prueba que nos produce disgusto en el mundo
real: nos retiramos al terreno seguro de nuestro mundo digital, al
universo en las pantallas, donde sabemos que nos aguarda una fácil
descarga de dopamina, una nueva dosis de todas esas cosas que nos han gustado
antes, sin tener que hacer esfuerzo y sin exponernos a lo impredecible, a
lo incalculable que son los seres humanos.
Puedes leer extractos del primer capítulo en el sitio web de El País.
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