SOMOS DEMASIADOS Y DEMASIADO IGNORANTES
Confucio
defendía que existen tres caminos para alcanzar la
sabiduría: a través de la imitación, el más sencillo; por vía de
la reflexión, el más noble; y mediante la experiencia, el más
amargo.
Joaquín
Araújo (Madrid, 1947) conjuga las dos últimas: la tercera,
entre otras cosas, por edad, pero también y sobre todo por
trayectoria; la segunda, por vocación.
Ferviente
defensor de la soledad buscada (vive en un lugar remoto de
Extremadura), este reconocido naturalista, escritor, director,
guionista y un largo etcétera explica que la naturaleza le ha
enseñado muchas cosas. Entre ellas, a morir.
Se
define como un campesino que dedica la mayor parte de su día a día
a la agricultura ecológica. Pero siempre ha encontrado tiempo
(todavía lo hace) para compartir toda su sabiduría. Lo ha hecho a
través de las 2.500 conferencias que ha dado por España, y por una
decena de otros países, o mediante los 340 programas de televisión
o los 5.700 espacios de radio en los que ha estado, y está,
presente. También ha escrito más de 100 libros. El último, Laudatio
Naturae (Elogio
de la Naturaleza),
acaba de ver la luz.
Es
complejo, debería haber algún gen escondido en mi cuerpo que me
impulsó a ello [risas]. Yo no tenía ni antecedentes familiares ni
ninguna inducción ni pedagogía que me pusiera en contacto con la
naturaleza, pero desde muy pequeño me sentía extraordinariamente
atraído por ella. Me atraía mucho la cultura rural, la vida en
contacto con la agricultura y la ganadería. Incluso de niño, jugaba
a cultivar la tierra.
¿De
veras?
Y
eso que nací en el centro de una capital, en una familia de clase
media, con cuatro o cinco generaciones anteriores totalmente
desvinculadas del mundo rural.
Y
sintiendo, como siente usted, ese cariño por el bosque, por lo
viviente, ¿cómo digiere la inacción de los poderes políticos
frente al desafío del cambio climático?
Con
absoluto desgarro emocional, es el gran tropiezo de la inteligencia,
el desvarío de la racionalidad. Se nos olvida algo tan sencillo de
entender como que el soporte de cualquier actividad literalmente
exclusiva del ser humano tiene como base la naturaleza, que es
nuestro propio organismo. A mí me gusta mucho afirmar que antes del
primer sentimiento, del primer recuerdo, nuestro cuerpo era
exactamente igual al día después de empezar a tener recuerdos,
emociones y pensamientos.
Entiendo.
Sin
soporte vital no hay ninguna posibilidad incluso de excluirse de la
naturaleza. La civilización ha decidido excluirse a sí misma de
ella, pero para eso también la necesitamos. Y voy más allá: la
naturaleza nos da todo, incluso los medios para destruirla.
Interesante
reflexión.
Pero
no sólo estamos ante un tropiezo intelectual, sino ante una
ignorancia en la que se milita a pesar de que se tiene algo de
conocimiento. Sabiendo los políticos, como saben, que el cambio
climático lo pone todo absolutamente en peligro, el no hacer nada se
asemeja a un delito. El mundo tiene límites pero ellos juegan al
crecimiento ilimitado.
Parece
algo temerario, sin duda.
Estos
políticos ignoran que están vivos, ignoran que el aire necesita
respirar, que el agua necesita beber, ignoran que estamos quemando al
aire. Y no es una visión de un enamorado de la naturaleza, es algo
absolutamente constatado por la comunidad científica. Los políticos
deben de ser de otro planeta, deben vivir de las sustancias químicas
contaminantes, deben comunicarse solo con el ruido.
“A
la civilización actual no se le puede indultar del crimen de
destruir el clima”, asegura usted.
Exacto.
El clima es la vida de la vida. En el ordenamiento jurídico no está
el clima como objeto de derechos, pero se está haciendo una absoluta
atrocidad que de momento no merece indulto porque para colmo,
sabiendo lo que saben los políticos, repito, no actúan. El mundo de
la política es el sometimiento a las leyes que se han generado
democráticamente. Pues tenemos las leyes de defensa del
medioambiente, tenemos los tratados internacionales, y tenemos el
compromiso además ante el conjunto de la humanidad de hacer unas
cosas que luego no se hacen.
Exacto.
Como
soy campesino, para mí el cumplimento de la palabra dada es
estrictamente sagrado. Pero la política es la permanente traición a
la palabra dada. Los políticos prometen algo que saben que no van a
cumplir, y si en algún caso se acercan al cumplimiento parece que se
arrepienten.
Usted
asegura que estamos utilizando la inteligencia para distanciarnos de
la vida.
El
principal propósito de la inteligencia emocional debería ser
apostar por vivir con la vida, disfrutar de lo que es absolutamente
inmejorable y en la inmensa mayoría de los casos gratis. Justo
ahora, acabo de parar de arar mi huerta para escuchar a una docena de
especies, pájaros y anfibios. Desafío a cualquier ser humano a que
se lo esté pasando mejor que yo. ¿Y eso quién me lo ha enseñado?
Mi propia inteligencia, que sirve para todo lo peor y para todo lo
mejor.
Tiene
usted razón.
Hay
que intentar que con inteligencia nos inclinemos por lo mejor, y yo
no conozco nada mejor que la propia vida.
¿Estamos
a tiempo de revertir el daño que le estamos infligiendo al planeta?
Eso
no lo sabe nadie. Y casi es un alivio. El diagnóstico oficial es que
hace ya mucho tiempo que es demasiado tarde, pero yo me niego a
aceptar eso. Mantengo que todavía estamos a tiempo. Y aunque fuera
verdad lo otro, no habría que cambiar ninguna de las conductas que
tienen como propósito la reconciliación y el disfrute de la vida.
Le
he escuchado decir que “somos demasiados y demasiado ignorantes”…
Sí,
somos descaradamente demasiados. El debate sobre la superpoblación
estuvo muy en auge en los años 80. Si en estos momentos necesitamos
planeta y medio para el mantenimiento de lo que necesita la
humanidad, cuando seamos 9.000 millones necesitaremos dos planetas.
Este mundo funcionaría infinitamente mejor siendo muchos menos.
Y
más cultivados…
Si
todos fuéramos moralmente como San Francisco de Asís,
intelectualmente como Goethe y económicamente como Joan Martínez
Alier, un economista ecológico que ha estado durante muchos años
como catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona, podríamos
ser 10.000 millones perfectamente. Pero hay demasiados Trump por el
mundo, demasiados ignorantes, ambiciosos, acumuladores, esclavos de
la codicia y la ambición, ese es el problema.
Seguro.
Nadie
es más libre que el que es consciente que tiene poco y sabe
disfrutarlo, nadie es más inteligente que el que no pierde un minuto
en acumular.
¿Cuántos
árboles se destruyen cada día en el mundo?
Según
los expertos, unos 40 millones.
¡Qué
barbaridad!
Sí,
lo es. Plantamos aproximadamente la mitad. En nuestro país incluso
tenemos más árboles que en ningún otro momento de los últimos dos
siglos, pero eso se debe a que se han abandonado casi seis millones
de hectáreas dedicadas a la agricultura. En España hay más de
2.000 iniciativas vinculadas a la plantación de árboles.
Quiero
entender que esta destrucción masiva diaria duele al común de los
mortales, pero especialmente a alguien como usted que ha plantado
25.000.
Sí,
he plantado 25.000 con mis propias manos, pero he fomentado de forma
directa con proyectos míos la plantación de más de dos millones,
pero esos los plantaban otros [risas].
Usted
califica a los árboles “como la mejor ocurrencia de la historia de
la vida”.
Así
es. He escrito 8 o 9 libros sobre los árboles y el bosque. Para mí,
el bosque es la exclusión absoluta de la xenofobia, es el modelo de
participación en lo más público, los bosques son siempre para el
conjunto de la vida, son los que fabrican la mayor cantidad de
diferencias desde el punto de vista biológico, son el hogar más
nutrido y afable que hay en el mundo, nos dejan comer, respirar,
divertirnos e investigar, es el lugar donde seguir alimentando el
asombro y la fascinación, y además lo hace gratis.
¿Qué
le ha enseñado a usted la naturaleza?
A
vivir. Y algo muy importante, también me ha enseñado a morir, que
es lo más difícil que hay en este mundo para la condición humana.
Pero cuando entiendes el lenguaje de la naturaleza y convives con
ella… es una extraordinaria doctora de defunción propia, es
insuperable en ese aspecto. En cambio, esta civilización de la prisa
y la codicia es la que más te distancia de saber morir, es la
antítesis total de lo que la naturaleza, sabia doctora, te enseña.
Usted
vive en un lugar remoto de Extremadura, emboscado como le gusta
decir. ¿Hasta qué punto aprecia la soledad?
Mucho.
He pasado miles de días de mi vida solo en la naturaleza. Pero esa
soledad es absolutamente nutritiva, pedagógica, aliviadora. La
ignorancia está basada en no usar nuestra propia dotación
intelectual y física para comprender el mundo, pero cuando estás
solo los ojos ven más, los oídos escuchan más, la piel siente más,
el olfato huele más…
Usted
asegura que si uno no sabe estar solo, nunca será libre del todo.
La
soledad impone un máximo riesgo, pero el premio es la mayor libertad
posible desde el momento en que no te ves obligado a hacer nada por
imperativo legal, ordenamiento, urbanidad o sencillamente por buena
educación. La convivencia resulta imprescindible pero exige miles de
obediencias para que sea posible. La libertad que te regala la
soledad, en cualquier caso, está plagada de un ejercicio permanente
de tu responsabilidad individual. No puedes delegar en nadie.
Eso
es verdad.
Todo
lo que logras depende de tus exclusivas decisiones e incluso de tus
destrezas para la supervivencia sin ir al supermercado. En soledad no
es raro llegar a desempeñar un par de docenas de oficios diferentes.
Es más, te impele a pensar más y mejor en las consecuencias de tus
actos que llevas a cabo cuando te parece bien y no cuando algún otro
te ordena, sugiere o manipula para que hagas esto o aquello. La
soledad te descubre a ti mismo ya que eres el único espejo
disponible. La soledad es una de las mejores compañías.
Maravillosa
contradicción.
Sobre
todo combato esa especie de absoluta y delirante tortura que es el
amontonamiento, porque éste se convierte en ruido, suciedad y
fealdad. Pero para la mayor parte de la gente resulta que eso es
insustituible. Pues no, mire usted. Lo que es insustituible es la
naturaleza. Todo lo que hacemos los humanos se puede hacer
infinitamente mejor sin ruido y amontonamiento. Yo soy un ser social,
y aunque tenga una magnífica relación con la soledad, en absoluto
soy un eremita ni nada parecido.
Por
Josep Fita
Ecoportal.net
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