3/3/20

Conocer cuáles son las consecuencias en nuestra vida del descenso energético

INFORMAR Y EDUCAR SOBRE EL FIN DE LA SOCIEDAD TERMO-INDUSTRIAL 

(Y sus consecuencias)


Eso está perdido. Sólo queda rezar.”
(Frases proferidas a Jorge Riechamnn por el mismo policía que le detuvo, en la manifestación convocada por XR el 7 de octubre de 2019 en Madrid.)
  
Desde diversas organizaciones y movimientos sociales como 
Extinction Rebellion o Frente Verde Anti-capitalista se está instando a la comunidad científica, a los políticos, a los industriales y a los medios de comunicación masivos a que digan la verdad de lo que le está sucediendo a nuestro planeta y, por supuesto, de lo que se nos viene encima. Ahora bien, decir la verdad abarca muchas realidades: por un lado, decir la verdad exige hablar del ecocidio en marcha; por otro lado decir la verdad tiene que ver con detectar y reconocer las causas de ese ecocidio, a saber: la actividad industrial, el desarrollismo y la quema de combustibles fósiles.

Pero decir la verdad también implica informar de que no hay alternativas al sistema energético actual, y que estamos condenados a un descenso energético sin precedentes —descenso que no será igual en todos los territorios—, y que, por supuesto, influirá bastante en nuestro modo de vida, por ejemplo en algo tan básico como el transporte.


El papel que desempeña la educación aquí es fundamental, pero dada la gravedad de la situación actual creo que lo prioritario sería que nos desembarazásemos de las mentiras tecnolátricas a las que nos tienen acostumbrados los medios de entretenimiento, y en cierta manera, gran sector del ámbito científico.

Por lo tanto, antes de que las clases medias, bajas y demás excluidos comencemos a desarrollar proyectos de auto-instrucción y concienciación al respecto, antes de comenzar a realizar todo tipo de actividades divulgativas como talleres o la creación de grupos de lectura e interpretación de informes, propongo que nos unamos la cantidad suficiente de voluntarios en grupos de milicias ecológicas, a la manera en que lo hacen los piquetes informativos de una huelga, para entrar en las aulas correspondientes a los primeros cursos universitarios (sea la carrera que sea) con el fin de exponer claramente las implicaciones que este descenso energético tendrá en nuestras vidas.

Es decir, estoy proponiendo entrar por sorpresa en todas las aulas posibles de todas las universidades posibles del estado y les digamos a los profesores, profesoras y jóvenes allí presentes crudamente —y resumiendo mucho, lo sé— que en 40 años:

  • No habrá tanto esclavo energético per cápita (en España en el 2012 la cifra era de unos 45 y ya ha bajado varios puntos desde entonces). Y eso no se debe únicamente al descenso de la producción de petróleo mundial; pensemos que entre el 50% y el 60% del gas natural que se consume en España proviene de Argelia, país que en 2008 alcanzó el máximo de su producción de petróleo. Si tenemos en cuenta que su consumo interno ha ido en aumento y que cada vez exporta menos gas, creo que no estaría de más ir buscando alternativas o cómo prepararnos para ese descenso energético.
  • No habrá carreras universitarias como las actuales; muchos de los jóvenes que se manifiestan contra el cambio climático están estudiando alguna carrera universitaria. A éstos y éstas habría que preguntarles -como ya advirtió Pedro Prieto– si son conscientes de que sus carreras no valdrán para nada dentro de 40 años. Por ejemplo,

A aquellos y aquellas que están estudiando Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá industrias agrarias y alimentarias, actualmente basadas en la agricultura intensiva y mecanizada (si nos tomamos en serio los datos relacionados con el cénit de los fosfatos)
  • y además, la mayoría del suelo será totalmente infértil, desertificado e improductivo

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Ingeniería de Automoción habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá tantos millones de coches privados como ahora; y no sólo debido a la escasez de combustibles fósiles sino porque además no habrá suficiente cobre, hierro o derivados del petróleo como plásticos, gomas o cristales, para construirlos, ni suficiente litio o neodimio para construir tantos coches eléctricos. Quiero decir que, bajo el sistema de propiedad privado actual, es imposible materialmente sustituir los 1.200 millones de coches privados actuales por coches eléctricos o híbridos. Y es de suponer que los pocos que queden serán utilizados por los millonarios, la policía y los militares del futuro, si es que permitimos que sigan existiendo para entonces los ricos, la policía y los militares. Si la propia propaganda industrial ya ha reconocido que en la tercera década del siglo XXI no habrá coches con motor diesel (las nuevas leyes apuntan ya en esa dirección), está claro que a los coches de motor de gasolina les pasará lo mismo en unos pocos años.

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Marina civil habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá grandes busques llevando mercancías de una punta a la otra del planeta, lo que implica que para entonces no habrá, por ejemplo, tantos estibadores o fabricantes de contenedores.

A aquellos y aquellas que están estudiando Turismo habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá aviación comercial; nada de irse tres, dos o una vez al año a Cuba o a Tailandia (no habrá millones de personas volando por turismo como ahora; en 2018, por ejemplo, alrededor de 1400 millones de turistas lo hicieron en todo el planeta)
  • y no habrá cruceros de turismo para visitar una vez al año las islas griegas o los fiordos noruegos desde una piscina exterior

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Ingeniería Electrónica, Robótica y Mecatrónica habría que informarles de que en 40 años:
  • los trabajos del futuro, al contrario de los que nos cuentan los medios de información tecnolátricos, no los desempeñarán robots; serán trabajos no asalariados —ni siquiera infra-asalariados— sino empleos sumergidos y mal pagados como repartidores en bici, camareros, limpiadores, cuidadores de niños o ancianos o recolectores de frutas.

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá autovías, ni túneles, ni viaductos como las actuales
  • no habrá energía para poner en funcionamiento tantas plantas de cemento ni fundiciones de hierro o acero
  • y no habrá posibilidad de transportar los materiales de obra ni los residuos de desescombro que la actual industria de la construcción necesita transportar

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Ingeniería Informática habría que informarles de que en 40 años:
  • no habrá profesiones digitales como la de youtuberinfluencerinstagramertester de videojuegos o programadores y desarrolladores de software.
  • no habrá computadoras pues para fabricar los procesadores actuales (que requieren de piezas del tamaño de entre 4 y 15 nanómetros) hace falta energía, fundiciones especializadas y materiales que ya empiezan a escasear (y que no pueden ser reciclados porque se hallan dispersos en la tecnosfera). Además, estos procesadores sólo se fabrican en 5 países.
  • no habrá posibilidad de almacenar tanta información; el tradicional álbum de fotos familiar resistirá más el paso del tiempo que los discos duros que actualmente estamos utilizando. Habría que explicarles a estos estudiantes, entre otras cuestiones, que los actuales centros de almacenamiento de datos requieren de grandes superficies y sofisticados sistemas de vigilancia y refrigeración industrial constantes. (Félix Moreno ha introducido el término de Peak Memory para alertar de esa incapacidad de almacenar tanta información)
  • y no habrá Internet; tan sólo los militares y una élite, una pequeña parte de la población, tendrá acceso de forma muy reducida; los actuales cables submarinos que son la base de la red mundial de telecomunicaciones requieren de materiales para su fabricación que también están escaseando y su instalación y mantenimiento requiere de grandes cantidades de energía. Aquellos o aquellas que estén pensando en una Internet sin cables habría que informarles del gran costo económico y energético de las antenas WiFi de largo alcance, por no hablar del elevado coste de los satélites de última generación, en órbita geoestacionaria alrededor de la Tierra.

A aquellos y aquellas jóvenes que están estudiando Arquitectura  habría que informarles de que en 40 años:
  • no se podrán construir los aberrantes parques, museos o edificios vanguardistas a los que nos tienen acostumbrados en la actualidad los amos del mundo, pues la industria de la construcción depende en gran medida de los combustibles fósiles; la arquitectura verde es otra estafa. Es más:
  • no habrá ciudades como las actuales (que serán energéticamente insostenibles para entonces), lo que provocará un retorno obligado al campo (más bien a formas híbridas de ruralidad y urbanismo)

En definitiva, dado que hemos iniciado una etapa de descenso en la producción de petróleo y que no tenemos alternativas viables que puedan sustituir la energía aportada por esos combustibles —pues las llamadas renovables son subsidiarias en gran medida del petróleo— habría que explicarles a todos estos jóvenes que en 40 años no habrá la producción industrial, ni el desarrollo tecnológico, ni la disponibilidad energética actual y por tanto, no dispondremos de los beneficios y comodidades materiales que en Occidente los combustibles fósiles nos han aportado.

Ahora bien, a los jóvenes que quieran ser policías o soldados habría que decirles que son afortunados o afortunadas; su futuro profesional, en 40 años, estará asegurado, pues a profesiones como esas se les destinarán los pocos recursos energéticos que queden.

Por tanto, antes de prepararnos para el ecocidio en marcha; antes de ver cómo frenar la actividad industrial, antes de plantearnos cómo crear instituciones populares y tramas educacionales para instruirnos sobre permacultura, agricultura y ganadería extensiva, ruralización o huertos urbanos; antes de reflexionar sobre el futuro energético y adaptarnos a unas restricciones crecientes en la disponibilidad energética; antes de pensar en cómo propiciar el transporte colectivo, cómo reducir nuestros viajes individuales, cómo dejar de viajar en avión, cómo consumir alimentos de proximidad, cómo recurrir a lavadoras colectivas para un mismo bloque de viviendas o cómo desengancharnos del teléfono móvil; antes de instruirnos en la defensa del territorio y en cómo afrontar una detención creando grupos de apoyo; antes de co-educarnos en los métodos asamblearios de organización o antes incluso de retomar la idea de emancipación en toda su amplitud, como digo, haría falta hacer previamente algo esencial: conocer cuáles son las consecuencias en nuestra vida cotidiana del descenso energético que viene.

Porque el descenso energético ya está llegando, queramos o no, lo decidamos voluntariamente entre todos y todas o no, nos lo impongan las élites o no, nos obliguen nuevas legislaciones o no. Una vez que hayamos asumido esa realidad ya podremos tomar las medidas que consideremos oportunas para afrontar tal escenario en condiciones de equidad y de justicia.


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