¿A QUIÉN VAMOS A MATAR?
Un jabalí pasea tranquilamente por la calle Balmes, en Barcelona. Atraviesa
una Diagonal desierta y silenciosa y sigue su camino. Alguien lo graba con el
móvil y lo sube a las redes sociales. En pocos minutos, el vídeo acumula miles
de reproducciones. La imagen es hermosa, pero también inquietante. Se parece
demasiado a las escenas apocalípticas que hemos visto cientos de veces en el
cine y la televisión. El vídeo se viraliza en unos minutos y comienza a
extenderse por Twitter, por Facebook, por WhatsApp.
No es el único de este tipo que ha circulado por las redes sociales en los últimos días. Hemos visto también pavos reales en las calles de Madrid, delfines en el puerto de Cagliari, peces en los canales de Venecia. Los vídeos aparecen acompañados de comentarios. Un buen número de ellos afirma que esas imágenes son la prueba de que la verdadera pandemia es el ser humano, que el verdadero virus somos nosotros.
No es el único de este tipo que ha circulado por las redes sociales en los últimos días. Hemos visto también pavos reales en las calles de Madrid, delfines en el puerto de Cagliari, peces en los canales de Venecia. Los vídeos aparecen acompañados de comentarios. Un buen número de ellos afirma que esas imágenes son la prueba de que la verdadera pandemia es el ser humano, que el verdadero virus somos nosotros.
No es la primera vez que leemos este tipo de afirmaciones desde la
extensión del covid19. La reducción de los niveles de contaminación en Wuhan,
el primer foco de extensión de la pandemia, también fue interpretada por un
buen número de usuarios de las redes sociales como una prueba de que el planeta
se defendía de la nocividad del ser humano creando una enfermedad para la que
no teníamos cura. La Tierra se purgaba de la plaga humana. Gaia se vengaba de
nosotros.
La mayoría de estos tuits y posts no tenían una reflexión estructurada
detrás. Eran simples comentarios rápidos que mezclaban ecologismo mal
entendido, culpa judeocristiana y cultura de la distopía. Sin embargo, aunque
las personas que los lanzaban a las redes no fueran conscientes de ello,
compartían un marco de pensamiento peligroso. No solo porque eran tremendamente
insensibles con el sufrimiento de miles de personas que están viendo enfermar y
morir a sus seres queridos, que están luchando ellos mismos contra el virus o
que están afrontando despidos y pérdida de ingresos, sino también porque
contribuían a extender el sustrato necesario para el desarrollo de una
ideología peligrosa, el ecofascismo.
LAS SEMILLAS DEL
ECOFASCISMO
Detrás de la afirmación de que el ser humano es una plaga para el planeta
está la idea de que la solución a la crisis ecológica es la eliminación de parte
de la población. En este marco de pensamiento, lo que se identifica como causa
de la crisis es el exceso de seres humanos, por lo que la muerte de una buena
cantidad de ellos sería la única posibilidad de restaurar el equilibrio
ecológico.
La pregunta entonces es ¿quién va a morir? Parece difícil creer que las
personas que defienden este tipo de ideas estén pensando en organizar el
suicidio colectivo de su familia o asesinar a sus amigos. Lo más probable es
que piensen que eso no va a sucederles a ellos, que van a estar en el grupo de
población que no se vea afectado por esa medida. ¿A quién vamos a considerar
“desechable” entonces? ¿Qué población vamos a eliminar?
En una sociedad capitalista parece bastante plausible que se esgrimiesen
criterios de productividad y meritocracia, que en realidad solo encubrirían una
tremenda violencia de clase contra los de más abajo. Los “desechables”
probablemente serían los expulsados del sistema, como las personas sin techo,
los inmigrantes ilegales o los habitantes de poblados chabolistas y barriadas
de infraviviendas. Esto puede parecer exagerado, pero basta un vistazo a la
historia de violencia contra estos colectivos para darnos cuenta que no es tan
lejano.
Otra posibilidad sería que, desde esta ideología ecofascista, se quisiese
aplicar un criterio demográfico. En la actualidad, la zona del mundo que
presenta una mayor tasa de crecimiento de población es el África subsahariana,
así que parece bastante probable que los países occidentales quisieran
externalizar el exterminio de población a esta zona. La historia de violencia
colonial niega cualquier tentación de considerarlo exagerado.
Si seguimos el razonamiento de muchos de los comentarios
en redes sociales, parece que es el propio planeta el que se va a hacer cargo
de la “purga” de la población a través de pandemias y enfermedades
Más allá del exterminio directo de la población, se podrían optar por
medidas como la esterilización. De nuevo, surge la misma pregunta ¿las personas
que piensan que el ser humano es una plaga están considerando esterilizar a sus
amigos, a sus seres queridos? ¿A quién vamos a esterilizar?
Las esterilizaciones masivas tampoco son nuevas en la historia, ni ajenas a
las democracias liberales: el Perú de Fujimori esterilizó sin consentimiento a 300.000 personas, la
mayoría mujeres indígenas, entre 1996 y 2001; Japón esterilizó a 25.000
personas con enfermedades hereditarias o diversidad funcional entre 1948 y 1996
gracias a la Ley de Protección de la Eugenesia que buscaba “un Japón mejor”;
Estados Unidos esterilizó forzosamente a más de 60.000 personas en la primera
mitad del siglo XX, gracias a leyes de eugenesia que daban potestad a los
funcionarios públicos para esterilizar a personas consideradas “no aptas” para
tener hijos, la mayoría mujeres negras, indias, latinas y con diversidad
funcional. Y podríamos seguir con decenas de ejemplos más por todo el mundo.
Otra posibilidad sería establecer políticas de limitación del número de
hijos, como la política del hijo único vigente en China durante varias décadas.
Sin embargo, con una natalidad desplomada en Occidente, lo más probable es que
de nuevo esto se aplicase, haciendo uso de un alto grado de violencia colonial,
a las zonas del mundo que tienen una tasa de fecundidad superior a la tasa de
reposición, como África subsahariana o Asia occidental.
Si seguimos el razonamiento de muchos de los comentarios en redes sociales,
parece que es el propio planeta el que se va a hacer cargo de la “purga” de la
población a través de pandemias y enfermedades. Esto va bien para descargarnos
de la responsabilidad de tener que asesinar o esterilizar, pero lo cierto es
que es bastante absurdo. El planeta no es un ente con capacidad de pensar, no
hace planes, no se venga del daño que le han causado los humanos. Esta especie
de ecofascismo místico que antropomorfiza al planeta no solo no resiste ningún
tipo de razonamiento lógico, sino que además es bastante desconsiderado con el
sufrimiento de enfermos y familiares. Tienes que ser una persona bastante
terrible para decirle a alguien que acaba de perder a su madre que en realidad
es un sacrificio de Gaia.
DESVIAR EL FOCO
El marco ideológico del ecofascismo no es ajeno a algunos de los
principales partidos de extrema derecha europeos. El Frente Nacional de Marine
Le Pen o el Fidesz de Viktor Orban ya han hablado en varias ocasiones de la
necesidad de endurecer el cierre de fronteras como medida de lucha contra el
cambio climático. En una entrevista hace unos meses, Le Pen argumentaba que la
preocupación por el clima es “inherentemente nacionalista” y que los “nómadas”,
como llama a los migrantes, “no se preocupan por el medio ambiente porque no tienen
patria”. De momento, las medidas que proponen no incluyen el exterminio o la
esterilización forzosa de la población, pero parece irresponsable alimentar en
redes el sustrato de este marco ideológico. Al fin y al cabo, solo hay un paso
entre uno y otro, y la experiencia histórica ya nos advierte de lo sencillo que
es recorrerlo.
Pero además de contribuir a extender las semillas del ecofascismo, los
comentarios que señalan el exceso de población como causa de la crisis
ecológica también desvían el foco del problema principal: el capitalismo. Las
formas de producción, distribución y consumo propias del capitalismo son las
que están generando la crisis climática, no el mero aumento de la población.
Esta misma población, con otra forma de organización social, podría vivir de
forma sostenible.
Un estudio publicado en la revista Nature en enero de este mismo año
mostraba que el planeta sería capaz de alimentar a 10.000 millones de personas,
casi 3.000 millones más que en la actualidad, sin sobrepasar los límites
ecológicos. Para ello, claro, serían necesarios cambios en la producción y en
la dieta, como el descenso en el consumo de carne, la sustitución de unos
alimentos por otros o la reducción del regadío y la fertilización química en
determinadas zonas del planeta. El informe partía de un escenario capitalista,
por lo que es fácil imaginar lo que podríamos hacer en otro escenario.
No necesitamos medidas de control de la población ni
esterilizaciones masivas, y tampoco necesitamos pandemias que lo hagan por nosotros
Responsabilizar de la crisis climática al conjunto de la población por
igual también supone desviar el foco del problema de clase. La realidad, sin
embargo, es que el 10% de la población más rica del planeta genera la mitad de
las emisiones derivadas de los hábitos de consumo. La mitad más pobre del
planeta, en cambio, solo contribuye con un 10%. Las medidas destinadas a
reducir la población parecen poco efectivas para hacer frente a una
contaminación que es producida de forma mayoritaria por un conjunto bastante
pequeño de la población mundial.
Si de verdad nos preocupa la crisis ecológica y esta no es una mera excusa
para imponer políticas de cierre de fronteras y control de la población,
deberíamos poner el foco en las relaciones de producción y consumo capitalistas
y no en la cifra global de población. Y si nos preocupan las tasas de natalidad
de algunas zonas del planeta ─según los datos de la ONU la global ya descendió
hasta el 2,3 mujeres por hijo, muy cerca de la tasa de reposición de 2,1─
deberíamos hacernos fervientes feministas, porque si algo nos ha demostrado la
experiencia histórica es que las tasas de natalidad descienden cuando las
mujeres tienen el control sobre sus propios cuerpos y pueden acceder libremente
a métodos anticonceptivos y a abortos seguros.
No necesitamos medidas de control de la población ni esterilizaciones
masivas, y tampoco necesitamos pandemias que lo hagan por nosotros. Necesitamos
acabar con un sistema de producción y consumo que está llevándonos a una crisis
ecológica sin precedentes y que ha supuesto ya el exterminio de cientos de
miles de especies. Necesitamos entender que el capitalismo es un sistema fracasado que no es capaz de garantizar la
supervivencia en el planeta y que debe ser sustituido por otra forma de
organización social.
Frente al riesgo de la extensión del ecofascismo, necesitamos articular un
ecosocialismo que será necesariamente diferente del socialismo del siglo
pasado, pero que nos permitirá garantizar la supervivencia de todos los
habitantes del planeta ─humanos y no humanos─ y asegurar la mejor de las vidas
posibles para todos, no solo para unos pocos. Quizá, como decía el filósofo
Jason Read hace unos días, la elección del siglo XXI ya no es entre socialismo
o barbarie, sino entre socialismo o extinción.
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