Exhibir
el mal para ocultar la maldad
En
páginas interiores, el diario la Jornada de México publicó (7
septiembre 2019), una noticia inquietante por cuanto alude a la
contratación de un nuevo exorcista ya que “reconoce el arzobispo
que hay mucho trabajo para la expulsión de entes malignos”. Todo,
desde luego, con la anuencia y acaso la bendición del Vaticano[1]
Poseídos,
como estamos, por todas las abominaciones pergeñadas por la
ideología de la clase dominante, nos toca cargar también con los
estragos de la maldad personificada en el “Demonio”. (Satán,
Lucifer…) y una lista larga de nombres pensados para aterrorizarnos
a mañana tarde y noche. Los poderes hegemónicos entienden que
asustando a los pueblos se los controla mejor. Es una Historia
realmente escalofriante.
El
demonio, y el paquete completo de sus significados, se ha infiltrado
en la Cultura y la Comunicación desde siempre pero, a partir del
desarrollo de los monopolios mediáticos, se ha echado mano del
Demonio farandulizándolo con los fines más “satánicos”. En
el “imaginario colectivo”, diseñado por los fabricantes de
“sentido común”, lo diabólico pasó a ocupar un
nuevo rol como arma de guerra ideológica. Ya no es el Satán de
Dante, ni el Mefistófeles de Goethe, ni el de ciertas tradiciones
literarias del ente maligno por antonomasia; hoy añade al manipuleo
de la imaginación, su caracterización en una forma visible que el
poder elige para aterrorizar a sus víctimas. Genio y figura.
Desde
que el cine y la industria editorial decidieron usar al Diablo
requirieron la participación del Vaticano. No se puede disputar el
“negocio” implícito en un enemigo tan valioso sin haber
conjurado los estragos de una lucha inter-burguesa basada en competir
por un símbolo tan rentable. Por ejemplo, para que la Iglesia
Católica Apostólica y Romana, aceptase en pantalla al ente maligno
infiltrado en el cuerpo de una niña, que se masturba con un
crucifijo y profiere cataratas de insultos, maldiciones y denuestos…
hubo que pactar los usos nuevos de un “juguete” simbólico añejo.
Ganó
diez nominaciones a los premios Oscar mientras algunos vetos y
prohibiciones sólo sirvieron para asegurar más público. Comenzó
siendo una novela de William Peter Blatty (publicada en 1972) y luego
una película de William Friedkin (1973). Blatty, trabajó como
agente de inteligencia de la aviación, especializado en guerra
psicológica. Saque cada cual sus cuentas. Años antes se había
estrenado con “éxito” la novela de Ira Levin que vendió cuatro
millones de ejemplares: “El bebé de Rosemary” o en algunos
países latinoamericanos “La semilla del diablo”. Propaganda
satánica que produjo mucho “estiércol del diablo”. Como le
llama el Papa Francisco.[2]Signo de los tiempos.
La
caracterización o formalización (dar forma) del Mal Externo en
cuerpos de niñas o niños, ya es de suyo bastante “diabólico”.
Hay que tener cerebros bastante dañados como para sentarse a
escribir, línea por línea, los modos perversos con que aterrorizara
a los públicos y hacer de eso grandes negociados y episodios
históricos de dominación ideológica. El Diablo, como signo de
clase, amasa vectores de “sentido” con raíces
histórico-culturales muy diversas. La propaganda del mal, a su vez,
es heredera del maniqueísmo más ramplón, en una estrategia que
sigue siendo piedra angular de instituciones religiosas donde lo
maligno es indispensable porque sustenta toda la estructura que lucha
contra él en los campos de la ideológica, de cierta teología y de
no pocos mercachifles arribistas de lo maligno. Y no es un pleonasmo.
Y, por eso, resulta que incluso Marx es satánico.[3]
El
“combate” simbólico contra el mismísimo Satán, fundamenta al
exorcismo que se encarga de echar al demonio -y a sus adláteres-
fuera de las personas, de los lugares o de los fetiches poseídos por
el “rey de la maldad”. El exorcista tiene el poder de expulsar
(poder conferido o ganado según sea el caso) en nombre de Dios o de
Cristo y, por lo tanto, es una acto religioso, institucional, extremo
muy distinto a los que se conocen en las prácticas que algunos
pueblos originarios despliegan contra los males en otras
cosmovisiones y axiologías diferentes, y a veces opuestas, a las
Iglesias y al Diablo católico. Para ser exorcista se estudia en el
Athenaeum Pontificium Regina Apostolorum. Si hay “vocación”.
Creen
algunos que el Diablo es una “ángel caído”, que desarrolló un
gran poder inteligente con propósitos malignos; que logra ejercer su
influencia debido a los pecados de la humanidad. Hoy hay exorcismos
cara a cara y también los hay a distancia y por televisión. No
pocas de las iglesias televisadas, exhiben con orgullo sus triunfos
contra Satanás en canales de paga y en horarios preferenciales. Es
un demonio que ha diversificado sus formas de propaganda, que no
necesita cuerpo de cabra ni cuernos “taurinos”. Basta y sobra con
que algún síntoma, alguna cosa rara haga sospechar de su presencia
para que, rápidamente, los creyentes pidan ayuda eclesiástica.
Cueste lo que cueste.
Uno
entiende así por qué el capitalismo identificó al Diablo como una
veta mercantil poderosa en la que es posible, al mismo tiempo,
reprimir conductas y exprimir bolsillos. Uno entiende por qué, los
sectores más rancios de las Iglesias, aceptaron “compartir” las
ganancias del Diablo y ensancharon los cauces de la maldad para que
el negocio de la “lucha del bien contra el mal” les alcance a
todos. En realidad más que a Satanás hay que temerle al capitalismo
y a sus gerentes que han reinventado y re-potenciado toda noción de
maldad para horrorizar a las masas. Frente a las guerras, los saqueos
bancarios, la inflación, el endeudamiento, las hambrunas, el
desempleo, la explotación de los trabajadores y las canalladas
mediáticas globalizadas (por mencionar algunos) las aventuras
“perversas” de Satanás parecen “juego de niños”. Asustan
más los tweets de Donald Trump. ¿Habrá que inventar nuevas formas
políticas de la justicia social como “exorcismo” del siglo XXI?.
Fernando
Buen Abad Domínguez
Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
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