RENTA BÁSICA AGRARIA: Una revolución rural
¿Qué
pasaría si las administraciones apoyaran al campesinado como apoyan
a la banca, a la cultura de masas o a la agricultura industrial?
Muchas
de nosotras hemos escuchado de primera mano que con un trozo de
tierra o unos cuantos animales se mantuvo a la familia e incluso se
consiguió pagar los estudios a la descendencia. Sin entrar en el
debate de lo dura y sacrificada que, desde nuestros referentes
actuales, pudo o no ser esa vida, hoy en día cuesta mucho encontrar
quien pueda vivir de su propio proyecto agrario o ganadero. Muchas
conocemos a quienes lo intentan, a costa de incertidumbre,
precariedad y autoexplotación, con el impulso que proporciona estar
desarrollando mucho más que un trabajo. Con el impulso de la
transformación social, de la vocación o de los vínculos afectivos.
¿Tiene
un trabajo que contener todo esto? Dejamos también este debate
aparte para ir a lo sencillo: un trabajo debe estar remunerado de
forma digna. El sector agroalimentario, como tantos otros, está
controlado cada vez por menos empresas que precarizan las condiciones
laborales y de vida y generan enormes impactos ambientales, sociales
y económicos para poder competir en el mercado. Alimentos baratos
para rentas menguantes.
¿Cómo
se rompe este círculo? Desde abajo, la población movilizada va
apostando por la creación de alianzas urbano-rurales como los grupos
de consumo o los mercados agroecológicos, por todo tipo de acciones
de sensibilización y denuncia o por encomiables prácticas
individuales de consumo responsable. Todo un movimiento que valora la
alimentación de calidad, el territorio, el trabajo campesino y sus
múltiples derivadas. El camino recorrido empieza a ser largo y en él
se han generado innumerables redes y aprendizajes, pero existe un
importante obstáculo: no toda la población concienciada puede
permitirse participar en este consumo. Puede, entonces, que este
lento y seguro avance necesite un pequeño terremoto a su favor que
venga de arriba.
¿Qué
pasaría si, desde las administraciones, se apoyara a este
campesinado igual que ahora se apoya la cultura de masas, la banca o
la agricultura industrial con las cuantiosas subvenciones de la
Política Agraria Comunitaria? Con una renta básica agraria
podríamos hablar de creación de puestos de trabajo en el medio
rural, con efectos positivos indirectos en otros sectores económicos.
Con la estabilidad que aportaría esta medida a los proyectos, cada
persona podría ajustar el precio final de su producto y, a medio
plazo, se podría conseguir el acceso universal a alimentos de
calidad y proximidad. Habría una parte más simbólica de enorme
importancia porque con jóvenes en el campo se transformarían los
pueblos y el imaginario sobre ellos. Si se cuida, con la
participación imprescindible de la sociedad concienciada, que esta
onda expansiva vaya por los cauces de la economía social y solidaria
se podrían incluso empezar a vislumbrar cambios más profundos. En
nuestras prioridades, en la forma de relacionarnos, en la manera de
mirar el mundo.
Son
muchos los aspectos que habría que tener en cuenta, pero en
cualquier caso es necesario y urgente abrir este debate. Una sociedad
que elevara la importancia de esta forma de producir alimentos
introduciría en el sistema un elemento revolucionario que no sería
inofensivo. No se trata de una subvención, sino de una renta. Se
pasaría de premiar y financiar la producción a valorar y financiar
a las personas.
La
vida por encima del mercado. No se trata de privilegios, sino de
derechos, de un salario mínimo digno para hacer de la alimentación
y el cuidado de la tierra una prioridad al nivel de la educación o
la sanidad en esta época de emergencia climática. Se trata de una
decisión demandada por la ciudadanía para empezar a darle la vuelta
a todo.
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