Casas para adaptarse mejor.
En
el I Encuentro Estatal de Viviendas Cooperativa
en Derecho
de Uso
se han debatido temas muy variados: los cuidados, la legislación,
el régimen económico... Uno de ellos ha sido cómo estos proyectos
construyen la sostenibilidad y cómo se adaptan al contexto de
crisis ambiental y social en el que estamos.
El
pasado fin de semana tuvo lugar en Madrid el I
Encuentro Estatal de Proyectos de Vivienda Cooperativa en Derecho de
uso,
impulsado por la iniciativa Mares
de Madrid.
Más
de doscientas personas de más de cuarenta iniciativas de vivienda
ecosocial han estado desgranando los aspectos más retadores de estos
proyectos: la cesión de uso, el papel de las administraciones
públicas, la gestión de los cuidados en todo esto o la
especificidad de los proyectos senior.
Uno
de estos retos sobre los que hemos estado conversando es qué y cómo
pueden aportar estas cooperativas para favorecer la resiliencia en
tiempos de crisis ambiental y social.
CONSTRUIR EN EL ABISMO DE LOS LÍMITES
Nos
parecía relevante dialogar sobre esto porque partimos de un análisis
del contexto actual que nos sitúa, como señala Ecologistas en
Acción, en el abismo
de los límites.
La
crisis climática, la pérdida masiva de biodiversidad y el declive
de la disponibilidad energética y material junto a los problemas
sociopolíticos asociados a todo ello dibujan un presente y un futuro
incierto y bastante poco alentador. El declive de la disponibilidad
energética y material o la crisis climática, por ejemplo, no son
temas menores cuando de construir casas se trata y, todavía más, si
tenemos en cuenta que habitaremos estas casas durante varias décadas
y habrá que calentarse, soportar el calor en verano, beber agua o
alimentarse.
La
forma en que seamos capaces de adaptarnos, de aprender, de innovar,
de cooperar y de autoorganizarnos ante los cambios e impactos
derivados de esta crisis profunda y multidimensional determinará que
nuestras condiciones de vida sean más o menos dignas.
Ante
este panorama, ¿cómo construimos proyectos que sean resilientes?,
¿en qué nos podemos fijar para saber cuán capaces seremos de
adaptarnos a estos tiempos de escasez y de cambios bruscos?
AFRONTAR EL MIEDO
En
el encuentro, hablamos sobre los miedos. Una de las personas que
participó en este diálogo sobre resiliencia comentaba en el debate
que le era complicado imaginarse este futuro y que, cuando hacía el
ejercicio de imaginarlo, a su cabeza venía una imagen “Mad Max”
bastante paralizante.
Lo
cierto es que, si miramos alrededor, muchas comunidades ya están
viviendo estos cambios (sequías, pérdidas de cosechas, grandes
incendios…) en muchas partes del planeta. Muchísimas personas
refugiadas, desahuciadas, precarizadas, los viven cada día en
nuestros propios barrios y comarcas. De esta constatación de que la
crisis ecosocial ya está aquí aunque “yo no la note” todavía,
surge la primera reflexión imprescindible al respecto: que la
construcción de resiliencia local debe ir acompañada de la justicia
global. Si no, es fácil caer en lo que podríamos llamar
“ecofascismo”.
Para
ello necesitamos preguntarnos por cuestiones como el grado en que
dependemos de los recursos que vienen de otras partes del mundo para
construir nuestras casas y para luego vivir en ellas, y en qué
condiciones se producen ambiental y socialmente.
Por ejemplo, que la
estructura sea de madera certificada en lugar de cemento, que las
ventanas no sean de PVC o que el material aislante del edificio sea
de corcho o de fibras textiles recicladas producidas lo más cerca
posible, reduce sustancialmente la huella climática en la fase de
construcción. Si tenemos en cuenta la orientación del edificio para
que caliente de forma pasiva, el uso de energías renovables para el
abastecimiento y el reciclaje de aguas grises o la forma de gestionar
los residuos generados, también conseguiremos reducir mucho la
huella ambiental en toda la fase de vida de las casas. Todo esto
implica no seguir ahondando en la crisis ambiental que principalmente
tiene consecuencias en otras partes del planeta.
¿ECOLOGÍA VS ECONOMÍA?
En
nuestro diálogo surgió varias veces la preocupación de si la
ecología de nuestros edificios no estaría reñida con la economía.
Sin
duda, si miramos solo a corto plazo y sin tener en cuenta los costes
ambientales y sociales añadidos a la opción “barata”, construir
con criterios ecológicos encarece los proyectos. Sin embargo, en el
propio debate reflexionábamos sobre que este tipo de construcciones
ahorran a medio plazo en costes energéticos (mejor aislamiento,
producción de energía renovable para autoconsumo, etc). Y, además,
justo estas cooperativas, en las que estamos diseñando otro modelo
económico basado en el derecho de uso, podemos sortear el obstáculo
del precio inicial imaginando soluciones colectivas y no
individuales: algunos proyectos redistribuyen el gasto atendiendo a
los ingresos o al precio hora que percibe cada integrante, por
ejemplo. En lugar de enemistar economía y ecología, nos embarcamos
en iniciativas que pueden diseñar un nuevo modelo económico,
redistributivo y centrado en la vida.
LOS INDICADORES DE RESILIENCIA
Entonces,
¿construir de otra manera aumenta nuestra resiliencia? Sí, pero no
es suficiente. La multidimensionalidad de la crisis ecosocial nos
sitúa irremediablemente en una concepción de la resiliencia mucho
más compleja.
Estaremos
mejor preparadas por vivir en casas ecológicas, pero nuestra vida y
la del resto de nuestras vecinas tiene lugar mucho más allá de las
cuatro paredes de nuestro hogar. Sin preguntarnos cómo nos vamos a
relacionar entre nosotras, cómo nos vamos a apoyar en un escenario
próximo (ya presente para muchas personas) de falta de servicios
públicos de atención a la vejez, por ejemplo, o cómo nos vamos a
relacionar con el resto del barrio, difícilmente seremos capaces de
generar esa capacidad de adaptarnos. ¿Están nuestros proyectos
abiertos al barrio? ¿Solucionamos los conflictos internos de formas
constructivas? ¿Gestionamos nuestras cooperativas de forma
democrática y horizontal? Todos estos indicadores
de horizontes ecosociales nos
ayudan a repensar nuestros colectivos y a mejorarlos.
En
el debate conveníamos que, para enfrentar la crisis ambiental y
social, necesitamos tejer redes diversas, entre las personas que
habitan estos proyectos, pero necesariamente también con el resto
del barrio donde nos insertemos. Y entre unos proyectos y otros. Es
imprescindible conectar campo y ciudad de una forma horizontal, no
jerárquica, que potencie nuestros puntos fuertes, minimizando las
debilidades.
Recordábamos que indudablemente tenemos que modificar
nuestro modelo de consumo, replantear nuestra dependencia del coche,
y, al mismo tiempo, construir relaciones de participación, de
transparencia y de cuidado. Esto, como nuestras casas, hay que
cimentarlo bien, para que no se desmorone el edificio de la
convivencia al primer conflicto.
¿Y HACIA AFUERA? ¿QUÉ APORTAMOS A LA RESILIENCIA GENERAL?
Hemos
visto que las cooperativas de vivienda colaborativa en derecho de uso
se abren al territorio, al barrio, tejen redes. Esto ya favorece la
adaptabilidad. Pero, además, señalábamos que son proyectos que
sirven para disputar la hegemonía cultural.
Que Cal
Cases lleve
doce años viviendo de forma comunitaria, autogestionada y con un
alto nivel de sostenibilidad sirve para que nos creamos que es
posible vivir de otra manera. Que existan Trabensol, Axuntase, la
Balma, la
Borda, Entrepatios y
otras más de cuarenta iniciativas aporta al mundo modelos de vivir
de otra forma, más justa, más sostenible, más resiliente.
Durante
el encuentro llegamos a la conclusión de que esto de la resiliencia
tenía mucho con ver con ser capaces de generar una visión común
sobre lo que ocurre y lo que queremos que ocurra en el mundo y en
nuestros proyectos. Se basa en la importancia de no estar solas para
afrontar las situaciones que están por venir. Justo lo que hemos
estado haciendo durante todo el fin de semana. Gracias a encontrarnos
y a debatir juntas ahora somos un poquito más resilientes que antes.
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