LAS ONG: LOS CABILDEROS DEL BIEN
Las
ONG como Greenpeace y OXFAM no actúan de manera más neutral o moral
que los cabilderos empresariales. Siete tesis con un enfoque más
crítico hacia ellas.
En
este pasado mayo tuve la ocasión de mantener una breve charla con un
funcionario de la asociación de ayuda humanitaria de la que soy
miembro, los
Johanniter.
Hablamos de la creciente disminución del número de miembros de la
asociación. Cuando le pregunte dónde veía la causa del interés
menguante por la asociación, el funcionario respondió: “A la
gente le va todo demasiado bien”. Resulta que eso es exactamente la
meta final de la asociación. Pretendemos que la gente esté bien,
que no tenga necesidades. La respuesta del funcionario resalta un
problema que afecta no solo a los Johanniter, sino a todos los grupos
no gubernamentales con sus respectivos intereses: nunca
se trata solo del objetivo final, sino también de la existencia e
influencia de las propias organizaciones.
Creo
que las ONG son muy importantes. Son un necesario corrector de
intereses en el juego del poder y el dinero. Simpatizo con ellas
porque también representan mis intereses. Llevan cosas al público
que otros quisieran mantener silenciadas siempre. Señalan los
problemas que nadie más abordaría y resaltan las quejas de aquellos
a los que nadie parece escuchar. Gozan de una enorme credibilidad.
Son percibidos por la mayoría como los buenos que actúan en interés
de todos. Ocurre que eso no es siempre así. Tal vez la imagen que
tenemos de las ONG, la que nos llega por la vía de los medios
convencionales y mediante sus propios aparatos de información, no
sea todo lo ajustada la realidad que ellos desearían.
También en el libre mercado la meta es el bien de todos
Para
ser escuchados, las ONG tienen que ser ruidosas, a menudo
estridentes, ya veces tienen que ser incluso molestas. Están
comprometidos con el medio ambiente, los derechos humanos, la paz o
la protección de los consumidores, todas ellas preocupaciones
legítimas. Según Su autocomprensión únicamente buscan el bien
común. No pocas veces trabajan como si fueran periodistas de
investigación.
Entre
la opinión pública, da la impresión de que están tratando de
sacar a la luz toda la verdad. Pero eso es un malentendido. Los
periodistas tienen la tarea de dibujar lo más objetivamente posible
una imagen. Uno de sus principios es el de escuchar y dar voz también
a quienes opinan diferente. Los activistas de las ONG no hacen eso
nunca. Simplemente no quieren ser neutrales. Tienen sus propias
intenciones y, la mayoría de las veces, rechazan u ocultan los
argumentos de quienes no están de acuerdo con sus postulados. En
principio nada que objetar, de no ser por el hecho de que la mayoría
de las personas que reciben en sus redes sociales o correos
electrónicos los mensajes de las ONG, casi nunca contrastan lo que
se les cuenta. Los periodistas, los medios de comunicación, tampoco
ayudan en esta labor. Un titular sensacionalista procedente de una
ONG es siempre un buen titular. Ya habrá tiempo de contrastar… y
desmentir si fuera necesario.
Es
curioso, porque las ONG no son tan diferentes de las corporaciones o
asociaciones empresariales. Ambos representan los intereses de un
grupo de personas con objetivos comunes. El imaginario popular asocia
a las ONG con el bien común, mientras que las asociaciones
empresariales son asociadas a la defensa de intereses individuales. O
peor: ¡los intereses del capitalismo! Es un grave error: la
Asociación Federal de la Industria alemana, por ejemplo, habla en
nombre de 100.000 pequeñas y medianas empresas que dan empleo a
aproximadamente ocho millones de personas. ¿Defender los intereses
de más de 8 millones de personas no es, justamente, “defender el
bien común”?
Las ONG hablan por sí mismas, no por todos nosotros
El
número de ONG en el mundo está aumentando continuamente. Según la
web guiaongs,
en España hay registradas más de 9.000 asociaciones calificadas
como ONG (llama la atención el hecho de que, aunque existe la
“categoría” de “Organizaciones por la Libertad de Expresión”,
no hay ninguna ONG dedicada al tema). La mayoría de estas
organizaciones son pequeñas. Están formados por unas pocas personas
que son las que establecen los objetivos por los que “luchar” y
para los que se recaudan donaciones, pagos de socio y subvenciones.
Resulta que estas personas que toman las decisiones están
legitimadas por grupos relativamente pequeños. Según Greenpeace,
hay 100,000 miembros patrocinadores en España. Estas personas, con
su membresía o donación, indican que apoyan los objetivos de la
organización. Pero incluso en el caso de una ONG grande como
Greenpeace, estamos hablando de menos del uno por ciento de la
población. La pregunta es: ¿qué pasa con los demás?
En
una democracia, por supuesto, todos pueden asociarse con otros para
trabajar por objetivos comunes. Sin embargo, el grupo solo puede
hablar por sus miembros, así como los partidos políticos no hablan
por toda la gente, sino por los votantes que representan. A las ONG
les gusta actuar como si estuvieran actuando en representación e
interés de todas las personas. Pero la inmensa mayoría de las
personas no han dado su consentimiento.
Las
ONG se autolegitiman. Detrás de esta autolegitimación está la
creencia de que las personas -los otros, por supuesto- necesitan un
tutor que les diga lo que es bueno y correcto para ellos. Para las
ONG, la parcialidad tiene ventajas. Se mantienen contundentes. El
lema es “Hazlo corto y simple”. Porque la información veraz y
plural no es necesariamente el único factor legitimador: quien
defiende “lo bueno” no necesita de más argumentos que los
propios.
El alarmismo es bueno para el negocio
A
fines de enero, la ONG Oxfam presentó, como lo hace todos los años
al comienzo del Foro Económico Mundial en Davos, su informe sobre la
pobreza. El tenor es siempre muy similar: los ricos se hacen más
ricos, los pobres más pobres. Y la desigualdad empeora. El informe
proporciona titulares útiles y alarmistas: todos pudimos leer el
famoso titular “26 multimillonarios poseen tanto como la mitad del
mundo”.
Oxfam
da la impresión de que la riqueza de los ricos es la razón de la
pobreza de los pobres. Pero eso es una enorme falsedad, porque
incluso los pobres se benefician de la creciente prosperidad en el
mundo. El título del estudio de Oxfam podría haber sido: “Cada
día, 100.000 personas salen de la pobreza”. No creo necesario
explicar que este último titular apenas hubiese despertado la
curiosidad de los redactores, perdiéndose entre los miles de
titulares de los teletipos diarios. Sin embargo, decir que 26
personas son tan ricas como la mitad de la población mundial, eso sí
que transmite el mensaje deseado. ¿Por qué Oxfam no cuenta toda la
verdad sobre la pobreza y desigualdad en el mundo? Las mejores
respuestas a esa pregunta las encontrarán en un artículo de Enrique
Briega para
Libre Mercado. Yo les doy la mía: cada vez hay menos pobres, y los
pobres son cada vez menos pobres. Y esto no es nada bueno para el
negocio de Oxfam, evidentemente. En otras palabras: se trata de decir
que la situación es peor que nunca. Y muchas ONG transmiten esta
impresión, porque las personas son especialmente generosas y útiles
cuando sienten compasión o miedo.
Amonestaciones
y advertencias, moralizar y boicotear, prevenir y demonizar se han
convertido desde hace tiempo en factores económicos importantes. Los
escándalos ambientales reales o imaginados agitan los precios de las
bolsas de valores, el temor a las catástrofes eleva las primas de
los seguros y sirve como coartada de bienvenida para los nuevos
impuestos y las cargas sobre los ciudadanos. Palabras clave como
“principio de precaución” o “sostenibilidad” se utilizan
(erróneamente) cada vez más para anular el mercado libre mediante
nuevas regulaciones gubernamentales. Los medios, la política, las
asociaciones y las ONG se han convertido en actores de un negocio
multimillonario fundamentado en el fomento del miedo. Escondidos tras
la máscara de la defensa del bien común, son apenas herramientas de
diversos intereses particulares. Millones de creadores de opinión y
expertos, investigadores e inspectores, funcionarios y burócratas
ahora viven en este sistema. Las ONG se han convertido en el octavo
sector económico más grande del mundo.
Y
lo más interesante del asunto: nadie los ha elegido, no tienen a
nadie ante quien deban responder de sus actos seriamente. Cambian de
Greenpeace a la OMS, de la WWF a “Amigos de la Tierra” y
viceversa. Y no, no “viven” de las donaciones de sus socios,
viven fundamentalmente las subvenciones de los estados… es decir,
del dinero de todos. Son, no una clase que apoya o complementa al
Estado, sino una patrocinada por él.
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