Gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias
Introducir
en las ciudades ambiciosas iniciativas como los supermercados
cooperativos va a alterar los ecosistemas de experimentación
ecosocial, haciéndolos más complejos y ayudando a su
enriquecimiento.
Estos proyectos son una invitación a cuestionar inercias organizativas y a no resignarnos a dar siempre pequeñas respuestas ante grandes problemas
Corría
el año 1890 nacía Aglomeración Cooperativa Madrileña, la
cooperativa de consumo pionera de la ciudad. Una fórmula para
satisfacer las necesidades alimentarias de las clases populares en
mejores condiciones de las que ofrecía el mercado, un experimento de
otras relaciones de producción y consumo, que a la vez servía para
difundir el ideario socialista.
Esta
iniciativa evolucionó y sirvió de germen para la Cooperativa
Socialista Madrileña fundada en 1907, que agrupaba cinco tiendas de
comestibles, una zapatería, un despacho de vinos, dos bodegas y una
tienda de objetos de escritorio. Miles de cooperativistas de consumo
y una plantilla de 32 personas empleadas sostenían esta iniciativa,
que seguiría viva hasta la guerra civil. Una experiencia asociativa
ligada a la emblemática nueva Casa del Pueblo construida en un
antiguo palacio comprado por la UGT, y que llegaría contar con más
de 100.000 personas afiliadas, cerca de un décimo de la población
madrileña de la época.
Durante
la II República se habían popularizado por todas las zonas
industriales de nuestra geografía las cooperativas de consumo,
pensemos que solo en Barcelona había unas sesenta iniciativas. El
franquismo intentó replicar el modelo mediante los economatos
laborales ligados a las grandes empresas del Instituto Nacional de
Industria, pero fracasó, en buena medida por la falta de
protagonismo de la gente y la ausencia de democracia interna. Las
cooperativas de consumo resurgieron tímidamente a finales de los
años cincuenta, manteniendo el objetivo de garantizar el acceso a
alimentos para una clase obrera empobrecida, a la vez que ofrecían
una experiencia asociativa relativamente autónoma en plena
dictadura.
Algunas
de estas iniciativas evolucionaron hacia supermercados cooperativos
obreros, llegando algunas experiencias vivas hasta nuestros días.
Entre ellas destacarían proyectos como San
Crispín en Baleares,
fundada en 1953 por el gremio de zapateros de Alaior para enfrentar
la creciente carestía de la vida. En la actualidad es la cooperativa
de consumo más grande de la región, cuenta con tres locales de
venta, cerca de cuatro mil personas asociadas y más de treinta
empleadas. Además de una oferta convencional de productos de
alimentación, privilegian una oferta específica de
productos locales de agricultura ecológica y de comercio justo;
siendo una entidad que sigue implicada en la promoción de redes de
economía alternativa.
Otra
experiencia que ha evolucionado de forma similar sería la
cooperativa de consumo San Sebastián de Reinosa, fundada en 1959 por
un grupo de trabajadores de las principales industrias locales,
especialmente de La Naval. Durante los primeros años los mismos
cooperativistas asumían por turno la descarga de mercancías, la
gestión y el funcionamiento cotidiano, asumiendo que sin esta
aportación de tiempo no hubiera sido viable económicamente.
Iniciada por 250 socios se fue consolidando con los años, llegando a
tener miles de asociados y enfrentando boicots por parte del pequeño
comercio local que chantajeaban a las distribuidoras de alimentos
para que no fueran proveedoras de la cooperativa. Hoy es la
cooperativa de consumo más grande de Cantabria, tiene cerca de
cuatro mil asociados, más de cuarenta empleados, dos supermercados y
un local asociativo donde realizan actividades culturales.
Estas
iniciativas fueron inspiración para cooperativas que durante los
años ochenta terminaron montando grandes cadenas de supermercados
como Eroski y Consum, pero pasaron muy desapercibidas para los
emergentes movimientos agroecológicos que impulsaron los primeros
grupos de consumo. La industrialización, la modernización y la
llegada de la sociedad de consumo provocaron una mutación tanto en
los hábitos de compra como en las problemáticas asociadas al
sistema agroalimentario: del hambre a la malnutrición, de la escasez
al sobreconsumo, del producto fresco a los alimentos ultraprocesados,
de la cocina en casa a comer mucho fuera, de la compra en el pequeño
comercio a los supermercados. A estas, se añadirían la crisis
ecosocial y cuestiones como la injusticia en la comercialización a
lo largo de la cadena alimentaria o el creciente control por las
corporaciones agroalimentarias de tierras, semillas, paquetes
tecnológicos e infraestructuras logísticas.
La
necesidad de transformar el vigente sistema alimentario ha ido
ganando peso en la esfera pública y en la agenda política en
tiempos recientes. Un actor relevante para lograrlo han sido las
alianzas entre productores y consumidores materializadas en decenas
de miles de grupos de consumo. La mayor parte de los cuales podrían
entenderse como modestas y artesanales micro cooperativas de consumo,
referentes del activismo alimentario que han logrado cambios
significativos en los imaginarios sociales: la importancia de que el
pequeño campesinado pueda ganarse la vida, el valor estratégico,
cultural y ambiental de la agricultura de proximidad, la puesta en
valor de las producciones artesanales y de las variedades locales, y
especialmente la importancia de la producción ecológica.
Una
victoria cultural acompañada de una derrota económica, pues las
redes agroecológicas han sido incapaces de absorber la demanda
generada. Y ha sido el mercado convencional quien ha vuelto a
acaparar los beneficios, con sus lineales ecológicos en las grandes
superficies y la apertura de supermercados ecológicos que únicamente
sustituyen productos convencionales por otros bio. Hace un año y
medio nos hacíamos eco de estas tensiones, apelando a la necesidad
de que la economía solidaria reactualizara sus prácticas, de forma
que dieran saltos de escala que realmente democratizaran e hicieran
accesibles al conjunto de la ciudadanía las prácticas de consumo
transformadoras.
Este
debate estalló de forma sincrónica y no coordinada de la mano del
documental FOOD
COOP,
que cuenta la longeva historia de un supermercado cooperativo
propiedad de las más de 16.000 personas socias, que vende productos
ecológicos, de proximidad, comercio justo y un porcentaje de
convencionales, cuando el diferencial de precio es muy grande. Más
de 70 empleados y tres horas al mes de trabajo obligatorias para
asociados, logran rebajas en los precios que rondan el 30%. El
supermercado más rentable de la ciudad, haciendo diez veces la venta
por m² de los supermercados convencionales. Disponen de servicio de
guardería, editan su propio periódico para pasar el rato en las
colas de espera, tienen una amplia oferta sociocultural y han
impulsado innovadores mecanismos de gestión para posibilitar la
autoorganización eficaz de tanta gente.
El
conocer esta experiencia ha sido una invitación a cuestionar
inercias organizativas y a no resignarnos a dar siempre pequeñas
respuestas ante grandes problemas. Los visionados han permitido
encuentros entre personas que se han interrogado colectivamente:
¿Cómo democratizar el acceso a la alimentación ecológica y
saludable mediante modelos cooperativos de mayor envergadura y que
también puedan ser más inclusivos?, ¿Qué equilibrio entre
profesionalización y activismo nos permite pensar la viabilidad
económica de estos proyectos?, ¿Qué nivel de contradicción
estamos dispuestos a asumir dentro de nuestras iniciativas (venta de
productos convencionales, de fuera de temporada, de distribuidoras
comerciales, kilométricos...)?, ¿Cómo se prioriza la ubicación de
iniciativas que tienen vocación de ser de barrio, pero que necesitan
arrancar con una masa crítica a nivel de ciudad?, ¿Qué sinergias
cooperativas puede generar o acompañar un proyecto de este tipo en
un barrio o municipio?, ¿Qué papel pueden o deben jugar los
gobiernos locales en estos procesos?, ¿Nos animamos a montar uno?
Desde
entonces han surgido supermercados cooperativos como Som
Alimentació
en Valencia y A
Vecinal
en Zaragoza, que se suman a una pequeña constelación de iniciativas
agroecológicas preexistentes de envergadura (Landare, Bio Alai, El
Encinar, Biotremol...). En Madrid desde el proyecto MARES
hemos acompañado la creación de varios grupos promotores, siendo La
Osa
el primer supermercado cooperativo que replicará el modelo de FOOD
COOP en nuestra geografía. Una iniciativa que abrirá sus puertas en
enero y que actualmente se encuentra acondicionando el local y en
plena campaña de captación de cooperativistas,
cuya próximo evento será el
4 de julio con una proyección del documental en
el barrio que acogerá el proyecto.
De
Aglomeración a La Osa hay más de un siglo de historia, que muestra
la capacidad de construir ambiciosas alternativas económicas en
contextos de escasez y dificultad. Vistos en perspectiva los
supermercados cooperativos no son tan novedosos, más bien suponen
una carrera de relevos, donde las prácticas de colaboración se han
ido reactualizando a lo largo del tiempo para ser útiles a la hora
de adaptarse a condiciones, necesidades y retos cambiantes.
En
la biología se han constatado
los positivos impactos ambientales que tiene reintroducir grandes
mamíferos como osos o lobos en su habitats tradicionales,
evidenciando el peso que una determinada especie puede tener en
mantener la trama de la vida y cómo su vuelta a un ecosistema puede
suponer profundas transformaciones. Uno de los casos más
emblemáticos ha sido la reintroducción de los lobos en Yellowstone,
que limitaron la cantidad de ciervos, que por tanto dejaron crecer la
flora y arbolado de ribera y alteraron la composición del suelo de
las praderas; al reducir la presencia de coyotes cazados por los
lobos aumento la biodiversidad de mamíferos pequeños carroñeros
como águilas y cuervos; reduciéndose la erosión y hasta
modificándose el flujo del río.
La
Osa sale de la cueva y se echa a las calles, pues estamos convencidos
de que reintroducir en las ciudades ambiciosas iniciativas como los
supermercados cooperativos va a alterar
los ecosistemas de experimentación ecosocial,
haciéndolos más complejos y ayudando a su enriquecimiento.
No
sabemos el aspecto final que tendrá una economía pos capitalista,
pero indudablemente este tipo de iniciativas deberán de proliferar y
normalizarse, hasta ser piezas clave para completar el complejo puzle
que supone recomponer sistemas alimentarios alternativos.
¡¡Ha
llegado la hora de subirse al carro!!
Fuente:
Eldiario.es
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