GAIA XXII: NARRATIVA Y UTOPÍA
Gaia
XXII es una pequeña novela futurista con cierto toque utópico,
escrita por Fredi Ramírez Artive. El autor se define muy elocuentemente como
biófilo libertario, protector y creador de bosques, campesino, hortelano,
apicultor, cuidador de burros, técnico agropecuario, jardinero, bloguero y
músico. Vive emboscado en una cabaña, rodeado de animales,
desde donde escribe.
Desde allí, desde esa cabaña, Ramírez nos adentra en una historia que se alimenta directamente de la Teoría Gaia de James Lovelock. Fascinado por esa concepción del planeta como un organismo vivo, combina ciencia, ecología y una pizca de misticismo tecnológico en estas páginas, donde la propia biosfera parece tener conciencia y dialogar con los personajes. Su narrativa, expresada en un lenguaje muy claro y accesible, que convierte conceptos científicos en materia literaria, incita a quien lee a repensar la relación entre el planeta y la especie humana.
El argumento es sencillo. La novela narra la lucha de Dana,
una científica del Ministerio de Medio Ambiente, el conserje Marcos y Sayen,
una activista mapuche, contra la tala de un bosque para la construcción de un
parque eólico. En su lucha contarán con un aliado inesperado: una inteligencia
artificial que dice ser la voz de la Tierra. Lo fascinante de la obra no radica
solo en su trama, sino en el modo en que se utiliza el relato para evocar
nuevos imaginarios, nuevas formas de concebir nuestras vidas.
La historia nos invita a pensar en la Tierra como un
superorganismo que se autorregula y, a la vez, como una supraconciencia.
Además, rescata la noble tradición de la ayuda mutua. Y prefigura un movimiento
gaiano, decrecentista, simbiótico y revolucionario. El relato se convierte así
en un laboratorio simbólico.
Paul Ricoeur recordaba que narrar es dar forma al tiempo,
ordenar la experiencia y abrir la comprensión de lo real. En este
sentido, Gaia XXII no se limita a entretener: instituye un
horizonte donde la defensa del bosque no es solo resistencia local, sino parte
de una alianza planetaria. Es el imaginario social instituyente del
que hablaba Castoriadis. Fuente de significaciones que dan sentido a la vida
colectiva, la novela actúa precisamente en ese plano, creando imágenes que
desafían lo establecido, dibujando un planeta sintiente y con propósito, y,
además, rescatando el valor de lo comunal.
Una narración inspiradora posee un soplo que anima, alienta,
acompaña y alumbra. La narrativa con su poder de evocación tiene la virtud de
crear vínculos entre personas que no se conocen directamente. Algo similar
ocurre aquí: el lector queda implicado en una comunidad simbólica y simbioética
que reconoce en Gaia —mito, IA o conciencia planetaria— un sujeto político. El
autor crea una fábula especulativa que en torno a la Teoría
Gaia trenza una historia profundamente humana.
La Teoría Gaia es el único camino rupturista que nos
permitirá reconciliarnos con el planeta. Como nos advierte el amigo zorro
—¿quizás un guiño a El principito?— que da voz a la Gaia del siglo
XXII, «el único futuro realizable que tendrá la humanidad consiste en trabajar
para la biosfera y para el mundo vivo». En armonía y con reciprocidad, en
verdadera simbiosis mutualista.
El autor, perfectamente conocedor de las múltiples razones
por las cuales nuestras sociedades son insostenibles, las recoge en un capítulo
final a modo de conclusión. En ese punto todo se desvela. No obstante, también
se deslizan —como pequeñas señales de advertencia— algunos verbos o palabras
que nos avisan de que Ramírez aún está impregnado de ese paradigma que pretende
abolir.
Nuestras ideas, esas en las que nos hemos socializado, influyen en nuestra forma de mirar y actuar. Guían tanto nuestros enfoques como nuestras percepciones y conductas, y tienen un enorme peso sobre nuestro lenguaje. Así opera, precisamente, la ideología económica que hoy predomina. Y esto es lo que se cuela a hurtadillas en la elección de algunas palabras.
Así,
en esta fábula gaiana que abraza una visión holística de nuestro planeta, nos
tropezamos con la noción de producción que forma parte del
aparato conceptual y verbal del mito del desarrollo. Una noción que no es
universal y tampoco neutra. Por esto, el bosque comestible, que el autor
imagina, explotado a su máximo rendimiento, a su máxima producción, no
abjura de la visión utilitarista de la naturaleza y responde a ese mismo
espíritu maximalista de nuestra sociedad. Aquí, el subconsciente nos traiciona
porque los árboles no producen, sino que fructifican.
La Teoría Gaia es un universo pionero que revoluciona de
raíz nuestra fracasada relación con la biosfera. Asumir que somos parte de un
todo viviente, que no somos los excepcionales seres que creímos, que somos
profundamente vulnerables y ecodependientes requiere de cierta humildad de
especie. Y esto sí que lo consigue este relato, puesto que se abre a otras
cosmovisiones, que serán germen de nuevas instituciones y de nuevos
significados que influirán, definitivamente, sobre el modo en que pensamos y
actuamos.
En tiempos de múltiples crisis ecológicas y en medio de un
mundo aplastado por el peso de nuestra tecnosfera, esta ficción no ofrece
soluciones técnicas. Nos ofrece lo que tal vez sea más urgente: la evocación de
un imaginario colectivo y transgresor capaz de reinventar las luchas, abrir
nuevos caminos y redefinir nuestras alianzas para por fin integrarnos en este
planeta vivo. Pues nada empieza si en plural no somos capaces de imaginarlo.
https://www.15-15-15.org/webzine/2025/10/06/resena-de-gaia-xxii-narrativa-ecologia-y-utopia/
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