PROGRAMAR PARA EL ‘NO’ COLAPSO
¿Qué pasaría si mañana nuestra infraestructura tecnológica se desmoronara? Un sistema operativo minimalista y poco convencional propone sobrevivir utilizando únicamente los dispositivos que ya tenemos. Y plantea una pregunta esencial: ¿Podemos diseñar una tecnología que, además de sobrevivir al colapso, lo evite?
A inicios de siglo, Estonia se erigía ya como un símbolo del futuro: una pequeña república a orillas del mar Báltico, con apenas un millón de habitantes y un pasado soviético reciente, se convertía en el primer país del mundo en permitir el voto para unas elecciones nacionales a través de Internet.
No siempre fue así. Apenas 16 años antes, cuando recuperó su
independencia tras la caída de la Unión Soviética, el país era una hoja en
blanco. Sin Constitución, ni instituciones democráticas; las infraestructuras
estaban en ruinas y su sistema bancario anclado en el pasado. Todo estaba por hacer.
La respuesta del nuevo Estado fue visionaria: apostó por la
tecnología para reconstruir su identidad. En poco tiempo, los estonios podían
votar, pagar impuestos o gestionar
sus médicos online. Un modelo que el mundo se disponía a imitar.
Hasta que en
2007 un ciberataque masivo de origen ruso amenazó con borrar, de un plumazo,
todo lo construido. De la noche a la mañana, los ciudadanos
no pudieron sacar dinero o enviar un correo electrónico. Los periodistas no
tuvieron la posibilidad de publicar sus artículos y el Gobierno, incapaz de
acceder a sus propios servidores, buscaba cómo restablecer la normalidad.
Así se convirtió Estonia en la primera víctima de un ataque cibernético a gran escala. Pero
lejos de amedrentarse y volver a sistemas más analógicos, el país decidió
mejorar aún más su seguridad digital y establecer una infraestructura
tecnológica más resistente.
Esta confianza en la tecnología -pese a saber que nos hace
vulnerables- forma parte de nuestra naturaleza. «La tecnología como constructora de esperanza es un medio muy válido al
servicio del ser humano para extender sus limitaciones biológicas y continuar
su supervivencia y desarrollo», sostiene Celestino González-Fernández,
investigador de Psicología y Tecnología en la Universidad Autónoma de
Madrid.
Por eso, no sorprende que en los últimos años hayan surgido
iniciativas que apuestan por ella incluso como un salvavidas ante escenarios de
colapso como puede ser un ciberataque, pero también ante el fin de la
civilización tal y como la conocemos.
La posibilidad -aunque remota- de ese futuro oscuro fue lo
que impulsó al ingeniero canadiense Virgil Dupras a crear CollapseOS un sistema operativo para sobrevivir
en un escenario postapocalíptico. Ojo: no pretende alimentar la
«histeria colectiva» pero, como él mismo aclara, lo que le preocupa es que,
hacia 2030, el planeta ya no pueda suministrar las materias primas para
fabricar nueva tecnología.
¿El motivo del apagón? Lo que el economista Jeremy Rifkin
definió en su libro El Green New Deal Global (2019): «el inminente colapso de
la civilización de los combustibles fósiles». Un punto de inflexión en el que estallará la dependencia global del
petróleo, el gas y el carbón.
Y es que la mayoría de los dispositivos electrónicos
actuales requieren una cadena de producción compleja y energéticamente costosa.
Sin ir más lejos, cerca del 80% de
la energía que consumimos aún proviene de fuentes fósiles, finitas y altamente
contaminantes.
La propuesta de Dupras es clara: un software capaz de funcionar con la
tecnología que ya existe. Porque, si algo abunda, es
precisamente la
chatarra electrónica. Según el último Monitor Mundial de Residuos
Electrónicos de Naciones Unidas, solo en 2022 se generaron 62 millones de toneladas
de residuos de este tipo. Para que nos hagamos una idea: con todo ese material
podrían llenarse 1,55 millones de camiones de 40 toneladas, suficientes para
formar una fila continua alrededor del ecuador. Y vamos camino de alcanzar las
82 millones de toneladas para 2030.
Senén Barro, director científico del CiTIUS (Centro Singular
de Investigación en Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago de
Compostela), explica que el objetivo es «crear un sistema operativo que pueda ejecutarse en chips que forman
parte de la prehistoria de los microprocesadores», que no dejan de ser,
a grandes rasgos, el cerebro de cualquier máquina.
Como ejemplo, menciona el microprocesador Zilog Z80 de 1970,
con capacidad para procesar 8 bits, aproximadamente 8.500 transistores
y un consumo energético de unos pocos vatios. Zilog dejó de producirlo en junio
de 2024, pero estuvo presente durante casi medio siglo en ordenadores, consolas
y máquinas recreativas.
Hoy, existen microprocesadores modernos como el Nvidia Blackwell
B200, lanzado en 2024, con 208.000 millones de transistores y un consumo
energético de aproximadamente 700 vatios. «Para diseñar modelos de lenguaje a
gran escala, el B200 es fantástico, pero para sobrevivir, es mejor Z80», señala
Barro. De hecho, «llegamos a la
Luna con menos capacidad de cómputo a bordo del Apollo 11».
«No es que los circuitos integrados modernos sean más
frágiles (aunque, en teoría, más transistores pueden aumentar la probabilidad
de fallos), sino que los antiguos
son más simples y, por tanto, más reparables», apunta Dupras, creador de
CollapseOS, en la presentación de su proyecto.
En el fondo, CollapseOS esboza una nueva era de chatarreros
digitales: personas capaces de reunir piezas desechadas para construir un ordenador casero e instalar un
sistema operativo minimalista, pero funcional. El usuario puede editar
archivos de texto, leer y escribir datos e incluso modificar el propio software
sin necesidad de Internet, además de modificar, adaptar o mejorar el código.
Un arca de Noé digital
Para González-Fernández, la iniciativa también es una
herramienta contra la incertidumbre y un ancla emocional: permite ser parte de
una comunidad. «Pertenecer a un grupo ha sido siempre una ventaja evolutiva.
Iniciativas como esta dan identidad, colaboración y una vía hacia la
autosuficiencia» Así, CollapseOS funcionaría como una suerte de arca de
Noé digital, diseñada para conservar parte de nuestras capacidades para crear y
comunicarnos.
El problema, eso sí, es que «requiere de competencias tecnológicas
que no son muy comunes en la sociedad», advierte Barro, algo escéptico respecto
al alcance práctico de CollapseOS: «Su utilidad ante una preparación
generalizada de la sociedad en torno a catástrofes o guerras es muy
discutible».
No obstante, matiza, más allá de la remota posibilidad de un
colapso tecnológico global, enfrentarse al reto de desarrollar soluciones con recursos
mínimos puede generar avances valiosos en términos de autonomía y
robustez de los sistemas. Al final, lo que CollapseOS propone es un
regreso a las raíces de la programación: simpleza, eficiencia y uso mínimo de
recursos.
Programar para salvar
Programar para el colapso, sí. Pero ¿es posible programar para evitarlo? Dupras
parte de que durante siglos hemos consumido energía a un ritmo insostenible,
agotando los recursos que sostienen nuestra infraestructura tecnológica. Su
proyecto nos recuerda nuestra dependencia de recursos finitos, pero también nos
invita a repensar la tecnología
como una herramienta para estar preparados para cualquier futuro.
Entonces, ¿por qué no rediseñamos ya los sistemas en torno a
renovables y tecnologías de bajo impacto? «La misma tecnología que alimenta el colapso podría, con un enfoque más
ecológico y sostenible, ser también parte de la solución», plantea
González-Fernández desde una perspectiva sociológica. Barro coincide: «La vida
depende absolutamente de disponer de fuentes de energía; si son renovables,
mejor, especialmente por la autonomía que proporcionan
La evidencia respalda esta visión: aunque aún existen
obstáculos -como las dificultades para el almacenamiento o la alta inversión
inicial-, las fuentes naturales
(como la solar, o la eólica) pueden generar mucha más energía de la que el
mundo necesita actualmente, recuerda la Agencia Europea del
Medioambiente en un informe.
Tal vez no estemos en un punto de partida tan radical como
Estonia tras la caída de la URSS. Pero sí estamos a tiempo de redefinir nuestros sistemas.
Como sintetizaba en una entrevista Núria Oliver, una de las
ingenieras en telecomunicaciones más reconocidas de España: «No vamos a poder
afrontar los grandes retos sin la ayuda de la tecnología. No es la solución, pero sí es parte de la
solución».
Porque quizá la clave no sea programar para el colapso, sino
reprogramarnos para evitar que llegue.
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