3.10.25

Por qué no rediseñar los sistemas en torno a renovables y tecnologías de bajo impacto?

PROGRAMAR PARA EL ‘NO’ COLAPSO

¿Qué pasaría si mañana nuestra infraestructura tecnológica se desmoronara? Un sistema operativo minimalista y poco convencional propone sobrevivir utilizando únicamente los dispositivos que ya tenemos. Y plantea una pregunta esencial: ¿Podemos diseñar una tecnología que, además de sobrevivir al colapso, lo evite?

A inicios de siglo, Estonia se erigía ya como un símbolo del futuro: una pequeña república a orillas del mar Báltico, con apenas un millón de habitantes y un pasado soviético reciente, se convertía en el primer país del mundo en permitir el voto para unas elecciones nacionales a través de Internet

No siempre fue así. Apenas 16 años antes, cuando recuperó su independencia tras la caída de la Unión Soviética, el país era una hoja en blanco. Sin Constitución, ni instituciones democráticas; las infraestructuras estaban en ruinas y su sistema bancario anclado en el pasado. Todo estaba por hacer. 

La respuesta del nuevo Estado fue visionaria: apostó por la tecnología para reconstruir su identidad. En poco tiempo, los estonios podían votar, pagar impuestos o gestionar sus médicos online. Un modelo que el mundo se disponía a imitar.

Hasta que en 2007 un ciberataque masivo de origen ruso amenazó con borrar, de un plumazo, todo lo construido. De la noche a la mañana, los ciudadanos no pudieron sacar dinero o enviar un correo electrónico. Los periodistas no tuvieron la posibilidad de publicar sus artículos y el Gobierno, incapaz de acceder a sus propios servidores, buscaba cómo restablecer la normalidad.

Así se convirtió Estonia en la primera víctima de un ataque cibernético a gran escala. Pero lejos de amedrentarse y volver a sistemas más analógicos, el país decidió mejorar aún más su seguridad digital y establecer una infraestructura tecnológica más resistente. 

Esta confianza en la tecnología -pese a saber que nos hace vulnerables- forma parte de nuestra naturaleza. «La tecnología como constructora de esperanza es un medio muy válido al servicio del ser humano para extender sus limitaciones biológicas y continuar su supervivencia y desarrollo», sostiene Celestino González-Fernández, investigador de Psicología y Tecnología en la Universidad Autónoma de Madrid. 

Por eso, no sorprende que en los últimos años hayan surgido iniciativas que apuestan por ella incluso como un salvavidas ante escenarios de colapso como puede ser un ciberataque, pero también ante el fin de la civilización tal y como la conocemos.

La posibilidad -aunque remota- de ese futuro oscuro fue lo que impulsó al ingeniero canadiense Virgil Dupras a crear  CollapseOS un sistema operativo para sobrevivir en un escenario postapocalíptico. Ojo: no pretende alimentar la «histeria colectiva» pero, como él mismo aclara, lo que le preocupa es que, hacia 2030, el planeta ya no pueda suministrar las materias primas para fabricar nueva tecnología.

¿El motivo del apagón? Lo que el economista Jeremy Rifkin definió en su libro El Green New Deal Global (2019): «el inminente colapso de la civilización de los combustibles fósiles». Un punto de inflexión en el que estallará la dependencia global del petróleo, el gas y el carbón.

Y es que la mayoría de los dispositivos electrónicos actuales requieren una cadena de producción compleja y energéticamente costosa. Sin ir más lejos, cerca del 80% de la energía que consumimos aún proviene de fuentes fósiles, finitas y altamente contaminantes.

La propuesta de Dupras es clara: un software capaz de funcionar con la tecnología que ya existe. Porque, si algo abunda, es precisamente la chatarra electrónica. Según el último Monitor Mundial de Residuos Electrónicos de Naciones Unidas, solo en 2022 se generaron 62 millones de toneladas de residuos de este tipo. Para que nos hagamos una idea: con todo ese material podrían llenarse 1,55 millones de camiones de 40 toneladas, suficientes para formar una fila continua alrededor del ecuador. Y vamos camino de alcanzar las 82 millones de toneladas para 2030.

Senén Barro, director científico del CiTIUS (Centro Singular de Investigación en Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago de Compostela), explica que el objetivo es «crear un sistema operativo que pueda ejecutarse en chips que forman parte de la prehistoria de los microprocesadores», que no dejan de ser, a grandes rasgos, el cerebro de cualquier máquina.

Como ejemplo, menciona el microprocesador Zilog Z80 de 1970, con capacidad para procesar 8 bits, aproximadamente 8.500 transistores y un consumo energético de unos pocos vatios. Zilog dejó de producirlo en junio de 2024, pero estuvo presente durante casi medio siglo en ordenadores, consolas y máquinas recreativas. 

Hoy, existen microprocesadores modernos como el Nvidia Blackwell B200, lanzado en 2024, con 208.000 millones de transistores y un consumo energético de aproximadamente 700 vatios. «Para diseñar modelos de lenguaje a gran escala, el B200 es fantástico, pero para sobrevivir, es mejor Z80», señala Barro. De hecho, «llegamos a la Luna con menos capacidad de cómputo a bordo del Apollo 11».

«No es que los circuitos integrados modernos sean más frágiles (aunque, en teoría, más transistores pueden aumentar la probabilidad de fallos), sino que los antiguos son más simples y, por tanto, más reparables», apunta Dupras, creador de CollapseOS, en la presentación de su proyecto. 

En el fondo, CollapseOS esboza una nueva era de chatarreros digitales: personas capaces de reunir piezas desechadas para construir un ordenador casero e instalar un sistema operativo minimalista, pero funcional. El usuario puede editar archivos de texto, leer y escribir datos e incluso modificar el propio software sin necesidad de Internet, además de modificar, adaptar o mejorar el código.

Un arca de Noé digital

Para González-Fernández, la iniciativa también es una herramienta contra la incertidumbre y un ancla emocional: permite ser parte de una comunidad. «Pertenecer a un grupo ha sido siempre una ventaja evolutiva. Iniciativas como esta dan identidad, colaboración y una vía hacia la autosuficiencia» Así, CollapseOS funcionaría como una suerte de arca de Noé digital, diseñada para conservar parte de nuestras capacidades para crear y comunicarnos.

El problema, eso sí, es que «requiere de competencias tecnológicas que no son muy comunes en la sociedad», advierte Barro, algo escéptico respecto al alcance práctico de CollapseOS: «Su utilidad ante una preparación generalizada de la sociedad en torno a catástrofes o guerras es muy discutible».

No obstante, matiza, más allá de la remota posibilidad de un colapso tecnológico global, enfrentarse al reto de desarrollar  soluciones con recursos mínimos puede generar avances valiosos en términos de autonomía y robustez de los sistemas. Al final, lo que CollapseOS propone es un regreso a las raíces de la programación: simpleza, eficiencia y uso mínimo de recursos.

Programar para salvar

Programar para el colapso, sí. Pero ¿es posible programar para evitarlo? Dupras parte de que durante siglos hemos consumido energía a un ritmo insostenible, agotando los recursos que sostienen nuestra infraestructura tecnológica. Su proyecto nos recuerda nuestra dependencia de recursos finitos, pero también nos invita a repensar la tecnología como una herramienta para estar preparados para cualquier futuro.

Entonces, ¿por qué no rediseñamos ya los sistemas en torno a renovables y tecnologías de bajo impacto? «La misma tecnología que alimenta el colapso podría, con un enfoque más ecológico y sostenible, ser también parte de la solución», plantea González-Fernández desde una perspectiva sociológica. Barro coincide: «La vida depende absolutamente de disponer de fuentes de energía; si son renovables, mejor, especialmente por la autonomía que proporcionan

La evidencia respalda esta visión: aunque aún existen obstáculos -como las dificultades para el almacenamiento o la alta inversión inicial-, las fuentes naturales (como la solar, o la eólica) pueden generar mucha más energía de la que el mundo necesita actualmente, recuerda la Agencia Europea del Medioambiente en un informe. 

Tal vez no estemos en un punto de partida tan radical como Estonia tras la caída de la URSS. Pero sí estamos a tiempo de redefinir nuestros sistemas.

Como sintetizaba en una entrevista Núria Oliver, una de las ingenieras en telecomunicaciones más reconocidas de España: «No vamos a poder afrontar los grandes retos sin la ayuda de la tecnología. No es la solución, pero sí es parte de la solución».

Porque quizá la clave no sea programar para el colapso, sino reprogramarnos para evitar que llegue.

https://igluu.es/programar-para-el-no-colapso/  

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