¿PARA QUÉ SIRVE LA SABIDURÍA?
Obviamente, si para algo sirve saber es para no caer en los
engaños en los que caen los ignorantes. ¿Y cuál es la misión del diablo? ¡Engañar!
La sabiduría es pues el mejor amuleto contra el diablo, la mejor protección
contra el mal. ¿Para qué se supone que debe servir la religión sino para
protegerte del mal? La sabiduría es pues, como poco, la mejor religión que
existe.
¿Qué es lo que se opone a saber? Obviamente, lo opuesto es no-saber. La no-sabiduría es lo mismo que la ignorancia y se manifiesta siempre como una creencia. Cada vez que alguien dice -creo que- manifiesta que no sabe, que ignora, y eso le convierte en candidato al engaño. Las creencias son pues las peores religiones que existen (Todas ellas). Sé que decirlo no me va a convertir en ídolo de masas pero alguien tenía que hacerlo.
Creer es siempre creer-a-otro, valorar la opinión de otro
más incluso que la de uno mismo; lo que nunca podría darse de no tener a ese
otro como “autoridad”. Los católicos, por ejemplo, creen al papa, no por lo que
sabe ahora sino porque, en el pasado, lo dotaron de autoridad ¡Hasta el punto
de considerarlo infalible! Muchos le creyeron cuando dijo que había que
vacunarse por amor pero ¿Qué podía saber, de vacunas, aquel hombre?
La “autoridad”, en pura lógica, no es más que una falacia,
un error. Creer a otro por el simple hecho de que lleva una chapa, una medalla,
un uniforme, nunca te convertirá en sabio y menos en una época, como la
nuestra, en la que todo eso se puede comprar. ¿Cómo obtuvieron su “master” esas
personas a las que tanto crees? No lo sabes y eso te produce zozobra,
inquietud, inseguridad, inestabilidad mental pues ¿puedes confiar, al cien por
cien, en sus decisiones? ¿Cuál es la manifestación de esa inestabilidad? ¡El
miedo! Miedo y creencias siempre van de la mano. Quién cree, teme.
Para ser sabio no hay que valorar más las palabras de otro
por ser quién es, como no hay que valorarlas menos por ser quién es. La lógica
valora argumentos, no argumentadores. Quién tiene razón, la tiene, sea papa o
prostituta, príncipe o mendigo. El sabio escucha a todos sin creer a nadie
porque sabe que, hasta el burro puede tocar la flauta por casualidad.
Su única precaución es aceptar como cierto, solo aquello que logra
entender. Eso es ser humilde.
¿Tienes idea de cuanta gente aceptó la “teoría de la
relatividad” sin entenderla? Al hacerlo, consintieron ser engañados con cuentos
espaciales. ¿Tienes idea de cuantos hablan sobre inteligencia artificial sin
saber lo que es la inteligencia?
Aceptar lo que no entiende es lo que convierte a uno en
crédulo, en creyente, en necio. ¿Por qué uno colgaría, en su casa, un póster de
Einstein, sin entender a Einstein? Por vanidad, por falta de humildad. Es
precisamente el hecho de no entender su teoría lo que inclina al creyente a
pensar que tal teoría es difícil de entender; y es por eso mismo que piensa en
colgar el póster, para hacer creer a las visitas que entiende cosas difíciles
de entender.
Lo que pretende el creyente es pues quedar como sabio
fingiendo que sabe, no sabiendo de verdad. ¿Por qué haría algo así?
Por creer que el camino de la sabiduría es demasiado difícil para él
(“dime de qué presumes…”). Es por eso que “se queda a mitad de camino”, que se
conforma con ser un mediocre, un engañado que se dedica a engañar. ¡Un
verdadero diablo!
Si dejara de creer que saber es difícil podría convertirse,
fácilmente, en un sabio auténtico, porque averiguaría y sabría, por
propia experiencia, que no hay nada que cueste menos que dejar de creer.
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