En
una sociedad decreciente y decrecentista, todo está por hacer, por
cuidar, por reconvertir, por inventar, por recuperar. En este
sentido, el problema no será el empleo, ni siquiera en supuestos
momentos transitorios. El problema, por desgracia, será el poder y
los poderosos, que querrán gestionar el decrecimiento para perpetuar
su dominio a costa de mayores cuotas de desigualdad, pobreza,
opresión y exclusión.
Con
el presente artículo se me propone que hable apologéticamente de
que el decrecimiento en ningún caso supone pérdida de empleos, sino
al contrario. Pero dicho así, que el decrecimiento crea empleo en
vez de destruirlo, es una frase políticamente demagógica, quizás
políticamente correcta, pero no tengo claro que sea del todo veraz.
Por
decrecimiento entiendo algo tan simple como la oposición consciente,
voluntaria y socialmente autoorganizada al capitalismo y a su lógica
del crecimiento desmedido.
Capitalismo que, en su fase actual y
globalizada, apuesta por salir de su propia crisis a base de
reactivar la competitividad, la tasa de beneficios, la acumulación y
reproducción del capital (único lenguaje que entiende) mediante el
crecimiento constante e insostenible de productos, bienes y
servicios, apoyado en su creencia mágica en el desarrollo
tecnocientífico, en las arcas públicas de los estados, en la
privatización de los servicios, en el expolio continuado del planeta
y en la explotación de unos poquísimos sobre la mayoría de las
poblaciones humanas. El decrecimiento, pues, es la necesidad de
generar un movimiento social crítico y combativo, contra los
dramáticos designios, humanos y medioambientales, que nos depara el
capitalismo realmente existente.
En
cuanto al empleo, me sirve la definición del Instituto Nacional de
Estadística (INE): “Conjunto de tareas que constituyen un puesto
de trabajo o que se supone serán cumplidas por una misma persona”.
Esta definición tiene dos virtudes: que empleo es sinónimo de
puesto de trabajo; y que el conjunto de tareas que lo constituye se
puede suponer que las cumplirá la misma persona. Que el empleo
equivalga a puesto de trabajo, es oportuno, por cuanto no dice
explícitamente que dicho puesto de trabajo sea necesariamente
salarizado, aunque lo normal es que supongamos que sea así.
Tengo
un amigo de casi cincuenta años, que lleva unos quince años de su
vida dedicado exclusivamente al cuidado de sus padres mayores, ahora
ya muy mayores. Y por supuesto, conozco a muchas más mujeres que
atienden a sus mayores, a su hijos, a la casa y al cuidado en general
de quienes les rodean, además de cumplir un horario en un puesto de
trabajo salarizado. Lo de qué tareas constituyen un empleo es
igualmente interesante, porque nos coloca en la tesitura de saber
quién define la tareas relacionadas con un puesto dado, una batalla
dada por perdida de antemano por el sindicalismo, que ha entregado
esa prerrogativa al patrón, al empresario, al jefe de turno o, en su
defecto, al legislador profesional.
Salarios,
cuidados y tareas
Hay
tres elementos esbozados, como son salario, cuidados y tareas, que
tienen que ver mucho en la reflexión que podemos hacer sobre empleo
y decrecimiento.
El
maldito salario, es lo que nos permite no sólo sobrevivir en la
sociedad capitalista, sino alcanzar los estándares sociales de
satisfacción de otras necesidades materiales y simbólicas que
asumimos como dadas, aunque sean generalmente inducidas,
culturalmente legitimadas y socialmente validadas. El salario, ese
valor de cambio que nos dan en función de un trabajo y según las
condiciones previstas en un contrato, es una convención humana
versátil y elástica, en el que entra no sólo lo que cada cual
puede comprar, sino el estatus social alcanzado.
Los
cuidados representan esa base de la pirámide que muy recientemente,
gracias a la economía feminista, nos hemos dado cuenta que no sólo
es el sostén básico de la vida reproductiva, sino y
fundamentalmente es la red invisible de intercambios y trabajos,
remunerados y no remunerados, que conforman una auténtica economía
subterránea, mayoritaria y tradicionalmente protagonizada por las
mujeres, sobre la que se asienta la economía real capitalista. Sin
los cuidados y sus tareas, sin sus dedicaciones y tiempos, sin sus
productos tangibles e intangibles (afectos, emociones, relaciones,
etc.), sin su desvalorización y sin su plusvalor incuantificado, ni
el capitalismo, el desarrollo tecnocientífico, la cultura, la
política, ni hasta la revolución –si algún día conseguimos que
se produzca– podrían existir.
Por
último las tareas, las labores, la ejecución de cualquier trabajo,
de cualquier operación, son relevantes en tanto que en su
cotidianidad, sea ésta la del espacio doméstico o la de una oficina
o una fábrica, se manifiesta de forma determinante la domesticación
de los seres humanos por otros humanos, es decir, las relaciones de
poder internas a cada relación social mantenida. Y lo son también,
porque en la medida en que asumamos su gestión, su gestación y su
operatividad, de forma individual y colectiva, estamos reconquistando
espacios de decisión y poder entre iguales, es decir, de libertad.
¿Y
el decrecimiento?
Decrecer
no puede significar otra cosa que plantar cara al proceso continuo de
acumulación capitalista, desde la insoslayable urgencia ética de
barrer de la historia humana el dominio y la explotación de las
personas por otros seres humanos. Y este plantar cara es sin duda una
tarea ingente, que por urgente no es menos compleja, y seguramente
siempre será incompleta. Porque estamos hablando de lucha
anticapitalista, de trastocar las relaciones de poder, de transformar
la sociedad.
En
otro artículo señalaba que los valores ecosociales del proyecto
libertario pasaban por tres ejes de acción:
-
La austeridad como modo de vida. Consumir menos, tener menos objetos
de uso y menos bienes inútiles, alargar la vida de los que tenemos,
compartirlos y reutilizarlos, cambiarlos por otros, socializar los
bienes culturales. Disfrutar de la vida y buscar el placer en uno
mismo y con los demás, desalineándonos de las necesidades inducidas
por el marketing y la publicidad.
-
La sostenibilidad como camino. Entender que todo proceso productivo y
de generación de bienes y servicios se sustenta en un flujo de
materia y energía finito y escaso, que afecta negativamente al
equilibrio ecológico del territorio y del planeta en su conjunto.
Promover servicios colectivos y gratuitos de transporte, restaurante,
guarderías, etc.; hacer que los cuidados sean responsabilidad social
y cooperativa; repartir el trabajo y trabajar menos…
-
El decrecimiento como meta. La acumulación capitalista y el
crecimiento constantes implican el dominio de la lógica del mercado
contra la lógica de la vida y de su sostenibilidad. Crítica radical
del sistema capitalista, de los límites del crecimiento industrial y
especulativo; elaborar alternativas de reconversión de las
industrias contaminantes y despilfarradoras de materia y energía.
Promover procesos cooperativos y autogestionarios, exigir la justa
redistribución de la riqueza, potenciando la creación de bienes
sociales, relacionales y ecológicos…
¿Por
qué colocar el decrecimiento como meta en vez de como medio, en
lugar de la sostenibilidad?, me preguntará quien sea perspicaz. Si
hablamos de valores prácticos, de acción, que orienten nuestras
decisiones aquí y ahora, que ejemplifiquen lo que queremos
transmitir con el decrecimiento, no podemos contentarnos con partir
del decrecimiento mismo, término por otro lado adusto y complejo de
explicar. Necesitamos ejemplificar una sociedad nueva, distinta y
actuar en consecuencia, aquí y ahora. La austeridad voluntaria
posibilita la denuncia del despilfarro, la ostentación, la riqueza y
el consumismo.
La
sostenibilidad permite repensar todos los aspectos económicos y
sociales en función de valores comunitarios, de los cuales nadie
puede ser excluido, de trabajar menos para trabajar todos, pero
también de poner en el centro del mundo del trabajo la libertad
individual y colectivamente considerada, autogestionaria, priorizando
el derecho a la flexibilidad de las personas a la hora de elegir
ocupación, cambiar de empleo, de lugar, de negociar entre todos los
implicados tiempos, jornadas, descansos y servicios, pero también
qué, cuánto y cómo producir, distribuir, intercambiar.
El
decrecimiento sólo puede ser la meta, por cuanto no lo concibo sin
la participación efectiva y consciente de la población en su
conjunto, sin una revolución de las mentalidades y sin una
coordinación de iniciativas y luchas para su consecución. Y para
que esto pueda desarrollarse quizás no venga de más pensar y actuar
siguiendo valores de austeridad y sostenibilidad.
Nuevos
empleos, nuevas ocupaciones, nuevos cuidados
De
austeridad y sostenibilidad saben mucho las mujeres en general, y las
mujeres empobrecidas especialmente, las mujeres indígenas, las
mujeres migrantes, las mujeres de los países expoliados por las
naciones centrales del libre mercado y de la libertad vigilada. Son
las mujeres, en tanto que explotadas portadoras de los cuidados de la
vida, y claro que junto a los hombres en cooperación no sexista,
quienes nos pueden enseñar lo mucho que hay que hacer en un
escenario de decrecimiento y no crecimiento, pero de desarrollo libre
y de autorrealización, del buen vivir y de vivir mejor, con los
demás, con el entorno y con uno mismo.
Sólo
en el capitalismo se produce un desempleo estructural, siempre
necesario como elemento de presión y disciplinamiento de las clases
trabajadoras. En una sociedad decreciente y decrecentista, todo está
por hacer, por cuidar, por reconvertir, por inventar, por recuperar.
Deconstruir las megalópolis y macrociudades actuales, reconvertir el
industrialismo contaminante en otro no lesivo con el agua que bebemos
y con el aire que respiramos, priorizar la agroecología, las
pequeñas y medianas explotaciones agrícolas y ganaderas, la
distribución de proximidad, el comercio entre iguales, reconstruir
la naturaleza y parar la extinción creciente de su biodiversidad…
necesitan mucha mano de obra y apoyo mutuo.
Pero
también pensar a pequeña escala: deliberar, debatir y decidir cómo
hacer las cosas, cómo satisfacer necesidades, cómo atender los
cuidados de todos; relacionarse, hablar, formarse, crear cultura
compartida, emparejarse y desemparejarse, tener hijos, atender a la
salud, a la educación, al transporte colectivo… también
necesitarán mucha mano de obra y apoyo mutuo.
Pero
eso sí, tampoco habrá pleno empleo, porque simplemente no tendrá
sentido. Habrá empleo para todo aquel que lo quiera, lo necesite y
lo ofrezca como bien social. Y el empleo, sobre todo y ante todo,
supondrá apenas unas horas diarias, un tiempo escaso, ridículo
comparado con las jornadas actuales repletas de horas extras y exceso
de productividad, porque no se producirá más que lo que se
considere adecuado para lo que se piense necesario.
Sí,
es cierto, ésta es la utopía. Pues no, porque no será tan
sencillo, porque serán muchos los conflictos por resolver, los
problemas que solventar, las luchas por entablar. Pero sí, es
cierto, ésta es la utopía necesaria. Y en el camino, austeridad y
sostenibilidad de la vida serán claves a la hora de afrontar los
retos. Porque si no hablamos de una sociedad justa en medio del
decrecimiento necesario, estaremos hablando de otra cosa, de otro
mundo quizás más cruel y desigual que el que ahora mismo vivimos.
El
problema no será el empleo, ni siquiera en supuestos momentos
transitorios, el problema por desgracia será el poder y los
poderosos, que querrán gestionar el decrecimiento para perpetuar su
dominio a costa de mayores cuotas de desigualdad, pobreza, opresión
y exclusión. En nosotros está que no sea así. Debemos, pues,
subvertir valores y transmutar conciencias, y crear un movimiento tan
amplio, solidario y extenso como el aire que respiramos.
Antonio
J. Carretero
Miembro
de CGT y Director de Rojo y Negro. Revista El Ecologista nº 65
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