Emergencias médicas, complejidad y energía
Numerosas
investigaciones en neurobiología señalan que los eventos con
contenido emocional, positivos o negativos, se recuerdan en mayor
medida que los que no se codifican junto a alguna emoción. El
episodio que os cuento a continuación debió emocionarme
mucho porque recuerdo muchos detalles. Nací en 1969, cuando habia en
la
tierra 3.610 millones de humanos, en España eramos 33,4 millones de
habitantes consumiendo una media de 1.050 kg de energía equivalente
en petróleo per cápita.
Un día de
verano de 1974 me perdí en medio de una muchedumbre y mi reacción
fue salir de ella, cruzando una calle, sin mirar, no esperaba que un
SEAT 1430 de una tonelada de peso se cruzase en mi camino. Es normal,
no hemos coevolucionado con estas bestias y no las tememos cuando
somos pequeños. Tal vez si al otro lado de la calle hubiera avistado
algún espécimen de la megafauna de finales del Pleistoceno, hubiera
salido en direción contraria… pero esto no puede ser: las cazamos
hasta el exterminio.
Recuerdo
de ese evento el momento en que crucé la calle. No recuerdo el
momento del impacto, ni salir despedido, ni caer al suelo. Recuerdo a
los camareros del restaurante con camisa blanca, pajarita y bigotazos
que salieron en mi auxilio, me colocaron sobre una mesa de la terraza
y me introdujeron en el restaurante. Recuerdo que uno de ellos,
mirándome con cara de susto, me dijo: «¿Quieres
agua, nene?». No
recuerdo que los tres jóvenes que ocupaban el vehículo y que se
detuvieron una decena de metros después de atropellarme —porque
creian que habían arrollado un perro— me introdujesen en el
vehículo y junto con el adulto que cuidaba de mí en ese momento me
trasladasen al centro sanitario local de aquel municipio costero de
11.000 habitantes, construido en 1912.
Recuerdo
estar en la camilla del consultorio local de urgencias, una sala
austera, con grandes ventanales por los que entraba mucha luz
natural. Recuerdo las estanterías metálicas acristaladas y pintadas
de blanco con el instrumental de acero inoxidable. Recuerdo al médico
de mediana edad y las dos monjas que ejercían de enfermeras, los
recuerdo trabajando en silencio, tranquilos.
Me
hicieron una radiografía: fractura de tibia y peroné, diagnosticó
el médico. Me enyesaron la pierna derecha desde la punta de los
dedos hasta la ingle, me limpiaron la sangre de la cara que me salía
por la boca y la nariz y que objetivaron provenía de las erosiones
producidas por el morrazo que me di contra el suelo. El médico debió
palpar y explorar mi pelvis, mi tórax, mi cabeza, mi abdomen, el
resto de extremidades; y una hora después allí estaba, bien
perfundido, respirando con normalidad, atento a lo que sucedía a mi
alrededor, sin signos de shock,
con el abdomen blando y depresible sin dolor a la palpación.
El médico debió
pensar: “Este chaval no se va a morir hoy…”, realizó un
informe médico escrito a mano o mecanografiado, que quedaría
archivado y tal vez ya no se conserve, metió la radiografía en un
sobre marrón y se la dio a mi madre, que la tuvo durante años en
casa en un cajón hasta que se extravió.
Mi
madre me cogió en brazos, nos subimos en el mismo coche que me
atropelló y los jóvenes condujeron hasta nuestra casa. Se
despidieron y nunca les volvimos a ver. Era verano y recuerdo salir a
pasear embutido en un carrito de bebé, con la pierna tiesa saliendo
del carrito, lo cual debía resultar bastante cómico. Unas semanas
después me condujeron al mismo centro sanitario, donde las mismas
monjas asistían a un médico más joven, que agarró una cizalla de
acero inoxidable cuyo tamaño me aterrorizó, cortó el yeso, y para
casa a correr.
Y
de esta sencilla manera se resolvió el incidente. Aunque había un
acuartelamiento de la Guardia Civil no apareció ningún agente;
aunque había un puesto de carretera de la Cruz Roja en las afueras
del pueblo no hubo ambulancias, ni llamadas a un centro de control de
emergencias, ni parte del seguro de accidentes. Hospitales con
capacidad quirúrgica y pediátricos se encontraban a más de 40 km
por carreteras locales y si me hubiera roto el bazo, el hígado,
sufrido un neumotórax a tensión o un traumatismo cráneo-encefálico
grave, lo hubiese tenido crudo.
El incidente se
resolvió usando muy pocos recursos, con la intervención de muy
pocos actores, generando muy pocos residuos y utilizando una
tecnologia, los rayos X, que data de finales del siglo XIX. Hoy, 45
años después, hay en la tierra más de 7.500 millones de
habitantes, en España vivimos unos 47 millones de habitantes
consumiendo un total de 2.500 kg de energía equivalente en petróleo
per cápita. Es un salto importante en población, uso de energía, y
complejidad…
2019.
Complejidad
Hoy
trabajo como Técnico
en Emergencias Sanitarias en
una ambulancia del Sistema de Emergencias Médicas de mi comunidad.
Asisto en accidentes parecidos, y sé que hoy un incidente de este
tipo desplegaría una ingente cantidad de medios, recursos, personal,
energía y complejidad.
El
atropello de un niño de tan corta edad hubiera generado un aluvión
de llamadas de telefonía móvil a través del sistema
de telecomunicaciones 4G,
a la central de emergencias regional del 112,
que hubiesen sido codificadas por los gestores de demanda en una
aplicación informática. Luego, los gestores de recursos de los
diferentes cuerpos de seguridad y emergencias hubiesen despachado los
recursos correspondientes a la alerta codificada.
Para
una alerta en la que se codifica “niño atropellado en vía
pública, en el suelo, sangrando” se despliegan una gran cantidad
de recursos en un plazo breve. En una localidad cercana a cualquier
zona metropolitana típicamente aparecerían en pocos minutos (la
respuesta varía entre 7 a 15 minutos dependiendo de la isocrona) uno
o dos vehículos de la Policía Local, uno o dos vehículos de la
Policía Autonómica o Guardia Civil, una ambulancia de Soporte
Vital Básico,
una ambulancia de Soporte
Vital Avanzado,
el despegue de un helicóptero medicalizado si estuviese disponible.
Y, si en el caos de llamadas recibidas se hubiese generado alguna
duda sobre si el niño está atrapado bajo el coche, una unidad de
bomberos sería despachada también.
Se
me hubiese valorado, inmovilizado, y aplicado técnicas de soporte
vital avanzado in
situ si
fuese necesario. Se activaría un protocolo de paciente
politraumático pediátrico, que pondría en marcha un sistema
de trauma pre-alertando
al hospital de destino. Sería trasladado en una unidad de soporte
vital avanzado o helicóptero a un hospital pediátrico de alta
complejidad (unidades que tienen como dotación un médico, enfermero
y un técnico o piloto y un copiloto haciendo también las funciones
de técnico en el caso del helicóptero).
En
el hospital de destino me esperarían dispuestos en un box de
emergencias con todos los medios disponibles: personal de enfermería
y medicina, de trauma, medicina interna, anestesia, cirugía,
auxiliares de enfermería, celadores. Posteriormente, tal vez hubiera
estado hospitalizado en observación. Todas las comunicaciones
telefónicas referentes al centro de control y todas las
comunicaciones de radio
selectiva digital de
las unidades de respuesta quedarían registradas en el sistema
informático.
Todos
los informes médicos y de enfermería y todas las radiografías y
analíticas quedarían registradas informáticamente en mi historial
médico. La policía realizaría un atestado, recopilando los datos
de la víctima, del vehículo, seguro, conductor… Hubiesen
participado directa o indirectamente decenas de profesionales, desde
los operadores de demanda, gestores de recursos, médicos,
enfermeros, policías, bomberos del centro de control que funciona
24x7x365, más los policías, técnicos en emergencias, médicos,
enfermero, bomberos, hasta un total de 8 vehículos terrestres y un
helicóptero.
Una vez en el
hospital, personal administrativo, personal de limpieza, celadores,
auxiliares de enfermería, enfermeras, médicas, técnicos de
diagnóstico por imagen y personal de seguridad privada. Todos estos
recursos 24x7x365 días del año. Se hubieran generado algunos kg de
residuos difícilmente reciclables y se hubiera quemado combustible
fósil, especialmente durante el trayecto en helicóptero. La factura
del incidente sería enorme y se cargaría sobre la compañía
aseguradora del vehículo.
Declive,
decrecimiento, simplificación
Ente ambos
episodios median 1.500 kg de energía equivalente de petróleo per
cápita y la gran complejidad que ha emergido del descomunal uso de
energía y recursos que devoramos actualmente.
Un
hospital utiliza más energía por metro cuadrado que cualquier otro
edificio (Heinberg, 2006). Este flujo de energía fósil y recursos
tienen los días contados: va a decrecer por imposición geológica y
por colisión con los límites biosféricos. Es simplista decir que a
medida que se reduzca nuestra disponibilidad energética y de
recursos per cápita, una vez lleguemos a los umbrales de 1974,
tendremos un sistema sanitario como el de 1974. Sin embargo, lo que
es seguro es que este tendrá que reconfigurarse y adaptarse a lo
material y energéticamente posible. La salud y seguridad de las
personas no depende del Ministerio de Sanidad: la salud y la
seguridad de las personas depende mayormente de las políticas de
vivienda, trabajo, medio ambiente, educación, industria, energía… y esto será de vital importancia durante el largo
declive (o tal vez corto, abrupto y profundo, ¡quién sabe!). Por
esto la adaptación justa al declive energético tal vez pase por
un colapso
catabólico y
por políticas fuertemente redistributivas y emancipadoras de las
clases populares. Para terminar, y al hilo de esta reflexión final,
es interesante recordar algunas citas de En
la espiral de la Energía,
libro de obligada lectura:
En paralelo a
la degradación de las condiciones básicas de vida, irán surgiendo
alternativas. En el plano sanitario, se apostará por una atención
con orientación comunitaria y desde un enfoque de salutogénesis. En
ella, la atención primaria y la salud pública serán los ejes
fundamentales, y la hospitalaria un recurso tan solo de apoyo para
ciertas situaciones. Además, se irá articulando otro sistema
médico, probablemente basado en la medicina tradicional y oriental.
Todo ello requiere muchos menos recursos energéticos, materiales y
económicos. En todo caso, lo que más influirá sobre la salud de
las poblaciones serán sus condiciones de vida, teniendo la
organización del sistema sanitario un papel secundario. (Pag 285).
Entre las
causas del incremento de la mortalidad estará la crisis de los
sistemas sanitarios públicos, como había ocurrido en el colapso del
“socialismo real”. La decadencia del sistema de salud no será
solo la de hospitales y centros médicos, sino fundamentalmente el
menor control del sistema alimentario (incluida el agua, cuya
depuración se complicará mucho, siendo este aspecto más
determinante que la potabilización), la imposibilidad de limitar las
plagas (resistencia a los antibióticos, limitaciones logísticas y
presupuestarias), el encarecimiento de las medicinas, y la
paralización o ralentización de la investigación médica. (Pag
289)
La red
eléctrica es central porque el capitalismo global no puede existir
sin un mar de energía eléctrica barata, ni sin mercados conectados
instantáneamente por flujos de información. Solo gracias a la
disponibilidad permanente de electricidad funcionan los bancos
(incluidos los cajeros), la red de agua potable, los hospitales, las
fábricas, los trenes o la administración. (Pag 300)
(Versión
extensa del artículo publicado originalmente en gallego en el
blog Saber
Sustentar,
de El Salto.)
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