LA MONEDA CIUDADANA LOCAL
UN CONTRATO ECONÓMICO DE VECINDAD
La
sección de Noticias de
RIPESS publica
este artículo de Jean Rossiaud & Antonin Calderon
(Monnaie
Léman / APRES-GE). En
este cuarto capítulo de la serie que comenzó en octubre sobre
el tema de las «monedas locales», después de una visión general
de las ventajas y desafíos de las monedas locales a través del
ejemplo del
Lemán (octubre
de 2018),
vías de colaboración y sinergias entre las monedas locales y la
agricultura contractual local (ACP) (diciembre
de 2018),
y el interés de las monedas locales como herramientas para el
desarrollo de las cadenas económicos agrícolas (febrero
de 2019),
proponemos ahora que ya no se parta de sectores, sino de territorios
(barrios, pueblos, etc.) para construir circuitos cortos y para que
seamos parte en forma colectiva de la transición.
La
crisis climática nos devuelve al sentido común, al hacernos
conscientes de que es ecológica, económica y socialmente absurdo
consumir en Ginebra o en París, tomates cosechados en Holanda,
enlatados en Rumanía y cuyas latas han sido producidas en el sudeste
asiático. La libre circulación de mercancías, en particular en el
sector agrícola, ha dado lugar a la especialización económica de
regiones enteras y a una mayor dependencia de los traders y grandes
distribuidores. La competencia entre todos los territorios del mundo
produce una gran vulnerabilidad económica y social en todas partes a
nivel local; no es ecológica ni económicamente sostenible. Por eso
es impresendible volver a los «circuitos cortos».
Es
común llamar «circuitos cortos » a los circuitos de distribución,
en su mayoría agrícolas, en los que sólo un intermediario opera
entre el productor y el consumidor, ya sea a través de ventas
directas (véase nuestro
artículo sobre la ACP, diciembre de 2018)
o ventas indirectas.
Hoy
en día, existe una demanda creciente de dichos «circuitos cortos»,
porque como consumidores queremos proteger al mismo tiempo nuestra
salud y nuestro medio ambiente. Pero históricamente, los circuitos
cortos eran la norma, sobre todo fuera de las murallas de la ciudad,
como en Ginebra, en la Plaine de Plainpalais (foto), o en París, en
los pueblos de horticultura para abastecer los mercados urbanos.
Sin
embargo, la idea de «circuitos cortos», en su renacimiento
contemporáneo, se refiere a la representación de «Lo pequeño es
hermoso» (del economista británico Ernst Friedrich Schumacher) y de
la autoorganización territorial, como la imagina Hans Widmer (P.M.),
donde los «barrios» son a la vez espacios de vida económicos y
sociales «a escala humana» y espacios políticos de gobierno de los
comunes.
La
moneda local como herramienta para la revolución lenta
En
este espíritu, la escala de barrio (o aldea) es la escala más
pequeña en la que se opera al mismo tiempo: una convivencia
compartida, una diversidad de lugares de actividades, descanso,
cultura, encuentros, trabajo, servicios locales de calidad y
gobernanza democrática de los comunes.
En
este contexto, la moneda local (incluso una moneda de vecindad)
funciona como un «carné de identidad» para un proyecto «político»
colectivo para la relocalización de la economía, el desarrollo de
circuitos cortos y la responsabilidad social y medioambiental de
productores, consumidores y distribuidores («cuando pago en moneda
local, demuestro que soy uno de lxs que actúan en la transición
ecológica, económica y social»). Esta identificación con el mundo
de Mañana se hace de manera no conflictiva con el mundo de ayer.
Afirmativa más que defensiva, esta postura afirma que «hay
soluciones inmediatas y concretas al cambio climático y a las crisis
sistémicas; yo estoy haciendo mi parte, en un proyecto colectivo».
Pero
la moneda local es mucho más que el carné de identidad de la
transición. Establece ipso facto los procesos económicos,
comerciales y financieros que inducen una solidaridad mecánica,
automática y habitual entre productores, distribuidores y
consumidores (que estos se conozcan o se aprecien mutuamente no
cambia nada), produciendo una riqueza local colectiva, que no puede
escapar del territorio dado, y que no puede ser captada por los
mercados financieros externos.
La
reconstrucción de las cadenas comerciales del productor al
consumidor, como propusimos en un artículo anterior,febrero
de 2019, es
importante, pero la reconstrucción de la solidaridad económica
territorial, basada en los barrios y las aldeas, es quizás aún más
importante.
Invertir
la lógica de compra, distribución y venta para que el acto
económico forme parte de una estrategia colectiva y de mediano plazo
es la clave propuesta por la moneda local para reabrir la puerta a la
prosperidad territorial. Y esta opción es válida en todos los
barrios, en cualquier parte del planeta: todo el mundo tiene un
interés directo en fortalecer las interacciones económicas locales,
lo que aumentará el volumen de negocios de las empresas y negocios
locales, aumentará el empleo y los salarios, generará impuestos que
se reinvertirán localmente.
Las
monedas locales son, por lo tanto, herramientas ideales para hacer
que la economía sea más resiliente en todas partes, gracias a una
red estrecha, transparente y diversificada de lxs actores económicxs,
a la vez que aumenta el valor añadido social y medioambiental. Al
salir de una competencia generalizada, contribuyen a fortalecer la
soberanía alimentaria y económica en todas partes, a combatir el
desempleo masivo, a reducir las desigualdades territoriales y, por
ende, la migración económica. Una solución local y universal, la
moneda local aborda en forma suave los desafíos climáticos y
socioeconómicos globales.
Del
contrato social al contrato económico del barrio
El
contrato social, el que desde Rousseau nos permite pensar en nosotros
mismos como «comunidades de destino», debe ser reconstruido. Los
Estados-nación son territorios demasiado grandes para constituir
cuencas de vida, gobernables como comunes territoriales, y demasiado
pequeños para enfrentar los desafíos globales, y ahora se trata de
articular las escalas de producción y gobernabilidad.
Desde
esta perspectiva, el barrio puede ser considerado como el ladrillo
básico de la economía global. Pero como no creemos en las virtudes
de la autosuficiencia, y como nos reconocemos en la universalidad de
la comunidad humana en todo el planeta, estamos comprometidos con la
articulación de las cuencas vivas, de lo local a lo global: también
en este caso las diferentes monedas, correspondientes a diferentes
escalas territoriales, podrían ser una herramienta interesante para
esta articulación. El problema que debe resolverse es su
interoperabilidad (1).
Volvamos
a nuestros barrios. Por lo tanto, creemos que la moneda local es la
base de un contrato de vecindad, que tiene como objetivo la soberanía
económica y la gestión compartida de la prosperidad producida.
Pero,
¿de qué economía estamos hablando? Una red de productores y
consumidores locales, que deciden trabajar juntos, a partir de ahora,
a mediano y largo plazo, porque saben que el sistema que gestionan
conjuntamente fideliza a sus clientes reduciendo los costes
publicitarios, garantiza la sostenibilidad de sus proveedores y la
calidad de los bienes y servicios adquiridos, permite una gestión
óptima de los flujos y de las existencias y ofrece facilidades
financieras (en particular, líneas de crédito operativas a interés
0, si se adopta un sistema de crédito compartido).
Además,
ya seamos consumidores, empresas, comercios o autoridades públicas,
la moneda local nos obliga a pensar en las implicaciones de nuestras
compras diarias para nuestro bienestar mientras vivimos juntos, y es
la cultura de la economía y la sostenibilidad la que se está
reinventando de la misma manera.
Los
actores típos de los sectores económicos del distrito
Sin
pretender ser exhaustivos, presentamos a actores típicos que
contribuyen a hacer de los barrios lugares de bienestar y de acción
ciudadana, y que tienen un interés inmediato y concreto en utilizar
la moneda local como catalizador y articulador de sus actividades
dentro de su barrio.
Las cooperativas
de vivienda son
los actores centrales en la circulación de la moneda de un barrio.
En un barrio, uno vive allí, trabaja allí o ambas cosas. Si bien es
posible pagar los alquileres de las viviendas y oficinas en moneda
local (incluso parcialmente), una gran parte de los ingresos de los
habitantes se traslada al barrio, especialmente si se les ha pagado
en parte en moneda local. Además, las cooperativas pueden
desarrollar servicios auxiliares para sus miembros, como compartir el
coche.
Los
habitantes tienen interés en poder disfrutar de tiendas
locales de
calidad. Incluso si esto significa compartir ciertos costes y
elaborar, con los propietarios, planes de compensación de alquileres
para fomentar actividades social o ecológicamente útiles que son
menos viables económicamente en el centro de la ciudad.
Una tienda
de comestibles o un supermercado participativo permite
revisar el concepto de comercio local. Los hogares que son miembros
de una cooperativa de alimentos están llamados a contribuir unas
horas al mes al funcionamiento de la empresa (caja registradora,
estanterías, existencias, entregas, pero también eventos para el
barrio, apoyo a las personas mayores o discapacitadas, etc.) a cambio
de productos cuyo margen se reduce gracias a la contribución
colectiva.
La
moneda local puede alentar concretamente a lxs residentes y empresas
locales a preferir este método de distribución a la entrega
tradicional de productos agroalimentarios. Al mismo tiempo, se
celebran contratos entre las agrupaciones de agricultores y las
tiendas de comestibles con el fin de poder coordinar los planes de
cultivo (producción adaptada y variada) sin «limitar» las opciones
de los consumidores. Esta visión está directamente relacionada con
la de la agricultura contractual local (ACP, AMAP), con la diferencia
de que el contrato se traslada del productor al distribuidor, lo que
diluye la limitación de las opciones en la comunidad y no en el
individuo.
La posada
del barrio tiene
la particularidad de ofrecer comidas preparadas por los residentes,
coordinadas por un posadero profesional. Cada residente interesado en
el concepto se registra para participar en el desarrollo de una
comida. Con el número de personas, las contribuciones son muy
diferentes, pero todos los días se ofrece una comida de calidad, a
un precio muy asequible y con un espíritu amistoso. Un barrio
necesita artesanos:
carnicero, zapatero, quesero, panadero, etc. En las ciudades
modernas, estos artesanos han ido desapareciendo poco a poco a favor
de las grandes empresas que ofrecen estos servicios a un menor coste,
pero esta situación ha provocado una pérdida de convivencia y de
calidad de vida. Es posible ayudar a revitalizar los negocios locales
gracias a la moneda local.
Una
vez más, el uso de líneas
de crédito en moneda local (crédito
mútuo) por parte de los artesanos es posible para parte de su
salario, el pago de su alquiler y el reembolso de inversiones
(instalaciones, máquinas), siempre que los miembros de la comunidad
de pago en cuestión lo acepten. De este modo, los artesanos pueden
bajar a su límite mínimo en los primeros meses o años de
funcionamiento, y luego volver a subir gradualmente, a medida que los
ingresos lo permitan.
La
misma lógica mutualista puede aplicarse a las bibliotecas
de objetos y herramientas o de recursos, que
reciclan residuos en compost o en hilo plástico para impresoras 3D,
y las fuentes de ingresos para estas nuevas profesiones de
recuperación, reparación, reutilización, reinvención y reciclaje
(las 5 erres de la ecología industrial y la economía circular)
pueden ser muy importantes para los barrios.
En
este contexto, las autoridades
públicas tienen
un claro interés en replantearse sus compras según una lógica de
proximidad. Al reforzar la presencia de las empresas en su
territorio, obtienen más ingresos fiscales y, al mismo tiempo,
cumplen más fácilmente sus misiones de política pública en
términos de promoción económica, solidaridad social y lucha contra
el calentamiento global (impacto del carbono).
El contrato
económico de vecindad sería
-en este sentido- el momento en que estos diferentes actores se
sientan alrededor de una mesa y calculen juntos los flujos
interempresariales que podrían llevarse a cabo en moneda local, y
que constituirían el marco básico de esta red económica local, la
que da trabajo al mayor número de personas produciendo más riqueza
colectiva. Sobre esta base, sería posible incluso imaginar una
cooperativa integral (que incluiría la contabilidad de las horas de
voluntariado), y que podría generar un ingreso universal… pero
esto sería el tema de al menos los dos capítulos siguientes.
(1)
Técnicamente, hemos resuelto el problema: nuestra cartera
multidivisa, Biletujo (billetera
en esperanto), permite la interoperabilidad. Pero, ¿cómo establecer
un «tipo de conversión», un tipo de cambio entre las monedas
ciudadanas locales, sin caer en el sistema monetario actual, que hace
del dinero una mercancía sobre la que siempre es posible especular?
Este será el tema de un futuro episodio en la continuación de esta
serie.
Fuente:
ripess.eu
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