MERCADOS REBELDES ¿O 'TURBOCAPITALISMO'?
Actualmente, el
número de personas organizadas en grupos de consumo directo y ecológico
ascendería a unas 80.000 en este país.
Evaluemos la
rebeldía de los (nuevos) mercados de acuerdo a una sencilla gramática, la de
las 3 Cs:
-
Cooperación
desde abajo,
-
Cuidados
frente a nuestras vulnerabilidades
-
Circuitos
cortos alimentarios y energéticos.
Son tiempos de revoluciones cercanas. Una civilización
petrolera que toca a su fin nos convoca a buscar alternativas. Al igual que una
sociedad consumista poco viable y muy insatisfactoria como destino humano. En
el otro lado de la balanza (re)surgen lo próximo, el cuidado del territorio o
el protagonismo ciudadano como referentes de nuevos cambios sociales. Se
levantan laboratorios al margen de recetas prefabricadas. Ojalá se confirmen
los malos tiempos para el bipartidismo, las croquetas congeladas y los tomates
sin sabor.
Son también otras revoluciones. Lo aventuraron aquellos
zapatistas que se levantaron en 1994: mejor hablar de procesos de rebeldía que
de revoluciones invernales. Es decir: más procesos horizontales que
autoritarismos proyectados; más sociedad con autonomía (democracia radical)
mientras se presiona para la apertura de las instituciones modernas (democracias
participativas); y construir caminos que experimenten desde hoy dinámicas de
emancipación, ya sea cómo nos organizamos para ejercer la política o para
comer.
Por ello no es de extrañar que revisitemos nociones como el
“mercado”, para politizarlo, para hacerlo menos autoritario, más incluyente y
sostenible.
Los mercados alimentarios son un claro ejemplo. Frente al
gran Negocio de la comida (Esther
Vivas) buscamos cercanías territoriales y personales, de forma colectiva y
cooperativa, para Producir
alimentos y Reproducir comunidad (Daniel López). Los mercados
globalizados, por el contrario, nos proponen concentrar las decisiones en 7 u 8
cadenas de distribución. Democratizando, eso sí, los riesgos de una
alimentación que llenan nuestra sangre de un centenar de sustancias que
envenenan a muchas personas en el medio plazo.
Estamos actualizando de forma práctica las contribuciones
históricas de Karl Polanyi. En El
Sustento del Hombre nos ilustraba cómo la institución “mercado” es
vieja y muy plural, aunque ahora parezca un monopolio del capitalismo.
Siguiendo la estela del ciclo de movilizaciones más reciente (protestas
“antiglobalización”, foros sociales, diferentes marchas contra la exclusión,
15M, etc.), se abren nuevos “mercados”, precisamente en clave de protagonismo
social.
Actualmente, el número de personas organizadas en grupos de
consumo directo y ecológico ascendería a unas 80.000 en este país. Nuevos
“mercados sociales” (que incluyen alimentación y servicios) son construidos de
la mano de la Economía Social y Solidaria para unir, de manera
sostenible, territorio
y consumo.
Cooperativismo de cercanía que, a decir de Jordi Via, bien
pudiera servir para iniciar un Adiós
capitalismo; planes que podrían, en una ciudad como Barcelona,
reclamar inmediatamente 30.000 nuevas ocupaciones laborales.
Pero el camino no es fácil. Las viejas prácticas se
esfuerzan en “adaptarse” a estas revoluciones cercanas. Son ejemplos notorios
las inversiones mediáticas que realizan las grandes cadenas de distribución
para presentarse como defensoras de productos locales, mientras sus estanterías
acumulan alimentos que recorrieron 4.000 kilómetros de media. Pero, además, producción
local no equivale a sostenibilidad. No son sostenibles las relaciones que
imponen precios, condiciones asfixiantes a productores locales y hacen
desaparecer alternativas de comercialización (mercado tradicional, pequeño
comercio, productores artesanales). No crean empleo (neto): desertifican las
economías locales. En la misma línea, la apuesta por “mercados turísticos” o
“mercados gourmet” (San Miguel en Madrid, la amenaza sobre La Boquería en
Barcelona o La Corredera en Córdoba) son ejemplos de adaptación lampedusiana
para que la máquina turística e inmobiliaria siga funcionando a su favor.
Exigiendo previamente ingentes cantidades de dinero público para su posterior
explotación privada, claro está.
Estamos de rebelión frente a los mercados, sí, pero, ¿en qué
medida estas iniciativas suponen un avance en la construcción de circuitos
cortos de comercialización, más sostenibles social y ambientalmente hablando?
Propongo que evaluemos la rebeldía de los (nuevos) mercados de acuerdo a una
sencilla gramática, la de las 3 Cs: Cooperación desde abajo (democratización),
Cuidados frente a nuestras vulnerabilidades (ecosistemas, necesidades humanas)
y que trabajen para la creación de Circuitos cortos alimentarios y energéticos
(relocalización). 3C que serían sinónimo de una agroecología (política) en pos
de una soberanía alimentaria.
Es evidente que Mercadona, por poner un ejemplo, suspende en
cada una de las Cs propuestas. Por contraposición, a escala mundial se
extienden los mercados de certificación directa y participativa, donde personas
productoras, consumidoras y agentes que quieren acompañar este proceso trabajan
para co-responsabilizrse sobre cómo producir, en qué condiciones y a qué precios.
Aquí en la península ya son notorios el empuje de
ecomercados en ciudades y pueblos. O la valorización de la producción local en
zonas en vías de extinción especulativa (el caso de la horta valenciana frente
a los desmanes del PP es un claro ejemplo). Instituciones locales se ven
empujadas a abordar el tema, hasta ahora tabú en este país, de las leyes de
producción artesanal ante la presión de grupos más organizados de producción
más tradicional o ecológica.
Es también tiempo de grises. Por ejemplo, aparecen
estructuras que facilitan la creación de circuitos más cortos, pero cuyos
criterios de decisión son externos, más verticales y que suponen una ganancia
para quienes están más arriba de la pirámide. Sería el caso más reciente de la
extensión de iniciativas más verticalizadas como La Colmena dice sí; o la
conformación y extensión de nichos de consumo ecológicos de la mano de la
pequeña distribución, donde productores cercanos y ecológicos comienzan a tener
acceso. En ambos casos: ¿con qué capacidad de decisión? ¿Introducen prácticas
más sostenibles en nuestra alimentación o es un marketing controlado por unas
pocas manos? ¿Realmente transforman las estructuras de producción y
distribución provocando una emergencia de iniciativas en 3C?
Finalmente, existe un potencial práctico en la conexión del
renovado municipalismo con economías endógenas, como apuntábamos en el libro
Territorios en Democracia (Icaria, 2015). Un papel logístico de los mercados
centrales más volcado hacia lo eco y lo local avivaría la construcción de
sistemas agroalimentarios más sostenibles. Junto a la creación de parques
agrarios y de economía social y solidaria en las zonas periurbanas. El consumo
social organizado por instituciones (ayuntamientos, escuelas, hospitales), por
la propia ciudadanía (experiencias de compras colectivas en centros de trabajo
o en los mercados sociales) o por tiendas amparadas en redes de productores
ecológicos (FACPE en Andalucía) son iniciativas que, entre otras cosas,
contribuirían a frenar la exportación de productos ecológicos (un 40% en este
país).
Por su parte, las propias iniciativas tendrían que prosperar
más allá del creciente virus de “islitas agroecológicas” que recorre el país.
Habrán de articularse, respetando dinámicas territoriales, para construir
mercados con autonomía con respecto a poderes institucionales y financieros.
Evitando también las formas “cooperativas” que, situando el crecimiento
económico como un fin de su actividad, acaban asimilando los patrones
insostenibles de la sociedad de consumo (Eroski es un ejemplo). Enredar islas,
pero sin transformarse en herramientas turbocapitalistas o en meras economías
paliativas frente a la gran crisis. No perdamos, pues, las 3 Cs de vista en las
construcciones de mercados (rebeldes) que están por venir.
Nos va la vida en ello.
Por Angel Calle
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FUENTE: www.eldiario.es
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