EL SÍNDROME DEL ESCLAVO
Nuestras creencias crean los complejos esquemas de nuestras conductas, con elementos cognitivos, emocionales y funcionales (de acción). La reacción de los seres humanos es inconsciente, no es controlable por quienes creen conocer la realidad. En muchas ocasiones, emociones de miedo que se introdujeron en nosotros crean la reacción.
Experiencias del pasado
asociadas a traumas repentinos o a otras permanentes, en forma de situaciones repetidas
(episodios traumáticos continuados de baja intensidad a los que el sujeto se
habitúa al daño recibido) crean reacciones automáticas.
Lo que desde la Gestalt se llaman introyectos o ideas de nuestro inconsciente más profundo, nos ayudan a crear el sentido de la realidad, que, para bien o para mal, generan conceptos y puntos de vista.
Cabe
preguntarse si en todo este entramado es posible la existencia de un marco de
creencias instauradas en nuestra mente, grabadas a fuego lento que nos pudiesen
convertir en esclavos obedientes. Hablaremos de algunas de ellas al constituir
la clave para entender la reacción de las masas ante la imposición sigilosa del
fascismo.
Que el bien común esté por encima del individual y que
desobedecer constituya una conducta de alto riesgo, constituyen una diatriba
altamente peligrosa. Es como si el individuo estuviese sometido a una creencia
mágica, a una muy superior que no pudiese entender y que lo guía de manera
automática, sin que tenga que operar su propia voluntad. Siente que pertenece a
un mundo y que es una pieza más de todo el conjunto y que él es ese conjunto,
una microcélula tan diminuta como importante y efectiva; de este modo, cuanto
más pequeño se sea más poderoso y efectivo es, y cuántos más formen parte del
conjunto global, mayor es su influencia; por ello es indispensable convencer a
la disidencia de que ha de formar parte, porque, de lo contrario, su poder se
convierte en nada, que es lo mismo que poder de convicción.
Si son otros los que deciden si hacemos las cosas bien y la
toma de decisiones han de ser duramente evaluadas, la pertenencia grupal hace
que el sujeto viva en un sistema continuado de comparación. Todo lo que me
equipara con el otro, me hace igual que el otro o tenga la misma tendencia es
un acto de aprobación, sobre todo si como individuo soy aceptado en el conjunto
colectivo; por lo tanto, el hecho de tomar una decisión implica un riesgo
porque si me diferencio del resto de los humanos es lógico creer que estoy en
lo incorrecto y que es necesario hacer lógico el comportamiento absurdo del
otro, sosteniendo el sinsentido ajeno con criterios de utilidad, buscando en mi
vida experiencias donde se ve la gratitud y el placer de tomar ciertas
actitudes. Justo en el momento en el que lo único necesario es repetir y no
complicarse mucho la vida con ideas no verificadas por la experiencia, se
siente que todo se hace de manera correcta. Es lo que denomino la zona de
confort mental y vivir en el mundo de la cordura.
Si la disconformidad del entorno me sirve de guía y entrar
en pánico es normal y me ayuda a resolver, entonces todo aquello que se salga
de control (que es lo normal pues el universo se guía por el principio de
incertidumbre) es simplemente un shock, algo que me aleja del camino de lo
correcto y me señala cuál es el camino de lo erróneo, de lo que no he de hacer
y he de evitar, el miedo es necesario, es un aviso de que me estoy saliendo de
mis propios mecanismos de control y que he de reestablecerlos. Por lo tanto,
cuanto más miedo más avisos y más conocimiento, más astucia y mejor sabré lo que
me conviene. Da igual que mi existencia sea un infierno constante, porque
aprendo a resolver de una manera más inteligente y práctica. Es el averno de la
mente, el tártaro permanente del descubrimiento del ser humano consigo mismo,
es la lucha interna mientras el ser humano destruye su alma.
Si el arte de pensar es supervisado y controlado de
principio a fin y hay tanto dolor en el mundo que es necesario ser fríos,
entramos en los procesos automáticos que implican las creencias que nos
controlan desde el inconsciente, donde prima el principio de imposición; es
cuando el hombre deja de ser dueño de sí mismo y de su destino y se convierte
en esclavo de un amo invisible; si a ello le añadimos que el mal es, por lo
tanto, inevitable, entonces no es algo a lo que se le deba prestar mucha
atención, siendo necesario aprender a verlo de manera lejana, que no nos afecte
y adoptando una postura fría, donde lo primero que hay que eliminar es la
empatía. En este modelo, el crecimiento tanto social como individual está
formado y constituido por una sensación de dolor permanente, de sufrimiento y
de muerte en el que el individuo ha de aprender a no sentirlo y a reponerse. Es
el victimismo la trampa en la que un sujeto pierde la partida, es la depresión
la emoción de que nuestras fuerzas humanas no pueden más y la ira el empuje que
actúa como mecanismo para rechazar aquello que nos jode la existencia, aunque
sea pura venganza (en cuyo caso es mejor, más rápido y efectivo). Por lo tanto,
el resultado es la psicopatía, de carácter extendido, endémico y que crean
esquemas mentales al estilo del segundo párrafo.
Si no importa lo que suceda porque todo irá mejor y ante el
infortunio, mientras aguante, voy tirando, en la línea de la psicopatía
anterior, se cree mágicamente que todo lo que me venga será mejor que lo que
viví antes pues el hecho de no ver ni percibir lo que ocurre a mi alrededor y,
mucho más lo que ocurre dentro de mí y de mi mente, ante el éxito que supone
aprender a ser más frío en un mundo donde el sufrimiento es nuestro enemigo,
seguir vivo es tener mejores experiencias de éxito y, entonces, de momento
continúo. Ese de momento es eterno, se pierde la capacidad para entender la
temporalidad del mundo físico en el que estamos y pensamos en clave de seres
del monte Olimpo viendo a los pobres mortales sufrir, no se sabe si de manera
necesaria o no, porque a esos niveles tan divinos no nos hacemos esas
preguntas…
Si no gustan las personas problemáticas (que nos cuestionan)
y tenemos una visión de la felicidad simple pues se trata de no rendirse
(aunque vayas camino a tu muerte), el principio del simplismo a la hora de
decidir, se entiende mucho mejor: el sujeto aprende a reducir la complejidad de
sus teorías sobre el mundo, siendo al final simples heurísticos tan lógicos por
sí mismos que resultan ser absurdos, y el hecho de no rendirse equivale a
defender esa simplicidad pues así se va más rápido y con menos equipaje. La
vida sin placer no tiene sentido y aquél es como el sueño que te venden las
sirenas cuando estás a la deriva, sin necesidad de verlas ni saber cómo es
realmente su aspecto. El simple anhelo o deseo es suficiente para sentir ese
placer, propio de alguien que ha caído en la trampa de un alucinógeno, en este
caso incontrolable. La realidad es entonces lo que lo que se cree que es real,
aunque sea una matrix.
Por eso prefiero no pensar cuando algo me lleva a terrenos
que no entiendo y es de justicia que todos seamos iguales y tengamos los mismos
derechos; en este nivel ya no se piensa, simplemente se actúa como esclavo y de
manera rígida y son los demás los que nos dan el sentido de nuestra propia
autoestima. Compararse, seguir el modelo… Todo lo que escape de la zona de
comprensión nos saca de la zona de confort y eso es muy peligroso cuando se
llega a esos niveles de ignorancia porque, ante la incapacidad de ver nuestro
propio reflejo en el espejo y reconocernos como lo que somos en realidad, esa
nada en la que nos hemos convertido es el modelo de sociedad ideal; en un
modelo de inocencia propia de un niño de tres años, se es incapaz de ver la
diferencia para entender los matices y aparentes contrasentidos de la realidad.
Las creencias se transforman en meros dictados sagrados que no vamos a
cuestionar.
He aquí las claves para entender actitudes sociales que nos
chocan, que vemos en muchas personas todos los días, incluso familiares y
amigos. Hay muchas más, pero son suficientes para captar como el absurdo de
nuestras creencias inconscientes nos sumergen no ya en la ignorancia, sino en
la mentira de nosotros mismos y en niveles vibratorios tan bajos que no nos
hacen merecedores de ser humanos, de acuerdo con nuestra capacidad innata.
Se trata de un síndrome no estudiado, pero que desde
Psicológos por la Verdad hemos descubierto, siempre empecinados en comprender
mejor el porqué de fenómenos como el borreguismo o la parsimonia de una
sociedad que camina a su propio sepelio bajo el tambor de la agenda 2030.
En nuestro correo psicologosxlaverdad@gmail.com nos
tenéis a vuestra disposición. Toda una red de profesionales dispuestos a
ayudarte.
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