1/2/24

Hay que sustituir el lema “sálvese quien pueda” por el de “salva cuantos puedas”

MESORRELIGIÓN                                   

PARA UNA ACCIÓN CON SENTIDO

La presencia simultánea de tres crisis de alto voltaje —climática, ecológica, energética— irresolubles simultáneamente sugiere la presencia de una causa de fondo mayor: una crisis de sentido. En la medida que es la convicción del autor que el Titanic ha chocado ya con el iceberg y se está escorando perceptiblemente —mientras unos intentan fijar las sillas de cubierta, otros recolocarlas y otros, en fin, tocan el violín— propone que nos dediquemos, desde ahora mismo, a organizar creativamente los botes salvavidas, dotándolos de un nuevo sentido vital. Sugiere que este es el principal reto de nuestro tiempo, y esboza algunas ideas que podrían contribuir a desencallar el cul-de-sac en el que estamos inmersos.

Ningún sistema puede funcionar con su fuente de alimentación deteriorada. Todo apunta a que, a no mucho tardar, ni el mercado ni el Estado podrán garantizar ya de forma general los servicios prometidos por el progreso que suponemos derechos irreversibles —por limitados que ahora puedan parecernos— en educación, salud, pensiones y dependencia, y no podemos saber hasta qué punto podrá cumplir mínimos decentes en alimentación, en energía, en mantenimiento de las infraestructuras o en orden público y defensa.

¿Cómo se sale de aquí?

Solo hay una vía. Cuando un problema existencial no tiene solución bajo un sistema de referencia no hay más remedio que desbordarlo mediante la adición creativa de nuevas dimensiones, ampliando el espacio intelectual.

Me acojo en este sentido a las reflexiones al respecto de Simone Weil quien, en su demasiada corta vida, encontró este tipo de situaciones a principios del siglo XX. Las abordó del siguiente modo:

“Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.”

Romper el techo. A esta misma categoría cabe también incluir ciertas astucias matemáticas bien conocidas en las ciencias físicas y la ingeniería: funciones de variable compleja o teoría de cuerdas ejemplifican casos en los que se añaden dimensiones y se obtienen conclusiones imposibles de hallar por otras vías pero perfectamente válidas y verificables una vez reintegradas a la realidad perceptible. La fábula del camello número 18 es también instructiva al respecto.

Una nueva axialidad

El proceso en curso va a conducir necesariamente a un cambio de época, constituirá una nueva axialidad que llevará consigo un cambio cosmológico, de paradigma, una mutación metafísica de la conciencia. Estamos asistiendo en directo al fin de la civilización, lo cual propongo que sea visto como un cierto privilegio vital, siquiera en términos de tener la oportunidad de crear otra mejor rompiendo el techo.

En el proceso es menester una redefinición de la idea de progreso, proponiendo una nueva cosmovisión que ofrezca un sentido a la existencia mucho más adaptado a la humilde condición humana, y necesariamente consistente con las nuevas condiciones que nos está tocando vivir, crecientemente inhóspitas. Pues una vez los planteamientos mecanicistas del progreso en su actual concepción han dejado de ser convincentes para muchos, decepcionantes para otros y, en cualquier circunstancia, imposibles para el mundo físico y biológico, estamos en condiciones de darnos cuenta de la causa primigenia de la crisis que vivimos: una crisis de sentido.

Todos los anteriores finales de civilización no especialmente súbitos han conocido este proceso de progresiva re-ruralización a posteriori de quienes percibían el colapso y sentían amenazadas sus perspectivas vitales o la propia vida. Estas comunidades intencionales tienen muchas debilidades, y a menudo son de corta duración máxime si solo tienen el objetivo de la supervivencia. Con más motivo por cuanto un cambio de vida tan radical puede provocar que muchos, atrapados todavía en la prisión cognitiva previa consideren, siquiera inicialmente, que los cambios son a peor, creándose así tensiones a menudo insuperables, típicamente en forma de abandonos o de conflictos de poder.

El tamaño óptimo estimado por sociólogos e historiadores para este tipo de comunidades  intencionales es considerablemente reducido: se estima que un máximo de 150 personas permite mantener la cohesión, facilita intercambios suficientes y evita la necesidad de jerarquías y privilegios reales o percibidos.

Así, nada de esto sería especialmente original. Se trataría de anticiparse a la previsible estampida (más o menos controlada) de las ciudades, pero hacerlo creativamente. Todos los estudios interdisciplinares confiables sobre cómo sobrellevar los tiempos venideros tienen un denominador común: la respuesta reside geográficamente en lo local y socialmente en distintas formas de comunitarismo, colaboración y ayuda mutua. Y podemos hacerlo bajo el sabio criterio práctico de que, en cada eslabón de la caída, conviene ir instalándose sucesivamente en la condición que sea razonable prever como plausible en el siguiente.

Acción intersticial, pero con sentido

Autores de muy distintas procedencias señalan al mercado como el causante último de la pérdida de contacto con la realidad, y consigo mismo, del ser humano. El mercado oculta la esencia de los productos al regirse exclusivamente por el valor de cambio y no por el valor de uso. El mercado despersonaliza en la medida de que el sujeto se hace dependiente de la voluntad (económica) ajena, provocando una escisión fundamental entre el yo y el nosotros que bloquea la empatía. El mercado estimula la competencia, mejorando los productos pero desbaratando las personas. El mercado sobrevalora el presente, lleva al olvido del conocimiento histórico y menosprecia el futuro. Mercado y estado son dos caras de la misma moneda, siendo el primero una creación del segundo y el segundo una justificación del primero.

Es pues necesario y urgente irse organizando para establecerse progresivamente fuera del mercado sea éste de productos, de servicios o del comercio de personas (mercado laboral). Es preciso constituirse en comunidades rurales autosuficientes que no dependan del exterior —como mínimo en alimentación— y que operen económicamente bajo los criterios de equidad y suficiencia. Independientes también en energía, con el objetivo permanente de ir minimizando su consumo aunque las condiciones no obliguen a ello. Y que hagan lo posible por prepararse para defender esas posiciones de soberanía con todos los medios disponibles, sin ingenuidades. Que sean comunidades auténticamente  resilientes, también defensivamente.

Pero aisladas del mercado no significa aisladas del mundo: siendo radicalmente colaborativas en su interior, deben serlo también con el exterior. Eventualmente pueden crearse organismos de coordinación y defensa, comenzando por la propia biorregión.

Entretanto es imperativo exigir al poder político, mientras exista en su configuración actual, no solo que levanten todas las trabas administrativas que están dificultando las experiencias incipientes (Fraguas, etc.) sino, por encima de todo, que defienda esas comunidades, siquiera en una primera etapa, de posibles agresiones. El municipalismo tiene aquí una importante responsabilidad.

Se trata, en lo material y operativo, de comenzar a poner en práctica desde ahora mismo lo que Ted Trainer y Samuel Alexander llevan algunos años teorizando: la vía de la simplicidad, para la cual ponen como ejemplo paradigmático las comunas catalanas de los años 1936-37 ¿Anarquismo? Como verá, no estoy planteando sólo una respuesta política sino, principalmente, una renovación de la cosmovisión, una percepción renovada de la realidad que, con el tiempo, podrá irse concretando en formas de organización diversas.

Pero ahora hay que empezar por aquí, por una suerte de Great Reset, pero social y con un componente espiritual ineludible. Bien llevada y reproducida, permite simultanear en la misma acción la maximización práctica de las probabilidades de supervivencia con la recuperación del sentido de la vida (y por tanto de la alegría de vivir) y una aportación renovada al acervo humano y gaiano. Esta propuesta pretende una transformación ontológica, consciente, del propio ser. Un tránsito a una reconsideración cosmológica creativa, de potencial ilusionante.

Recuperar el cultivo del espíritu

Con una cosmovisión de procedencia solo materialista y sin un cultivo del espíritu en comunidad que permita un crecimiento, ahora interior —que genere vínculos por la vía de cosmovisiones compartidas, y no solo de ideologías o sensibilidades— no hay salida, no hay comunidad ni movimiento que consiga mantenerse, ni civilización que pueda construirse.

Algunos analistas aseguran que el movimiento ecologista surgido en los años 70 fracasó en sus objetivos precisamente por orillar este componente y centrarse exclusivamente en lo político, en la ecología política, en lo ecosocialista. Lo espiritual, de estar presente, se manifestaba y se manifiesta en un amor difuso por la naturaleza viviente y los paisajes maravillosos, pero demasiado a menudo reducidos a su belleza extrínseca y desprovistos de su amplitud, su profundidad, sus señales, su misterio intrínseco. En otros ámbitos quedó reducido a un mero conservacionismo, con o sin tintes utilitaristas. O a unos ecosistemas formulados solo matemáticamente. O a una Gaia académicamente aceptada solo en términos cibernéticos cuyas implicaciones espirituales no han prosperado en la práctica más allá de la simplicidad New Age. El vínculo era poco consistente y efímero. Seguíamos presos del desencanto del mundo.

Fue esta liviandad espiritual la que motivó el nacimiento de la corriente de la Ecología Profunda en los años 80. Arne Naess, George Sessions, Gary Snyder y muchos otros intentaron cubrir el vacío adoptando para ello perspectivas renovadas de inspiración animista y conexiones con la naturaleza de profunda intimación. Pero esta corriente fue denostada tan pronto surgió por derechas e izquierdas. Fue después combatida mediante el denominado movimiento Bright Green, de ínfulas ecomodernistas y aceleracionistas pero con aires, una vez más, New Age, que parece ahora asomar de nuevo.

Si consideramos a las nuevas comunidades como meras tablas de salvación o supervivencia sin una profunda reconversión cognitiva personal y colectiva en la creación de un nuevo sentido vital su recorrido será limitado, su potencial no desarrollado, su existencia efímera, su defunción, previsible. Ciertamente, hay que sustituir el lema “sálvese quien pueda” por el de “salva cuantos puedas”. Pero esto requiere de esperanza, de responsabilidad y también de alegría, como señala González Reyes. Para ello hay que emplear, como apuntan Rob Hopkins y Joanna Macy tres frentes simultáneos: la cabeza, el corazón y las manos. Y añado que eso exige trabajar siempre con las dos manos: una para sí, y la otra para los demás.

Propongo pues acometer una suerte de avance antropológico consciente, un primer paso hacia la madurez de una especie que decide dejarse ya de ilusiones adolescentes y hacerse mayor de una vez. Hasta aquí hemos transitado desde la información hacia el conocimiento. Intentemos ahora el salto a la sabiduría; pasemos de la colapsología a la colapsosofía  activa. En pocas palabras: a madurar como especie, a convertirnos en adultos.

Pero puesto que se trata de un cambio de conciencia, de renovación de valores fuertemente arraigados, nada mejor que su práctica real para ir asumiendo los nuevos, mejorándolos y apreciándolos. El camino entre los valores y su práctica es, afortunadamente, de doble sentido. La experiencia muestra que se realimentan mutuamente, lo que resulta comprensible cuando lo que pretendemos es recuperar valores atávicos, universales, espirituales tales como la verdad, la bondad, la belleza, la vida, la armonía, la equidad… El mundo, a pesar de las apariencias culturalmente inducidas, no ha sido tradicionalmente una selva donde luchar.

Este es el reto, y también la nueva esperanza: convertir estos botes en humanamente viables al tiempo que, filosóficamente y en común, les vamos dotando progresivamente de un sentido vital renovado, enriqueciéndolo y creando un mundo nuevo, más amable y más rico, donde podamos tener tanto tiempo para el trabajo como para el juego, la música, la danza, el arte, la sexualidad reposada, la reflexión y la contemplación. Para crear, para co-crearnos, para cuidarnos.

Así pues, abogo por el desarrollo una nueva cosmovisión  alejada de la modernidad dualista que nos aprisiona en el yo. Por un cambio cultural radical, una conversión, una ampliación de la conciencia, una adición de nuevas dimensiones a la realidad. Un pensar distinto, el inicio de un camino hacia un sentir distinto. Ampliación cognitiva que solo puede comenzar por un cambio de conciencia personal, una transformación y un crecimiento interior junto a otros, una nueva forma de estar y de relacionarse con el mundo que posibilite el derrumbe progresivo del principal mito, perverso y disociador, de la modernidad: la división ontológica entre el ser humano y el resto de la naturaleza. Hay mucho recorrido humano en la percepción, el sentimiento de conexión, de pertenencia, de reverencia por la vida, de unicidad de la existencia. Todo esto no se educa. Si acaso, se ayuda a despertar.

En ningún caso me estoy refiriendo a establecer comunidades ingenuas tipo New Age o similar. Demasiado a menudo se reducen a refugios de escapismo místico naíf donde reina la sinrazón militante, la inacción colectiva y el conformismo anestesiante. Desde luego no debe excluirse la contemplación y el misticismo siempre que no sean sustitutos, sino complementos enriquecedores de la acción consciente, decidida, alegre y responsable. En todo caso la diversidad debería ser siempre bienvenida en la medida que permita ir generando una ecología cultural y facilitando el aprendizaje cruzado y la evolución del conjunto.

De modo que nada de vuelta a las cavernas ni bobadas por el estilo, pues es mucho lo que hemos aprendido y debemos poner en valor. Pero ahora desmercantilizando y desmaterializando, enviando la ética utilitarista a la papelera de la historia y abrazando una nueva manera no dual de contemplar la realidad. Por lo menos tan ilustrada como la vigente, pero que, por haber permanecido en muy segundo plano, es poco conocida y requiere mayor difusión y desarrollo.

Construir un nuevo sentido ilustrado

Vivimos ahora inmersos en lo que Marina Garcés denomina “condición póstuma”, para lo cual solicita la emergencia de una “nueva ilustración radical” como acto de insumisión respecto a los códigos, los mensajes y los argumentos del poder consuetudinario. Considera que la tarea actual del pensamiento crítico consiste precisamente en esta declaración de insumisión a la “ideología póstuma”. Y que esta rebelión, si no quiere seguir siendo un acto suicida o autocomplaciente, necesita de nuevas herramientas para sostener esas posiciones.

Porque otra Ilustración podría haber sido posible. Opuesta al reduccionismo y el mecanicismo teísta y agresivo de Bacon, Descartes y Newton se encontraba la Ilustración de Giordano Bruno, Baruch Spinoza y John Toland, de orientación más deísta, panteísta, organicista y vitalista. Y no dual: con la inclusión, como punto de partida, del ser humano en la naturaleza en tanto que copartícipe y no como dominador. Era la “Ilustración radical”.

El romanticismo intentó reavivar esta cosmovisión algunas décadas más tarde con éxito reactivo desigual. Pero ¿es atribuible a la casualidad la aparición en ese marco de genios como Goethe, Schelling, Beethoven, William Blake o los más tardíos Joan Maragall o Gaudí? Muchos aromas románticos estaban todavía presentes en la llamada Revolución del 68, algunos de cuyos precursores intelectuales los encontramos en la perspectiva holística que llevó al desarrollo del pensamiento sistémico condensado alrededor de las conferencias Macy y la Lindisfarne Association. Las nuevas ciencias de la vida, la autopoiesis con perspectiva gaiana y los inicios de la ciencia con conciencia que, inspirada en Goethe, propugnaba David Orr surgieron de esos foros. Es posible conjeturar que el romanticismo clásico desapareció definitivamente con la derrota de este movimiento, del que solo permanecen pequeños reductos aislados.

Nótese que fue durante los años 60 y 70 cuando tuvo lugar la época más densa de creatividad y excelencia artística de la historia reciente. ¿Fue casualidad? ¿O era, precisamente, la cosmovisión inherente al movimiento? ¿No es este el verdadero, el auténtico progreso? ¿No necesitamos ahora, con todo lo aprendido, una suerte de Romanticismo 2.0 o, como propone Andreas Weber, un nuevo Enlivenment?

La tarea

Nos enfrentamos a la cruda elección entre la muerte del mundo moderno o la muerte de la humanidad. No hay una tercera opción”— Seyyed Hossein Nasrx

No vamos a despreciar lo aprovechable de la cultura moderna; solo hay que saber desbrozarla. Celebremos pues los hitos alcanzados y pongámoslos a salvo por las posibilidades que nos ha ofrecido el reduccionismo metodológico y la enormidad de la energía fósil a disposición para el avance del conocimiento y del arte. Pero reconociendo que, deslumbrados como estábamos, no habíamos reparado en los costes a corto plazo y mucho menos en los de largo plazo. Y abracemos, recuperemos y desarrollemos la perspectiva holística, sistémica, vitalista, incluso animista de la realidad, de toda la realidad interrelacionada, interconectada e interdependiente. En todo caso hay mucho que desaprender, y mucho más, y sin duda mejor, por reaprender.

Abandonemos la necesidad de certidumbres de detalle, integrando en el gran conocimiento adquirido también la docta ignorancia, reconociendo no solo lo que no sabemos todavía sino lo que sabemos que nunca vamos a saber. Recuperemos y revaloremos saberes y técnicas del pasado, de otras culturas del presente —con especial atención a las indígenas, 600 millones de personas en 84 países que han sabido sobrevivir a cambios climáticos comparables al actual y renunciar a nuestra exuberancia que sabían suicida— y desarrollemos otras apropiadas a la nueva realidad permanentemente cambiante.

Tenemos para ello como herramientas a disposición una suerte de ciencia 2.0 con más de 50 años de recorrido, que nos sirve tanto de justificación como de inspiración: pensamiento sistémico, no linealidad, indeterminación, sistemas complejos, termodinámica del no-equilibrio, dominios y propiedades emergentes, no localidad, nuevas ciencias de la vida, ecología integral, ciencias cognitivas, psicología transpersonal, noosfera, Gaia… Y filosofías con perspectivas atemporales como las de Goethe, Schelling, Whitehead, Schweitzer, Barfield, Gebser y tantos otros, sensibilidades como las de Humboldt o Carson… La lista sería enorme. Convirtamos esas comunidades en arcas de Noé de todo este conocimiento inestimable, y hagámoslas avanzar. Con tiempo, lentamente, reposadamente.

Debemos pues reconectar con la Tierra, con Gaia, soltar lastre antropocéntrico, reverenciar la vida —toda ella y así también la de los demás 10.000 seres—, desdualizar nuestra visión del mundo superando la división sujeto-objeto que nos aprisiona el ego y limita y corrompe el amor, derribando el muro ontológico entre naturaleza y cultura que convierte al resto del mundo en un instrumento a disposición.

También debemos desdualizarnos a nosotros mismos allanando la separación mente-cuerpo, que escinde el ser. Desarrollemos, hagamos crecer esta nueva espiritualidad enriquecedora. Espiritualidad que puede ser perfectamente laica, participativa, sin apriorismos ni dogmas. Laica o no, que re-ligue y razone al mismo tiempo, que entienda la materia y el espíritu como dos aspectos de una misma realidad. Una espiritualidad inmanente, rica, basada en la belleza, el conocimiento y el amor.

Gaianismo como mesorreligión

¿Cómo podemos hacerlo? No basta con llamadas bienintencionadas a la administración de la Tierra como si fuera un jardín. Es preciso dotarla de un carácter sacramental, venerable. “Lo que no amemos no lo vamos a salvar”, apuntó Stephen Jay Gould. Una espiritualidad gaiana, a medio camino entre el laicismo y la religión, podría ser bautizada como mesorreligión. Atribuyendo, con Skolimowski, a la Tierra, a Gaia, la condición de templo, de santuario.

En este punto la Teoría Gaia Orgánica (TGO) de Carlos de Castro puede constituir un buen punto de partida para esa religación necesaria en tanto que relato fundacional, con la ventaja de ser tanto racional como mítico. La TGO plantea, en el lenguaje científico que Occidente valida una realidad que muchas cosmovisiones han expresado a lo largo de la historia en términos religiosos o que, simplemente, han vivido como una certeza autoevidente. Esta teoría podría marcar un antes y un después en nuestra concepción del mundo y de la vida, y es potencialmente nucleadora de una nueva espiritualidad, de una re-sacralización, tal vez laica, pero necesaria para la recuperación del sentido de la existencia.

Gaianismo como mesorreligión, una espiritualidad singularmente inclusiva, que permite reunir a ateos, agnósticos y a gentes de fe, estas últimas el 85% de la población mundial. Que tiene un origen racional, pero que puede difundirse hacia el Todo. Que es inmanente, pero no excluye la trascendencia. Y que además nos conecta con las espiritualidades femeninas de antaño, dotándolas de un nuevo sentido vital en un momento en que las cosmovisiones de carácter femenino van a ser más necesarias que nunca.

Muchos estudiosos de las religiones y todos los místicos entienden que las distintas tradiciones sapienciales son, en realidad, caminos culturales distintos hacia una misma realidad espiritual. Las diferentes denominaciones de este Todo último —Dios, Yahvé, Alá, Brahman, Tao, conciencia universal, etc.— tienen tantos puntos en común que pueden ser considerados una misma entidad. Otros, como Jorge Ferrer, modulan esta afirmación destacando que la mejor metáfora consiste en imaginar ríos que desembocan en un mismo océano.

Como fuere, si bien la Madre Tierra está presente en estas tradiciones, justo es reconocer que a lo largo de la historia su mirada se ha dirigido principalmente hacia arriba, el cielo, el cosmos, la trascendencia. Tal vez porque el misterio que encierra es más perceptible a primera vista y al más allá se le supone ubicado en las profundidades cósmicas.

Pero entonces descuidamos el enorme misterio que dejamos detrás, el misterio de Gaia. Quizás por este motivo el cuidado de la Madre Tierra ha quedado tan en segundo plano, no solo en nuestra cultura de base cristiana. Miramos poco hacia abajo, hacia las raíces. Estamos desenraizados.

La recuperación de sentido pasa por una reivindicación de lo sagrado, sentido que una buena parte de Occidente ha perdido desde que triunfó la ilustración newtoniana. Lo sagrado en el sentido de sujeto de máxima veneración, de veneración amorosa, y por tanto de respeto supremo. Incluso de asombro, a la manera de Carson o del panteísmo de Einstein, pero sin cerrar la puerta al posible panenteísmo.

Gaia podría ser en todos los casos esta estación intermedia hacia lo trascendente de las distintas tradiciones institucionalizadas y, al mismo tiempo, la etapa final de una espiritualidad atea perfectamente racional a la que invita la TGO y por tanto no ofensiva para las personas con esta inclinación. Por su parte quienes se consideren agnósticas pueden balancearse en esta región fronteriza para, si lo desean, trascenderla en algún momento de su evolución vital. Rebasamiento tanto más facilitado por cuanto les permite situarse en el punto de partida de posibles nuevas realidades experienciales.

Gaia puede ser, según la TGO, una realidad sistémica emergente de las condiciones físicas —emergencia tanto vital como espiritual—, como puede ser una creación divina o también una emanación, una cristalización de la conciencia universal a la manera de Plotino o del budismo. O las tres cosas a la vez. En cualquiera de ellas sitúa “la vida en el centro”, por lo demás persistente reivindicación del movimiento feminista.

La mesorreligión gaiana permitiría así la recuperación del concepto de sacralidad. Facilitaría asimismo una mirada alejada del antropocentrismo. Relativizaría el excepcionalismo humano y promovería la conciencia de especie, la mirada holística y la humilde consideración de los límites. Tal vez uno de los componentes del excepcionalismo humano consista en el hecho de estar programado para extraer recursos de la naturaleza por encima de los necesarios para la supervivencia. Dadas las consecuencias que vamos viendo, una forma de evolucionar en positivo y conscientemente, sería favorecer que la cultura modere este aparente instinto.

La mesorreligión gaiana permite transitar desde una percepción de escasez a una de suficiencia material y abundancia espiritual. Ayudaría a recomponer en lo posible los flujos vitales de Gaia considerando estas acciones como un diálogo amoroso con Gaia aun sabiendo que siempre será ella la que va a tener la última palabra. Un ejercicio, también necesario, de humildad. Conectar íntimamente con Gaia, con su cuerpo y su espíritu, laica o religiosamente, facilita además la comprensión experiencial de la no-dualidad.

O conectar mesorreligiosamente. Perdiéndole el miedo a la palabra religión: esta conexión espiritual y los (necesarios) rituales que la favorecen son esencialmente comunitarios, aunque puedan y deban practicarse también en soledad. Y unen, mucho más en caso de dificultades. Unen en el sentido de la existencia; unen por tanto en la interrelación entre humanos, no humanos, Gaia y, si se quiere, con el cosmos y más allá. Permiten considerar a la Tierra y a la realidad toda, una comunión de sujetos y abandonar la mirada utilitarista de colección de objetos.

Una mesorreligión gaiana facilita la percepción de la realidad en los términos evolutivos de los que formamos parte, y no como una foto fija a la que aferrarnos mirándola desde afuera. Al mismo tiempo cierran el espacio y el tiempo transportándonos al aquí y el ahora, facilitando vivir el presente y aceptar sus limitaciones; permitiendo vivir un presente en el que también están las generaciones pasadas y futuras.

Se trata, en definitiva, de añadir dimensiones a la existencia, de desarrollarlas y de hacerlas crecer. Permite, llegado el caso, morir con dignidad —que es lo que ahora, más que nunca, debemos aprender, tanto personal como colectivamente.

El momento es ahora. Hay indicios de que distintos aromas de esta nueva cosmovisión están ya en el ambiente, apuntando a un zeitgeist prometedor. Existen actualmente algunas iniciativas que, sin adoptar esta denominación, comparten muchos de estos planteamientos. Por ejemplo la comunidad de Tamera en el Alentejo portugués, que lleva casi 30 años establecida. O las de Sarvodaya, Auroville y otras muchas. Es en este sentido muy posible, y acaso necesario, que en este cambio de época las mujeres adquieran un papel protagonista.

Quitémonos las orejeras, percibamos más ancho, más largo y más interiormente; ejerzamos la imaginación creativa. Porque se trata de eso: de crear un nuevo mundo alejado del actual en descomposición. Una nueva cultura, una nueva experiencia más rica, más justa, más profunda, más perdurable, más inmanente y quién sabe si más trascendente.

Dotación de sentido, sacralidad de la vida y un intento de evitar la barbarie o rehuir la no evitable. Todo esto es lo que podemos intentar legar a nuestros hijos, a las generaciones venideras: es la única forma viable de retomar una ética generacional que resulta de imposible ejercicio desde dentro del sistema vigente.

El preámbulo de la Carta de la Tierra, aprobada por Naciones Unidas en el año 2000, dice así:

El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

Darle forma a esta declaración es la tarea que tenemos por delante.

FERRAN PUIG VILAR

Ingeniero Superior de Telecomunicación y periodista científico. Ha dedicado los últimos 10 años al estudio y la divulgación de la problemática del cambio climático y la escasez energética.

Ver artículo completo en: https://www.15-15-15.org/webzine/2024/02/01/mesorreligion-para-una-accion-intersticial-con-sentido/  

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