CRECER O NO CRECER
¿Desaceleración?
¿Recesión? ¿Crisis consolidada? Los titulares de la prensa de los
últimos meses han desatado la alarma sobre lo que algunos
pensadores, economistas y ecologistas revolucionarios consideran un
desastre anunciado. ¿Realmente nos hemos creído que es posible un
crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Ésta es la pregunta que
los impulsores de este movimiento en auge que no nuevo, llamado
decrecimiento, lanzan al aire al tiempo que responden con rotundidad:
no es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay
recursos naturales suficientes.
La
teoría del decrecimiento se presenta como una alternativa,
una tercera vía hacia un mundo más feliz, que va más allá
del desarrollo sostenible (al que considera un oxímoron), pero
más que proponer una solución concreta pretende romper con la
creencia arraigada equiparable, según sus impulsores, a la fe
religiosa de que el crecimiento económico aporta bienestar. El
Producto Interior Bruto (PIB), dicen, es un indicador irreal, pues no
tiene en cuenta el valor de los recursos naturales, que deberían
estar integrados en la economía, ni los valores intangibles que sí
repercuten en el flujo económico (como el trabajo doméstico o el
deterioro de la vida social debido a un exceso de trabajo), ni la
calidad de vida de las personas.
La idea es que hoy no somos más ricos porque tengamos más coches, sino más pobres porque tenemos menos selva amazónica. En palabras del antropólogo y economista francés Serge Latouche, uno de los actuales guías de este movimiento, vivimos en «una dictadura del índice de crecimiento» que «fuerza a las sociedades desarrolladas a vivir fuera de toda necesidad razonable». Es decir, la economía actual no puede sobrevivir sin dejar de crecer, de modo que cualquier desaceleración en el crecimiento supone un duro golpe a sus cimientos, y su buena salud pasa por continuar creciendo exponencialmente. La acumulación indefinida de bienes y servicios es, de hecho, el motor del actual modelo económico. Y no es cuestión de capitalismo o socialismo, señalan, ya que todos los modelos conocidos hasta ahora se han basado en el crecimiento.
Por eso, más que nunca, para los decrecentistas, el objetivo es romper con la actual tendencia y devolver el medio ambiente a la esfera de los intercambios comerciales. Nicholas Georgescu-Roegen, padre del concepto, fue uno de los primeros en detectar las fisuras en el sistema económico y alertó de que éste no se correspondía con las leyes físicas y biológicas. De esas fisuras, dicen sus defensores, surgen problemas como la pobreza. Para ellos, algo está fallando cuando las acciones de una empresa suben al despedir masivamente a sus trabajadores o cuando las guerras aumentan el PIB de algunos países. «La máquina puesta en marcha para crear bienes y productos es la misma que crea sistemáticamente la miseria», dijo el ex diplomático iraní Majid Rahnema. Nuevos indicadores como la huella ecológica se alzan como alternativas más realistas al denostado PIB.
Para saber más: Crecer o no crecer. Tana Oshima
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