Escribimos estas palabras por los pueblos del planeta.
Los pueblos que están atravesando crisis múltiples: dolores, conflictos,
enfermedades, miedos, opresiones, deportaciones, violencia, peleas, hambres,
guerras. Escribimos porque estamos convencidos que el sufrimiento constante no
está en la naturaleza de nuestra existencia y que el humano no es el lobo del
humano. Escribimos por ellos que perciben parecido. Escribimos por los pueblos
indignados que ya no quieren indignarse.
La crisis no es una simple crisis económica. Es una crisis de cómo nos
relacionamos con el mundo: aislados en nuestras islas
tecnológicas defendiendo nuestro “bienestar” con rejas, armas y cámaras,
víctimas del miedo difundido por los medios de comunicación y con mucha
conexión WiFi, pero poca con el entorno que habitamos. No nos vamos a perder en
un análisis sobre el estatu quo, sino que compartimos lo que decía el filósofo
Francés Stéphane Hessel (1917-2013): Está bien indignarse, pero después hay que
comprometerse.
Es el paso que nos toca hacer a nosotros, tu, nosotros y los pueblos de esta tierra. Es tiempo de comprometernos con nuestras vidas. Tenemos
que llevar a la práctica lo que estamos hablando con nuestros amigos digitales
y reales. ¡Basta con los sueños ajenos que se comparten en Facebook, Twitter y
Youtube! Es momento de tejerlos con nuestros propios sueños y materializarlos
en nuestras vidas cotidianas.
Sabemos que es difícil, ya que la mayoría de los pueblos hoy en día se encuentran en desiertos de cemento,
desilusionados por la presión económica, contaminados por el tráfico,
hambrientos por la falta de recursos, congelados por la escasez de calefacción
y distraídos por los celulares y computadoras. ¡Tírenlos a la basura! Los
electrodomésticos no nos van a ayudar a vivir bien.
Necesitamos las manos, los
brazos, las piernas y los pies. Vale la pena cultivar nuestro primer hábitat:
el cuerpo. Ojalá que reciba suficiente comida, movimiento, descanso, ternura,
sexo y contención. Necesitamos nuestro cuerpo para materializar lo que tenemos
en la mente. Si habitamos bien nuestro cuerpo nos sentimos más livianos. Y si
nos sentimos más livianos nos movemos más abiertos hacia el mundo y se nos hace
más fácil relacionarnos con la naturaleza, independientemente de nuestro color
de piel, nuestro sexo, nuestro pensamiento o nuestra bandera.
Estamos apenas 40, 60, 80 o 100 años en esta tierra – poco tiempo para
pelearnos con nuestro entorno. ¿Qué les vamos a contar a nuestros nietos? ¿Que
ya no hay agua limpia? ¿Que los bosques fueron usados para cumplir con nuestras
devastadoras formas de vivir y que la tierra en los campos está muerta por
haber aplicado demasiados químicos sintéticos? ¿Qué va estar escrito en los libros de
historia sobre las primeras dos décadas del siglo 21? ¿Que la humanidad se
volvió loca, que no solo se suicidó poco a poco sino que iba matando su hábitat
del cual dependía?
Les preguntamos entonces:
¿Vamos a aceptar la locura de los que nos gobiernan, elegidos por los que le
han metido el miedo durante los últimos años?
El miedo es el paralizador de los pueblos. Es el miedo de nuestra vecina, de nuestro compañero de
trabajo, de nuestra amiga en el club o nuestro panadero en la esquina. Ellos
eligieron determinado candidato, creyendo que pone orden al caos y limita la
crisis. Y probablemente los juzgamos por eso. Pero ellos son parte del pueblo.
Por lo tanto tenemos que buscar el contacto con ellos. Con ellos tenemos que
establecer nuevos-viejos valores porque con ellos visitamos las escuelas de
nuestros niños. ¡Somos vecinos carajo!
Y lo que posiblemente nos une, es la indignación misma. Esa cosa en común nos distingue
fundamentalmente de los que están en la palanca del poder. Ellos saben solo
teóricamente lo que significa indignación. Pero no conocen su fuerza. La
mayoría de los presidentes, banqueros y gerentes nunca tuvieron que trabajar en
la calle para poder comer. Nunca han limpiado baños o servido hamburguesas en
una cadena de comida rápida para financiar la escuela de sus niños. Nunca
pensaron en migrar a otro país por las tensiones económicas. Ellos no conocen
las sensaciones del pueblo porque nunca han estado con él.
Pero más allá del poder que ejecuten sobre nosotros, hay un poder mucho más
fuerte que cualquier institución. Es el poder intangible dentro de cada humano,
de cada comunidad, de cada pueblo. Es el poder de la autogestión. Es un poder
que solo se consigue en unión con otros. Se requiere siempre en situaciones de
alerta. Si un sistema está a punto del colapso se necesita la iniciativa desde
los cimientos de una sociedad: tu, nosotros y los pueblos de esta tierra.
¡Basta de deprimirnos en casa, entristecernos en nuestras camas, de robar y
matarnos en la calle! Nosotros pueblos tenemos la responsabilidad de juntarnos
y enfrentar las crisis múltiples. Que parloteen sobre crecimiento económico y
sobre los números del producto interno. Que siembren miedo e incertidumbre.
Mientras nosotros nos sostenemos y protegemos mutuamente en nuestra búsqueda de
armonía y del buen vivir y percibimos la tierra como un organismo vivo, quedará intangible nuestro
poder. Juntos transformamos la indignación en compromiso y podemos establecer
valores que van más allá del valor financiero y de nuestras posibilidades de
consumo.
Entonces, saquemos nuestras manos de las teclas y pantallas y pongámoslas
en la tierra. ¡Sembrémosla! Es ella la que nos da de comer. Activemos
nuestro genio colectivo de nuestros ancestros y de los pueblos de esta tierra y
volvamos de las ciudades al campo, a construir casas dignas con lo que tenemos
a nuestro alcance: barro, paja, piedra, bambú, madera. Basta con la dependencia
del petróleo y las importaciones de productos baratos hechos en condiciones
indignas. Sembremos la materia prima como caña, lino u hongos y reactivemos
nuestras producciones de ropa. ¡Que la última moda sea la última! Y sobre todo:
Reconciliémonos con nuestros vecinos, también con ella o el que votó al otro
candidato.
Es tiempo de unión, tiempo
de nacer como humanos. Es tiempo de una vida en armonía con nuestro entorno. No
solo con los humanos sino también con los animales, plantas, hongos y
minerales.
Es tiempo de apagar los
celulares y conectarnos con la madre tierra, con la Pachamama.
Ecoportal.net
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