ORGULLOSA
DE SER MILLENNIAL
Una generación castigada y esperanzada
¿Vale la pena ser millennial? A mi modo
de ver, sí. Estoy orgullosa de ser millennial aunque seamos una generación
que ha sufrido en sus carnes la crisis y la precariedad. Aunque, a pesar
de haber vivido y apoyado el 15M no podemos decir alto y claro que otra
forma de participación ciudadana es posible. Aunque sigamos escuchando lo buena
que es la ‘movilización exterior’ cuando nos están echando del país en busca de
un trabajo y una vida digna. Pero, no. No lo achacamos a una generación como
pueden hacer otros que, incluso, se permiten el lujo de confrontar a
generaciones.
Estoy orgullosa de ser millennial
aunque tenga que leer que lo único que nos importa “es el número de likes,
comentarios y seguidores en redes sociales”. No es cierto. Y, para
conocer “una sola idea millennial que no fuera un filtro de Instagram o una
aplicación para el teléfono móvil” bastaría con pasearse por las facultades de
este país y muchas, muchas empresas para saber de lo que estamos dispuestos a
hacer, en muchos casos a cambio de 300 euros. No porque seamos mejores o
peores, sino porque somos jóvenes y tenemos ganas de trabajar. Unas ganas de
las que algunos de otras generaciones se aprovechan.
Por suerte, a mi no me ocurre. Porque
soy una de esas afortunadas que tiene trabajo, le gusta y le pagan bien por
ello. Porque, si hay algo que define, entre otras muchas virtudes y defectos, a
esta generación es la precariedad generalizada. Y eso que se ha acusado a los millennials
de que no exista “constancia” de que “hayan crecido con los valores del
civismo y la responsabilidad”. ¿Acaso no es una muestra de civismo que una
generación golpeada por la crisis haya apoyado un cambio político en España
pacíficamente a través de herramientas de participación ciudadana? ¿Es eso
“indiferencia”?
Nuestros padres vivieron mejor que
nuestros abuelos, y estos unos años horribles por los que seguían sin contarnos
qué ocurrió para que no se repita. Creo que, aunque son épocas distintas,
siempre hemos aprendido las distintas generaciones entre sí. Porque errores
hemos cometido todas las generaciones. Millennials incluidos. Pero, ¿cómo vamos
a leer que los “rasgos que nos definen” son la “falta de vinculación con
el pasado y la indiferencia hacia el mundo
real”? Indiferencia no es precisamente lo que siento cuando leo ese tipo
de comentarios. Más que indiferencia lo que nos provoca es hastío de ver cómo
aún hay quien no nos escucha o, incluso, se atreve a criticarnos como
generación. Pero, aún así, estoy orgullosa de pertenecer a esa generación
que llaman millennial.
Estoy orgullosa de ser de esta
generación porque es una generación que no se rinde. Que sí va a votar, aunque
la mayoría del voto joven se concentre en nuevas fuerzas políticas y eso
moleste a según quien. Pero es una realidad. Son tiempos nuevos para la
política y la ciudadanía, por mucho que algunos no quieran verlo o asumirlo.
No solo tenemos “preferencias
tecnológicas” sino que tenemos aspiraciones políticas y/o sociales. Por
eso estoy orgullosa de esta generación. Porque tenemos la aspiración a que
mejore nuestro país, que sea un país al que nuestros familiares y amigos puedan
volver a un país digno, un país que no tenga que levantarse con nuevas noticias
de corrupción, un país que vele también por sus jóvenes, quienes sufren de
paro, de precariedad y de un futuro incierto. Pero, aún así, seguimos siendo
optimistas contra todos los discursos que nos puedan discriminar como
generación.
Se ha dicho que “gran parte de esta generación
que está tomando el relevo no tiene responsabilidades, ni obligaciones y
tampoco un proyecto definido”. Un proyecto de futuro poco definido, puede,
sobre todo porque tenemos que enfrentarnos a una tasa de paro de más del 40%.
Y que más de la mitad de los jóvenes trabajadores menores de 30 años,
el 56%,
tiene un contrato temporal. El 73% en el caso de los menores de 25 años.
Continuaba leyendo que “tal vez
eso explique la llegada de mandatarios como Donald Trump o la enorme abstención
electoral en México”. También se podrá explicar que el descontento y la llamada
de auxilio de los jóvenes se haya canalizado en nuevas fuerzas políticas,
en nuevas plataformas de participación ciudadana. Y también se podrá explicar
que en Reino Unido Corbyn haya logrado un gran apoyo del votante joven. No es
que no nos interese la política, sino que queremos que se hagan políticas
acordes también con nuestras necesidades y nuestra forma de ver el mundo -tan
legítima como la de cualquiera-. Lo que tienen que aprender muchos líderes
políticos para entender sus derrotas es que tienen que gobernar para todas sus
generaciones y todos sus habitantes. Estamos en un momento en el que sale lo
peor y lo mejor de la política. Y eso no debe asustarnos, a ninguna generación.
Sino que debemos intentar conocer cómo piensan y qué necesitan las y los
ciudadanos.
Ojalá fuera tan fácil como echar las
culpas a una generación para solucionar los problemas del mundo. Pero no creo
que así solucionemos nada, sino que lo vamos a empeorar. Las abstenciones
vienen en muchos casos por una desafección política y lo más aconsejable es que
no las discriminemos sino que las entendamos e intentemos ofrecerles una
alternativa política que les haga volver a creer en la política. Porque es
necesaria, y todas las generaciones lo sabemos.
No es cierto
que “los millennials no quieren nada” y que como “ellos son
el futuro, entonces el futuro está en medio de la nada”. No es justo que
tengamos que leer esto. No somos mejores que nadie pero tampoco peores por
haber nacido en otro momento. Sí tenemos aspiraciones, a pesar de que la crisis
nos las haya intentado robar. Sí las tenemos porque somos jóvenes, porque
creemos que otro mundo es posible y por eso seguimos ignorando este tipo de
frases, en la medida de lo posible. Por eso confío en mi generación y
estoy orgullosa de ella.
También se ha escrito que somos “responsables
del fracaso que representa que una parte significativa de los jóvenes no
quieran nada en el mundo real”. ¿Somos un fracaso? Insisto, no somos mejores
pero tampoco un fracaso. Estamos intentando que no sea un fracaso esta
situación que estamos viviendo. Cuando terminamos la carrera no había un
trabajo digno, cuando lo conseguimos nos suben los alquileres en una burbuja
que aún no se sabe cómo ni cuando estallará, si lo llega a hacer. Se ha
llegado a cuestionar que queramos “pertenecer a la condición humana”. Bueno, a
pesar de estos comentarios, seguimos queriendo ser una buena generación de la
que estar orgullosos.
Incluso, se nos ha animado a que
empecemos “por usar las ideas y herramientas tecnológicas, que aprendamos
a hablar de frente y cerremos el circuito del autismo”. Gracias por el
consejo, ya estamos trabajando en ello. Y, como tenemos expectativas y
aspiraciones en la vida, seguiremos luchando por no ser
la generación del fracaso.
Por eso, contesto con un ‘sí’
rotundo a las siguientes preguntas: ¿Vale la pena construir un discurso
para aquellos que no tienen en su ADN la función de escuchar? ¿Vale la pena dar
un paso más en la antropología y encontrar el eslabón perdido entre
el millennial y el ser humano? ¿Vale la pena conocer la última aportación
tecnológica y vivir queriendo influir con ella en un mundo que históricamente
se ha regido por las ideas, la evolución y los cambios?
En todo este artículo no he criticado a
ninguna generación porque no creo que haya que ser tan simplista como para
echar la culpa de todos mis problemas y los de mi generación a otra. Es
simplista e injusto. Y claro que vale la pena confiar en nosotras y
nosotros. Confíe, que no somos la generación del fracaso sino
la generación que lucha por no ser la generación del fracaso. Confíe, que,
a pesar de las trabas que sufrimos para vivir dignamente, no perdemos la
esperanza de construir un mundo más justo y respetuoso para su generación, la
mía, e incluso para usted.
María Navarro
Periodista @mariapuntoes
Periodista @mariapuntoes
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