CRECIMIENTO SOSTENIBLE
Con el
triunfo de la informática, más aún que con el poder ilimitado de
la energía nuclear y de los artefactos destructivos al servicio de
los intereses de las potencias por medio de la guerra; con la
proximidad y la instantaneidad de la información de lo que sucede en
cualquier región del planeta tierra; con la agresión de los medios
que nos bombardean con imperativos publicitarios aún en la más
íntima estancia de nuestros hogares; con la tiranía del tener sobre
la evidencia connatural del ser… las mujeres y los hombres del
planeta, los ancianos y los niños, los sanos y los enfermos, los
pobres y aún los que se consideran ricos en bienes materiales,
sobrevivimos desarraigados en un ambiente de angustia.
El miedo es causa
del expandido dolor que nace, una vez más, de la ira producto del
temor, de la concupiscencia de los sentidos, del apego al deseo de
las cosas, de la codicia de reconocimientos efímeros y, en
definitiva, de la desorientación producida por la pérdida del
sentido para un vivir con dignidad, en armonía con todo lo que
existe, en solidaridad con
todos los demás seres y con una trascendencia nacida de la
contemplación, de la auténtica experiencia (no de los experimentos)
que se adapta a las leyes internas del universo y nos lleva a la
plenitud del ser y de la existencia que es la perfecta felicidad a la
que todo ser anhela aún sin saberlo.
Nunca el planeta
estuvo en una situación tan próxima a la destrucción del
ecosistema, a la extinción de millones de personas y a un cambio
de paradigma que
podría destrozar todos los logros de la humanidad en lugar de
abrirse a nuevos modelos que antepongan lo social a lo estatal, lo
humano a la tiranía de la tecnocracia y la felicidad al éxito de un
crecimiento descontrolado.
En
el mundo en que nos tocó vivir impera la desigualdad injusta
entre los estados, entre los pueblos y aún entre los seres humanos.
El medio ambiente no puede resistir por largo tiempo la agresión
sistemática y continua que nos lleva al exterminio de las especies,
de la vida en los ríos y en los mares, de los bosques y de la tierra
con una galopante erosión y desertización, con situaciones de
pobreza, de hambre, de enfermedades infecciosas, de falta de
hogar, de incultura y falta de educación básica para más de mil
millones de personas, de desarraigo para decenas de millones de
emigrantes, de trabajo inhumano para millones de niños, de
explotación de centenares de pueblos del Sur por unas decenas de
pueblos del Norte, de muertes atroces por guerras en las que el
número de víctimas civiles ya supera con creces al de los
combatientes, de segregación y discriminación para centenares de
millones de seres humanos en un mundo en el que es posible remediar
todas estas plagas porque son producto de la injusticia de los
hombres y porque el planeta es capaz de alimentar a sus habitantes
con tal de que se actúe con justicia, con sabiduría, con
inteligencia y con solidaridad.
Y con sentido común, porque en ello nos va la vida.
Por todo esto,
corremos el indudable riesgo de institucionalizar los efectos al
silenciar las causas de estas injusticias, de estas discriminaciones
y de tanto dolor y marginación de
seres humanos con idéntico derecho a una vida digna como cualquier
otra persona, ya que somos ciudadanos del mundo convertido en
comunidad global y con un destino solidario.
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