EQUILIBRIO ENTRE LIBERTAD E IGUALDAD
FUNDAMENTAL PARA NUESTRA CONVIVENCIA
Libertad e igualdad no son dones caídos del cielo ni un regalo de los dioses. Hay que reconquistarlas cada día y ambas nociones constituyen los pilares fundamentales de nuestra convivencia social.
Sin ellas
el edificio comunitario no se sostiene y, de hecho, se derrumba cuando se da un
grave desequilibrio entre las dos. Deben guardar una exquisita
proporcionalidad. Han de respetarse recíprocamente y no crecer pretendiendo ganar
un terreno que no les corresponde.
Su mutua colaboración las fortalece, mientras que su pugna únicamente consigue debilitarlas. En realidad, el exceso de libertad asfixia la igualdad y otro tanto sucede con lo contrario.
La ecuación entre colibertad y contradesigualdad
Su fusión es la clave, aunque no quepa confundirlas. Una
libertad exacerbada e irrestricta, salvaje y sin reglas como gustaba de
caracterizarla Kant,
no merece usurpar un título que solo conviene a la colibertad,
es decir, al ejercicio de una libertad reglada para no perjudicar las
libertades ajenas.
Ese caprichoso libertinaje persigue una mayor cuota de
libertad que con ello fomenta y exacerba las desigualdades, constituyendo en
realidad un liberticidio. Lo mismo sucede con un igualitarismo impuesto a costa
de restringir las libertades. Por eso resulta muy atinada la expresión que ha
popularizado Étienne
Balibar al referirse a la “igualibertad”.
Este concepto admite por lo tanto ser definido con el
término simétrico de “liberigualdad”. El anteponer uno al otro y poder hacerlo
en una u otra dirección refleja su perfecta simbiosis. Acentuar uno de los
polos desvirtúa por completo su respectiva quintaesencia, que requiere de su
compenetración para prosperar. La igualdad no equivale, por supuesto, a una
uniformidad radical. Cada cual debe poder conquistar mayores cuotas de
bienestar según su empeño y competencia. Pero esa conquista solo será legítima
cuando no parta de una situación privilegiada que proporciona un ventajismo
desleal para la presunta competitividad.
Un pacto social mefistofélico
Obviamente realzar la libertad no significa hacer cuanto se
nos antoje sin miramiento alguno, ni tomarse libertades que no se corresponden
con las circunstancias. Ese proceder desbarata la igualdad al generar
desigualdades con respecto a quienes deciden respetar las reglas del juego. Los
tahúres pueden ganar con sus trampas, pero dan al traste con una competición en
la que se ha pactado asumir unas determinadas pautas. Cualquiera puede recurrir
a esos ardides, pero se atenta contra un marco de convivencia que arruinan los
ventajistas con sus marrullerías.
En términos políticos primar uno u otro polo de la ecuación
tiene un alto coste y da lugar a derivas funestas. Apostar exclusivamente por
la libertad hace irrelevantes las extremas desigualdades que procura una
despiadada maximización del beneficio. La sociedad vende su alma y se
deshumaniza con ese pacto mefistofélico que desprecia a los perdedores como si
se rindiera cierto culto
subrepticio a la eugenesia para eliminar al más débil. Para la doctrina
ultraneoliberal todo vale con tal de que se obtenga una pingüe ganancia. Los
desfavorecidos por la fortuna y las circunstancias merecerían su mala suerte
por el mero hecho de no tenerla buena.
Los paraísos restringidos del socialismo real y el
ultraneoliberalismo
Históricamente tampoco ha dado buenos resultados la
operación contraria. Fomentar las condiciones que procuren unas oportunidades
idóneas para la igualdad no puede desentenderse del otro pilar social.
Restringir todo tipo de libertades para preservar una presunta igualdad impide
cualquier progreso personal o colectivo. El socialismo real del comunismo
soviético demostró sobradamente ser incapaz de propiciar un paraíso proletario.
Sin embargo, su desaparición ha hecho ver que la hegemonía del ultraneoliberalismo
economicista solo resulta paradisiaca para un escaso número de
privilegiados a costa de aumentar la miseria para una inmensa mayoría.
Hablamos de socialdemocracia o democracias liberales para
designar a uno u otro sistema democrático. Tras esas calificaciones nos
encontramos con los dos principios rectores de la igualdad y la libertad. Las
expresiones de “liberigualdad” e “igualibertad” solo pretenden enfatizar que su
delicado equilibrio es algo totalmente decisivo. La balanza social debe
mantener equilibrados ambos platillos. Como fiel de semejante balanza contamos
con el tercer elemento reivindicado por la Revolución francesa: esa fraternidad tan
bien estudiada y recordada entre nosotros por Toni
Domènech. Por supuesto, cabría identificarla con sororidad y en definitiva
con el mostrarse solidario.
Empatía solidaria como fiel de la balanza
A la solidaridad le
repugnan las desigualdades gratuitas e injustificadas que propicia un salvaje
neoliberalismo económico. Pero tampoco soporta la restricción de las
libertades. Cuando ese fiel de la balanza brilla por su ausencia, sus platillos
tienden a descompensarse, propiciando un desequilibrio muy difícil de
recomponer. Sin una elemental empatía no es viable la “liberigualdad”. Al
despreciarla nos deshumanizamos. Damos paso al conflicto social dificultando
una convivencia que permita cultivar nuestras libertades y no dañe
sensiblemente una imprescindible igualdad. Esta sin aquella es un hierro de
madera, y viceversa.
Conviene releer al Rousseau
del segundo Discurso, relativo al origen y los fundamentos de la
desigualdad. El crecimiento de las desigualdades está marcando nuestra
época. En lugar de favorecer justamente lo contrario, la economía se debería
concentrar en cómo redistribuir las riquezas, un asunto bien estudiado
por Thomas Piketty.
Esa redistribución condiciona la existencia de nuestra libertad.
Paralelamente, las
libertades que se toman algunos restringen nuestra libertad al
desnivelar los platillos de la
balanza social.
Hacia la liberigualdad
Nuestras democracias tienen una sencilla piedra de toque
para compulsar su calidad. Gozarán de buena o mala salud según lo que podamos
responder a esta sencilla pregunta. ¿Somos todos iguales antes las leyes o
igualmente libres? Por supuesto no se trata de poder serlo desde un punto de
vista meramente formal, sino atendiendo al mismo tiempo a sus condiciones de
posibilidad en ambos casos.
Aplicar la “liberigualdad”, esa fórmula que resume la
ecuación entre libertad e igualdad, es el mayor desafío que tiene nuestra
convivencia. “Procura tu bien con el menor mal ajeno que sea posible”,
dictamina Rousseau en su Discurso sobre la desigualdad. Un precepto
que se antoja fácil de asumir, pero cuya puesta en práctica no es tan obvia.
Nos encontramos ante un horizonte
utópico hacia el que tender incansablemente al
modo kantiano, que tiene una triple dimensión de naturaleza ética, política
y jurídica: el encaminarnos hacia una sociedad regida por la “liberigualdad”
No hay comentarios:
Publicar un comentario