REENCONTRARNOS
Imagínate un mundo donde el amor se estrena, en el que nadie
sabe en qué consiste quererse y sólo cabe improvisar. Un mundo donde ser torpe
no está mal visto y podemos tantearnos una y otra vez.
Hace ya tiempo que se ha vuelto prácticamente imposible el silencio. Esto nos ha desubicado, hemos perdido el espacio natural del ser. Ya “no somos”, a cambio, vemos e imitamos cómo otros “son” o, mejor dicho, cómo “aparentemente son”. “No ser” es francamente incómodo, te obliga a no parar, te agota. No hay experiencia significativa sin ser, la mayor aventura se confunde con todo lo demás.
No hay deseo, hay listas de deseos. Y vivir en una lista de deseos es muy estresante, te arrastra y te consume, porque siempre te sientes culpable de lo que falta. Culpable de lo que no has hecho, culpable de lo que no has disfrutado, culpable de lo que no has sido, culpable de lo que no llegó a suceder. El resultado es que tú “sucedes” cada vez menos y todo parece perder sentido.
La felicidad quizá esté dejando de ser obligatoria, pero que
esto no nos lleve a “enfermar”, aunque parezca la única forma de desesperación
al alcance. Cuando nos fallan las ilusiones también podemos escapar del ruido y
buscarnos problemas que merezcan la pena, refugiarnos en las grandes preguntas
y no estar simplemente agobiadas. Podemos actuar pero también asustarnos, y
forzar que todo se detenga. Podemos pedir socorro y socorrernos, en lugar de
sobrarnos, contar con la muerte y seguir siendo humanas. Podemos oponernos y
también dejar que las cosas sucedan, abrazarnos o desconectar para vérnoslas a
solas con la conciencia. Podemos decidir y titubear, prestarnos al trabajo en
común o ser inexpugnables. Podemos volver a enamorarnos, y confiar en que algún
vacío transforme nuestra mirada. Nos debemos ese tiempo, el de la risa y el
llanto, y para eso necesitamos el espacio de no saber demasiado.
Nosotras, las personas, seguimos aquí y queremos volver a
encontrarnos
Ojalá se borraran ciertas palabras, así podríamos no
entendernos e intentar volver a explicarlo todo desde el principio. Deberíamos
prohibirnos hablar de depresión, de ansiedad, de cualquier “enfermedad mental”,
porque no nos representan. La “autoestima” no debería existir, la
“asertividad”, la “procrastinación”, el “lugar de confort”… Todo debería salir
por la ventana. Un ejercicio de desmemoria para que hablar de una misma no sea
tan fácil, para no saber qué decir, para que la vida vuelva a ser un misterio y
la ignorancia nos ayude a reencontrarnos.
Imagínate un mundo donde el amor se estrena, en el que nadie
sabe en qué consiste quererse y sólo cabe improvisar. Un mundo donde ser torpe
no está mal visto y podemos tantearnos una y otra vez. Un mundo donde volver a
intentarlo, en el que todo deba ser inventado desde el principio. Un mundo que
sólo puedes pensar tú para ti, seas quien seas. Y por las mañanas estar viva y
saber para qué, dirigirte aquí y allá con la voluntad y la esperanza de estarlo
en cada momento, y acostarte sabiendo que sigues ahí. Importar más que las
cosas, ser radical. Dibujar una nueva infancia, en tu memoria y en lo que queda
al alcance de tu mano. En la mayor libertad, soñarlo todo de nuevo. Ensoñarse
convencida, estar en paz.
Qué buen momento para echarnos de menos, en primer lugar, a
nosotras mismas, nuestros seres queridos vendrán después, sin atropellos.
Echarse de menos, porque no ha habido tiempo ni espacio. Un momento ideal para
tararear lo primero que te venga, para pescar un puñado de letras o jugar.
Porque los seres humanos no nos estamos despidiendo, podemos volver a empezar.
Nosotras, las personas, seguimos aquí y queremos volver a encontrarnos.
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