JESUCRISTO Y NIETZSCHE
Dos mandatos
imposibles
Nietzsche, el gran defensor del Anticristo, compite muy
dignamente en ponérselo difícil a los pobres humanos. Esta es su invitación:
vive como si quisieras repetir eternamente cada momento de tu existencia. El superhombre
celebraría todo lo que le sucede con alegría y entusiasmo. Todo.
Cualquiera que tenga una mínima noción de historia de la filosofía occidental y de las religiones del libro, sabe que Jesucristo y Nietzsche están en las antípodas. Dicho con más precisión: el cristianismo y Nietzsche son los que están en los extremos opuestos. Por lo que se ve, a Nietzsche Jesús le merecía más respeto que el cristianismo, que no le merecía ninguno. Fue Pablo de Tarso el que estructuró y estableció el cristianismo como religión, no Jesucristo, y la filosofía de Nietzsche se organiza en buena medida como programa crítico contra el cristianismo paulino.
Los evangelios de Lucas y de
Marcos dan cuenta de un mandato atribuido a Jesús, uno de los más duros que
pueden hacerse: si te golpean en una mejilla, ofréceles la otra. O dando
incluso un pasito más: ama a tus enemigos. Esta es la invitación, casi nada.
Por lo visto, para Jesús, amar a quien nos ama es demasiado fácil, demasiado
evidente. Si lo pensamos un poco, querer a quien nos quiere puede tener un
tufillo perruno y servil. El filósofo alemán se ponía enfermo hasta la náusea
solo con oír algo así. Para él, humillarse ante alguien, y no digamos ante
quien nos agrede, es lo que constituye un comportamiento perruno (con perdón de
los perros). El Sermón de la Montaña está en el punto de mira exacto de su
dinamita: ¿Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos? ¿Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra?
¿En serio? Debe ser una broma.
El requerimiento de Jesús provoca que nuestro mundo estalle
en pedazos. Porque enemigo es ese al que odiamos; por definición, alguien a
quien no podemos querer. Por eso es enemigo. Si lo amáramos, no lo sería, no
podría ser nuestro enemigo. Pero esta exigencia de Jesús esconde, de forma
oblicua, otra más suave: no tengas enemigos. Vale, no es conveniente tener
muchos enemigos, esto es más comprensible, podemos estar de acuerdo. Aunque no
sea siempre fácil, por prudencia, podemos procurar no tener enemigos, o tener
los menos posibles. Pero si alguien es mi enemigo de facto, no me pidas que lo
ame. Es una imposibilidad metafísica.
La otra mejilla
Qué decir de ofrecer la otra mejilla a quien nos agrede. Me
reconoceréis que tiene algo de antinatural, de enfermizo, de desequilibrado.
Responder ante una agresión defendiéndonos o por lo menos protegiéndonos (es
decir, no exponiéndonos más) es algo automático y reflejo, instintivo casi. No
solo eso: ¿qué padre o qué madre dice a su criatura que, si le pegan en el
patio del colegio, ponga la otra mejilla? ¿No pensaríamos que está mal de la
cabeza? ¿Se toma alguien en serio ese mandato? ¿Puede alguien tomárselo en
serio? ¿Lo hacen los cristianos? Y el propio Jesús, ¿defendería eso mismo en el
ámbito social o en el político? No se trata solo de no violencia, sino de poner
la otra mejilla… ¡anda ya!
Al lado de este mandamiento imposible de cumplir, Nietzsche,
el gran defensor del Anticristo, compite muy dignamente en ponérselo difícil a
los pobres humanos, nada más que humanos. Esta es su invitación: vive como si
quisieras repetir eternamente cada momento de tu existencia. Y añade, ¿cómo te
sentirías si esta vida, tal como la estás viviendo ahora y como la has vivido
en el pasado, sin cambiar absolutamente nada, volvieras a vivirla un número
infinito de veces? Esta es su propuesta: no desear que nada sea diferente, en
el pasado, en el futuro y en toda la eternidad. No es casual que una tarea de
esta altura haya correspondido al superhombre (en la estela de Jesús Mosterín,
yo diría mejor el “superhuman”, pero no sé Nietzsche). El superhombre (tu
hombre ideal, Friedrich, no nos engañemos; cuesta mucho escapar del ideal
platónico que tanto odias) viviría su vida, una y otra vez, sin arrepentirse de
ninguna decisión tomada. Celebraría todo lo que le sucede con alegría y
entusiasmo. Todo.
Bien: ¿quién está en disposición de querer que se repitan
todos y cada uno de los episodios de su vida? ¿Quién no cambiaría (pondría,
quitaría) algo al menos? ¿Quién no se arrepiente de alguna decisión? (y no
empecemos con la matraca de que el arrepentimiento no sirve para nada, muchas
cosas no sirven aparentemente para nada, pero ahí están; y sí, a veces nos
arrepentimos cuando ya es demasiado tarde, cuando ya no sirve para nada).
¿Quién no ha cantado sola y borracha The boulevard of broken dreams?
¿Quién no ha sentido melancolía por lo que pudo haber sido pero nunca llegó a
ser? ¿Cuántos caminos no recorreremos, cuántas copas no beberemos, cuántos
bailes nos perderemos (quizá por no estar invitadas), cuántos mares no
surcaremos, cuántos libros no leeremos, en cuántas camas no retozaremos… aunque
nos habría gustado de veras?
Se perciben claros rastros del estoicismo en la invitación
de Nietzsche, él mismo lo señala. El estoicismo proclama el amor fati, el amor
al destino, a lo que sucede. El estoico Epicteto nos dice que no deseemos que
las cosas sean como queremos, sino que las deseemos como son.
Y digo yo ¿no está todo esto muy cerca de la resignación
cristiana? Seguramente vendrán los especialistas y nos dirán que no es lo
mismo. Pero el estoicismo tuvo mucha influencia en el cristianismo triunfante
de los primeros siglos. Por ejemplo, por medio de la idea de que las cadenas
externas no importan: nacer esclavo, como el propio Epicteto, o llegar a
emperador, como Marco Aurelio (también filósofo estoico) es irrelevante, lo que
cuenta es ser dueño de uno mismo (idea que se ha podido usar para neutralizar
la lucha política contra la injusticia). También para Pablo era irrelevante ser
esclavo o libre… (judío o griego, hombre o mujer, porque “todos sois uno en
Cristo”).
Los caminos del pensamiento son laberínticos, están llenos
de conexiones inesperadas y de recovecos. Coges una ruta que va supuestamente
hacia allá y, sin darte cuenta, estás volviendo para acá.
https://www.elsaltodiario.com/opinion/jesucristo-nietzsche-dos-mandatos-imposibles
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