MUNICIPIOS RESILIENTES
Seis propuestas
sencillas para afrontar las múltiples crisis
Nos enfrentamos a la vez a tres crisis trascendentales como
son el cambio climático, el cenit en la extracción de combustibles
fósiles y la escasez de minerales para la transición energética. El uso de
combustibles fósiles ha permitido un desarrollo social y un crecimiento
económico sin precedentes, pero también ha provocado la emergencia climática.
Tanto el desequilibrio climático como la reducción en la extracción de combustibles fósiles han sido advertidos desde hace al menos cincuenta años. Sin embargo, durante décadas se han obviado los dos problemas y solo se ha empezado a hablar de ellos en los últimos años, acompañados de una propuesta de solución conjunta: el despliegue masivo de las llamadas energías renovables.
Ahora bien, estas fuentes energéticas no poseen ni la versatilidad ni el elevado retorno energético de las fósiles, además de requerir cuantiosos recursos naturales que imposibilitan la sustitución energética en la escala proyectada. Es decir, nos tendremos que acostumbrar a una sociedad con menos energía neta disponible.La tensión energética resultante de la invasión militar rusa
de Ucrania ha demostrado esta debilidad, acentuando los problemas que ya sufríamos
antes del conflicto. Son retos que, con altibajos, proseguirán después de
superar la crisis bélica y afectarán el nivel de la economía, no solo si se
pretende atenuar seriamente el cambio climático, sino también por la inevitable
disminución de la energía barata, abundante y versátil, imprescindible para
proseguir la elevada actividad económica. Por todo ello, a la
transición energética debe unírsele la transición hacia sociedades con menos
energía y menos actividad económica.
Los actuales planes contra la crisis buscan principalmente
la reactivación económica, pero no suponen una auténtica transformación. Es
más, el aumento de complejidad en los procesos tecnológicos implica caminar en
un sentido contrario a la anunciada resiliencia.
En este escenario y aprovechando su proximidad al ciudadano,
los municipios también deberían ser protagonistas del proceso para dotar
de resiliencia al sistema, adaptándose para afrontar amenazas como la falta
de bienes y servicios básicos por la reducción e interrupciones del comercio
internacional; las perturbaciones en la producción agrícola, ganadera y
pesquera; o el impacto en la producción agroindustrial de alimentos por la
disminución de determinados productos petroquímicos.
Entonces, ¿cómo pueden ayudar los ayuntamientos a aumentar
la resiliencia de sus municipios? Dentro del movimiento de las ciudades
en transición existen propuestas integrales muy interesantes para
avanzar en este sentido, con diferentes grados de complejidad. Sin embargo,
este artículo pretende sugerir propuestas de fácil implantación, con un coste
reducido para los municipios y que sirvan como un primer paso en la transición.
Además, tienen la capacidad de crear sentimiento de comunidad, tan necesario
para facilitar la colaboración mutua en momentos en los que hay que favorecer
la simbiosis con otras personas y con el medio ambiente.
Algunas de estas iniciativas podrían ser la creación
de bibliotecas de herramientas compartidas y de talleres de
uso comunitario, el fomento de grupos de mensajería para prestar objetos entre
vecinos, la elaboración de un banco de saberes tradicionales y de un censo de
productores locales o comarcales, la organización de bancos de tiempo, el
impulso de huertos comunitarios, etc.
Existen otras muchas propuestas tanto o más interesantes que
estas, pero que no trataré aquí porque implican una mayor complejidad o coste,
o porque ya forman parte de iniciativas más debatidas, como son las comunidades
energéticas, el fomento del transporte colectivo, las ciudades de 15 minutos, las
vías ciclistas, el uso compartido de vehículos, etc. Así que, a continuación,
describiré brevemente algunas de las propuestas más sencillas que pueden ser
implantadas en poblaciones pequeñas y medianas, o también a escala de barrios
en grandes ciudades.
1. Biblioteca de herramientas
compartidas y taller de uso comunitario
Consiste en destinar un espacio municipal para dotarlo con
herramientas domésticas básicas, inventariadas y clasificadas, con el fin de
poder ser utilizadas por cualquier vecino: taladros, brocas, martillos,
destornilladores, llaves fijas, alicates, sierras, escaleras, máquinas de
coser, bombas de pie para bicicletas, etc. De este modo se evita la adquisición
excesiva de herramientas, muchas de las cuales se emplean en pocas ocasiones. Estos
utensilios pueden ser aportados por el ayuntamiento o cedidos por los propios
vecinos para crear una dotación compartida.
Además, esta iniciativa se puede completar con un espacio
destinado como taller comunitario donde efectuar determinados proyectos o hacer
reparaciones de manera individual o colectiva. En muchos casos se acaban
convirtiendo en lugares donde personas mayores transmiten su conocimiento en
diferentes oficios.
2. Grupos de mensajería para prestar objetos entre
vecinos (en WhatsApp, Telegram, etc.)
Con una finalidad parecida a la anterior propuesta, estos
grupos pretenden reducir la compra de objetos de uso ocasional, facilitando el
contacto entre vecinos para compartir objetos, intercambiarlos o regalarlos. El
grupo funciona bien cuando pone en comunicación personas que viven
relativamente cerca (municipio pequeño o barrio) y está formado por un número
adecuado de usuarios.
El funcionamiento habitual del grupo consiste en que un
vecino pide en el grupo el objeto que necesita puntualmente (por ejemplo: un
taladro para hacer alguna instalación doméstica, una novela de lectura
recomendada en la escuela, etc.). Sin embargo, también suele ser habitual que
algún vecino regale algún objeto que ya no le resulta útil.
Se debe advertir que estos no son grupos para vender bienes de segunda mano ni
para hacer publicidad profesional.
3. Banco de saberes tradicionales o de memoria local
Elaboración de un banco de datos con recursos materiales y
audiovisuales sobre las costumbres del pueblo, gastronomía, dichos populares,
etc. De manera primordial, habría que documentar el conocimiento de la gente
mayor en trabajos tradicionales en vías de desaparición y que quizás tendremos
que recuperar debido a la gradual reducción de la globalización. Convendría
ilustrar los diferentes trabajos agrícolas, el trabajo con la madera o el
mimbre, los platos gastronómicos tradicionales, las tareas domésticas propias
de la comarca, la reparación de herramientas de manera artesanal, etc.
4. Censo de productores locales o comarcales
El análisis de la resiliencia de una comunidad debe empezar
por conocer en qué aspectos puede ser autosuficiente y en qué otros existe una
debilidad por una fuerte dependencia externa. En este sentido, sería
conveniente elaborar un listado de productores próximos y analizar cuáles son
las carencias en bienes y servicios básicos. Esto permitiría prepararse para
ser más resilientes ante un futuro con menos intercambios entre territorios por
el encarecimiento y reducción del transporte.
5. Bancos de tiempo
Son grupos de personas que se ayudan intercambiando tiempo,
dedicándolo a tareas puntuales de colaboración en reparaciones domésticas, en
acompañamiento en tareas administrativas, en atención a personas (niños, gente
mayor, personas enfermas…). Los intercambios más habituales se refieren a
actividades sociales, culturales, educativas o relacionadas con las necesidades
de la vida diaria.
Se trata básicamente de intercambiar necesidades por
habilidades, sin ánimo de lucro ni contraprestación monetaria. El usuario
recibe un servicio de otra persona y se compromete a prestar un servicio en
otro momento. Una de las características es que los intercambios no suelen ser
bilaterales, de forma que cada cual ofrece sus habilidades a cambio de que
alguien le ayude cuando él tenga necesidad. No es un intercambio entre dos
personas, sino más bien una cadena de favores.
6. Cesión de terrenos municipales para huertos
comunitarios
Los huertos comunitarios son una forma de integrar la
agricultura en las ciudades y las zonas periurbanas. Se trata de iniciativas
autogestionadas de grupos de personas que quieren trabajar un huerto y se
organizan para conseguir el espacio y mantenerlo. Estos huertos suelen dar uso
social a espacios en desuso y los recuperan como zonas públicas de encuentro y
de participación vecinal, un lugar para conocer el vecindario y promover un
estilo de vida saludable con alimentos frescos, locales y ecológicos.
La gestión se suele hacer mediante asambleas periódicas
donde se decide sobre la tierra, el riego o los abonos, y a menudo se practica
agricultura ecológica aprovechando los propios recursos (compost, restos
vegetales…), sin utilizar productos químicos.
Estas seis iniciativas –y otras muchas similares– pueden
favorecer la consolidación de una red de ayuda mutua, que regenera los lazos
comunitarios de un pueblo o barrio, que permite la convivencia cooperativa y
que fomenta así la oportunidad de conocer y confiar en los otros, al tiempo que
hace más sostenible y resiliente el municipio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario