3/3/23

Creemos que la información transmitida en las redes sustituye a la palabra hablada

LA PALABRA MÁGICA                           

Recuperar el relato y la palabra como espacios de convivencia

Nos enseñan a leer y a escribir en el colegio, pero no nos enseñan a hablar en público. La oratoria, esa disciplina con timbre rimbombante y cierto aroma a rancio, dejó de incluirse en los currículos escolares hace muchos años. ¿Para qué? pensarían quienes tomaron la decisión, si lo de dar discursos o declamar es cosa de políticos y de actores.

Y no, todos necesitamos hablar en público y, de hecho, lo hacemos. A todas horas: para hablar con nuestro médico, con la tutora de los niños, con el funcionario de Hacienda… De cómo transmitamos el mensaje dependerá la credibilidad que el interlocutor le dé, por no hablar de lo mucho que dice de nosotros cómo nos expresamos.

La periodista y filóloga Ana Martín-Coello y el actor Pedro Mari Sánchez llevan años detectando estas carencias en las comunicaciones de muchos profesionales. Desde su empresa  Excelencia de la palabra orientan y enseñan a quien lo necesite a crear su propio discurso, a habitar las palabras que pronuncian y escriben en sus comunicados. A sonar naturales y a ser, por tanto, más auténticos.

Lo que proponen ahora es reivindicar y reapropiarse de una de las palabras más denostadas de los últimos años: el relato. Porque sin él no podemos entendernos ni hacernos entender. Y para apoyar su argumentario, publicaron una guía titulada La palabra mágica (LGE Libros, 2022), cuyo objetivo es, según explica Martín-Coello, que «sirva para que la gente se introduzca en esto que parece tan complicado —y que lo es— de hablar en público con naturalidad y verdad, y que, al mismo tiempo, le dé el valor que tiene la palabra hablada, y el saber contar y el saber contarse».

«El empobrecimiento de la oralidad, de la forma en que verbalizamos el mundo, lleva emparejado el empobrecimiento del mundo mismo; lleva a la propagación de un modelo de comportamiento reduccionista, que es consecuencia de la incapacidad de apreciar y distinguir los infinitos aspectos de lo que llamamos realidad», afirma Pedro Mari Sánchez en el primer capítulo del libro.

Para él, el problema surgió con la gran revolución tecnológica. En su opinión, hemos creído erróneamente que las plataformas digitales y la información que se transmite a través de ellas, basada en gran parte en imágenes, sustituye a la palabra hablada. «Y no la sustituye, porque nuestro comportamiento, como seres vivos, tiene una serie de factores, de elementos, que son consustanciales a nuestra propia naturaleza y sin los cuales dejamos de ser quienes somos, en gran parte». Esa idea que el actor cree equivocada nos aleja de nuestra propia percepción física del mundo.

«Y físico es el sonido, tiene peso, mueve el aire. Y realmente no tiene sustitución, no tiene ningún tipo de sustitución, porque lo que transmitimos cuando hablamos, aunque sea a través de un medio virtual, se acerca, al menos, a lo que sería físicamente estar uno frente a otro. Y transmitimos cosas que las palabras escritas no cuentan: no cuentan una intención, algo que se percibe en la mirada de la otra persona, en la energía con la que lo dice…», profundiza en su explicación. «Si perdemos eso, nos vamos aislando».

Es como si la interacción diera miedo. Por eso preferimos enviar mensajes de audio a través de WhatsApp, en lugar de coger el teléfono y llamar. En el fondo, estamos creando un mundo lleno de soledad, a pesar de los grandes avances en comunicación.

«Yo creo que la era de la comunicación es la era del mayor aislamiento. La gente solo hace aquello que los algoritmos le van poniendo ahí, y vamos como corderitos, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, pero estamos cada vez más solos», opina el actor. «Nos atrevemos muy poco a hablar, a mostrarnos realmente como somos. Nos dan las plataformas oportunidades de crearnos realidades falsas y es maravilloso para la gente que se esconde, pero es una trampa terrible».

Ana Martín-Coello, por su parte, habla de la importancia del relato. Para la periodista y filóloga, basta escuchar algunos programas de televisión para comprobar el abuso de frases huecas y completamente trilladas. Esos vacíos «poner en valor» o «situar a las personas en el centro» que no dicen absolutamente nada. «Todo el mundo tiene un discurso estandarizado; los políticos por supuesto, pero los empresarios también». Para ella, es un lenguaje completamente alejado de la realidad.

De ahí la necesidad, comenta, de reivindicar el relato, algo que la política se ha apropiado para mal, y descartar definitivamente la palabra storytelling. ¿Por qué estamos hablando de  storytelling cuando tenemos la palabra relatar en español, que es una palabra preciosa que significa volver a traer, o sea, enriquecer lo que tú tienes y darlo, y volverlo a traer enriquecido? , se lamenta la periodista.

«Es maravilloso relatar. Además, storytelling se aplica más al marketing. Suena lejano porque suena a “te voy a vender algo y te voy a contar un rollo”. Y no se trata de eso, es mucho más profundo el relato. La historia del mundo es relato, el dinero es relato, las banderas son relato, el sistema jurídico, los sistemas políticos, los países… Y la convivencia de la sociedad se sustenta en relatos que todos damos por buenos».

El relato es lo que nos permite saber quiénes somos, qué nos diferencia de los demás  para no sonar a más de lo mismo, a lo recorrido mil veces. Dominarlo nos sitúa en un espacio de poder que nos cambia, nos transforma. «Tú ya sabes que tienes una herramienta que es tuya, que es única, que no la tiene nadie más. Y te da un valor brutal, y cambia mucho la manera de presentarte ante los demás». Aquel que maneja el relato tiene el poder, afirma con rotundidad.

«Hablar bien es hablar habitando las palabras», afirma Pedro Mari Sánchez. El hacerlo desde fuera, el no habitarlas, es lo que hace que sonemos impostados, raros. «Y esa es la gran diferencia de lo que hacemos nosotros. Primero ofrecemos la conciencia de que existe un relato, y de que ese relato ha de ser coherente, tiene que estar conectado con nosotros, tiene que ser verdadero… Pero luego hay que habitar las palabras que se dicen, porque eso es lo que hace creíble o no al interlocutor y marca la diferencia». En el fondo, concluye, todo se basa en aprender a escuchar.

Y aquí es donde entra en juego la diferenciación que Sánchez hace de la palabra propia y la palabra aprendida. «Todos hablamos según nuestras referencias culturales, nuestro entorno social, pero hablamos con una determinada coherencia sonora. Es decir, nos hacemos entender acorde a cómo somos en nuestra vida normal. Esto es lo que yo llamo  la palabra propia».

«Esa lógica que todos tenemos desaparece cuando hablamos en nombre o representación de alguien, incluso en nombre o representación de nosotros mismos. Somos conscientes de que somos observados, analizados. Automáticamente nos situamos en un lugar crítico, vergonzoso, miedoso, y empezamos a hablar mal», continúa su reflexión el actor. «¿Y qué es hablar mal? Hablar con incoherencia sonora. La lógica sonora para que cuando decimos una frase puedan seguirnos desaparece. Se empiezan a acentuar mal las palabras, se empiezan a relacionar mal tonalmente unas con otras. Esa palabra aprendida, esa cosa artificial existe, se implanta»

Lo que enseña Pedro Mari Sánchez es a hacernos ver, entender y distinguir las múltiples variaciones sonoras que tiene el lenguaje oral. Entender, primero, y aprender, por tanto, a interpretar esa estructura musical que podría funcionar como una partitura. Son esos cambios de ritmo y de tonalidad los que consiguen que el interlocutor comprenda lo que decimos. «Cuando eso se empieza a colocar, vuelve a aparecer la naturalidad al hablar», concluye Pedro.

Se trataría, pues, no de impostar la manera de hablar, algo que quizá alguna persona pudiera pensar al hablar de técnicas para hablar en público, sino de conseguir transmitir el mensaje con naturalidad. «Hay un falseamiento de esa tonalidad cuando hablas en público: porque te sientes observado, por timidez, por presión…», corrobora Ana Martín-Coello. «Y de lo que se trata es de volver a tu coherencia sonora, a tu lógica sonora y a tu manera de hablar natural. De lo que se trata es de que yo, en público, no hable con mucha diferencia de cómo estamos hablando nosotros aquí».

«Realmente, lo que yo le quito a la gente es lo artificial. Quitarles la defensa, la timidez, que es algo que tenemos en el comportamiento: miedo al ridículo absoluto», afirma Sánchez.

Así pues, urge recuperar el relato y la forma de verbalizarlo. «La palabra juega un papel fundamental. Nosotros hablamos de recuperar la palabra como nueva metáfora de convivencia, porque la palabra se hizo para convivir», afirma Martín-Coello. «En lo de dejarse arrebatar espacios, la palabra tiene mucho que ver».

«Lo que hacemos con este trabajo es aprender y enseñar a conectar a las personas, no a enfrentarlas», comenta, por su parte, Pedro Mari Sánchez. «Es decir, la vida existe por un principio y un concepto de colaboración, no de competencia». «El problema de exacerbar las diferencias y de acabar con los matices es que en el matiz es en lo único donde nos podemos encontrar», concluye Ana Martín-Coello.

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