LOS CLAROSCUROS DE LA PANDEMIA
“Libres, dignos vivos: el poder subversivo de los comunes”
Este libro está dedicado a superar una epidemia de miedo con
una oleada de esperanza basada en la realidad. Cuando escribimos por primera
vez esta frase en la versión inglesa de este libro, no teníamos ni idea de que
una pandemia real estaba por llegar. Meses más tarde, con la propagación de la
COVID-19 por todos los rincones del mundo, ha sido un alivio comprobar que
nuestra afirmación se ha confirmado: la creación de procomún es realmente una
fuerza creativa y enérgica para la renovación y la esperanza. Es una forma
revitalizadora y alentadora de satisfacer nuestras necesidades. Y,
afortunadamente, puede encontrarse en todos los rincones del mundo porque los
seres humanos son en esencia “animales sociales” y no criaturas aisladas. La
creación de procomún surge de nuestra capacidad de satisfacer las necesidades
de los demás a la vez que las nuestras, de la sensibilidad y la empatía y de un
conocimiento sofisticado sobre la autogestión.
Los miembros de una escuela de samba de Brasil organizaron con mucho ingenio una gran iniciativa para coser mascarillas para la comunidad, atendiendo de esta forma una necesidad que no estaban cubriendo ni las autoridades estatales ni las sanitarias. En Honduras, las cooperativas de viviendas han empleado una herramienta potente llamada “diagnóstico comunitario” para identificar las verdaderas necesidades de las personas en cuarentena y así evitar que el virus se propague. Han surgido proyectos de ayuda mutua en toda América Latina y España para proteger a las familias del hambre y los desahucios, y para proporcionar asistencia sanitaria y cuidar a los niños.
Incluso el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha rendido
homenaje al poder de la organización comunitaria y al concepto de “autonomía y
autodeterminación de las primeras naciones” al enfrentarse a la COVID-19. El
BID reconoció la labor de Rajaypampa en Bolivia, una de las tres Autonomías
Indígenas Originarias Campesinas en las que la propia comunidad organizó y
adoptó medidas que dieron lugar a cero casos de COVID-19 en la zona.
Para las personas que han apreciado el poder de la
cooperación durante mucho tiempo (como los habitantes de los Andes dedicados a
la idea del buen vivir), la oleada de creación de procomún motivada por la
pandemia ha confirmado algo que ya sabían: que otro mundo es posible. Existen
formas más humanas y ecológicas de hacer las cosas. El bienestar colectivo no
suele aparecer por arte de magia gracias a la mano invisible o la benevolencia
del Estado. Para lograrlo es necesaria la acción organizada de los comuneros.
De hecho, es posible escapar del mundo del consumismo y el crecimiento
económico y reafirmar un significado más inclusivo e incluso sagrado de la
palabra valor. Los bosques y la atmósfera, los océanos y la propia tierra no
son mercancías. Son la vida misma. Los comunes, por su parte, también son
sistemas sociales vivientes que tienen como objetivo relacionarse con la Tierra
en sus propios términos, como organismos vivos co-creadores. La gobernanza P2P
y el sustento integral a través de la creación de procomún nos ofrecen un
camino a seguir de lo más inspirador.
El número de víctimas de la pandemia ha confirmado las limitaciones
estructurales del orden neoliberal regido por el Mercado/Estado. Su gran
centralización del poder, su dependencia de las jerarquías rígidas y de las
burocracias de control, su profunda lealtad a los ricos y su aversión a la
autonomía local diversificada nos impiden alcanzar las soluciones que
necesitamos. Cuando la economía extractiva intenta volver a la “normalidad”
maximizando su búsqueda de la rentabilidad, queda desbordada de manera
sistemática y hace que todo el sistema se torne más frágil y precario. Esa es
la maldición de una economía comprometida con un crecimiento implacable en un
contexto en el que se necesita tener una estabilidad ecológica y un respeto por
los límites.
El problema más grave ocurre cuando el Estado
(presumiblemente un contrapeso a los mercados capitalistas) depende de esta
economía extractiva. Cuando la riqueza monetizada que genera deja de fluir de
repente, el sistema al completo se tambalea hacia el colapso, tal y como
estamos viendo hoy en día. La crisis del coronavirus ha demostrado que las
funciones del Estado como los impuestos, la sanidad pública, la educación, los
servicios sociales, etc. dependen totalmente de las actividades extractivas y
privatizadoras de la economía de mercado capitalista, cuyos frutos se comparten
solo a regañadientes con el Estado y, en cantidades aún menores, con las
personas de a pie. Todo el proceso requiere una victimización de los sistemas
naturales, de las comunidades y la cultura, de las relaciones sociales e
incluso de la propia conciencia. Todos ellos son susceptibles de monetización
mediante las patentes genéticas y los algoritmos de las redes sociales, los
derechos de propiedad amplios y los cercamientos de los comunes.
América Latina conoce bien esta historia. La gente creyó
durante décadas que el cambio de una dictadura militar a la democracia de la
mayoría abriría un camino brillante hacia el “desarrollo”. Una vez logrado, se
abordarían muchos otros problemas, si es que no quedaban resueltos. Y aunque
las ambiciones de los partidos políticos de izquierdas por la mejora social a
través del poder estatal eran mayores que las de los partidos de derechas, el
proceso siempre se vio empañado por la corrupción y la desconfianza pública a
medida que las cadenas de producción a nivel mundial explotaban los bosques del
Amazonas, los recursos petrolíferos, los minerales y las pesquerías. La lealtad
del Estado al pueblo siempre ha estado limitada y dominada por los amos de los
mercados capitalistas, de los que dependen los mandarines del poder estatal. Lo
significativo de este hecho no es tanto la posición que se adopte en el
espectro ideológico (de izquierdas o de derechas) como la forma en que se
diseña la gobernanza para que esta esté centralizada, controlada por las élites
de los partidos y sometida al gobierno de la mayoría que excluye los intereses
minoritarios e incluso los “intereses sin derecho a voto” como “la naturaleza“.
La pandemia ha arrojado luz sobre las deficiencias
estructurales del sistema Mercado/Estado a la hora de resolver nuestros
problemas como una bengala en la oscuridad se tratase. En la era en que las
sondas espaciales detectan agua en Marte, el sistema Mercado/Estado tiene
problemas para encontrar agua potable para las personas de la Tierra. Aunque
muy pronto la tecnología permitirá editar los genes de los niños por nacer como
si fuera un texto en un ordenador, los medios para cuidar de los enfermos, de
los ancianos y de los desamparados siguen siendo inalcanzables.
Esa sensación de impotencia aviva el miedo y la desesperación,
y creemos que, como individuos, nos es imposible alterar el curso actual de la
historia. Sin embargo, nuestra impotencia tiene mucho que ver con la forma en
que concebimos esta difícil situación: como individuos, solos y por separado.
El miedo y la comprensible búsqueda de la seguridad individual están
paralizando nuestra búsqueda de soluciones sistémicas y colectivas, las únicas
soluciones que verdaderamente funcionarán. Necesitamos replantearnos la
situación preguntándonos: ¿qué podemos hacer de forma colectiva? ¿Cómo podemos
hacer todo esto dejando a un lado las instituciones convencionales que nos
están fallando?
La buena noticia es que ya están germinando innumerables
semillas de transformación colectiva. Podemos ver brotes verdes de esperanza en
las granjas agroecológicas de Cuba y de los bosques comunitarios de la India,
en sistemas de Wi-Fi comunitarios en Cataluña y en equipos comunitarios de
enfermeras a domicilio en barrios de los Países Bajos. Están surgiendo decenas
de monedas locales alternativas, nuevos tipos de plataformas web cooperativas y
campañas que reclaman las ciudades para los ciudadanos. Lo bueno de todas estas
iniciativas es que satisfacen las necesidades de forma directa y empoderante. La gente está dando un paso adelante para
crear nuevos sistemas que operen ajenos a la lógica capitalista, para beneficio
mutuo, con respeto por la Tierra y con un compromiso a largo plazo.
En el año 2009 un grupo de amigos de Helsinki veía con
frustración cómo fracasaba otra cumbre internacional sobre el cambio climático.
Se preguntaron qué podrían hacer ellos para cambiar la economía y, tras mucha
planificación, el resultado fue la creación de un «intercambio de créditos»
local en el que los participantes acordaban intercambiar servicios entre sí,
desde traducciones y clases de natación hasta jardinería o corrección de
textos. Dale una hora de tu tiempo a un vecino y obtén una hora de los talentos
de otra persona. El Banco de Tiempo de Helsinki —nombre que recibió más
adelante— ha crecido hasta convertirse en una economía paralela sólida con más
de 3.000 miembros. Sus intercambios ya cuentan con decenas de miles de horas de
servicios y se ha convertido en una alternativa socialmente convivial a la
economía de mercado, formando parte de una gran red internacional de bancos de
tiempo.
En Bolonia (Italia) una anciana quería un simple banco en el
lugar de reunión favorito de su barrio. Cuando los residentes preguntaron en el
ayuntamiento si podían colocar un banco ellos mismos, la burocracia local contestó
perpleja que no existían trámites para hacer tal cosa. Este incidente
desencadenó un largo periplo para crear un sistema formal que coordinara la
colaboración ciudadana con el ayuntamiento de Bolonia. Finalmente la ciudad
creó el «Reglamento de Bolonia para el cuidado y regeneración de los comunes
urbanos» para organizar cientos de «pactos de colaboración» entre ciudadanos y
Gobierno con el fin de rehabilitar edificios abandonados, gestionar guarderías
y cuidar los espacios verdes urbanos. Desde entonces la iniciativa ha impulsado
un movimiento cociudadano (Co-City) en Italia que orquesta colaboraciones
similares en decenas de ciudades.
Aun así, ¿no son todos estos esfuerzos demasiado pequeños y
locales al considerar el cambio climático y la desigualdad económica a la que
nos enfrentamos? Creerse esto es el error que cometen los tradicionalistas.
Están tan centrados en las instituciones de poder que nos
han fallado y tan obsesionados por la coyuntura global que no son capaces de
reconocer que las verdaderas fuerzas para la transformación surgen de grupos
pequeños de personas en sitios pequeños, fuera del radar del poder. Los
escépticos de «lo pequeño» se burlarían de los granjeros que cultivan arroz,
maíz y alubias: «vais a alimentar a la humanidad con… ¿¡semillas!?“. De hecho,
pequeñas apuestas con capacidades adaptativas son poderosos vehículos para el
cambio sistémico.
Ahora mismo existe un inmenso universo de iniciativas
sociales de base —familiares e innovadoras, en todos los ámbitos de la vida, en
entornos rurales e industrializados— que están satisfaciendo necesidades que ni
la economía de mercado ni el poder del Estado pueden cubrir. La mayoría de
estas iniciativas siguen siendo en gran medida invisibles o desconocidas, ya
que el público las subestima, ignora o considera como algo marginal. Después de
todo, existen fuera de los márgenes de los sistemas predominantes del poder: el
Estado, el capital y el Mercado. Las mentes convencionales siempre se basan en
cosas demostradas y no tienen la valentía de experimentar, a pesar de que las
fórmulas supuestamente ganadoras del crecimiento económico, del fundamentalismo
mercantil y de las burocracias nacionales se hayan vuelto descaradamente
disfuncionales. La pregunta no es si
una idea o iniciativa es pequeña o grande sino si sus premisas contienen el
germen de un cambio sistémico.
Pero no nos equivoquemos: los comunes no son únicamente
proyectos a pequeña escala que mejoran nuestro día a día, sino que conforman un
enfoque germinal para reimaginar nuestro
futuro de forma conjunta y reinventar la organización social, la economía, las
infraestructuras, la política y el propio poder estatal. El procomún es un
marco social que permite a las personas ser libres sin reprimir a otras,
promulgar la equidad sin control burocrático, promover la solidaridad sin
coerción y afirmar la soberanía sin nacionalismos. El columnista George Monbiot
resumió muy bien las virtudes de los comunes: «Un común proporciona un enfoque
claro a la vida comunitaria. Depende de la democracia en su sentido más
genuino. Destruye la desigualdad. Brinda incentivos para proteger el mundo
vivo. En resumen: crea una política de pertenencia».
Todo esto queda reflejado en el título de nuestro libro, que
describe los cimientos, la estructura y la visión de futuro de los comunes: Libres, dignos, vivos. Toda
emancipación del sistema existente debe respetar la libertad en el sentido
humano más amplio, no solo el libertarianismo económico del individuo aislado.
La imparcialidad, elegida de mutuo acuerdo, debe ser el eje central de
cualquier sistema de sustento y gobernanza y debe reconocer nuestra existencia
como seres vivos en una Tierra que también está viva. La transformación no
puede tener lugar sin la realización simultánea de todos estos objetivos. Esa
es la finalidad del procomún: combinar las grandes prioridades de nuestra
cultura política que a menudo se encuentran enfrentadas: la libertad, la
igualdad y la vida misma.
El procomún es mucho más que una estrategia de comunicación:
es una cosmovisión subversiva y por eso precisamente representa una nueva forma
de poder. Cuando las personas se unen en pos de un objetivo colectivo y
conforman un común, se crea un nuevo impulso de poder social coherente. Cuando
convergen varias de estas burbujas de energía ascendente, surge un nuevo poder
político. Y dado que los comuneros están comprometidos con toda una serie de
valores integrados filosóficamente, su poder es menos vulnerable a la
cooptación.
El Mercado/Estado ha desarrollado un variado repertorio de
estrategias basadas en el «divide y vencerás» con objeto de neutralizar los
movimientos sociales que buscan generar un cambio. Aunque satisfaga
parcialmente un determinado grupo de reivindicaciones, lo hace únicamente
imponiendo nuevos costes a otra persona. Por ejemplo, el sistema aplaude una
mayor igualdad de género y racial ante la ley, pero únicamente en el marco de
este sistema capitalista extremadamente injusto e ineficaz. O accede a una
mayor protección medioambiental, pero únicamente subiendo los precios o
saqueando los recursos naturales del Sur global. O aprueba una mayor atención
sanitaria y políticas laborales orientadas a la familia, pero únicamente si
están regidas por modelos inflexibles que protejan los beneficios corporativos.
La libertad se ensalza como rival de la igualdad y
viceversa, y ambas en contra de las necesidades de la Madre Tierra. Por eso, el
baluarte del capitalismo frena una y otra vez cualquier exigencia que plantee
un cambio de sistema.
Como es lógico, los guardianes del orden predominante —ya
sea en el ámbito gubernamental, empresarial, universitario, filantrópico o
mediático— prefieren trabajar con los marcos institucionales ya existentes. Se
conforman con operar acorde a unos patrones de pensamiento muy cerrados y a
unos conceptos muy endebles sobre la dignidad humana, especialmente en cuanto a
la narrativa del progreso a través del crecimiento económico se refiere.
Prefieren que el poder político se consolide en estructuras centralizadas como
el Estado nación, la corporación o la burocracia. El objetivo de este libro es
derribar esas presunciones y abrir la puerta a opciones realistas.
Sin embargo, este libro no es una nueva crítica al
capitalismo neoliberal. Aunque a menudo sean valiosas, las críticas perspicaces
no siempre nos ayudan a concebir los cambios que nuestras instituciones
necesitan y a construir un nuevo mundo. Lo
verdaderamente necesario hoy es la experimentación creativa y la valentía para
crear nuevos patrones de acción. Debemos aprender a identificar patrones de
la vida cultural que puedan provocar cambios a pesar del inmenso poder del
capital.
A los activistas orientados a los partidos políticos y las
elecciones, las leyes y las normativas, les aconsejamos involucrarse a un nivel
más profundo y significativo de la vida política: el mundo de la cultura y de
las prácticas sociales. Las formas convencionales de hacer política junto con
las instituciones convencionales sencillamente no pueden propiciar el tipo de
cambio que necesitamos. «No podemos salvar el mundo siguiendo las normas». Necesitamos elaborar una nueva serie de
reglas. Como es lógico, no podemos ignorar el arcaico sistema que, a decir
verdad, a menudo ofrece beneficios necesarios, pero no nos engañemos: los
sistemas existentes no producirán un cambio transformador. Por eso debemos
estar abiertos a los vigorizantes vientos de cambio de la periferia, de sitios
inesperados y descuidados, de zonas sin caché ni credenciales, de la propia
gente.
Por lo tanto, nos negamos a dar por hecho que el Estado
nación es el único sistema de poder realista para hacer frente a nuestros
temores y ofrecer soluciones. Porque no lo es. El Estado nación es más bien un
vestigio de una era en decadencia. Lo que pasa es que los círculos respetables
rechazan considerar alternativas desde la periferia por temor a ser tildados de
ofuscados o locos. No obstante, hoy en día las deficiencias estructurales del
Estado nación y de su alianza con los mercados impulsados por el capital son
más que evidentes y es algo que a duras penas puede negarse. No tenemos más remedio que abandonar
nuestros temores y empezar a considerar ideas frescas desde los márgenes.
Pero, tranquilidad: ir más allá del Estado nación no
significa “sin” el Estado nación. Significa que debemos alterar
significativamente el poder del Estado introduciendo nuevas lógicas operativas
y actores institucionales. De hecho, gran parte de este libro está enfocado en
esa necesidad. Modestia aparte, consideramos la creación de procomún como una forma de incubar nuevas prácticas
sociales y lógicas culturales que, aunque se encuentran firmemente arraigadas
en la experiencia cotidiana, pueden federarse para aunar fuerzas y enriquecerse
mutuamente y así germinar una nueva cultura que pueda adentrarse en las
camarillas del poder estatal.
Cuando hablamos de comunes y de la creación de procomún nos
estamos refiriendo a prácticas que van más allá de las formas convencionales de
pensar, actuar y comportarse. Hay quien podría considerar este libro como un
manual didáctico. Esperamos ofrecer una mejor comprensión de la economía como
algo que va más allá de la economía monetaria que enfrenta mis intereses a los
intereses colectivos y contempla el Estado como única alternativa al Mercado,
por ejemplo. No es tarea fácil ya que el Estado/Mercado ha inoculado sus
premisas en lo más profundo de nuestra conciencia y nuestra cultura. No
obstante, si realmente queremos escapar de la lógica sofocante del capitalismo
debemos investigar a fondo sobre todo esto. ¿De qué otra forma podemos escapar
de la aberrante lógica por la que primero agotamos el medio ambiente y a
nosotros mismos al producir cosas y luego debemos llevar a cabo un trabajo
hercúleo de reparación, simplemente para que la rueda siga girando una y otra
vez por toda la eternidad?
¿Cómo van a tomar iniciativas independientes los políticos y
los ciudadanos si todo depende del empleo, del mercado bursátil y de la
competencia? ¿Cómo podemos emprender nuevos caminos cuando las directrices
básicas del capitalismo están constantemente presentes en nuestras vidas y
nuestras conciencias, erosionando todo cuanto tenemos en común? Nuestro
objetivo al escribir este libro no es solo esclarecer nuevas pautas de
pensamiento y de conducta sino ofrecer un manual de actuación.
¿Y cómo podemos empezar a abordar un cambio tan profundo?
Primero debemos desentrañar nuestra
concepción del mundo: la imagen de lo que para nosotros significa ser humano,
nuestro concepto de propiedad y las ideas predominantes sobre la existencia y
el conocimiento (Cap.2). Cuando aprendamos a contemplar el mundo desde un
nuevo punto de vista y a describirlo con palabras nuevas, una emocionante
visión entrará en juego y podremos adquirir una nueva comprensión de la «buena
vida», de nuestras dinámicas sociales, de la economía y de la política. Es crucial
abrazar una revolución semántica de vocablos nuevos (y el abandono de los
antiguos) para comunicar esta innovadora visión, por eso, en el Cap.3
introducimos toda una serie de términos que consiguen escapar de las
oposiciones binarias engañosas (individual/colectivo, público/privado,
civilizado/premoderno) y designar las experiencias de creación de procomún que
actualmente carecen de nombre (Lógica Ubuntu, Libertad interdependiente,
Soberanía de valor, Gobernanza p2p).
En cualquier caso, la teoría es una cosa y la práctica,
otra. ¿Cómo procedemos entonces? Consideramos la sección de «instrucciones de
uso» (Parte II, Cap. 4, 5 y 6) como el corazón de este libro. La Tríada del
Procomún, como la hemos designado, describe de manera sistemática la forma en la
que el mundo del procomún respira, es decir, cómo vive y cómo es su cultura. La
Tríada nos proporciona un nuevo marco para comprender y analizar los comunes.
Este marco surge de una metodología asociada al «lenguaje de patrones» en el
que se lleva a cabo un proceso de cosecha o revelado de patrones para
identificar los patrones recurrentes en las prácticas sociales de diferentes
culturas a lo largo de la historia.
A continuación viene la Parte III, que examina las
arraigadas premisas del concepto de propiedad (Cap.7) y cómo desarrollar un
nuevo tipo de propiedad relacionalizada que apoye la creación de procomún (Cap.
8). Nos dimos cuenta rápidamente de que estos conceptos y otros patrones de
creación de procomún, si llegan a buen término, suelen colisionar con el poder
del Estado. Los Estados no vacilan en usar leyes, derechos de propiedad,
políticas estatales, alianzas con el capital y prácticas coercitivas para
imponer su visión del mundo, desaprobando por regla general la realidad de los
comunes. Aun así, ante estas realidades perfilamos varias estrategias generales
para la construcción del Comuniverso (Cap.9) y concluimos con una exposición de
varios enfoques específicos (cartas sociales de los comunes, tecnologías de
contabilidad distribuida, alianzas público-comunes o apc) que pueden expandir
el mundo del procomún al mismo tiempo que lo protegen del sistema
Estado/Mercado (Cap.10).
Como texto que intenta reorientar nuestra comprensión sobre
los comunes, nos hemos percatado de que apuntamos a varias líneas nuevas de
investigación que simplemente no podemos abordar aquí. Cuanto más extensa es la
orilla de nuestro conocimiento, mayor es el océano de nuestra ignorancia. Nos
habría gustado explorar una novedosa teoría del valor que contrarrestara los
conceptos tan insatisfactorios de valor y sistema de precios que utiliza la
economía convencional. La gran trayectoria del derecho de propiedad contiene muchas
doctrinas jurídicas fascinantes que son dignas de estudio, así como nociones no
occidentales de gestión y control. Las dimensiones psicológicas y sociológicas
de la cooperación podrían arrojar una nueva luz y ofrecer un mayor calado a
nuestras ideas sobre el procomún. Los investigadores modernos, los
historiadores de los comunes medievales y los antropólogos podrían ayudarnos a
comprender mejor las dinámicas sociales de los comunes contemporáneos. En
resumen, aún queda mucho por tratar sobre los temas que planteamos.
Algunas de las cuestiones más relevantes y menos estudiadas
tratan la forma en que los comunes pueden atenuar las conocidas dificultades
geopolíticas, ecológicas y humanitarias. La migración, los conflictos militares,
la crisis climática y la desigualdad se ven afectados por la existencia de los
cercamientos y la relativa solidez de los comunes. Los comuneros con unos
medios de subsistencia estables y localmente arraigados no suelen sentirse
forzados a huir a otras regiones del mundo más ricas. No hay duda de que la
destrucción de los comunes piscícolas somalíes por la industria de la pesca de
arrastre contribuyó al aumento de la piratería y el terrorismo en África.
¿Podría una protección estatal de los comunes marcar la diferencia? Si estos
pudieran sustituir a las cadenas de abastecimiento mercantil globales se podría
reducir de forma significativa las emisiones de carbono producidas por el
transporte y los productos químicos agrícolas. Estos y muchos otros asuntos
merecen una investigación, análisis y propuestas más profundas.
Queremos destacar el interés de los cuatro Apéndices: el
Apéndice A explica la metodología que hemos utilizado para identificar los
patrones de creación de procomún en la Parte II del libro; el Apéndice B
describe el proceso de conceptualización que ha utilizado Mercè Moreno Tarrés
para dibujar las veintiocho preciosas imágenes de los patrones en la Parte II;
el Apéndice C enumera los sesenta y nueve comunes activos y las herramientas
funcionales para la creación de procomún que se han mencionado en este volumen;
el Apéndice D lista los ya conocidos ocho principios de diseño de Elinor Ostrom
para gestionar comunes de forma eficaz.
David
Bollier
Autor,
activista, bloguero y consultor. Cofundador del Commons Strategies Group.
Silke
Helfrich
Activista,
escritora y académica. Cofundadora del Commons Strategies Group y el Commons Institute.
Notas:
- Véase https://blogs.iadb.org/igualdad/es/organizacion-comunitaria-frente-covid-19/
- Este libro Libres,
dignos vivos: el poder subversivo de los comunes de David Bollier y Silke
Helfrich, ha sido traducido por Guerrilla Translation mediante un proceso
artesanal en colaboración con los autores
- El texto se irá serializando, capítulo a capítulo, en la
página web del libro. Suscríbete a nuestra newsletter, La Comunal, para estar
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otros movimientos complementarios al procomún como son el P2P, ecofeminismo,
decolonialismo, anticapitalismo…
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