LOS ÁRBOLES TE ENSEÑARÁN A VER EL BOSQUE
Posiblemente estamos ante el libro con la portada más bella
o, al menos, la más original para los amantes de los árboles (Ed. Crítica,
2020). Es una portada desplegable con dibujos de Xavier Macpherson.
Se pueden decir muchas cosas del autor, Joaquín
Araújo: naturalista, escritor de numerosos libros, columnista, realizador,
guionista y presentador de series y documentales de televisión, presidente en
España de Proyecto Gran Simio, colaborador de Félix
Rodríguez de la Fuente, pero creemos que lo que más le gusta es
sentirse campesino, poeta y plantador de bosques. Ha plantado
tantos árboles como días ha vivido y en la dedicatoria a su nieto Adrián
expresa su deseo de que pueda pasear por el bosque “que puso a crecer su
abuelo”.
Joaquín Araújo es también un inspirador de retos ambientales. ¿Cuánta gente se ha pasado al lado verde de la vida por su culpa? De hecho, sin saberlo él es uno de los que animó a la creación de BlogSOStenible. La lectura de su libro Ecos… lógicos para entender la ecología nos inspiró al menos dos retos: difundir el libro y plantar árboles. Joaquín Araújo no solo habla de la importancia de los árboles, sino que la transmite como un sentimiento contagioso.
El libro que nos ocupa ahora puede ser aburrido para los que
vayan con prisas. Se explica esto con un ejemplo: dedica varias páginas a
explicar la caída de una hoja de tilo “paracaidista” en otoño. Se entiende así
que el autor haga llamarse contemplador de lo espontáneo. Bajo el evocador
título de “Nada levanta tanto como las hojas cayendo” también nos
explica cómo los bosques viajan. “Viajan convertidos en el combustible de los
nómadas del viento, es decir cualquiera de las aves migratorias que se
alimentan de los frutos de las arboledas”.
“Somos como somos porque fuimos bosque”
“Todos los seres vivos son también el lugar donde viven”.
Por lo cual, destruir
el planeta es destruirnos a nosotros mismos: “La ya muy avanzada
demolición de la Biosfera tiene como primer responsable a la ignorancia de lo
que la Natura ha hecho y hace por nosotros”. Además, Araújo
considera “dramáticamente contradictorio” que los bosques sean atacados
“ferozmente por el modelo económico imperante”, porque son precisamente los
bosques la mejor medicina para los grandes problemas de la humanidad (crisis
ambiental, crisis climática, crisis del coronavirus…).
Para Araújo el primer gran problema del planeta es la crisis
climática y el segundo la pérdida de biodiversidad. El
bosque es “benefactor universal” y para ambos problemas es “antídoto”,
pero avisa de que “el bosque es una medicina enferma. Dañada por todo lo
que puede curar (…). Tenemos que curar a nuestro mejor medicamento gastando la
menor cantidad posible de energía. Limitando el consumismo de lo superfluo.
Caminando y pedaleando. Comiendo menos carne y siempre que sea posible
productos de cercanía y temporada” y en definitiva, “con la medicina llamada austeridad“.
En la misma línea van también nuestras cinco
propuestas muy sencillas que están mejorando mucho el mundo.
Caminando por el libro, asegura Araújo que “la condición humana se inició en la espesura
de las frondas. De las que salimos pero
de las que nunca hemos dejado de depender”. De los bosques recibimos
“REGALOS” (todo en mayúsculas también en el libro) y aclara que “no son en absoluto servicios o recursos”.
Según el autor, somos como somos porque los humanos
procedemos de los bosques. “Casi
todas las destrezas físicas y no pocas fisiológicas fueron esculpidas en
nuestro organismo por los seis/ocho millones de años en que nos mantuvimos
emboscados”. Ejemplo de ello son el sistema auditivo, la comunicación
sonora, la capacidad de manipulación, o la visión (con su estereoscopía y con
los varios miles de tonalidades que distinguen nuestros ojos, lo cual “no está al alcance de nadie más” y es
muy útil para medir el grado de maduración de los frutos).
El Homo
sapiens es una especie que está sobre la tierra solo desde hace
unos 200.000 años. Los árboles están aquí desde hace unos 400 millones de años.
Los ginkos (biloba) aparecieron hace 270 millones de años, son uno de los seres
vivos que se mantienen igual desde hace más tiempo, y algunos individuos
sobrevivieron a la bomba atómica de Hiroshima. Con razón pide Araújo “el respeto debido a los mayores”, pero
más aún “si tenemos en cuenta que están
paliando buena parte de los peores efectos de las graves enfermedades
ambientales que galopan por todos los paisajes”.
La comodidad mata, la prisa también
«La comodidad es un crimen» escribió René Char.
Por su parte Araújo concreta: “La
comodidad es un ecocidio”. Ya dijimos nosotros que “la búsqueda automática
o instintiva de placer y comodidad genera no pocos daños” (y expusimos como
ejemplo el absurdo caso de los sopladores
de hojas). Araújo completa lo dicho añadiendo que es una “soberana
estupidez” el “considerar molestos a los
árboles porque dejan caer sus hojas en el otoño y haya que recogerlas”.
La forma de medir el tiempo de los árboles es distinta a la
humana: “No tener que ir a parte alguna
elude toda necesidad de hacerlo en menos tiempo. Nada tan ajeno, pues, al árbol
que la prisa”. Sin embargo, su tiempo es creador: “El tiempo crea mucho más que destruye porque cuando se convierte en
vida construye con lo que destruye. Justo lo contrario que hace esta
civilización desertificadora”. Y es una “pavorosa paradoja” que los bosques
convertidos en carbón sean utilizados para destruir lo que crearon; y que “la energía acumulada durante millones de
años se volatilice en poco más de doscientos años”.
Plantar árboles y andar por los bosques
Presume Joaquín Araújo diciendo: “por donde vivo y miro también puedo prescindir de las dos peores
creaciones de mi especie” (se refiere al reloj y al dinero). Luego añade a
esa lista la “luz eléctrica”, contando que llevaba más de veinte años viviendo
sin ella cuando dio una charla para Red Eléctrica Española que empezó diciendo:
“Existe una relación directa entre la
felicidad y no tener electricidad. Estar conectado a las redes de la vida y no
a las eléctricas”. Suponemos, aunque no lo aclara, que tiene un puñado de
paneles solares al menos para cargar el móvil y el ordenador para escribir,
como dice, a la luz de las velas.
Se muestra de acuerdo con Christian Bobin cuando
dijo: “Me gusta apoyar la mano en el
tronco de un árbol, no para asegurarme de su existencia, sino de la mia”.
Aconseja a niños y adultos trepar y abrazar a los árboles, seguro que sin
abusar pues cuando un árbol es famoso puede morir de éxito (ya se han dado
demasiados casos). A veces, ocurre lo contrario: el movimiento Chipko (abrazar)
de la India ha salvado muchos árboles gracias a la multitud que se abrazó y
encadenó a ellos. También cita el caso de Julia Butterfly Hill que
pasó 738 días viviendo en una secuoya consiguiendo así salvar a muchas de
ellas. Y sentencia: “Pocos inventos han
sido más nefastos para la Natura en general que las motosierras”.
Brasil lidera la “macabra estadística” de
personas asesinadas por defender la naturaleza. Honduras también
está cerca (al menos 120 asesinatos en 15 años), como Colombia,
México, Filipinas o gran parte de África.
Joaquín Araújo nos dice que planta árboles para parecerse al otoño, su estación
favorita, pero también planta árboles para recordar a
personajes importantes para él: sus padres, su sobrina, su cuñado, y también
famosos como Miguel Delibes, José Saramago, Labordeta, José Luis Sampedro,
Forges, Chico
Mendes, Berta Cáceres… Afirma: “que
en colegios, institutos y universidades se planten árboles me parece tan
crucial como el que tengan bibliotecas”. Véase nuestra lista de ideas
fáciles y baratas para centros educativos.
Poco, o nada, entristece tanto a Joaquín Araújo como que
se quemen los bosques. El colmo es culpar a la “mal llamada suciedad” (hojarasca,
matorrales, ramas caídas…) porque “un
bosque, si queremos que lo sea, tiene que tener muchos acompañantes vivos y
muertos”. Coincidimos también con él cuando expresa la importancia de
acercarse al bosque andando en silencio y soledad, para dejarse inundar por las
sensaciones de la naturaleza. Precisamente de ahí surge la propuesta de
las estrellas verdes, la cual da un paso más: dormir en brazos
de la naturaleza.
Perdemos unos 30 millones de árboles cada día
Se sospecha que solo conocemos el 20% de las especies vivas
en la Tierra. Conocemos más de 60.000 especies de árboles y aún nos deben
faltar algunas tropicales. Pero se está perdiendo territorio forestal y
especies arbóreas: en dos siglos hemos perdido un tercio de los bosques que
había. De ahí “la propuesta de la ONU de que cada humano plante 120 árboles
para mitigar el calor desbocado que se nos viene encima”. En España, “la superficie que puede
convertirse en bosque es prácticamente del 70%”.
Raíces, hojas, madera…
En el capítulo sobre
las raíces las declara “la
parte más importante de lo esencial de este mundo” y enumera algunas de sus
múltiples utilidades, tales como enviar nutrientes, fijar minerales y
sustancias tóxicas que el ser humano libera, así como emitir conducir y recibir
información de otros árboles. “Seguramente
nada hay más activamente pluriempleado como un aparato radicular de un árbol”.
Se ha demostrado que los nutrientes pueden ser enviados a través de las raíces
de unos ejemplares a otros más débiles. También habla de la simbiosis con las
bacterias: las leguminosas y otros árboles, como los alisos, albergan bacterias
en sus raíces que captan del aire el nitrógeno que el árbol necesita.
Los humanos solemos despreciar lo que desconocemos y lo que
no vemos. Mucho más si ocurren ambas cosas, como es todo lo viviente que hay en
las “más superficiales entrañas de la tierra” (hongos, bacterias, amebas, tardígrados,
lombrices, nemátodos, escarabajos…).
“Toda esa comunidad viviente pesaría unas nueve veces más que nosotros”.
Y sigue inspirando: “Para
el botánico convencional Árbol es una planta… Para mí es agua erguida que come
luz y produce futuros. Para conseguirlo no domina, ni explota, ni acapara. Todo
lo contrario, pacta. La amistad es lo realmente esencial en este mundo.
Infinitamente más que la discordia y la dominación”. “Lo básico del darwinismo está
perfectamente instalado en la memoria de casi todo estudiante”, mientras
“apenas nadie sepa que son mucho más frecuentes e importantes otras
estrategias” (como dijo Lynn
Margulis), tales como la simbiosis que hay en las micorrizas y
que Araújo las califica de “el mejor
diálogo de este mundo”.
Sobre las hojas cuenta su enorme
variabilidad (en formas, tamaños, cantidades, colores…). “La disposición de las nervaduras evoca el diseño típico de las cuencas
hídricas” así como de los sistemas circulatorio y nervioso. El 80% de las
faunas son herbívoros estrictos y dependen directamente de las hojas. El
restante 20% dependemos de lo mismo, al menos, indirectamente. También las
hojas nos permiten pensar, porque el cerebro necesita glucosa que nos llega
gracias a la fotosíntesis.
Y por supuesto, las hojas tienen muchas otras utilidades (sombra, vestido,
tejados, recipientes, instrumentos, camas…).
“Todos tenemos un
paisaje esperándonos para casarse con nosotros”. Araújo cuenta cómo se
enamoró de los paisajes de Castañar de Ibor y cómo por allí conoció un pastor
que le enseñó la palabra atalantar (invitar, pero sobre todo
CUIDAR) y de ahí nació su típica despedida: “Que
la vida os atalante”.
Sobre la madera cuenta que es “la primera
materia prima de la humanidad”. Nos cuenta cómo él se calienta quemando leña y
que “cuando quemas leña que te ha hecho
doblar la columna y unos cuantos callos en las manos no te excedes. Lo mejor de
las energías renovables es que llevan implícitas pedagogías del ahorro”
(cosa que no ocurre con todas las renovables por muchas
ventajas que realmente tengan).
Diversidad, gestión del agua y comunicación
Este naturalista aprovecha cuando habla de la reproducción para
defender la diversidad: “De
lo múltiple mana la hermosura y esta sería imposible sin la reproducción sexual
que lentamente fue creando varios centenares de millones de aspectos
diferentes, es decir especies de seres vivos”. En cuestión de
almacenamiento de información, nos recuerda que una humilde semilla
“avergüenza” a las nuevas tecnologías (pendrive, ordenadores…). Esa
capacidad de almacenamiento posibilita la gran diversidad que hace que las
plantas ya han inventado “los
equivalentes al avión, la hélice, el cañón, la catapulta, el paracaídas, la
propulsión a chorro, el barco a vela, la balsa y la caída libre”. Todo para
difundir sus semillas, además de usarnos a los animales. Por si fuera poco,
muchas especies brotan de su raíz incluso aunque se haya quemado su parte
externa y otras crecen de una rama clavada en el suelo (como los olivos, por
ejemplo).
En invierno, “los árboles, como buenos budistas zen, son consecuentes con aquello de
que no hay mejor empeño que no hacer nada”. Incluso los perennifolios
reducen mucho su metabolismo. Deberíamos los humanos aprender de los árboles y
entender cuántas veces menos
es más. Tras cada duro verano trabajando “a destajo”, cada
invierno el bosque tiene su descanso, un parón (parecido al confinamiento por
la COVID-19, que tantas buenas
lecciones nos quiso inculcar). También podríamos aprender de los árboles la
buena administración que hacen del agua, guardándolo bien para el largo verano:
“Una encina de dos siglos o un roble de
la misma edad pueden transpirar hasta trescientos litros de agua al día”
(lee aquí
otras curiosidades de los árboles).
En el bosque hay mucha comunicación: algunos
árboles, como las acacias de la sabana de África, cuando son atacados por
herbívoros avisan con un mensaje químico a sus congéneres para que segreguen
repelentes y conviertan en tóxicas sus hojas. Otros árboles, avisan a ciertas
avispas de que están siendo atacadas por las orugas, para que las avispas se
acerquen a comer. Araújo dice que “podemos
escuchar e interpretar el lenguaje de lo demás. La destrucción de la vivacidad
de este mundo se debe, en primer lugar, a que no comprendemos los lenguajes de
lo espontáneo”.
La muerte puede ser vida
“Vivimos el tiempo de
las muertes prematuras. Prácticamente solo nosotros los humanos estamos
aumentando la esperanza de vida. Habría que restar, por supuesto, esos seis
millones de personas que se despiden antes de tiempo a causa de la
contaminación de la atmósfera. Seguramente habría que multiplicar por diez si
enfocamos directamente al cáncer pues, según algunas de las peores previsiones,
pronto acabará afectando al 50% de los humanos. Las alergias, por su parte,
demuestran que algo ha cambiado también en el panorama de nuestra propia salud,
sobre todo si tenemos en cuenta que eran enfermedades excepcionales hace solo
un siglo”.
Araújo califica de “torpes” las gestiones forestales que
retiran los árboles muertos, porque ellos “se convierten en algo todavía más vivo que cuando estaban vivos”
(líquenes, musgos, hongos, insectos xilófagos, hogar de reptiles y mamíferos…)
y “además durante decenios”.
Los intercambios comerciales provocan incalculables
destrozos y pérdidas económicas. Un ejemplo es la seca, una
enfermedad sin cura de los árboles de las dehesas. Es un hongo que
ataca a las raíces y que llegó a España por culpa del comercio de madera. Pero
ese no es el único problema. “Todos los
días son abatidos, quemados o mueren por enfermedades casi tantos árboles como
personas viven en un país como el nuestro” (España, unos 40 millones). Eso
supone 28.000 árboles perdidos cada minuto, lo cual califica de
“manifiestamente invalorable”.
Un estudio valoró parcialmente solo cinco servicios
de los bosques considerados cruciales: proveedores de agua,
controladores de la erosión, fijadores de elementos químicos, sumideros de
carbono y hogar para la biodiversidad. Valorando solo esos cinco aspectos, “cada hectárea de nuestros bosques valdría o
nos ahorraría, en este último caso si tuviéramos que suplir esas funciones con
sistemas artificiales, unos 352 € por ha. y año. Más de 50.000 millones de
euros anuales para la totalidad de la masa forestal española”. Eso supone
que los bosques nos regalan, al menos, a cada español unos 1.100 euros
cada año.
Joaquín Araújo aconseja pasear por los bosques,
“sin largos desplazamientos. Hasta
cualquier paseo por un parque urbano, aunque esté poco arbolado”,
porque los
bosques curan. Critica con acierto las “incitaciones al consumo superficial
de viajes”, incluso aunque sean aparentemente naturalistas (lo normal es
que la
publicidad muestre solo una parte de la historia). A pesar de todo,
nos describe unos cuantos lugares especiales por sus árboles: los cerezos del
Jerte (Cáceres), Garajonay (Santa Cruz de Tenerife), Muniellos (Asturias),
Irati (Navarra), Sabinar de Calatañazor (Soria), Cantalobos (Zaragoza), Valsaín
(Segovia), lorera de la Trucha (Cáceres), alcornocal de Almoraima (Cádiz),
olivar de Jaén, y las dehesas desde Cabañas del Castillo (Cáceres).
Araújo incluye el olivar y los cerezos del Jerte sabiendo
que no son auténticos bosques sino cultivos, lo cual es muy diferente. Sin
embargo, bien alega que el olivar es un aliado para detener el avance
del desierto, a pesar de la mala gestión que tantas veces se hace con
prácticas tales como cultivar en pendientes (que erosionan mucho), abusar de
los herbicidas o regar los olivos, prácticas que por desgracia están promovidas
por una
PAC irresponsable.
“Somos amplia mayoría
los que apreciamos los bosques y casi todo lo con ellos relacionado. (…) Y sin
embargo las selvas se desvanecen”, a pesar de que todos reconocemos “lo que las
selvas hacen por todos los seres vivos, humanos incluidos”. Hasta Platón se
lamentó por la pérdida de árboles.
Araújo, comunicador de Naturismos
Araújo hace también un repaso por sus innumerables
contribuciones en múltiples medios (artísticos, radio, televisión…). Por
ejemplo, cita su especial cariño al programa El
bosque habitado de Radio 3, donde los conmovidos por
la naturaleza nos rebelamos. Puedes escucharlo los domingos a las 11 horas y en
la web tienes todos sus programas.
Este libro incluye la carta de una encina, algunas poesías y
haikus, así como aforismos sobre la natura, que el autor llama naturismos,
y de los que escogemos estos pocos:
- “Pocos,
o ninguno, de los seres vivos saben mejor donde ir que los bosques que,
por eso mismo, se quedan quietos donde están”.
- “Están
aterrorizados pero como no pueden huir nos parece que los árboles no
sienten miedo, como casi todo el resto de lo viviente”.
- “Como
un consumidor que en parte se consume a sí mismo, el árbol es un doctor en
economía pues aprendió la suprema destreza de no agotarse ni agotar”.
- “Verde
es la verdad más grande de este planeta —más del 90% de la vida es planta—
y nada la ha levantado tanto como los árboles”.
- Refiriéndose
a los nacimientos de agua afirma: “Ver nacer a lo que a todo hace nacer
tiene un especial significado”.
- “Si
no sabes estar solo, y disfrutarlo, nunca serás libre del todo”.
A pesar de su trabajo de comunicador, Joaquín
Araújo nos hace una confesión peculiar:
“He estado en silencio mucho más que la mayoría. Los bosques me han enseñado a
escuchar”. Él es defensor del silencio y del sector primario, porque dice
que no se reconoce su aportación y que “cultivar
es sinónimo de cuidar” (tal vez eso sea otra aplicación de la regla
del notario).
Triste conclusión: hemos creado una civilización biocida
También habla de la muerte cuando el autor se rebela “contra la torpeza de esta civilización que
ha conseguido, sobre todo, que todo esté más muerto”. Por ejemplo con las
carreteras y las autopistas,
que “llevan a los humanos pero se llevan
a la Natura”. Para cuando la naturaleza se lleva a los humanos, sugiere ser
enterrado bajo un árbol. Aunque hay otras opciones
de funerales ecológicos, a veces las leyes no lo ponen fácil.
Habla también de la muerte cuando habla del “descomunal disparate que supone haber hecho
desaparecer la mayor parte de las arboledas ribereñas que además de ser
verdaderos reservorios de vida controlan las avenidas,
fijan las orillas y en consecuencia son activos defensores de las tierras de
cultivo y pueblos”.
Araújo destaca “la
deuda que la humanidad tiene con la vegetación, bosques en primer lugar”.
Con respecto a la plantación de árboles sentencia algo muy
claro: “si algo se debe hacer se puede
hacer. Unos pocos lo estamos haciendo”.
Terminamos con las frases que inician el último capítulo:
“Todos amamos nuestra
propia existencia pero muy pocos al conjunto de la Vida. La mayoría de los
nuestros dejan que la indiferencia conquiste cada día más su emoción y sus
conductas. Algo que pasa fundamentalmente por no quererse completos y nadie lo
está si ha excluido a la Natura, esa otra mitad de todos a la que conviene amar
como a uno mismo”.
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