20/11/19

Una sociedad que promueva la armonía entre los seres humanos y no la competencia

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ALTERNATIVAS SISTÉMICAS

COMPLEMENTARIEDADES

¿Cómo enfrentar la crisis sistémica?

Complementarse es completarse. Es buscar construir un todo diverso. Es dialogar entre diferentes. Es aprender del otro y contribuir al otro. Es reconocer las fortalezas y debilidades de uno mismo para así integrarse y transformarse en la interacción con el otro. Complementarse es combinar fuerzas y optimizar las potencialidades de cada uno para ir abrazando el todo en sus múltiples dimensiones.

La búsqueda de la complementariedad entre el Vivir Bien, el decrecimiento, los comunes, el ecofeminismo, los derechos de la Madre Tierra, la desglobalización y otras propuestas busca enriquecer cada uno de estos enfoques generando interacciones, cada vez más complejas, que ayuden al proceso de construcción de alternativas sistémicas. El objetivo no es construir una alternativa totalizadora única, sino desarrollar múltiples alternativas holísticas que se entrelacen y articulen buscando dar respuestas a la diversidad cambiante del todo.

Vivimos una crisis sistémica que no puede ser enfrentada de manera satisfactoria sino a partir de la conjunción de múltiples enfoques y de la construcción de otros. La respuesta a la crisis sistémica requiere alternativas al capitalismo, al productivismo, al extractivismo, a la plutocracia, al patriarcado y al antropocentrismo. Estos seis elementos están íntimamente ligados y se alimentan mutuamente ahondando la crisis de la comunidad de la Tierra. Pensar en la resolución de uno de estos factores sin, al mismo tiempo, lidiar con los otros, constituye uno de los errores más grandes que hemos cometido.


La superación del capitalismo es imposible sin la superación del productivismo que está profundamente enraizado en el extractivismo de la naturaleza y en la reproducción de estructuras de poder plutocráticas y patriarcales. De igual forma, es imposible pensar en recuperar el equilibrio del sistema de la Tierra sin salir de la lógica del capital que convierte todo en mercancía y hace de la crisis una oportunidad para nuevas ganancias. La transformación de la economía está íntimamente ligada a la transformación de los valores culturales y simbólicos que habitan y se reproducen tanto en la esfera pública como en los espacios privados de la familia.

Las lógicas del capital, del productivismo-extractivismo, de la concentración del poder, del patriarcado y del antropocentrismo son dominantes y operan a todos los niveles: desde la política hasta las relaciones personales, desde las instituciones de poder hasta la ética, desde la memoria histórica hasta la visión de futuro. Para construir alternativas sistémicas no sólo debemos cambiar de perspectiva sino adoptar múltiples perspectivas desde las cuales analizar y enfrentar el problema. Este es uno de los principales aportes de la complementariedad de enfoques, visiones y filosofías que tienen distintos puntos de aproximación al problema en el marco de una preocupación común por la vida.

El “todo” sobre el que debe actuar la complementariedad es la comunidad de la Tierra, la Pacha como le dicen los indígenas andinos, o el sistema del planeta Tierra como le llaman los científicos. La economía es un subsistema incrustado a la biosfera, es una bio-economía, en palabras de los precursores del decrecimiento. No hay actividad económica por fuera de la naturaleza. El planeta es un sistema auto-regulado, de componentes físicos, químicos, biológicos y humanos. La sociedad humana es sólo uno de los componentes más recientes de este complejo sistema que está en permanente devenir y cambio.

La crisis sistémica que estamos viviendo no pone en peligro la existencia del planeta Tierra, sino de múltiples ecosistemas que han posibilitado diversas formas de vida, incluida la humana. Lo que está en juego es la estabilidad climática que permitió la agricultura y el desarrollo de varias civilizaciones. Muchas formas de vida desaparecerán si este equilibrio de la atmosfera, los océanos, la tierra y la radiación solar continúa alterándose. En síntesis, el desafío es construir alternativas sistémicas que permitan amortiguar y frenar la sexta extinción de la vida que está en curso en la Tierra.

Capitalceno y Plutoceno

Este desequilibrio comenzó con la revolución industrial que dio nacimiento al sistema capitalista y empezó a hacerse cada vez más visible y evidente en las últimas décadas. Algunos dicen que este desequilibrio es culpa de la actividad humana. Pero eso es una cortina de humo cuando constatamos que tan sólo 8 personas (8 hombres en realidad) poseen la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad. (OXFAM, 2017). Por eso no es correcto hablar de Antropoceno como si todos los humanos tuvieran el mismo grado de responsabilidad en esta catástrofe planetaria. Es una fracción de la humanidad, la más rica y poderosa, la que conduce la vida hacia el abismo.

Sería más apropiado utilizar el término Capitalceno o Plutoceno u otra denominación que visibilice el poder destructivo de la lógica del capital y de la concentración del poder en manos de una ínfima minoría de ricos. No es la actividad humana en general la que está causando el fin del Holoceno, sino un tipo particular de sistema (capitalista, productivista, extractivista, plutocrático, patriarcal y antropocéntrico) que ha invadido todas las esferas de la vida humana y que ha transformado la vida no-humana en simples mercancías o insumos.

¿Cómo restablecer el equilibrio del planeta Tierra y, al mismo tiempo, satisfacer las necesidades fundamentales del conjunto de la población? ¿A través de un crecimiento que se desacople de la destrucción de la naturaleza, como propone la economía verde? El decrecimiento claramente plantea que eso es un espejismo. No hay crecimiento que se desasocie de su base material. El desarrollo de la tecnología y la eficiencia no llevan a reducir el consumo sino que lo terminan por aumentar. Entonces, ¿cuál es el camino? El Vivir Bien aporta aquí una respuesta clave en contraposición al crecimiento: la búsqueda de un equilibrio dinámico. Una armonía entre seres humanos y con la naturaleza que plantea un horizonte civilizatorio distinto al del progreso. Ya no se trata de desarrollarse y ser cada vez más sino buscar complementarse con el otro y la naturaleza para reequilibrar nuestro sistema. Un equilibrio que engendra nuevas contradicciones y que siempre requiere de nuevos procesos de ajuste. Un nuevo tipo de modernidad que hace obsoleto el proyecto de desarrollo del capitalismo basado en el crecimiento. Un nuevo paradigma que nos plantee que la vida no debe estar en función del despojo del otro y de la naturaleza, sino en lograr una articulación adecuada de todas las partes del “todo”.

El equilibrio dinámico y los comuneros

La búsqueda de este equilibrio requiere del decrecimiento en algunas esferas y regiones y de un cierto crecimiento en otras, pero sobre todo precisa salir de la lógica del crecimiento per se y abrazar la búsqueda del equilibrio dinámico. Necesitamos crecer en energías renovables y decrecer en energías fósiles; decrecer en los niveles de sobreconsumo dispendioso, en las burbujas de poder del norte y del sur, e incrementar los niveles de nutrición y servicios esenciales para amplios sectores de la población mundial.

El equilibrio no es posible sin la redistribución de la riqueza y el poder. El bienestar de todos no es posible sin afectar la absoluta concentración de recursos en muy pocos individuos. Sin procesos de expropiación y socialización no es posible alcanzar la justicia social y pensar en un equilibrio que no siga expoliando a la naturaleza.

No se trata de pasar de un capitalismo de grandes propietarios privados a un capitalismo de Estado benefactor, bajo el nombre de “socialismo”. Después de un siglo de experiencias, está claro que la alternativa al gran capital no es la estatización de todas las esferas de la vida. La redistribución, para ser tal, debe tener en el centro otros actores que no sean el mercado ni el Estado. Este es el gran aporte de los comunes. Sin comuneros auto-organizados y auto-gestionados no hay redistribución verdadera y duradera. No se trata sólo de repartir mejor sino de gestionar, de forma distinta y adecuada, las fuentes de vida.
Como dice el Vivir Bien, el rol de los humanos es ser un puente y un mediador que contribuya a la búsqueda del equilibrio, cultivando con sabiduría lo que la naturaleza nos da.

Desde esta perspectiva, no sería suficiente socializar los medios de producción (los grandes bancos, las transnacionales industriales y de servicios, las agroindustrias, las industrias químicas, los complejos militares, etc.), sino transformarlos totalmente para que respeten los ciclos vitales de la naturaleza y no sigan por el camino del extractivismo, del productivismo, de la privatización del conocimiento, de la mercantilización de la biodiversidad y de la construcción de armas para la destrucción de la vida.

En la visión de Marx: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social” (Marx, 2010). En consecuencia, la tarea es cambiar las relaciones de producción para que dejen de ser una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas.

Marx hace énfasis en la transformación de las relaciones de producción pero no así en la transformación de las fuerzas productivas. Esta visión, escrita el año 1859, inspiró por más de un siglo a partidos de izquierda, sin embargo, hoy estamos al borde de una catástrofe planetaria. En la actualidad, no es suficiente transformar las relaciones de producción y las relaciones de propiedad, sino que, al mismo tiempo, debemos transformar y frenar varias fuerzas productivas que están contribuyendo a la destrucción de la humanidad y la naturaleza.

El crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas en un planeta finito es imposible. En consecuencia, no se trata de gestionar social y ambientalmente, de manera justa y equilibrada, el legado del capitalismo sino de transformarlo. El extractivismo ilimitado no puede ser gestionado de manera sostenible sino que debe acabar. No puede haber futuro para la humanidad si continúa esta carrera desenfrenada por la extracción de “recursos naturales”. El servirse de la naturaleza no puede convertirse en un saqueo. En todo proceso de recibir de la naturaleza tiene que haber la conciencia del equilibrio, de no obtener más de lo debido, de reponer y reparar los daños.

Aquí el Vivir Bien introduce una reflexión muy aguda que cuestiona muchos de los conceptos dominantes: La única fuerza estrictamente productiva es la Madre Tierra, la naturaleza. Ella es la creadora y los humanos somos sólo cultivadores, facilitadores, cuidadores de ese proceso. Los humanos no creamos el agua, no creamos el petróleo, no creamos el oxígeno. Los humanos podemos servirnos de esos elementos pero lo tenemos que hacer siempre con profundo respeto.

Esta visión es cuestionada por el avance de la tecnología que crea la falsa ilusión de que todo puede ser posible, incluso una nueva génesis, como afirman algunos promotores de la biología sintética que proponen crear formas de vida nunca antes conocidas. El proyecto Génesis - ciencia de la vida artificial – pregunta ¿Cuál es el sentido de colocar luminarias en las calles si podemos crear árboles que brillen? ¿No sería maravilloso protegernos permanentemente de virus y enfermedades a través del registro del código genético apropiado en nuestros cromosomas? Y a otro nivel, tenemos la geo-ingeniería que sostiene que es posible manipular, a gran escala, el clima planetario para contrarrestar el calentamiento global, a través de la construcción de grandes chimeneas que llenarían de compuestos sulfúricos la atmosfera, interfiriendo los rayos del sol y enfriando así la superficie de la tierra, tal como ocurre cuando hay una explosión volcánica.

En la actualidad, y a pesar de que hay una moratoria entorno a la geoingeniería, ya se han hecho experimentos que de generalizarse tendrían consecuencias impredecibles para la vida y el sistema de la Tierra. ¿Por qué abrazar estas tecnologías tan riesgosas en vez de cuidar de nuestra Madre Tierra? ¿Por qué combatir el incremento de dióxido de carbono en la atmosfera con la contaminación de anhídrido sulfúrico? ¿No es mucho más aconsejable respetar los ciclos de la naturaleza en vez de tratar de modificarlos?

Estas reflexiones, que surgen de las visiones del Vivir Bien, los derechos de la Madre Tierra, el ecofeminismo y el decrecimiento son muy valederas pero inaceptables para la lógica del capital.

La lógica del capital y el crecimiento

El capital no es una cosa, no es dinero, maquinaria o propiedades. El capital sólo existe en tanto se invierte para generar ganancias y aumentar el capital. El capital es un proceso. Capital que no crece, que no consigue ganancias, sale del mercado. El capital no puede constreñirse a aceptar un límite que implique su desaparición. El capital está en búsqueda permanente de nuevas y más grandes ganancias para seguir existiendo.

Según Marx: “La circulación simple de mercancías –el proceso de vender para comprar– sirve de medio para la consecución de un fin último situado fuera de la circulación: la asimilación de valores de uso, la satisfacción de necesidades. En cambio, la circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues la valorización del valor sólo se da dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital por lo tanto no tiene límites” (Marx, 2007).

La búsqueda incesante del crecimiento es una condición sine qua non del capitalismo. Sin crecimiento el proceso de realización del capital no es posible. Para realizarse el capital apela a la explotación creciente del ser humano, al extractivismo sin límites, a un productivismo desenfrenado, a generar un consumismo exacerbado, a provocar un desperdicio irracional, al colonialismo de naciones enteras, a la generación de conflictos, a la guerra, a la especulación financiera y al monopolio, a la mercantilización de todo lo material e inmaterial, a la financiarización de la naturaleza y a la supremacía de la tecnología sobre la vida y el propio sistema del planeta.

Todos estos mecanismos le permiten, por un tiempo, incrementar sus ganancias hasta que el crecimiento se modera, declina y estalla la crisis. El capital nunca se da por vencido y se lanza a explorar nuevos mecanismos y mercados. El gran problema es que vivimos en un planeta finito y la realización del capital, por más especulativa que sea, siempre tiene una base material que cuando se agota y toca sus límites provoca una crisis. Antes, esas crisis fueron cíclicas. Incluso hubo periodos de gloria del capitalismo, como los “gloriosos treinta” en Europa después de la segunda guerra mundial, posibles gracias a la extracción de recursos baratos de los países del sur. Hoy, la crisis se ha vuelto permanente, las economías de los antiguos países industriales apenas crecen o están estancadas. El capital empieza a tocar varios límites de manera simultánea a nivel de los mercados, la demanda, la extracción de recursos, la posibilidad de colonizar nuevos países y territorios, etc.

El capital en su búsqueda insaciable de ganancias busca hacer negocios con la propia crisis que engendra. Surge así un capitalismo del caos que vive de la crisis crónica. Si alguna vez, algunos tuvieron la ilusión de que hubiera un capitalismo humano y responsable con la naturaleza hoy sale a relucir que lo único posible, en el siglo XXI, es el capitalismo salvaje. No hay regulación que valga para el capital, siempre encuentra una puerta trasera por donde escapar y expandirse. Esa es su lógica y por eso hablar de equilibrio, de respeto a los ciclos vitales de la naturaleza, de decrecimiento, resulta una verdadera afrenta a su propia existencia.

La lógica del capital no actúa sola. Se nutre y alimenta del antropocentrismo, de las estructuras y culturas patriarcales, de la concentración de la riqueza en muy pocas manos, de una plutocracia recubierta de formas democráticas, del desarrollo de una visión de modernidad y de un imaginario de valores basados en la competencia y el individualismo. La expropiación y socialización del capital por el Estado no trastoca por si misma esa esencia productivista y extractivista del capital. Es más, la puede incluso reforzar y agravar. Por eso, la transformación social no debe operarse únicamente a nivel de la economía ni del derecho propietario. Estos son elementos esenciales pero no determinantes ya que la lógica del capital puede seguir actuando incluso cuando el Estado ha nacionalizado la mayoría de la gran propiedad privada.

Una nueva visión de futuro

La superación del capitalismo requiere de una nueva visión de modernidad. De ahí, la importancia de la propuesta de una sociedad frugal como propone el decrecimiento. Una sociedad sencilla y moderada que sea ahorrativa, próspera, prudente y económica en el uso de recursos consumibles. O cómo diría el Vivir Bien, una sociedad que promueva la armonía entre los seres humanos y no la competencia o el saqueo del otro. La visión del futuro es clave en el proceso de transformación social. Si el objetivo es que todos los seres humanos vivan como burgueses o sectores de alto consumo de la clase media, jamás se podrá salir de la lógica del capital y el crecimiento.

Para satisfacer las necesidades fundamentales de la población, sin alimentar un consumismo arribista, es fundamental una sociedad auto-organizada y auto-gestionada. Pretender que el Estado regule desde arriba cómo debe vivir la sociedad, y que los de abajo simplemente obedezcan, conduce a un autoritarismo creciente que sólo agrava las tensiones. El Estado puede y debe regular ciertos aspectos, pero sobre todo, debe ser la sociedad la que de manera consciente y organizada gestione cada vez más las fuentes de vida de manera frugal. La clave de la transformación social está en los comuneros, en su capacidad de construir una modernidad diferente que tenga en el centro el equilibrio, la moderación y la sencillez.

El Estado contemporáneo y el capital comparten el amor por la propiedad y el crecimiento. A nivel de la propiedad, obviamente existen contradicciones y tensiones entre la privada y la estatal, pero en última instancia ambas se adscriben al concepto de propiedad y no al de los comunes, no al de una gestión colectiva y auto-gestionada de sectores claves para la vida de la sociedad y la naturaleza. En relación al crecimiento, entre el capital y el Estado, lejos de haber fricciones, hay casi una luna de miel. Ambos quieren que haya más consumo y producción y, por ende, más extractivismo. A mayor crecimiento, más ganancias y mayores impuestos. Cada uno ve, en el crecimiento, la fuente de su potenciamiento. Por eso, la respuesta central al problema del crecimiento sin fin no vendrá del Estado ni del capital, sino de los comunes, de una autogestión consciente y organizada que, partiendo de lo local, asuma cada vez más una perspectiva nacional y mundial.

Transformación mundial e individual

La desglobalización destaca que para lograr una transformación profunda es necesario expandir dicho proceso más allá de las fronteras nacionales. No es posible pensar en un pleno Vivir Bien, en la realización efectiva de los comunes en un solo país sin deconstruir el capitalismo mundial. La proliferación de fronteras y barreras entre los pueblos contribuye al dominio del capitalismo mundial. En este sentido, no se puede pensar únicamente el proceso de transformación desde lo local, sin involucrar la dimensión nacional y mundial. En la superación del capitalismo mundial, los antiguos países industrializados y las nuevas economías emergentes tienen un rol clave ya que un proceso de transformación, a nivel de algunos de estos centros de poder económico, tiene una enorme repercusión sobre el resto de la economía mundial. Como muy bien lo señala el decrecimiento, es imposible pensar en la expansión de este paradigma si este no se da en los países que inventaron y diseminaron el cáncer del crecimiento y el productivismo.

La construcción de alternativas a nivel mundial está en permanente movimiento. El capitalismo mundial no es un sistema estático sino que está en permanente proceso de adaptación y reconfiguración. De ahí, el gran aporte de la desglobalización que hace énfasis en la necesidad del análisis de las distintas etapas y momentos del proceso de globalización. Los comunes, el Vivir Bien o los derechos de la Madre Tierra sólo pueden prosperar en su implementación partiendo de un análisis adecuado de cómo avanza en cada momento el actual proceso de globalización neoliberal.

Sin embargo, no es posible generar un verdadero cambio mundial sino existe, al mismo tiempo, un cambio en lo personal, en la familia y en la propia comunidad. Uno de los aportes del ecofeminismo es precisamente la necesidad de la complementariedad entre el cambio en la esfera pública y privada. No hay transformación sostenible si al mismo tiempo no se revolucionan las relaciones humanas en los núcleos más íntimos de la vida de las personas. La coherencia entre la política pública y el accionar privado es fundamental.

Entonces, no es posible superar el patriarcado solamente con la promoción e implementación de leyes de equidad de género si, al mismo tiempo, no se promueve y opera un cambio en el orden cultural y simbólico que genera el sistema patriarcal y que afecta a las mujeres, a la naturaleza y también a los hombres. La aprobación de normas que aseguren el derecho a decidir de las mujeres o que penalicen el feminicidio y la violencia doméstica se ven absolutamente menoscabadas cuando los gobernantes, autoridades y dirigentes promueven en su vida cotidiana prácticas misóginas y sexistas.

Desmontar las estructuras patriarcales es en extremo difícil precisamente porque su reproducción está invisibilizada por las estructuras de poder patriarcales dominantes que existen a todos los niveles: desde la familia hasta el sindicato, desde la comunidad hasta el partido político, desde la escuela hasta el gobierno.

El capitalismo ha exacerbado esta dinámica que ya estaba presente en la absoluta mayoría de sociedades pre-capitalistas. En esa medida, la superación del capitalismo no conlleva

necesariamente a la despatriarcalización. Experiencias de capitalismo de estado, bajo el rotulo de “socialismo”, muestran que incluso los sistemas de valores patriarcales se pueden reforzar después de la nacionalización o expropiación de la gran propiedad privada capitalista.

La despatriarcalización de la sociedad no es algo inherente a los comunes. Muchas experiencias de comunes muy exitosos en el mundo reproducen prácticas patriarcales. Es el caso, por ejemplo, de los comunes vinculados a la gestión del agua y la tierra en varios pueblos indígenas, o la participación dispareja y con poder de decisión desigual entre hombres y mujeres en asambleas de comuneros.

Visiones como el Vivir Bien y los comunes sólo podrán florecer plenamente si visibilizan e internalizan, de manera efectiva, la lucha contra las estructuras y la cultura patriarcal. El equilibrio dinámico entre humanos y con la naturaleza sólo es posible si se da también en el núcleo más íntimo de la vida familiar y personal.

Producción y reproducción

El productivismo invisibiliza los trabajos de reproducción y cuidado que son esenciales para la vida de toda sociedad. El cuidado del hogar y la familia, la alimentación, la limpieza, el apoyo afectivo, el mantenimiento de los espacios comunitarios y otros son trabajos reproductivos, fundamentalmente llevados a cabo por mujeres, que no son tomados en cuenta por el productivismo, interesado solamente en los bienes o servicios que pueden de ser mercantilizados.

Para el productivismo, lo esencial, es transformar la naturaleza en productos y aumentar la productividad de dicho proceso produciendo más en menos tiempo. En este proceso, se recurre a una tecnificación y automatización creciente del trabajo que, como señalaba Ivan Illich ya en 1978, conduce a “un implacable proceso de servidumbre para el productor, y de intoxicación para el consumidor. El señorío del hombre sobre la herramienta fue reemplazado por el señorío de la herramienta sobre el hombre. Es aquí donde es preciso saber reconocer el fracaso. Hace ya un centenar de años que tratamos de hacer trabajar a la máquina para el hombre y de educar al hombre para servir a la máquina. Ahora se descubre que la máquina no ‘marcha’, y que el hombre no podría conformarse a sus exigencias, convirtiéndose de por vida en su servidor. Durante un siglo, la humanidad se entregó a una experiencia fundada en la siguiente hipótesis: la herramienta puede sustituir al esclavo. Ahora bien, se ha puesto de manifiesto que, aplicada a estos propósitos, es la herramienta la que hace al hombre su esclavo” (Illich, 1985).

El productivismo termina así no sólo invisibilizando el trabajo reproductivo sino alienando al trabajador, y generando un ejército cada vez más grande de desempleados. Si seguimos por el camino del productivismo, cada vez habrá menos fuentes de empleo para las nuevas generaciones porque el desarrollo de la automatización reducirá la necesidad de mano de obra asalariada.

Para atacar las causas estructurales del desempleo hay que salir de la lógica del productivismo y, visibilizar, reconocer y expandir el trabajo reproductivo a nuevas áreas, especialmente ligadas a la restauración del equilibrio con la naturaleza. Hoy, para tener una sociedad y una economía sanas, es fundamental reparar los desbalances que se han provocado en la naturaleza. Hacerlo requiere restaurar y cuidar los bosques, los ríos, los manglares, las costas, la atmosfera, el agua subterránea y muchos otros componentes del sistema de la Tierra. Lejos de haber menos necesidad para la generación de empleos hay más necesidad de los mismos, pero para un tipo diferente de funciones que no estén basados en la producción sino en la reproducción y cuidado de la vida. Cientos de millones de empleos para cuidar y restaurar la naturaleza son necesarios para hacer frente a la emergencia planetaria que estamos viviendo.

Los empleos reproductivos no generan mercancías y por lo tanto no son reconocidos, valorados, ni remunerados en el actual sistema capitalista mundial. Sin embargo, no es que no existan recursos para remunerar los empleos reproductivos que requerimos con urgencia. Decenas de millones de empleos se podrían financiar con una reducción drástica de los gastos militares y de defensa que superan los 1,5 billones de dólares al año. La redistribución de la riqueza, que hoy está concentrada en muy pocas manos, permitiría crear fuentes de subsistencia, al mismo tiempo que atender el profundo desequilibrio del planeta. El problema es que ello implica abrazar una lógica totalmente distinta a la del capital que desprecia el trabajo reproductivo y sólo se interesa por aquella actividad que produce mercancías.

En este contexto no sólo debemos reconocer y recompensar el trabajo reproductivo que realizan las mujeres en el hogar y la comunidad, sino promover el trabajo reproductivo y del cuidado a una escala nunca antes vista para intentar reparar el desequilibrio causado en los ecosistemas del planeta.

Transformación del poder y contrapoder

La cuestión del poder y la transformación de las estructuras de poder a nivel del estado han sido analizadas de manera muy diversa por las visiones ,filosofías y propuestas mencionadas. El Vivir Bien aborda el tema del poder desde la perspectiva de la colonización y la descolonización, y a través de prácticas de rotación de autoridades a nivel de comunidades indígenas. Los comunes destacan que la verdadera disyuntiva no es más Estado o más mercado, sino más poder a los comuneros, es decir potenciar la auto-organización, auto-gestión y auto-determinación de la sociedad. Los derechos de la Madre Tierra incorporan la dimensión de la naturaleza a la ecuación planteando la necesidad de un marco jurídico normativo que regule al Estado y a la sociedad para preservar los ciclos vitales, la capacidad de regeneración y la identidad e integridad de la naturaleza. El ecofeminismo destaca la interrelación que existe entre las estructuras de poder estatales y patriarcales. El decrecimiento resalta que todo tiene límites y que la lógica del poder no escapa a este principio. La desglobalización enfatiza la captura de las estructuras de poder, nacionales y supranacionales, por el gran capital. Todas estas visiones aportan luces sobre el tema de la transformación de las estructuras de poder estatales pero no agotan la discusión sobre el tema.

¿Qué hacer con las estructuras de poder estatales? Las respuestas a esta pregunta son varias y las podemos clasificar en cuatro grandes bloques.

Una primera visión y práctica es la del copamiento del Estado, que es sobre todo defendida por los gobiernos “progresistas” o de izquierda. Varios de los exponentes de estos gobiernos afirman que, dado el peligro de la contrarevolución reaccionaria, el partido político tiene que copar y controlar, lo más que pueda, todas las instituciones del Estado: ejecutivo, legislativo, judicial, electoral y toda otra institución de fiscalización del Estado a nivel económico o de derechos humanos. Si la izquierda en el gobierno no extiende su control a todas las estructuras posibles del Estado entonces el imperialismo o la derecha utilizarán esas instituciones para sabotear y derrocar al gobierno. En este marco, el gobierno puede hacer transformaciones que democraticen o perfeccionen la institucionalidad del Estado pero siempre y cuando no minen el poder de los “revolucionarios” en el gobierno.

Una segunda propuesta, enfatiza en la democratización radical del Estado a través de una serie de mecanismos como la revocación del mandato, referéndum, asamblea constituyente, independencia y control interinstitucional, presupuestos ciudadanos y otros mecanismos que permitan una mayor fiscalización y participación ciudadanas al mismo tiempo que frenen los privilegios y la corrupción dentro de las esferas burocráticas. Esta posición considera que, a través de estas reformas, es posible transformar al Estado en un instrumento al servicio de la sociedad.

En tercer lugar, está la propuesta de corrientes autogestionarias y anarquistas que proponen prescindir del Estado y, de ser posible, superarlo y abolirlo para permitir el florecimiento de experiencias de autodeterminación de diferentes movimientos sociales. Estas corrientes consideran que el proceso de cambio va a venir de la proliferación y asociación de una serie de experiencias comunitarias y autogestionarias locales que se construyen cuestionando y socavando el autoritarismo que entraña toda forma de poder estatal.

Un cuarto planteamiento combina democratización radical del Estado y construcción del contrapoder social. Según esta visión, toda estructura de poder tiene su propia lógica y dinámica que lleva a la acumulación de más poder cuando no existe una fuerza fuera de esa estructura de poder capaz de hacerle un contrapeso (Solón, 2016). En otras palabras, no es suficiente implementar las propuestas de democratización radical del Estado.

Las personas, caudillos, dirigentes y fuerzas políticas progresistas o de izquierda cuando entran al gobierno son capturados por la lógica del poder y asumen decisiones pragmáticas para preservar su permanencia en el poder. Por ello, es necesario complementar las propuestas de democratización radical del Estado con el potenciamiento de formas de poder social autónomas e independientes del Estado. Una suerte de contra-poder social que no sea parte de las estructuras estatales. Un contrapoder que puede adquirir diferentes formas desde consejos, asambleas, coordinadoras, comunas, etc. que no sólo controle, fiscalice y presione para reconducir el rumbo del Estado, sino que, sobre todo, promueva el desarrollo de formas de auto-organización y autogestión a diferentes niveles sin necesidad de tener que depender o pasar por las estructuras del Estado. Un contrapoder independiente que alimenta el “commoning” emancipatorio de la sociedad, mientras al mismo tiempo incentiva una serie de medidas radicales para democratizar el Estado.

Todo movimiento político que ingresa a las estructuras de poder para transformarlas debe ser plenamente consciente de que está entrando en arenas movedizas. Siempre habrá impactos negativos y efectos secundarios como el desarrollo de privilegios internos, la tentación de la corrupción, alianzas pragmáticas, y el espejismo de que su permanencia en el poder es la clave de la “revolución” social. La única forma de evitar ser capturado por la lógica del poder es incentivando el potenciamiento de contrapoderes autónomos, no bajo una lógica clientelar de apoyo al caudillo, sino para que sean realmente autogestionarios y capaces de contrapesar a las fuerzas conservadoras y reaccionarias que se desarrollarán, inevitablemente, dentro de las nuevas estructuras de poder, y sobre todo, para que irradien los comunes a toda la sociedad.

El camino de la complementariedad

Los procesos de complementariedad entre el Vivir Bien, los comunes, el decrecimiento, los derechos de la Madre Tierra, el ecofeminismo, la desglobalización y otras propuestas son múltiples y diversos. En las páginas precedentes apenas hemos explorado algunas de las posibles contribuciones de esa complementariedad para incentivar a que el lector prosiga por este sendero. Lejos de aportar un listado de conclusiones, queremos motivar a que veamos la realidad, los problemas y las alternativas desde diferentes perspectivas, visiones y postulados. Estamos convencidos de que la complementariedad puede ayudar a potenciar a cada una de estas visiones, a encontrar sus debilidades, a superar sus falencias, a trabajar conjuntamente para ensayar respuestas a temas que no han sido ampliamente discutidos, y avanzar de esta manera en la construcción de alternativas sistémicas.

Pablo Solón
Último capítulo del libro ALTERNATIVAS SISTEMICAS
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VISTO EN:
Alternativas Sistémicas




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