Los
argumentos publicitarios que alaban los méritos del teléfono móvil
o del ciberespacio no son más que uno de los aspectos de la
“persuasión clandestina” que se ejerce. Así el teléfono móvil,
ese apéndice “nómada” que sigue al individuo en todos sus
desplazamientos supone más una pérdida que un incremento de
autonomía.
Desde el momento en que la posibilidad de ser localizable
de forma permanente existe, esto se convierte en una obligación; en
numerosas profesiones, es inconcebible no poder localizar a un
“colaborador” en todo momento, donde él se encuentre. Y este
instrumento - tanto como la tarjeta de crédito - es un eficaz medio
de vigilancia de los desplazamientos de un individuo, lo que no ha
pasado inadvertido por la policía.
La numerización de centrales telefónicas permite rastrear inmediatamente el origen de la menor llamada y de memorizar muy fácilmente el contenido mismo de las comunicaciones (el delirante sistema de control por todas partes de las conversaciones intercambiadas por teléfono y a través de Internet, puesto a punto por los americanos bajo el nombre de “Echelon"); se puede además comprar, por medio de Internet, dispositivos de escucha telefónica teóricamente ilegales, de fácil instalación. Internet, por su parte, es un sistema de control también eficaz.
La numerización de centrales telefónicas permite rastrear inmediatamente el origen de la menor llamada y de memorizar muy fácilmente el contenido mismo de las comunicaciones (el delirante sistema de control por todas partes de las conversaciones intercambiadas por teléfono y a través de Internet, puesto a punto por los americanos bajo el nombre de “Echelon"); se puede además comprar, por medio de Internet, dispositivos de escucha telefónica teóricamente ilegales, de fácil instalación. Internet, por su parte, es un sistema de control también eficaz.
Los sitios visitados dejan incluso una huella en el
ordenador del internauta: estos “chivatos electrónicos” llamados
cookies son ficheros informáticos que sirven para formar bases de
datos, utilizados por los publicitarios para hacer ofertas “objetivo”
en función del “perfil” de los usuarios.
El internauta aprende rápidamente que lo gratuito se paga: pues no es solamente Internet lo que no es gratuito - contrariamente a lo que cree la gente que lo utilizan en su lugar de trabajo, olvidando de hecho que no “sortean” gratuitamente sino porque sus jefes corren con los gastos de conexión, abonado a los servicios de pago, etc -, sino incluso los sitios aparentemente “gratuitos” son en realidad financiados por una publicidad invasora, con incrustaciones en colores intermitentes, inestables (y que, sin duda, serán pronto sonoros), de los que es difícil abstraerse. Un operador telefónico propone igualmente, desde hace tiempo, ofrecer comunicaciones gratuitas a sus clientes, interrumpiéndose las conversaciones a intervalos regulares por los mensajes publicitarios.
En fin, no hay que olvidar que los promotores del teléfono móvil y de Internet hacen, al principio, dumping, es decir venden sus servicios a fondo perdido; para “crear un mercado” susceptible de alcanzar rápidamente la “talla crítica” que permita prever una rentabilidad comercial, habrá hecho falta lanzar a un precio bajo los productos, según la conocida fórmula del precio de reclamo. Una vez estos productos entran en los hábitos y se instala de forma durable su “necesidad”, los precios subirán inevitablemente, como ocurre siempre en el caso de que se forme un mercado cautivo.
Detrás de la aparente libertad de elección concedida a los individuos para equiparse o no de estos productos, se perfila ya un verdadero contrato social. Como lo indican los autores de un libro reciente, “se ha convertido en un imperativo para todo individuo el comprender las posibilidades ofrecidas por las tecnologías de tratamiento de la información y de la comunicación”. Se trata de “posibilidades” - lo que supone en teoría, una libertad de elección -, pero es “imperativo” ponerlas en marcha; dicho de otro modo, no hay elección.
El internauta aprende rápidamente que lo gratuito se paga: pues no es solamente Internet lo que no es gratuito - contrariamente a lo que cree la gente que lo utilizan en su lugar de trabajo, olvidando de hecho que no “sortean” gratuitamente sino porque sus jefes corren con los gastos de conexión, abonado a los servicios de pago, etc -, sino incluso los sitios aparentemente “gratuitos” son en realidad financiados por una publicidad invasora, con incrustaciones en colores intermitentes, inestables (y que, sin duda, serán pronto sonoros), de los que es difícil abstraerse. Un operador telefónico propone igualmente, desde hace tiempo, ofrecer comunicaciones gratuitas a sus clientes, interrumpiéndose las conversaciones a intervalos regulares por los mensajes publicitarios.
En fin, no hay que olvidar que los promotores del teléfono móvil y de Internet hacen, al principio, dumping, es decir venden sus servicios a fondo perdido; para “crear un mercado” susceptible de alcanzar rápidamente la “talla crítica” que permita prever una rentabilidad comercial, habrá hecho falta lanzar a un precio bajo los productos, según la conocida fórmula del precio de reclamo. Una vez estos productos entran en los hábitos y se instala de forma durable su “necesidad”, los precios subirán inevitablemente, como ocurre siempre en el caso de que se forme un mercado cautivo.
Detrás de la aparente libertad de elección concedida a los individuos para equiparse o no de estos productos, se perfila ya un verdadero contrato social. Como lo indican los autores de un libro reciente, “se ha convertido en un imperativo para todo individuo el comprender las posibilidades ofrecidas por las tecnologías de tratamiento de la información y de la comunicación”. Se trata de “posibilidades” - lo que supone en teoría, una libertad de elección -, pero es “imperativo” ponerlas en marcha; dicho de otro modo, no hay elección.
Igualmente,
no ha habido nunca una ley que obligara a quien fuera a tener una
cuenta en el banco, una chequera o un automóvil; pero quien quisiera
pasarse hoy día sin ellos (salvo, en el caso del coche, algunos
habitantes del centro urbano) se expone a tantos sinsabores que
deberá renunciar a intentarlo, a menos que desee apartarse
deliberadamente de toda vida social. Los mismos autores describen de
igual manera, en un tono distante y descriptivo despojado de toda
veleidad crítica, la omnipresencia de la informática en la vida de
los individuos, desde su concepción:
“Antes incluso de su nacimiento, el niño existe a través de herramientas informáticas como la ecografía. Desde su llegada al mundo, está inscrito en los registros de la maternidad, antes de encontrar su existencia social a través de un registro en los ficheros del registro civil. Su nombre y apellidos le identifican en el seno de una familia y una comunidad. Así, existe a través de informaciones que le representan. Su vida está balizada por datos informáticos que le conciernen (edad, sexo, dirección, número de la Seguridad Social, etc.) y que son manipulados por terceros (escuela, biblioteca, centro polideportivo, médico de cabecera, agencia de viajes, banco, etc.).”
El temor de ver desarrollarse la “franja no desdeñable de la población que se encuentra excluida de la revolución informática” - inversión notable, ya que es en realidad la mayoría de la población la que se designa con este término de “franja” - motiva “la generalización de la enseñanza de la informática en las escuelas”, lo que confirma el carácter voluntarista y obligatorio de la participación en la “revolución informática”. Los padres o los niños que no quieran someterse serán considerados como antisociales y sufrirán las consecuencias jurídicas y psiquiátricas por su obstinación; la criminalización de la “resistencia al cambio técnico” se hará en nombre del control social y de la lucha contra la exclusión:
“Agentes de policía requeridos para dar una clase en una escuela de Largo (Florida) han puesto sin dudarlo las esposas a una niña de seis años que se negaba a ver un video sobre la prevención del crimen. Como la niña gritaba, daba patadas y lanzaba su oso de peluche contra el televisor, las fuerzas del orden la han “agarrado” y colocado por algunas horas, en un centro para delincuentes menores. “La pequeña ha sido ya regañada por mala conducta”, ha explicado al diario americano Tampa Tribune el director de la escuela, sobre quien la niña había también escupido”. (Le Monde, 26 de abril de 1997.)
La coacción se pone la máscara de la benevolencia humanitaria: se justifica de forma parecida la descodificación del genoma humano por la prioridad humanitaria absoluta que constituirá la puesta en marcha de terapias génicas, incluso si éstas no son, por el momento, más que una proyección intelectual. Así se opera un condicionamiento que, preservando la apariencia del consenso, se presenta como una fatalidad contra la cual será ilusorio pretender luchar."
“Antes incluso de su nacimiento, el niño existe a través de herramientas informáticas como la ecografía. Desde su llegada al mundo, está inscrito en los registros de la maternidad, antes de encontrar su existencia social a través de un registro en los ficheros del registro civil. Su nombre y apellidos le identifican en el seno de una familia y una comunidad. Así, existe a través de informaciones que le representan. Su vida está balizada por datos informáticos que le conciernen (edad, sexo, dirección, número de la Seguridad Social, etc.) y que son manipulados por terceros (escuela, biblioteca, centro polideportivo, médico de cabecera, agencia de viajes, banco, etc.).”
El temor de ver desarrollarse la “franja no desdeñable de la población que se encuentra excluida de la revolución informática” - inversión notable, ya que es en realidad la mayoría de la población la que se designa con este término de “franja” - motiva “la generalización de la enseñanza de la informática en las escuelas”, lo que confirma el carácter voluntarista y obligatorio de la participación en la “revolución informática”. Los padres o los niños que no quieran someterse serán considerados como antisociales y sufrirán las consecuencias jurídicas y psiquiátricas por su obstinación; la criminalización de la “resistencia al cambio técnico” se hará en nombre del control social y de la lucha contra la exclusión:
“Agentes de policía requeridos para dar una clase en una escuela de Largo (Florida) han puesto sin dudarlo las esposas a una niña de seis años que se negaba a ver un video sobre la prevención del crimen. Como la niña gritaba, daba patadas y lanzaba su oso de peluche contra el televisor, las fuerzas del orden la han “agarrado” y colocado por algunas horas, en un centro para delincuentes menores. “La pequeña ha sido ya regañada por mala conducta”, ha explicado al diario americano Tampa Tribune el director de la escuela, sobre quien la niña había también escupido”. (Le Monde, 26 de abril de 1997.)
La coacción se pone la máscara de la benevolencia humanitaria: se justifica de forma parecida la descodificación del genoma humano por la prioridad humanitaria absoluta que constituirá la puesta en marcha de terapias génicas, incluso si éstas no son, por el momento, más que una proyección intelectual. Así se opera un condicionamiento que, preservando la apariencia del consenso, se presenta como una fatalidad contra la cual será ilusorio pretender luchar."
Jean Marc MandiosoEl condicionamiento neotecnológico.
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