LOS JÓVENES DE LA EUTANASIA
En
una España cada vez más atea no existe mayor clamor popular ahora
mismo que el derecho a la eutanasia.
El
cosmos es mutación, la vida es adaptación (Demócrito)
Noche,
marzo de 1998. Los que hoy rondamos los cuarenta éramos entonces
adolescentes con edad para votar. Presenciamos el suicidio asistido
de Ramón Sampedro dos meses después de su muerte. Supimos que once
personas fueron cómplices de la firme voluntad que le llevó años
luchando, casi treinta, desde que a los 25 Sampedro se partía el
cuerpo en el lugar que le vio armarse como marinero y poeta.
En
su nicho del cementerio de la Iglesia de Santa Mariña de Xuño
aparece solo la fecha de su muerte (12-1-1998). Ni rastro de la vida,
como si vivir hubiera sido un sueño de barcos mercantes y poemas
olvidados. Y un epitafio —zombie— que fue también su último
aliento televisado: “Una cabeza viva pegada a un cuerpo muerto”.
Es en la muerte donde el cuerpo deja de ser la cárcel del alma,
diría Platón. No hay posibilidad humana (ética, cultural,
política…) de vivir muerto como le tocó vivir a Ramón Sampedro.
La
emisión de Antena3 del suicidio asistido de Sampedro la noche del 4
de marzo de 1998 le costó el puesto a José Oneto, director de
informativos de la cadena propietaria de Telefónica. Rouco Varela,
arzobispo de Madrid, comandó una dura condena contra la difusión
del vídeo un año antes de presidir la Conferencia Episcopal
Española. Siete años más tarde, Ramona Maneiro admitió que ella
fue la última mano que le proporcionó el cianuro a Sampedro y grabó
el vídeo. Ni siquiera su muerte fue tranquila.
Lejos
estaba el pentobarbital sódico que ingirió María José Carrasco en
pleno siglo XXI. El cianuro quema los tejidos orgánicos y la
angustia es incesante hasta morir. La televisión emitió veinte
segundos de la agonía de Sampedro. Aquellas imágenes de auténtico
realismo, que preconizaban la era Youtube, sobresaltaron a toda una
generación adolescente aquella noche de marzo. Sampedro había
conseguido, de repente, y en un solo instante, que una palabra de
etimología griega se colase en nuestro lenguaje en menos tiempo de
lo que duraba el BUP.
La
eutanasia y el aborto son dos claros ejemplos de cómo la legislación
de los estados no acompaña el sentir social de una mayoría que
crece de generación en generación. Hoy, el derecho a la eutanasia
tiene un amplio consenso ciudadano que se refuerza cada vez más con
las nuevas generaciones de votantes y futuros votantes. Para un
profesor de secundaria, en un instituto público, es fácil advertir
que la eutanasia, y también el aborto, son clásicos temas
argumentativos que disfrutan de un consenso mayor que no entiende de
ideología política (muy poco formativa en esta edad), sino de
imponer o no posiciones morales que obstaculicen la libertad de
otros. Los adolescentes, más nietzscheanos que agustinianos,
comprenden rápidamente que querer morir con dignidad o querer
abortar está por encima de cualquier posición moral o creencia
religiosa.
Las
encuestas de Metroscopia e
IPSOS, realizadas en los últimos dos años en España, demuestran
que la regularización de la eutanasia —que no obliga a aceptarla—
tiene el aval del casi 88% de la sociedad con derecho a voto. Incluso
entre los católicos
practicantes se
sitúa en un 59%. Diez años antes del suicidio asistido de Ramón
Sampedro el apoyo a la muerte digna ya contaba con el 53%.
En
un artículo reciente, el filósofo Josep Ramoneda recordaba que el
debate de la eutanasia es tabú por el autoritarismo moral que ejerce
el catolicismo. Lo llamó sadismo trascendental: “Desde las
jerarquías eclesiásticas se apela a la voluntad de Dios para
legitimar la prohibición. Quien trata así sus criaturas solo puede
ser un Dios cruel. Lo que no nos debe sorprender si Dios todopoderoso
es, como nos enseña el libro de Job, símbolo del poder absoluto:
arbitrariedad y sadismo”.
España
es cada vez más atea o agnóstica que católica practicante, según
los últimos
datos del CIS.
Pero la jerarquía eclesiástica sigue manteniendo una estructura de
poder sólida para presionar al estado en sus decisiones
legislativas. No existe mayor clamor popular ahora mismo en España
que el derecho a la eutanasia y, sin embargo, las reticencias
políticas para su regularización siguen siendo aún un muro tan
infranqueable como la voluntad de Dios.
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