NO SE TRATA DE LLEVAR UNA VIDA VIRTUOSA...
SE TRATA DE RESOLVER PROBLEMAS
Las
vidas “sin” proliferan. Podemos vivir sin carne, sin plástico,
sin envases desechables, sin coche, sin pasta dentífrica, sin
alimentos ultraprocesados, sin viajar en avión, sin lavavajillas,
sin aire acondicionado, sin lámparas, sin ropa de fibras sintéticas,
sin horno de microondas, ¡incluso sin móvil!
Los
valerosos ciudadanos que afrontan estos retos no lo tienen nada
fácil. Leyendo sus experiencias en los blogs y artículos que las
narran se tiene siempre la sensación de estar leyendo la descripción
de un alarde de equilibrismo: cruzar las cataratas del Niágara
guiando un monociclo sobre un cable flojo con una bandeja llena de
copas de champán en la mano izquierda. Un más difícil todavía,
cotidiano.
Hacer
la compra sin comprar al mismo tiempo una tonelada de plástico, ¿es
posible? Sí que es posible, no necesitas más que una bolsa o
carrito grande y una docena de tápers donde guardar los alimentos
pringosos que compres. Los demás pueden ir directamente al carrito.
El problema empieza cuando consideras que el plástico es tabú, y
que una sola partícula de este material mancha y contamina sin
solución. Entonces el lado bueno de la vida sin plásticos retrocede
y nos volvemos un poco paranoicos, además de un verdadero incordio
para amigos y parientes.
Lo
mismo se puede decir de otros estilos de vida “sin”, que pueden
convertirse fácilmente en un camino de santidad con cilicio
incorporado. Naturalmente los partidarios del chuletón y el SUV se
ríen de estas excentricidades y acusan a los partidarios de un
estilo de vida sostenible de querer llevarnos de vuelta a la edad de
piedra.
La
solución de este dilema, ¿cómo llevar vidas de baja huella
ambiental sin caer en la paranoia ambiental?, puede estar en un
ligero cambio de enfoque: no se trata de llevar una vida virtuosa, se
trata de resolver problemas.
Cualquiera
diría que dónde está el problema de llevar una tonelada de
plástico desechable a casa cada vez que hacemos la compra. Los
metemos en el cubo de la basura, alguien se lo lleva, y se acabó.
Pues sí hay un problema, o mejor dicho dos. El primero es económico,
todo lo que está empaquetado en plástico tiene un sobreprecio
(además, las bolsas de plástico se cobran aparte). Te llevas
plásticos y plásticos a casa para tirar, llenar tu cubo amarillo
rápidamente y bajarlo luego al contenedor: nos dedicamos a
transportar plásticos de forma tonta.
Reduciendo
la entrada de plástico desechable asociado a la compra cotidiana
veremos como la cuenta también se reduce como por arte de magia. Con
un poco de práctica, podemos usar la vida sin plástico como
disparador para vivir mejor y más desahogados. Podemos acudir a
mercados de barrio en vez de a grandes supermercados, investigar un
poco y obtener buenos productos, a buen precio… y con muy poco
plástico.
El
segundo problema es que el plástico que tiramos despreocupadamente
volverá a entrar en nuestra cocina por donde menos lo esperamos: en
el cuerpo de los pescados que compramos o
incluso en el agua del grifo.
Reducir la cantidad de plástico desechable, por lo tanto, es un
gesto altruista para con los demás, pero también una manera de
proteger nuestra salud. No basta con separar cuidadosamente el
plástico desechado y colocarlo en su contenedor correspondiente.
Este
enfoque se puede aplicar a muchos elementos de nuestra vida
cotidiana. Reducir el consumo de carne a la mitad o a la cuarta parte
mejorará nuestra salud y nos permitirá ahorrar mucho dinero. Lo
mismo se puede decir de usar la calefacción, el aire acondicionado o
el coche con más parsimonia, o de limitar la compra de alimentos
ultraprocesados.
Lo
mejor es que estos estilos de vida “orientados hacia la
sostenibilidad”, lejos de suponer esfuerzos sobrehumanos o un
ascetismo exagerado, terminan por consolidarse por sus muchas
ventajas, y pueden dar lugar a experiencias realmente interesantes de
disminución de la huella ecológica, que cualquiera puede investigar
en su propia casa.
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