Esta
es la receta para escapar de la matrix y conseguir el estado de un
cristo o un buda, según Philip K. Dick
Philip
K. Dick dijo
en una conferencia en 1977:
“Vivimos en una realidad programada computacionalmente y la única
pista que tenemos es cuando una variable es cambiada y una alteración
en nuestra realidad ocurre”. Sus ideas prefiguran indudablemente la
noción desarrollada en la trilogía The
Matrix.
Una serie que, como ha notado el profesor Robert Thurman, tiene
notables influencias budistas (la Matrix del budismo se llama
samsara) y que ha producido la gran metáfora de nuestro
tiempo para referirse a una sensación milenaria: la
sospecha de que el mundo que experimentamos convencionalmente es una
ilusión.
En
su laberíntica y obsesiva reflexión en torno a una serie de
visiones místicas que ocurrieron el 2/3/1974, plasmadas en The
Exegesis,
curiosamente Dick, un gnóstico cristiano, da como posible
escapatoria a este dédalo ilusorio que hoy llamamos La Matrix el
camino del bodhisattva. Dick cuenta sobre el protagonista de un
texto que pensaba titular The
Owl:
Sólo escapa verdaderamente del laberinto cuando decide regresar
voluntariamente (volverse a someter al poder del laberinto) para
beneficiar a aquellos que siguen atrapados dentro de él.
Esto es,
nunca puedes irte tu sólo, para salir debes de elegir llevar a los
demás… ésta es la paradoja última del laberinto, la ingenuidad
quinta esencial de su construcción, que la única vía de
salida es una vía de regreso voluntaria (al interior de su
poder), que es lo que constituye el sendero del bodhisattva.
Dick
refuerza esta misma idea: “Si existe la felicidad, debe de surgir
de voluntariamente entregar el propio ser en intercambio por
participar conscientemente en el destino de la unidad total”. En
otras palabras, el héroe de la Matrix, el bodhisattva, el hacker, es
aquel que descubre que la realidad más allá de la ilusión del
programa o simulacro es una completa interdependencia entre todos los
seres, lo cual es la semilla indestructible de la compasión. La
motivación de la compasión, de la renuncia y la entrega en favor de
los demás es la sabiduría de que los otros son parte de mí; si el
universo entero es la experiencia de un sólo cuerpo o mandala,
entonces la compasión surge de manera tan espontánea como
cuando uno quita los dedos del fuego (ese fuego es el samsara,
es la Matrix). En el budismo tántrico, la compasión constituye
el insuperable método (upaya)
para alcanzar la iluminación y despertar del sueño del samsara.
Este
intersticio o glitch divino en la arquitectura de la Matrix o
del laberinto (este hilo de Ariadna), que Dick descubre como la
compasión, es justamente lo que unen al budismo y al cristianismo.
También en The
Exegesis, Dick
escribe: “Cristo es Buda homologado como bodhisattava”. El
acto crístico es un acto de compasión pura: sacrificar su vida para
salvar a los demás; coincide con el juramento del bodhisattva:
dedicar incontables vidas a liberar a todos los seres,
permanecer dentro del samsara hasta que todos los seres alcancen la
liberación.
Siguiendo
con esta incursión gnóstica en el budismo mahayana, Dick escribe
que “la cualidad más alta de la compasión es el único poder
capaz de resolver el laberinto… La verdadera medida del hombre no
es su inteligencia o su éxito en este sistema demente. No, la
verdadera medida del hombre es esta: qué tan rápido puede responder
a la necesidad de los demás y qué tanto de sí mismo puede
dar”. Aquí hay un claro eco bíblico, sólo quien es capaz de dar
su vida (esta vida mundana, este polvo) podrá obtener la vida
eterna, pero no será ya alguien, un individuo, sino será la
divinidad misma: Cristo, Buda…
La
muerte de nuestra personalidad separada, de nuestro ego, es la
semilla de la vida del espíritu. Pero esa vida del espíritu más
que una fase nueva es la condición original que siempre ha existido,
innata y por lo tanto inmortal. Con esto llegamos también
a otro de los conceptos esenciales de la
teología de Philip K. Dick, el
escritor de ciencia ficción que era en realidad uno de los
grandes místicos del siglo XX.
Tomando
de Platón pero en comunión también con del camino tántrico
del budismo vajrayana,
Dick mantiene que el remedio para sanar esta condición de estar
perdidos en el laberinto (en el samsara) es la anamnesis, la pérdida
de la amnesia que nos caracteriza. “Recordaste tus orígenes,
y eran de más allá de las estrellas”. En el budismo tántrico se
asume la condición original, la noción de la pureza
primordial, la naturaleza búdica inherente,
como la realidad presente, así la base del sendero se vuelve
indivisible del fruto (el proyecto de volverse budas se nutre de la
visión de que ya somos budas). En otras palabras, se trae a la
mente, se recuerda (mindfulness, sati)
la propia naturaleza búdica, la luz del origen (allende las
estrellas y allende lo humano).
Asimismo,
el hecho de que la salida del laberinto constituya precisamente
permanecer en él desde la perspectiva de la compasión intuye
ya una noción que no está del todo desarrollada en la
visión de Dick (y que quizás entre en conflicto con el dualismo del
gnosticismo cristiano), esto es, la no-dualidad. En el sentido
más profundo, cuando se ha realizado el cambio de perspectiva de la
compasión y la integración de la totalidad en uno, el laberinto ya
no es un laberinto (es un espacio sin límites), no hay separación
entre afuera y adentro, el samsara es nirvana, pero, nos dicen las
tradiciones místicas, es sólo entendido y experimentado por
alguien que ha alcanzado un estado como el de un cristo, un
bodhisattva, un tzadikim, etc.
En
la películaThe
Matrix: Revolutions,
el clímax de la saga se produce con un enfrentamiento
entre el Agente Smith y Neo. Neo logra conquistar el último
obstáculo, así reconociendo completamente su propia
naturaleza búdica como “The One”, convirtiéndose antes en su
enemigo, absorbiéndolo en él mismo a Smith. Al lograr esto, la
Matrix estalla en la vacuidad que siempre fue, sólo vacío radiante.
Para el budismo mahayana la vacuidad necesariamente implica la
compasión y viceversa (este extenderse de Neo en Smith es
un reconocer la vacuidad de la identidad y una compasión, un
sentir-con).
Las
cosas están vacías ya que no tienen existencia inherente, no
existen desde su propio lado sino solamente en interdependencia con
todas las otras cosas; la compasión surge espontáneamente de
reconocer esta interdependencia, incluso podríamos decir que la
compasión es esa misma interdependencia:
el acto reflejo que surge espontáneamente de saber que en cada
cosa se reflejan todas las otras cosas (como en el caso del mítico
collar de perlas de Indra, una de las más hermosas metáforas de la
naturaleza del universo).
Dice
Dick: “Somos cosmocrators olvidadizos,
atrapados en el universo de nuestra propia hechura”. Es la
ignorancia de que este mundo es generado por nuestra propia mente la
que perpetúa el estado de sufrimiento, la que sigue reproduciendo un
sueño. Sufrimos y sentimos dolor porque creemos que el sueño es
real y que estamos separados de los otros, pero ese mismo sufrimiento
es lo que nos motiva a actuar, descubrir la verdad y despertar. “En
un sentido muy real, el dolor que sentimos como criaturas vivientes
es el dolor de despertar… la presión de este dolor nos motiva a
buscar respuestas o, lo que es lo mismo, nos motiva a una mayor
conciencia”.
Este es
exactamente el entendimiento de la primera noble verdad del Buda.
Twitter
del autor: @alepholo
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