“Todo
ello conduce a pensar que aquello que realmente preocupa a quienes,
desde las «derechas», nos alertan del peligro del parasitismo y se
oponen al derecho a una renta básica —esto es, al derecho a la
garantía incondicional de la existencia material para todo el mundo—
no es que con una renta básica no trabajemos, sino que no lo hagamos
«para ellos»: Sin lugar a dudas, la emergencia de otros tipos y
formas de trabajar y de producir nos apartarían de los espacios y
procedimientos por ellos abiertos y arbitrados”
David Casassas
Puede
sonar muy fuerte la pregunta que nos hacemos en el título de este
artículo, pero vamos a poder comprobar que está completamente
justificada. Este artículo bien puede ser considerado como un
argumento complementario a favor de la implantación de la Renta
Básica Universal (RBU), pero que, digamos, toca directamente la
fibra más sensible de los detractores de la medida. Concebimos la
RBU como un mecanismo finalista que garantice la supervivencia de
las personas
y de las familias que no tengan recursos.
En
otros artículos de nuestro Blog hemos
planteado todo lo relativo a la necesidad y la urgencia social de
implantar esta medida, los movimientos sociales que la están
demandando, las acciones de protesta que están implicando, las
motivaciones de dicha propuesta, los derechos asociados a la misma,
las posibles cuantías que se pudieran aplicar, etc., por lo cual no
insistiremos aquí en esta información. Los lectores y lectoras
interesadas pueden acudir a las entregas actuales de la serie
“Arquitectura de la Desigualdad”, donde también estamos
planteando a fondo esta medida.
Bien, pues una
vez que ya hemos situado las referencias previas, volvamos a la idea
principal que rotula este artículo: las tres características de la
Renta Básica Universal deben ser la universalidad, la
individualidad y la incondicionalidad. Según la primera, todo el
mundo tiene derecho a la prestación. Según la segunda, ésta se
concede a personas individuales, independientemente de que
constituyan junto a otras personas, cualquier tipo de unidad
familiar. Y según la tercera característica, la prestación se
concede sin la exigencia del cumplimiento de otros requisitos de
carácter social, tales como la realización de itinerarios
formativos, o la realización de trabajos de interés colectivo. Pero
vamos en el presente artículo a dar un paso más allá, y a
plantearnos si dicha medida debería aplicarse no en ausencia o
sustitución de ninguna otra, sino de forma absoluta, como si de una
“tarifa plana social” se tratara.
Y
dicho esto, se nos plantea ya la pregunta del millón: ¿Incluso
aunque no se quiera trabajar? Respuesta: SÍ. Es decir, desde
la izquierda (al
menos, desde el sector más crítico de la misma) apostamos y
entendemos que en una sociedad
justa también debe existir el DERECHO A NO TRABAJAR. Vamos a
explicarlo con más calma: el capitalismo, en su desarrollo durante
tantas décadas, nos conduce a la asunción de una serie de axiomas
sociales casi indiscutibles, pero que lejos de aceptarlos tal cual,
debemos someter a debate: uno de ellos es que las personas deben
desarrollar un trabajo socialmente útil y remunerado. Y claro, todos
lo vemos como algo muy lógico y normal. Sin embargo, pensamos que no
es así.
A poco que
reflexionemos con calma, nos surgen muchas preguntas: ¿qué es un
trabajo socialmente útil? ¿Quién dice que lo es o no lo es? ¿Todos
los trabajos socialmente útiles son remunerados? ¿Todos los
trabajos remunerados son socialmente útiles? ¿En función a qué
intereses establecemos dicha remuneración? Insto a los lectores/as a
una profunda y serena reflexión sobre todos estos aspectos, aunque
no se llegue de momento a conclusiones, simplemente para comprobar
que la cuestión no es tan fácil como se nos quiere hacer ver.
La sociedad
capitalista es injusta, voraz, criminal. Nos relega cada vez más a
la aceptación de un trabajo según sus esquemas sociales, y sus
escalas de valores. Y todo lo que no entre en dicha lógica perversa
es considerado socialmente inútil, y por tanto despojado de su
posible valor. Desde este punto de vista, lo que estamos denominando
como el “DERECHO A NO TRABAJAR” puede ser entendido como el
derecho a no realizar ninguno de los trabajos considerados
socialmente útiles por el sistema capitalista, y por tanto, aptos o
candidatos a su posible remuneración, y por lo tanto dignos de su
dedicación.
Hemos de
desterrar el falso concepto de que dicho derecho nos lleva a defender
la vagancia o el parasitismo social, puesto que está demostrado
psicológica y sociológicamente que las personas siempre tendemos a
cultivar las actividades que nos gustan, y esto lo hacemos en nuestro
trabajo “oficial” (los más afortunados) o en el “no oficial”,
lo cual nos lleva al terreno del trabajo voluntario, no remunerado, o
bien al terreno de las pasiones, de los hobbies, de las aficiones,
etc.
Espero que a
estas alturas del artículo, los lectores comiencen a comprender que
no estamos planteando ninguna barbaridad. En última instancia, por
tanto, lo que tenemos que reconocer a las personas es su capacidad de
aceptar o elegir libremente cualquier trabajo o actividad, sea o no
considerada “socialmente útil”, y por tanto, sea o no sea
remunerada, o bien a rechazarla. Pero para eso hay que romper con el
capitalismo, que es quien nos ata a nuestros complejos sociales, y
nos inculca e impone unos modos de vida que nos obligan a tener que
recurrir (y a no renunciar) a una serie de trabajos, empleos u
ocupaciones.
Por tanto,
defendamos el derecho a romper con esa dinámica, defendamos el
derecho “a no trabajar”, y defendamos, sobre todo, el DERECHO A
EXISTIR, A SUBSISTIR. Y aquí es donde entroncamos con la Renta
Básica Universal, y con sus características de individualidad, de
universalidad y de incondicionalidad. La Renta Básica ha de
concederse incluso aunque no se trabaje, para que el Estado sea
garante del derecho a la subsistencia básica de todos sus
ciudadanos/as.
Nuestra
sociedad va fomentando poco a poco los nuevos esclavos del trabajo
asalariado, incluso crece el número de pobres que trabajan,
entendido como aquellas personas que aun teniendo un salario, no
pueden hacer frente a su situación vital, porque sus ingresos no les
dan para vivir dignamente. El sistema capitalista degrada la fuerza
del trabajo, la desvirtúa y la prostituye, la vende a la fuerza del
capital, la subasta al mejor postor, y por tanto la despoja de
cualquier garantía de representar para la clase trabajadora un medio
asegurado de subsistencia.
El sistema
fomenta la elección de trabajos obligados, forzosos, aunque no sean
los que queremos desarrollar, aunque ni siquiera representen unos
ingresos de subsistencia, pero como sirven al esquema de valores
capitalista, se defienden por los ricos y poderosos. Pero frente a
ello, desde la izquierda debemos defender el derecho al trabajo
opcional, al trabajo voluntario, al trabajo no remunerado, como una
vertiente de desarrollo personal, que al final, seguro que es
socialmente útil.
Y para los que
argumenten que de esta forma se fomentaría el parasitismo social,
les debemos recordar e interrogar a ver cuánto trabajan los más
ricos y poderosos, cuánto trabajan los Directores Generales y
Presidentes de muchas organizaciones, de muchas empresas, cuánto
trabajan los Directivos y Consejeros de las grandes empresas del
IBEX-35, cuánto trabajan los grandes terratenientes, los grandes
propietarios, los grandes latifundistas…¿no son ellos los grandes
parásitos sociales, que viven de chupar la sangre a la clase
trabajadora?
Basta ya de
tanto cinismo social, de tanta demagogia injusta y barata, y de tanta
pleitesía para los más fuertes. Reivindiquemos el derecho objetivo
a la subsistencia, a la existencia misma, a renunciar a cualquier
trabajo que nos quieran imponer, a tener que aceptar los mismos
raseros sociales que nos obligan a respetar ciertos trabajos y a no
respetar a otros, a debatir y a plantear otras acepciones a los
trabajos remunerados o aceptados socialmente, y sobre todo, a
entender que el Estado, que somos todos, siempre debe ser el que
garantice el cumplimiento de todos los derechos fundamentales,
incluido el empleo, y de todos los servicios públicos.
Soy
un malagueño de izquierdas, enamorado de los animales, y de mi
profesión, la enseñanza. Soy profesor de nuevas tecnologías y
crítico de las mismas, sobre todo de los cursos de F.P.O. (Formación
Profesional Ocupacional) de la Junta de Andalucía. Me hice analista
político ante la terrible deriva del capitalismo de nuestro tiempo,
ante la necesidad de alzar la voz ante las injusticias, ante las
desigualdades, ante la hipocresía, ante la indiferencia, ante la
pasividad, ante la alienación. Sentí la necesidad vital de aportar
mis puntos de vista, mi bagaje personal, y de contribuir con mi
granito de arena a cambiar este injusto sistema.
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