La forma de
mantenernos en constante competición unos con otros, en lucha
constante por los recursos, por el dinero, por los medios de
subsistencia, por un puesto de trabajo, por una plaza de
aparcamiento, por una vivienda más amplia (o simplemente por un
lugar en que vivir), por una plaza en la universidad, por un trozo de
pan, etc., etc., consiste en inculcarnos, constantemente y desde la
infancia, el convencimiento de que hay escasez de todo, de que los
bienes terrenales y la calidad de vida son algo escaso por lo que hay
que luchar, cuando lo cierto es que sobra de todo: alimentos, dinero,
espacio físico, tiempo para lo importante... Detrás de cada
corruptela, de cada escándalo -tan abundantes en los últimos
decenios en la escena política y financiera-, de cada personajillo
que, tras haber conseguido trepar hasta algún puesto de poder se
enriquece a costa de los demás, hay en realidad una niña o un niño
asustados de no tener, de carecer. Sin embargo, es posible avanzar
hacia una cultura de la abundancia.
De esta forma, contrariamente a todo el discurso dominante del desarrollo moderno, éste no se caracteriza por ser una búsqueda de cómo paliar la pobreza sino que, por el contrario, se nutre de la pobreza y necesita de ella como motor de su lógica, orientada eternamente hacia el futuro. Es esta (re)producción de la pobreza la que nutre -y legitima- la reproducción ampliada de la producción de mercancías y, de este modo, del capital.
De esta forma, contrariamente a todo el discurso dominante del desarrollo moderno, éste no se caracteriza por ser una búsqueda de cómo paliar la pobreza sino que, por el contrario, se nutre de la pobreza y necesita de ella como motor de su lógica, orientada eternamente hacia el futuro. Es esta (re)producción de la pobreza la que nutre -y legitima- la reproducción ampliada de la producción de mercancías y, de este modo, del capital.
Es más, podemos afirmar que la sociedad moderna es la primera sociedad que ha creado un cuerpo técnico especializado, cuya función es justamente la de crear y de (re)producir la pobreza: los profesionales de la publicidad y del marketing que, mediante la manipulación del lenguaje simbólico y al incidir sobre las carencias y los anhelos psicológicos inconscientes de las personas, logran fomentar el deseo de consumo, la subjetividad de la pobreza. Consecuentemente, la llamada ayuda al desarrollo -legitimada bajo el manto de “lucha contra la pobreza”- es, de hecho, la manera por la cual la pobreza es introducida en sociedades que se organizaban, antes de este contacto con la modernidad, en torno de la lógica de la abundancia y no en torno de la lógica de la escasez. Es precisamente esta supuesta “ayuda” el instrumento por el cual se introduce en tales sociedades el modelo social moderno y -sobre todo- la concepción moderna de necesidades.
Antes, estas sociedades orbitaban en torno a una lógica socio-cultural que no buscaba incesantemente lo nuevo, sino que cultivaba la preservación de los valores y de los equilibrios presentes. Se basaban en el principio de la saciedad y no de la concepción, típicamente moderna, de que el ser humano se caracteriza por poseer necesidades ilimitadas, es decir, del argumento de la lógica de la falta, de la carencia. Es más, se trataba de organizaciones sociales en las cuales el mercado jugaba una función secundaria, justamente al contrario de la sociedad moderna, cuya organización social se articula en torno de las relaciones del mercado y que ha elegido los satisfactores mercantiles (las mercancías) como los satisfactores más importantes, anteponiendo así -como ya analizó Fromm- el Tener al Ser. Bajo esta concepción, al no tener dinero para acceder a la posesión de los satisfactores mercantiles privilegiados por las sociedades modernas, uno es y se siente pobre casi por definición.
Y es esta concepción mercantil de la pobreza la que ensombrece todos los otros tipos de “pobrezas”, como la pobreza espiritual, la pobreza afectiva/emocional, la pobreza de relaciones -tanto sociales como con un medio físico armonioso-, bajo cuyo prisma tendríamos que invertir, de hecho, la concepción dominante de sociedades ricas y pobres, ya que es justamente en los países más desarrollados donde más se sufre de este tipo de pobrezas, hecho que parecen confirmar los altos índices de suicidio y de enfermedades de carácter depresivo que las caracteriza.
"Hay en el mundo suficiente para las necesidades de todos, pero nunca habrá bastante para la codicia de unos pocos."
Mahatma Gandhi
"Si nos dejamos llevar por el miedo a la “pobreza”, les seguiremos pasando a los demás la miseria desnuda."
Rudolph Bahro
Para saber más: Las cosas por su nombre
David
Sempau
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