EL CULTO AL ERROR
La excelencia es el mayor obstáculo para la
genialidad
A la larga, se
aprende mucho más de los errores que de los resultados perfectos y
predecibles.
Vivimos en una época donde se nos exige ser
excelentes en todos los ámbitos de la vida. Virtualmente en
cualquier dominio humano, los controles de calidad impuestos al
trabajo, al arte, incluso a las relaciones humanas (como cuando
calificamos los índices de felicidad o de inteligencia emocional) se
parecen a aquellos que se aplican a los productos hechos en serie.
Sin embargo, los seres humanos no somos productos
en serie, y el culto a la excelencia y el logro individual podría
opacar las anomalías y particularidades que en buena medida
conforman el atractivo del genio.
Y es que, para Eric
Weinstein, matemático y economista,
la genialidad es incompatible con una sociedad que busca medir los
logros de todos sus individuos bajo los mismos criterios.
Uno de sus ejemplos son los músicos. Según
Weinstein, cuando escuchamos una pieza de música clásica, esperamos
que los músicos la interpreten a la perfección, sin falla alguna;
pero cuando escuchamos jazz, la imperfección y la improvisación
forman parte del goce de la pieza.
Los descubrimientos y atrevimientos de Miles Davis
y su banda en Kind of Blue simplemente hubieran sido
imposibles bajo los parámetros de los músicos clásicos. Para
Weinstein, incluso los pequeños errores e imperfecciones de
interpretación confieren encanto y grandeza al disco. Después de
todo, fue Davis mismo quien dijo “el
crítico más férreo que tengo, y el único que me preocupa, soy
yo.”
El problema con la cultura de la excelencia no es
que se nos exija continuamente ser mejores y superarnos a nosotros
mismos; el problema es que se trata de una estructura de poder, en
donde los criterios para medir el logro individual (como la belleza
física o el éxito financiero) resultan insuficientes para apreciar
la variedad de las posibilidades humanas.
Par Weinstein, el problema con la excelencia es
que excluye “a aquellos que no funcionan dentro de esos
lugares comunes y sienten que son detestables o inferiores cuando, de
hecho, esta es la gente que va a curar el cáncer, o crear nuevas
industrias multimillonarias.”
Esto habla también del capacitismo al
que la cultura de la excelencia obliga a las personas: los trastornos
psiquiátricos se multiplican, los niños son medicados y
diagnosticados por ser demasiado activos o no poner atención en
clase, sin que como sociedad seamos capaces de reconocer el hecho de
que tal vez no todos aprendemos de la misma manera.
La noción común de “genio” es la de un
individuo diferente y superdotado que resuelve problemas mejor que
nadie. Sin embargo, para identificar la genialidad en las personas y
las comunidades, debemos dejar suficiente lugar para cometer errores
y aprender de ellos y darnos cuenta que la
genialidad está en todas partes.
Como economista, Weinstein comprende bien la
lógica del costo/beneficio: es imposible saber si una idea es buena
o mala a menos que la pongamos en práctica. Lo que hace el genio es
“tomar el riesgo, pagar el precio, hacer cosas que no parecen tener
sentido para nadie más”, y que sólo pueden considerarse geniales
luego de haberse puesto en práctica.
En suma, si deseamos soluciones innovadoras, es
necesario admitir que el error y sus duras enseñanzas deben ser
parte del camino. Por desgracia, la excelencia y la cultura que la
promueve, muchas veces dejan de lado la importancia de equivocarse
–después de todo, Alexander Fleming descubrió la penicilina por
accidente, al dejar un cultivo en su laboratorio durante sus
vacaciones.
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