28/3/24

¿Queremos jugárnosla y acelerar a tope con la esperanza de alcanzar una utopía?

ACELERACIONISMO                             

¿Utopía tecnológica o receta para el desastre?

Imagina por un momento que alguien te dijera: «¿Sabes qué? La mejor manera de arreglar este sistema capitalista en el que vivimos es acelerarlo a tope, hasta que explote por los aires». Suena un poco loco, ¿verdad? Pues esa es básicamente la idea detrás del aceleracionismo, una teoría que ha estado dando vueltas en los círculos filosóficos y políticos en los últimos años.

¿De qué va todo esto del aceleracionismo?

Los aceleracionistas creen que la tecnología avanza tan rápido gracias a la competencia capitalista que eventualmente nos llevará a un mundo de abundancia, donde los robots harán todo el trabajo y nosotros podremos dedicarnos a lo que nos dé la gana. Suena bien, ¿no? Como dice Nick Land, uno de los cerebritos detrás de esta movida, «el aceleracionismo es la idea de que lo único que puede vencer al capitalismo es un capitalismo aún más extremo y alienante». Eso sí que es llevar las cosas al límite.

Un futuro de ciencia ficción

Ahora, imagínate este escenario: despiertas por la mañana y un asistente de inteligencia artificial te prepara el desayuno mientras tú te relajas. Luego, te subes a tu coche autónomo que te lleva a donde quieras sin tener que mover un dedo. Y todo esto gracias a la tecnología creada por la competencia despiadada entre empresas. Los aceleracionistas dicen que este tipo de desarrollo nos acercará a una sociedad posescasez, donde todos tendremos nuestras necesidades cubiertas y podremos dedicarnos a nuestras pasiones. Como un episodio de Black Mirror, pero en plan bien.

Además, según ellos, la tecnología podría ayudarnos a solucionar problemas gordos como el cambio climático o las enfermedades chungas. «El aceleracionismo es una llamada a liberar las fuerzas productivas latentes que se incuban en el capitalismo», dice el manifiesto aceleracionista. O sea, que si le damos caña al asunto, podremos sacar todo el potencial oculto de este sistema.

Cuidado con lo que deseas

Pero claro, no todo el mundo está tan entusiasmado con esta idea. Los críticos advierten que lanzarse de cabeza a acelerar el desarrollo tecnológico sin pensarlo bien podría llevarnos a un desastre de proporciones épicas. Imagínate un futuro donde los robots se quedan con todos los trabajos y la mayoría de la gente acaba en la calle. O donde un puñado de empresas tecnológicas acumula tanto poder que se convierten en los nuevos amos del mundo. Dicen lo más críticos que es como una forma de fatalismo tecnológico que confía ciegamente en que la velocidad por sí misma nos llevará a un futuro mejor. Vamos, que igual nos estamos metiendo en un lío de cuidado.

Y luego está el tema del medio ambiente. Si le damos rienda suelta al consumismo y a la producción sin control, podríamos acabar churrascando el planeta entero. «Bajo una lógica aceleracionista, cualquier consideración ética o social queda subordinada al imperativo del crecimiento y la innovación»  apunta el filósofo Armen Avanessian. O sea, que igual nos quedamos sin casa mientras perseguimos el sueño aceleracionista.

¿Y si le ponemos un poco de cabeza?

Ante este panorama, algunos proponen una versión del aceleracionismo más «de izquierdas», que intente dirigir el desarrollo tecnológico hacia fines más nobles como la justicia social o la sostenibilidad. Vamos, que en lugar de dejar que la tecnología nos lleve a donde quiera, seamos nosotros los que marquemos el rumbo.

Como dice la socióloga Judy Wajcman, «necesitamos una visión progresista de la tecnología que la ponga bajo control social en lugar de tratarla como una fuerza autónoma». Pero claro, eso es más fácil de decir que de hacer. Habría que ponerse de acuerdo a nivel global para crear unas reglas del juego que aseguren que la tecnología beneficie a todo el mundo y no solo a unos pocos.

Al final, todo este debate sobre el aceleracionismo nos hace plantearnos algunas preguntas chungas sobre hacia dónde va nuestro mundo hipertecnológico. ¿Estamos dispuestos a jugárnosla y acelerar a tope con la esperanza de alcanzar una utopía poscapitalista? ¿O deberíamos pisar el freno y pensárnoslo dos veces antes de lanzarnos al vacío? Desde luego, no hay respuestas fáciles. Pero una cosa está clara: el futuro va a ser un viaje movidito, y de nosotros depende que sea un viaje guay o un mal rollo de cuidado.

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