ACELERACIONISMO
¿Utopía tecnológica o receta para el desastre?
Imagina por un momento que alguien te dijera: «¿Sabes qué?
La mejor manera de arreglar este sistema capitalista en el que vivimos es
acelerarlo a tope, hasta que explote por los aires». Suena un poco loco,
¿verdad? Pues esa es básicamente la idea detrás del aceleracionismo, una teoría que ha
estado dando vueltas en los círculos filosóficos y políticos en los últimos
años.
¿De qué va todo esto del aceleracionismo?
Los aceleracionistas creen que la tecnología avanza tan rápido gracias a la competencia capitalista que eventualmente nos llevará a un mundo de abundancia, donde los robots harán todo el trabajo y nosotros podremos dedicarnos a lo que nos dé la gana. Suena bien, ¿no? Como dice Nick Land, uno de los cerebritos detrás de esta movida, «el aceleracionismo es la idea de que lo único que puede vencer al capitalismo es un capitalismo aún más extremo y alienante». Eso sí que es llevar las cosas al límite.
Un futuro de ciencia ficción
Ahora, imagínate este escenario: despiertas por la mañana y
un asistente de inteligencia artificial te prepara el desayuno mientras tú te
relajas. Luego, te subes a tu coche autónomo que te lleva a donde quieras sin
tener que mover un dedo. Y todo esto gracias a la tecnología creada por la
competencia despiadada entre empresas. Los aceleracionistas dicen que este tipo
de desarrollo nos acercará a una sociedad posescasez, donde todos tendremos
nuestras necesidades cubiertas y podremos dedicarnos a nuestras pasiones. Como
un episodio de Black Mirror, pero en plan bien.
Además, según ellos, la tecnología podría ayudarnos a
solucionar problemas gordos como el cambio climático o las enfermedades
chungas. «El aceleracionismo es una llamada a liberar las fuerzas productivas
latentes que se incuban en el capitalismo», dice el manifiesto
aceleracionista. O sea, que si le damos caña al asunto, podremos sacar todo
el potencial oculto de este sistema.
Cuidado con lo que deseas
Pero claro, no todo el mundo está tan entusiasmado con esta
idea. Los críticos advierten que lanzarse de cabeza a acelerar el desarrollo
tecnológico sin pensarlo bien podría llevarnos a un desastre de proporciones
épicas. Imagínate un futuro donde los robots se quedan con todos los trabajos y
la mayoría de la gente acaba en la calle. O donde un puñado de empresas tecnológicas
acumula tanto poder que se convierten en los nuevos amos del mundo. Dicen lo
más críticos que es como una forma de fatalismo tecnológico que confía
ciegamente en que la velocidad por sí misma nos llevará a un futuro mejor.
Vamos, que igual nos estamos metiendo en un lío de cuidado.
Y luego está el tema del medio ambiente. Si le damos rienda
suelta al consumismo y a la producción sin control, podríamos acabar
churrascando el planeta entero. «Bajo una lógica aceleracionista, cualquier
consideración ética o social queda subordinada al imperativo del crecimiento y
la innovación» apunta el filósofo Armen Avanessian. O sea, que igual nos
quedamos sin casa mientras perseguimos el sueño aceleracionista.
¿Y si le ponemos un poco de cabeza?
Ante este panorama, algunos proponen una versión del
aceleracionismo más «de izquierdas», que intente dirigir el desarrollo
tecnológico hacia fines más nobles como la justicia social o la sostenibilidad.
Vamos, que en lugar de dejar que la tecnología nos lleve a donde quiera, seamos
nosotros los que marquemos el rumbo.
Como dice la socióloga Judy Wajcman, «necesitamos una
visión progresista de la tecnología que la ponga bajo control social en lugar
de tratarla como una fuerza autónoma». Pero claro, eso es más fácil de decir
que de hacer. Habría que ponerse de acuerdo a nivel global para crear unas
reglas del juego que aseguren que la tecnología beneficie a todo el mundo y no
solo a unos pocos.
Al final, todo este debate sobre el aceleracionismo nos hace
plantearnos algunas preguntas chungas sobre hacia dónde va nuestro mundo
hipertecnológico. ¿Estamos dispuestos a jugárnosla y acelerar a tope con la
esperanza de alcanzar una utopía poscapitalista? ¿O deberíamos pisar el freno y
pensárnoslo dos veces antes de lanzarnos al vacío? Desde luego, no hay
respuestas fáciles. Pero una cosa está clara: el futuro va a ser un viaje
movidito, y de nosotros depende que sea un viaje guay o un mal rollo de
cuidado.
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