LA LUCHA POR LA IDENTIDAD...
Fue el teórico social italiano del siglo XX Antonio Gramsci
quien nos dio el concepto de ideología hegemónica: una ideología que ha vencido
con tanto éxito a sus competidores que ya no parece ser una ideología en
absoluto; en su lugar, asume el carácter del sentido común, cuya desviación
indica ignorancia, error, excentricidad o incluso locura. La ideología
hegemónica de nuestro tiempo es el neoliberalismo.
El neoliberalismo tiene sus orígenes en la Sociedad Mont Pelerin, formada por el economista austriaco Friedrich von Hayek en 1947, y entre cuyas luminarias se encontraban otros iconos del pensamiento neoliberal como Ludwig von Mises y Milton Friedman. Su primer avance político fue el golpe militar de 1973 en Chile, y las políticas económicas del régimen de Pinochet fueron la reconocida inspiración de la llamada revolución Thatcher-Reagan de la década de 1980.
Desde entonces, la influencia del neoliberalismo se ha extendido por todo el mundo, provocando cambios fundamentales en la economía política de los Estados postsoviéticos, en las principales economías en desarrollo como México, India y la Sudáfrica posterior al apartheid, en las democracias sociales desde Suecia hasta Nueva Zelanda y, especialmente, en la República Popular China, todavía comunista en teoría.
Esta reestructuración económica casi omnipresente es una
condición necesaria, aunque insuficiente, para la consecución de la hegemonía.
En economía, el neoliberalismo promueve -con rigurosa y disciplinada coherencia
interna- los programas radicales de desregulación, privatización,
mercantilización y globalización. Pero estas políticas son medios, no fines. Los
fines se revelan en la entrevista de Margaret
Thatcher en el Sunday Times en mayo de 1981, en la que declaró que "la
economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma".
Lo que la cándida declaración de Thatcher revela es la
distinción crucial entre el neoliberalismo y el liberalismo clásico del siglo
XIX con el que a menudo se confunde. Los liberales clásicos se planteaban
limitar la intrusión del Estado en la vida privada; En cambio, como muestra el
geógrafo económico inglés David Harvey en A Brief History of Neoliberalism
(2005), los neoliberales atribuyen al
Estado la responsabilidad activa de promover el mercado no sólo como un hecho
de la vida, sino como una forma de vida, que se completa con su propio sistema
de valores integral, cuyos elementos esenciales son el individualismo, la
competitividad, la primacía de las relaciones contractuales sobre todas las
relaciones humanas no contractuales, la velocidad, la innovación, la
interconexión y la liberación de los grilletes impuestos por las tradiciones.
El impacto de este sistema de valores neoliberales en nuestro bienestar psicológico colectivo e individual es el tema de ¿Y yo qué? La lucha por la identidad en una sociedad basada en el mercado escrito por el psicoanalista holandés y académico de la Universidad de Gante Paul Verhaeghe, el libro está estructurado de forma desordenada y a veces es repetitivo, pero tiene una tesis clara. Verhaeghe muestra que, desde el punto de vista del neoliberalismo, algunos valores son funcionales mientras que otros son disfuncionales.
El neoliberalismo ha
hecho avanzar con éxito aquellos valores que sirven a sus propósitos, mientras
que ha suprimido los que le ponen obstáculos. El resultado es la pretendida revolución de
valores de Thatcher, que ha provocado cambios profundamente perjudiciales en
nuestras identidades y personalidades individuales y, al mismo tiempo, ha
debilitado la sociedad, cuya existencia negó Thatcher cuando dijo: "No
existe la sociedad. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias".
Verhaeghe señala que
muchas sociedades occidentales contemporáneas son ahora como el neoliberalismo
las ha hecho. En consecuencia, son laboratorios en los que podemos poner
a prueba la afirmación central del neoliberalismo que la intensificación de
la competencia maximiza la eficiencia y, por lo tanto, acelera el crecimiento económico que es el camino hacia el
bienestar humano óptimo.
En opinión de Verhaeghe, el neoliberalismo es un fracaso incluso en sus propios términos. La
movilidad social -concebida por los neoliberales como la capacidad de los
individuos para mejorar su posición socioeconómica relativa a través de sus
propios esfuerzos- en realidad ha disminuido a medida que han surgido nuevas élites que han
amañado el sistema en su propio interés. El mismo
neoliberalismo que declaró la
guerra a la burocracia y a la regulación (tanto en el sector público como en el
privado) ha impuesto en realidad elaborados regímenes nuevos de objetivos,
auditorías y revisiones que han generado a su vez
toda una nueva burocracia de gestores, consultores, inspectores y evaluadores
cuyas descripciones de trabajo parecen tener poca sustancia.
El neoliberalismo crea la "sociedad Enron",
en la que conceptos como "interés público" y "servicio
social" son desplazados por el afán de lucro, con efectos gravemente
perjudiciales para el rendimiento de instituciones como las universidades y los
hospitales. En este análisis, Verhaeghe reconoce sus deudas con el Realismo Capitalista de Mark Fisher (2009), que constituye
un excelente complemento de este texto.
Verhaeghe sitúa su análisis del impacto del neoliberalismo en nuestras identidades dentro de una discusión histórica, redactada de forma accesible, sobre los debates filosóficos y científicos sociales relativos a la naturaleza de la identidad, aunque esta discusión es tan amplia que a veces parece digresiva en relación con el tema declarado del libro. Esos debates sobre la identidad son perennes y profundos, pero en última instancia se resuelven en la conocida yuxtaposición binaria de naturaleza frente a crianza.
¿Tenemos una individualidad esencial
o llegamos al mundo como pizarras en blanco? ¿Son los seres humanos criaturas
intrínsecamente buenas o intrínsecamente malas? ¿Los rumbos de nuestras vidas
están marcados por el determinismo genético o por el ejercicio del libre
albedrío?
Profundamente resistente al giro biológico que encuentra en
las ciencias sociales contemporáneas, Veraeghe llega a describir el
determinismo genético como la manifestación más reciente de la predestinación
calvinista. Pero no impugna la noción de que la dotación genética se manifiesta
en el comportamiento humano. Por el contrario, basándose en el trabajo del
primatólogo holandés Frans de Waal en La
era de la empatía (2009), Verhaeghe
escribe que "no cabe duda que el egoísmo, la competitividad y la
agresividad son características innatamente humanas -la banalidad del mal es
una realidad-. Pero el altruismo, la cooperación y la solidaridad -la
banalidad del bien- son igualmente innatos, y es el entorno el que decide qué
características dominan".
Rechazando la identidad inherente de esta manera, What
about Me? sostiene que la identidad se interpreta más exactamente como
una construcción, y que construimos nuestras identidades a través de la
interacción con la sociedad, de la que aceptamos o rechazamos los mensajes que
confieren identidad. Por lo tanto, el proceso de formación de la identidad
variará según la naturaleza de la sociedad.
En concreto, en las
sociedades neoliberales, la formación de la identidad ha adquirido un carácter
paradójico. Por un lado, la ideología neoliberal proporciona una identidad
estable en forma de una mutación über-egoísta del concepto decimonónico de homo
economicus, o el ser humano económico racional. En la encarnación
neoliberal, el homo economicus se guía por dos narrativas. Para empezar, está
el criterio del éxito, según el cual el ascenso profesional y la prosperidad
material son las únicas fuentes de validación personal o social. Luego está el
concepto conexo de meritocracia, según el cual los logros, o la falta de ellos,
son enteramente atribuibles al talento individual, es decir que tanto el éxito
como el fracaso son siempre bien ganados.
Por otra parte, el inmenso dinamismo y complejidad de la
sociedad neoliberal desestabiliza gravemente la identidad al proporcionar una
desconcertante plétora de narrativas identitarias a menudo superficiales y
efímeras, una condición que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha denominado "modernidad líquida". Los habitantes
desorientados de las sociedades neoliberales pueden buscar identidades
satisfactorias y duraderas en, por ejemplo, ideas y movimientos nostálgicos,
reaccionarios, nacionalistas o fundamentalistas. Más comúnmente, buscan
consuelo en el consumismo. Pero, como han demostrado John de Graaf y David Wann en su libro Affluenza (2001), la
disminución de la utilidad marginal bloquea el aumento del consumo como camino
hacia la felicidad. En cambio, da lugar a "hedonia depresiva".
El estatus hegemónico del neoliberalismo se vio sacudido por
el shock financiero global de 2008, que cada vez se entiende más como el último
de una serie de shocks a los que el capitalismo en su forma neoliberal es
ineludiblemente propenso. Sin embargo, todavía no hemos visto la aparición de
alternativas sistémicas.
Los lectores que busquen alternativas se verán en su mayoría
decepcionados. Pero las sugerencias de Verhaeghe para salir adelante contienen
una idea muy importante: que bajo la hegemonía neoliberal "somos el
sistema del que nos quejamos". Los
críticos populistas del neoliberalismo culpan a los líderes corruptos que el
propio pueblo elige; los intelectuales radicales culpan al sistema capitalista
que no saben cómo cambiar; y los políticos de derecha e izquierda alegan
impotencia frente a los mercados. Lo que todas estas narrativas tienen en
común es que la culpa es de otro.
Pero Verhaeghe
insiste en que nos corresponde a todos reexaminar las afirmaciones del
neoliberalismo, verlas como las afirmaciones ideológicas que son, y dejar de
interiorizarlas como sentido común. Nos corresponde volver a
comprometernos como ciudadanos, exigir mejores opciones políticas y hacer que
los políticos rindan cuentas. Tenemos que resistirnos al consumismo y a la
financiarización que dan a los mercados tanto poder sobre nuestras vidas. No
está claro cómo piensa Verhaeghe que se puede lograr esta revolución de
actitud, pero hace más de treinta años el propio neoliberalismo demostró que
tales revoluciones son posibles.
Fuente: The Humanist - POR PETER C. GROSVENOR
https://www.climaterra.org/post/la-lucha-por-la-identidad-en-una-sociedad-basada-en-el-mercado
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