PLANETA Y HUMANOS
MISMA SALUD, MISMA ENFERMEDAD
Cada vez parece que estamos más preocupados por nuestra
salud y, a pesar de todos los avances de la medicina, no estamos más sanos. De hecho, han
aparecido nuevas enfermedades y otras ya existentes han aumentado mucho su
incidencia. La mayoría de estas enfermedades no son por falta de higiene o por
no disponer de tratamientos. Son enfermedades
producidas por nuestro estilo de vida.
El ser humano y todos nuestros complejos mecanismos biológicos han evolucionado y se han adaptado durante cientos de miles de años a su entorno, un entorno que poco tiene que ver con el que hemos creado durante los últimos 150 años. Ha sido un cambio tan radical y tan rápido que, al igual que el planeta, no hemos podido adaptarnos. Vivimos, en definitiva, en un mundo para el cual no está hecho nuestro organismo pero que, como con la Tierra, creemos que podemos alterar a nuestro antojo sin consecuencias y que, en caso de que haya alguna ya vendrá la ciencia a arreglarlo.
La analogía con la Tierra no es al azar. Cuanto más lo
pienso, más ejemplos encuentro. Las mismas conductas, actitudes y “avances” que
nos están llevando a un colapso
climático, ecológico y de
recursos están también dañando nuestra salud. Esto no debería
extrañarnos. Somos parte de la naturaleza, resultado de su evolución, al igual
que el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta. Por tanto, ¿por
qué no iban a hacernos daños las mismas cosas que contaminan los ríos, el suelo
y el aire y que provocan la muerte de animales y plantas?
Lo cierto es que nunca estaremos sanos en un planeta
enfermo. Si nos preocupa nuestra salud, debería preocuparnos la salud
del planeta. Y somos nosotros los que, en muchos casos, nos estamos
enfermando y los que estamos matando al planeta con las mismas prácticas.
Veamos algunos ejemplos y empecemos por algo que seguro todos hacemos: comer.
Comida insana
Los productos de la agricultura y ganadería intensivas van
cargados de productos químicos y antibióticos que ingerimos al consumirlos. Hace
años que estudios científicos están relacionando el uso de pesticidas
y herbicidas con enfermedades
como el párkinson, alzheimer y cáncer. También hay evidencias de que afectan a
nuestro microbioma. ¿Cómo unos químicos cuya finalidad
es matar plantas e insectos no van a matar a los hongos, bacterias y virus que
viven en nuestro cuerpo? Ya se sabe que en occidente hemos extinguido a muchos
de estos microbios ¿Qué sentido tiene gastarse el dinero en caros probióticos
si por otro lado los estamos matando?
Este modelo de agricultura y ganadería intensivas tan
innovador (y rentable para unos) provoca deforestación, pérdida de biodiversidad y suelo fértil, contaminación del
aire, del agua y del subsuelo, extinción de especies, enormes emisiones de CO2,
residuos y un largo etcétera de consecuencias nefastas. El
modelo alimentario resultado de esta industria (fast food,
ultraprocesados, abuso de productos
cárnicos…) también nos ha supuesto números alarmantes de diabetes, obesidad, enfermedades
cardiovasculares y malnutrición (sí, en occidente hemos conseguido
tener personas obesas y malnutridas al mismo tiempo: un gran logro) Y, por
supuesto, la contaminación del aire y del agua nos afecta a nosotros y al
planeta.
Un planeta tecnológico, pero estresado
La velocidad es una característica de
nuestra sociedad. Queremos movernos más rápido, conseguir todo antes, hacerlo
en menos tiempo, ver más, leer más, saber más, etc. Queremos más, más rápido y
con menos esfuerzo. El agotamiento de recursos ya es
incuestionable. Otras consecuencias de esta mentalidad (y de todas las infraestructuras y
productos que necesitamos para vivir así) son la degradación de ecosistemas,
la generación de desechos en cantidades inasumibles y el
imparable aumento de las emisiones de gases de efectos invernadero.
A nosotros tampoco nos sale gratis por muy eficientes que
nos creamos. Vivimos a un ritmo que no es natural. No estamos adaptados. Esto
provoca el aumento de casos de estrés a niveles nunca
conocidos. De hecho, la OMS ha calificado el estrés como la epidemia del siglo
XXI. El estrés tiene diversos efectos tanto en nuestra salud mental como
física, siendo el causante de muchas enfermedades crónicas (problemas
inmunológicos, enfermedades cardiovasculares o algunos cánceres entre otras).
No es poca cosa.
La dependencia del transporte motorizado privado para
prácticamente todo y el delegar cada vez más actividades en gadgets también
ha empeorado la forma física de la sociedad en general produciendo enfermedades
crónicas como las ya citadas (diabetes,
obesidad, enfermedades cardiovasculares, envejecimiento prematuro, estrés…),
aunque luego lo intentemos solventar yendo al gimnasio. Y no olvidemos la contaminación
del aire, especialmente en las ciudades, por la que al año mueren
millones de personas.
El desarrollo y uso desmesurado de la tecnología, como el 5G, está provocando daños en
los ecosistemas, en la fauna y
flora y agotamiento de recursos. El exceso de tecnología se ha asociado
a trastornos mentales y
a reducir las relaciones y las interacciones personales lo cual, teniendo en
cuenta que somos seres sociales, afecta a nuestra salud. Ciertas tecnologías,
como el mencionado 5G, también acarrea otro tipo de problemas, como es la contaminación electromagnética que, según los
investigadores, se relaciona con “cáncer,
estrés celular, radicales libres dañinos, daños genéticos, cambios
estructurales y funcionales del sistema reproductivo, déficit de aprendizaje y
memoria, trastornos neurológicos…”.
Un planeta plastificado y lleno de sustancias químicas
artificiales
No creemos que haga falta detallar la larga lista de consecuencias
negativas del uso de plásticos
para el planeta. No pensamos en el efecto que tiene, por ejemplo, beber agua
en una botella de plástico. Todas esas sustancias tóxicas que al
degradarse el plástico acaban contaminando los ecosistemas también pasan a
nuestro cuerpo. Las más conocidas, pero no las únicas, son el bisfenol A (BPA) y los ftalatos,
presentes en muchos plásticos y que pasan de ahí a los alimentos. O a través de
nuestras manos a la boca (estamos en contacto todo el día con materiales
plásticos) y de ahí a nuestro organismo. Ambas sustancias son disruptores endocrinos, imitan a
nuestras hormonas y desajustan nuestro sistema endocrino y se han relacionado
con diversos tipos de cáncer,
problemas reproductivos y de neurodesarrollo, diabetes y afectación del sistema
inmunológico según la OMS y otras organizaciones
científicas.
Se da también por probado que comemos microplásticos. En el pescado, en la miel, en
la cerveza… La lista de alimentos en los que se encuentran microplásticos no
para de crecer. Los efectos que tendrán aún están por estudiar, pero está claro
que es un riesgo para la salud.
Las sustancias químicas a las que estamos
expuestos no acaban con los plásticos. Nuestra sociedad tiene más de
140.000 sustancias
químicas artificiales y solo el 1,1% aproximadamente (unas 1.600) han
sido evaluadas para saber si son cancerígenas, tóxicas para la reproducción o
disruptores endocrinos. Mucho menos se ha estudiado el conocido como “efecto coctel”. Y es que cuando comemos, nos ponemos
cremas, nos lavamos las manos, limpiamos la casa, etc. no estamos expuestos a
un único químico sino a muchos.
Obviamente, tampoco ha sido evaluado completamente su
impacto ambiental (problemas de reproducción en animales, bioacumulación en las
cadenas de alimentación, contaminación de suelos, acuíferos, ríos, corales…). Vivimos en una sopa química sin plantearnos las
consecuencias para nosotros y el planeta.
Los productos de higiene, de belleza, de limpieza,
juguetes, muebles, menaje, decoración, pinturas, materiales estructurales de
los edificios, ropa y otros textiles… En la mayoría de los productos hay compuestos
químicos de los que los científicos están alertando, pero para los que existe
muy poca o ninguna regulación.
Algunos efectos sobre la salud humana
Sabiendo esto, queda claro que cuantas más cosas materiales
tenemos, más expuestos estamos a un sinfín de químicos peligrosos. Y es que
el consumismo voraz en el que están inmersos los países ricos
no es de gran ayuda. Y no solo por los químicos. Muchos estudios ya
han relacionado el consumismo con sentimientos de infelicidad,
insatisfacción, depresión y estrés. Otros estudios han encontrado relación
entre vivir en hogares con muchos objetos y desordenados y un estado de ánimo
bajo y estrés químico del cuerpo. Parece ser que reducir la estimulación visual
y vivir
con menos puede ser una manera de gestionar el estrés y mejorar la
salud en general (y sin duda, mejora la salud del planeta).
Para el planeta
dejamos el agotamiento de recursos, basura, contaminación
Con todo esto no estamos diciendo que tengamos que irnos a
vivir a una cueva, pero creemos que deberíamos parar
un poco y reflexionar. Podemos plantearnos comprar comida ecológica
cuando podamos, de temporada y local; podemos usar menos el coche; caminar o ir
en bici; podemos desconectar más de la tecnología; comprar menos de todo y de
mejor calidad, preocupándonos por quién y dónde se ha fabricado y de qué está
hecho para optar por los materiales/ingredientes más naturales y saludables
posibles con posibilidades reales de reciclaje (aunque hay información y
recursos en la red las pesquisas no son siempre fáciles, pero merece la pena y
podemos conseguir cambios ¡ánimo!).
Podemos volver a hacer cosas por nosotros mismos; pasar más
tiempo con la gente que queremos en vez de entretenernos consumiendo y pasar
más tiempo en la naturaleza (la urbanización del planeta, y la
falta de entornos naturales afecta a la salud); podemos informarnos
más y pedir cambios a instituciones y empresas; podemos descansar, pensar más y
bajar el ritmo. En definitiva, seguir la Cadena
Verde, reducir, decrecer y valorar más la vida. Cuidarnos más y cuidar el
planeta. La salud del medio ambiente y nuestra salud son inseparables. No lo
olvides.
PD: No queremos acabar sin decir
que, si nuestro estilo de vida
tiene consecuencias para nosotros, peores consecuencias tiene para gran parte
del sur
global que, sin disfrutar de las comodidades que nosotros tenemos,
sufren los peores daños: falta de acceso a recursos básicos
(alimentos y agua), expropiación de tierras, trabajo en condiciones inhumanas,
agua contaminada, trabajo infantil y en muchos casos, vivir, literalmente,
entre toda nuestra basura en vertederos inmensos. Es nuestra responsabilidad
que esto no suceda.
Laura Agea @laura_eco_
https://blogsostenible.wordpress.com/2022/02/10/planeta-y-humanos-misma-salud-misma-enfermedad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario